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La mujer más linda del mundo. por Yukino

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LA MUJER MÁS LINDA DEL MUNDO


Fanfic por Yukino


Viktor x Yuuri


Capítulo 29


 


«Es un pequeño crimen y no tengo excusa. ¿Está bien eso? …» (*)


 


 


Por aquellos pasillos blancos y muertos, se respiraba la locura de todos los que ahí se refugiaban de sus propias mentes. Era la locura triste, esa que una vez estando en ese lugar se hacía invisible para el resto del mundo. No pudo evitar pensar Yuuri, lo mucho que se parecían aquellos muros a las paredes inexpresivas de Viktor aquella primera vez que fue a su departamento.


 


Estaban siendo conducidos de manera cuidadosa por pasillos vacíos, al parecer los más tranquilos. Mientras el hombre vestido de señorita caminaba reflexivo, Leroy sentía mareo, seguro en cualquier momento iba a colapsar al no entender ni por un segundo el por qué su exnovio actuaba de semejante manera, tan acorde al sitio en el que se encontraban.


Un lamento se escuchó en la distancia, uno terrorífico. Los dos se miraron, pero el mal ex amante tuvo que virar su rostro, no soportaba ver al otro con el maquillaje cubriendo sus facciones, haciéndolo «otro». Yuuri no le dio importancia al asunto, le importaba un comino lo que JJ pudiera pensar, no daría explicaciones, no haría advertencias. Él iba a saber parte de la verdad, una de la que ni siquiera estaba seguro, pero que podría ayudar a Viktor y de paso al General.


 


—Bueno, es aquel en la mesa del fondo —dijo el enfermero señalando un punto lejano en el patio—. No deben preocuparse, esta zona es segura, están los pacientes de mucha menor complejidad. No tienen mucho tiempo, la entrevista deberá ser corta. Espero tengan escritas sus preguntas.


 


—Las tengo —se apresuró a responder JJ—. No obstante, creo que mi compañera desea hacer las suyas, ¿podría también?


—Por supuesto, solo no excedan el tiempo concedido. Acá no necesitarán vigilancia de ningún tipo, por favor, sigan, los vendré a buscar en un rato.


 


Mientras Leroy hablaba algo más con el enfermero, Yuuri siguió camino en medio de las diminutas flores pisoteadas del jardín. Cada una de ellas parecía representar los pequeños sueños que tuvieron en algún momento los internos allí, aplastados por la nostalgia, por la ira. Caminó como si algo lo atrajera de manera inevitable, como si ese hombre sentado en la silla de piedra fuese la llave para liberarse de la prisión en la que ahora estaba, prisión de rímel y vestidillo de flores.


 


—Señor Aldrieri, estoy aquí. —El hombre levantó la mirada y sonrió ampliamente. Leroy llegaba algo agitado a la escena, pero sin decir una palabra.


 


—Lo sé, muchacho, sé que estás aquí. —No pudo evitar Yuuri sorprenderse al ser descubierto por el hombre. Sin embargo, no era ese el momento ni de pedir o dar explicaciones.


 


—Dígame, por favor, qué es lo que quiere Manini.


 


—¡Ah, niño mío!, Manini lo quiere todo y no quiere nada.


 


Jean, se sentó en el frío banco de cemento frente al señor Aldrieri, sabía que su entrevista netamente artística, debía dejarse para después. O tal vez nunca.


 


***


 


María, María. Mujer preciosa que iluminaba con sus ojos de césped fresco; de pestañas largas, tupidas en negro, como el color de sus largos y rizados cabellos. No había otra manera de describirla, de ponerla en los labios de otra persona si no era a través de adjetivos como «hermosa», «preciosa», «diosa».


 


La señorita entró a estudiar en medio de tiempos turbulentos, con pocas oportunidades. Era amante del arte y la literatura y esperaba convertirse en escritora, o en maestra de redacción y narración, no esperaba otra cosa más que ver libros suyos en los anaqueles, tenía muchas historias por contar —y como casi siempre sucedía con los que soñaban—  pocas personas que quisieran escucharla. Aun así, se esforzaba por aprender, por enseñar, por practicar. María también tenía corazón; uno que palpitaba al ritmo de la voz de Marco, aquel muchachito estudiante de Bellas Artes; y era correspondida. Eran tantas las pláticas de arte y cultura, que llegaban a empalagar a todos quienes los que rodeaban.


 


Marco estaba enamorado. El arte en ese momento estaba un poco desplazado, pero se juró a sí mismo que sería de los mejores y que sus cuadros se exhibirían en las mejores galerías del mundo. Todo para que su Manini tuviera la mansión que se merecía, con la biblioteca más hermosa, con libros de piso a techo, con estantes llenos de conocimiento, de magia, de hipótesis y cultura. Marco quería que sus hijos con Manini corrieran por medio de libros, en una casa grande, donde el arte no acabara reducido a copias mal pegadas en la pared. Era su sueño hacer una pintura de su amada de cabellos de carboncillo, uno que estuviera puesto para siempre en su palacio de sueños.


 


María, Manini en los labios de Marco y luego en los labios de todos, no quería nada, pero lo quería todo. Se mostraba complaciente y dócil con su amor, pero también soñaba con todo aquello que él le prometía, sin embargo, había un problema con aquel compendio de ilusiones y era que su útero parecía estar muerto. Lo calló siempre, porque su amor deseaba con su vida tener pequeñas versiones suyas, traviesas y juguetonas, con sus manitas llenas de óleos de mil colores, la paleta completa en sus pequeñas ropitas, dejando su arte por doquier. Pero Manini un día ante los sueños imposibles de su novio, explotó y dijo que ella no prestaría su cuerpo a un quizás daño irreparable, para darle un hijo que solo Marco deseaba. El muchacho entristeció mucho, aun así, sabía que ya casados, con la mansión ávida de risas infantiles, convencería a su María de tener sus hijos. Pero él no sabía que su deseo egoísta tal vez no iba a ser posible nunca, no al menos del vientre de su amada.


 


Manini tenía una amiga que conocía desde que eran estudiantes de bachillerato. Era una rebelde hasta en su cabello, rojo como el fuego de su corazón y sus ideales. Para Manini tener esa chica al lado suyo era un encanto, imaginaba mil relatos de ella y todos eran de una soñadora que terminaba muerta. Le gustaba verla en sus manifestaciones, parecía que ella expresaba lo que quería sin tapujos, sin miedos. Ideales que muchas veces eran fulminados por tanquetas de agua y gases horriblemente dolorosos.


 


La chica rebelde era poco agraciada para vestir. Era un desastre de furia y reclamo. Manini siempre creyó que le hacía un favor a esa irreverente estando a su lado, que era la amiga linda que toda fea debía tener. Esa chica de cabellos de fuego no era admirada por nadie, los que estaban junto a ella en sus marchas eran igual de sosos y ridículos y por eso Manini se creía una salvadora, un lindo jardín Zen donde su amiga volvía contándole de sus desamores, que eran muy pocos; de sus frustraciones, que eran una montaña, de su tristeza por estar sola, que era infinita. Y la diosa se sentía aún más importante, más arrogante, porque ella con solo levantar un dedo hacía que todos estuvieran a sus pies. Y estaba enamorada de su futuro pintor, porque era hermoso, era deseado por muchas y muchos y ella lo tenía bajó el delicado talón de su pie, aprisionando su garganta.


 


Un día, la chica que llenaba su garganta de protesta y su corazón de ilusiones y equidad, llegó de la mano de un príncipe de cabellos cenizos y de un azul tan profundo en sus ojos  que ni siquiera Manini conocía ese color. ¿Cómo era posible, que esa que no tenía conocimientos de la bella irrealidad de la lectura, estuviera de la mano de un hombre que parecía ser sacado de un cuento de Hadas? No tuvo adjetivos para poder describir al novio perfecto y rico de su amiga. Era al parecer un agente, algo que ver con el estado de gobierno. De pronto Marco se le hizo un pordiosero que rayaba los lienzos. Ya su cabello castaño y sus ojos enormes y expresivos no eran nada ante el océano de la mirada de ese hombre, que no era suyo.


 


Manini, sin embargo, aún en ese momento tenía corazón y amaba a su Marco. Un día lo acompañó a una pequeña feria donde vendió uno de sus cuadros a un excelente precio, a un extranjero, según sus palabras, un canadiense. Hablaron un rato y ella vio que tal vez su novio sí tenía un futuro, uno muy prometedor. Ella estaba por terminar su carrera en literatura y se dedicaría a enseñar en la universidad, haría sus escritos y su investigación. En ese momento aún su corazón latía con fuerza y estaba dentro de su pecho.


 


Y llegó el milagro a su vientre. Estaba asustada, le aseguraron que eso nunca iba a ser posible y además no era común ni bien visto, que una dama sin casarse fuera a tener un bebé, pero era de su Marco y se habían jurado amor eterno. Ya no era un solo corazón, eran dos latiendo dentro de Manini. No fue corriendo a los brazos de su amado a contárselo, no, ella corrió a los brazos de su revolucionaria amiga, de esa que envidiaba con el alma, pero que a pesar de todo quería, y por supuesto que fue recibida con la mayor alegría, con el mayor festejo, pues esa dama de cabellos de fuego saltó de la alegría, todo se le estaba dando a esa princesa de cabellos negros, pronto se graduaría, estaba con la futura promesa del óleo en Rusia y, sería madre. El ser humano que se deslizara de sus entrañas estaría bendecido por los dones de la belleza, desde todo punto de vista.


 


Pero una noche, una en la que iba a buscar a su amiga para que fueran a sus habitaciones, los malos llegaron camuflados entre los que querían la justicia. Hubo caos en la pacífica plaza de estudiantes y Manini quedó en medio de todo aquello. Alcanzó a ver a su amiga, iba por ella para sacarla de ahí, pero fue más rápido el golpe de un garrote en el abdomen que la detuvo. Cayó de inmediato y vio a esa de cabellos de fuego, salir de todo aquello de la mano del hombre de cuentos, mientras ella estaba ahí, de rodillas, tomando su vientre que dolía como el infierno, mientras todos pasaban por su lado, como si ella no existiera, como si fuera uno más de los botes de la basura del lugar. La vio a ella salir de ese sitio triunfante, sin un rasguño, mientras que un corazón dentro de Manini, dejaba de latir.


 


El otro corazón, murió cuando supo la noticia. Estaba en el hospital, fue la verdad una de las muy pocas personas lastimadas, aquel golpe al parecer obedeció más al actuar de ebrios, que de otra cosa. Marco supo en ese momento de la pérdida del bebé y lloró amargamente junto a la cama de Manini, quien ya no sentía nada. No esbozó una lágrima, no hubo un lamento de su boca por su pérdida. Marco y la dama de cabellos rojos lloraron junto a su cama, lo que no sabían, era que lloraban por dos almas muertas.


 


Manini, Manini. Por supuesto ya nunca volvió a ser la misma. Dijo a los cuatro vientos que ella no prestaría su vientre jamás para un hijo, que eso era una pérdida de tiempo y vida. Marco no podía siquiera imaginar que pasaba por la mente de su hermosa y perfecta amada, pero ella, ya no sentía nada. Ya no quería sentir nada y lo quería todo. Tenía que culpar a alguien de su inmundo destino y encontró la candidata perfecta, esa que tenía la vida que Manini deseaba.


 


Marco luchó con todo lo que tenía. Luchó con su arte, con su poco dinero en ese entonces, con su garras, todo para traer a Manini de donde hubiese podido irse, pero fue imposible. Ella se hundía cada vez más en el odio y la cúspide de la cólera llegó el día que su amiga mandó a hacer a Marco una pintura suya de tamaño natural, por petición del General.


 


Manini dio un beso de despedida a su Marco, el que fue su todo por mucho tiempo, pero era hora de dejarlo. Ella debía ejecutar todo un plan de venganza para poder tener descanso en su cabeza y en su pecho. Sin embargo, no había de quien vengarse y ella lo sabía. No había nadie que tuviera la culpa de que perdiera siempre. Nadie en absoluto.


 


Marco lloró y desapareció también. Empezó una carrera bajo un pseudónimo y comenzó una nueva vida, en la que de nuevo una mujer llenó de luz sus mañanas, aun así, esperaba de manera egoísta que fuera su Manini cuando abría los ojos. Pero ella no estaba ahí.


 


Manini, un día recibió el llamado de su amiga para que la visitara en su mansión, ¡no podía creer su suerte! Ella tenía un plan muy simple, enamorar al General, hacerlo su amante y estrellarle esa relación en la cara a la mujer de cabellos rojos. Pero todo aquello no fue necesario. La dama moría y se lo confesó a ella. Una enfermedad que no pudo ser descubierta a tiempo y la mujer, que un día fue revolucionaria, de ideas de libertad y justicia, le pidió que no se fuera de esa casa y se quedara con su hijo.


 


La suerte de los malditos. Manini no movió un dedo para que todo le saliera a pedir de boca para cobrar venganza por algo que nadie le hizo. Cuando la hermosa mujer murió, Manini sería la nueva señora Nikiforov, con el esposo de cuentos de Hadas y con el hijo que no nació de su vientre. La boda fue anunciada después de un tiempo prudencial y llegó el artista, a hacer frente a su enemigo.


­—¡¡NIKIFOROV!! —gritó Marco desde el portón de rejas de la mansión, alarmando a toda la servidumbre.


El General reconoció la voz y bajó corriendo para atender a la inesperada visita. Sin embargo, no pudo hacerlo a tiempo para no asustar a todos.


 


—Marco, por favor, tenemos que hablar…


 


—¡¿Hablar, de qué?! ¡Vas a casarte con María! ¡¡Con mi María!! —El General lo llevó a una parte alejada del jardín para intentar explicarle las cosas, pero Marco en ese momento solo entendió a los puños y comenzó una pelea, que por supuesto, el General no quería. Por fin y luego de reducirlo con dificultad, tuvo el tiempo de hablar.


 


—¡Por favor Marco! ¡Tú estás casado y tienes un hijo! ¡No puedes reclamarme por algo así! Además… yo no deseo unirme a Manini…


 


—¿Entonces por qué lo haces? Respeta un poco la memoria de Emma, por Dios Santo, por Dios Santo… —Y Marco se echó a llorar en los brazos de ese hombre de cabellos como la luna. Ambos lloraron, ambos perdían. Como pudo, el General le explicó al dolido pintor que fue la última petición de su esposa y que debía cumplirla. Pero jamás le pondría un dedo encima a María, porque no la amaba.


 


—Marco, en este momento, somos dos hombres destrozados. Perdónanos por favor,  perdón… —El General escondió su cabeza en sus rodillas y lloró largo rato, mientras Marco miraba al cielo, gris en su totalidad. El General también había perdido, quizás más. De la nada entonces apareció un pequeñito, que era indiscutiblemente el hijo del dueño de aquella mansión.


 


—¡Viktor! —dijo el General algo emocionado—. Quiero que conozcas a Marco, él es un amigo mío y era amigo de tu madre. Vino a visitarnos. —El niño era aún muy pequeño para entender las cosas, por eso no se alarmó por los evidentes golpes de ambos, ni la sangre que corría por sus bocas. Muy Alegre dio la mano al amigo de su padre y salió de ahí corriendo y saltando hacia su casa en el árbol.


 


Marco recordó a su propio pequeño. Así que recobró un poco la compostura, se puso en pie y ayudó al General, para que también lo hiciera. Se disculpó por el arrebato adolescente, pero María, aún dolía y mataba. Se culpó en ese momento por no haber pensado en su esposa, esa que lo sacó con paciencia del fango de los recuerdos de Manini, y salió de allí dispuesto a ser todo para esa mujer, que lo esperaba con su hijo de brazos. Pero el infortunio le hizo virar la vista hacia arriba y ver en el balcón a la muerte. Manini por supuesto había escuchado el escándalo, y lo veía con una medio sonrisa en la boca. El General que también la miraba, tomó del hombro a Marco para intentar distraerlo.


 


—Ella ya no es tu María. Ella y tu bebé se fueron el mismo día. Ese que está ahí, es un monstruo, uno peligroso que quiere devorar lo que sea, con tal de sanar su propio dolor. Ya no te hagas responsable de esto Marco, vive tu vida, yo veré cómo la saco de la mía, lo más pronto posible. —Marco dio la mano al General, se disculpó de nuevo y le deseó suerte. Solo eso.


 


Pero la suerte, se hundió en lo profundo del océano y para todos. Los niños crecieron, uno más afortunado que otro, pero ambos habían perdido a su madre. Marco se hundió por completo en la depresión luego de la muerte de su esposa, y su hijo tuvo la responsabilidad de trabajar para poder vivir de manera digna pues su padre, del mismo nombre, se negó a levantar un pincel y vivía de la caridad de sus amigos artistas, que tampoco eran millonarios.


 


—Muchacho, quisiera hablar contigo. —Una tarde, la muerte vestida de verde y subida en tacones muy altos, llegó al pequeño café donde Marco hijo  trabajaba.


 


La mujer, que no se identificó en un inicio, le hizo una propuesta muy interesante al muchacho de cabellos oscuros y que claro, sabía a la perfección de quién se trataba. Al verlo, por un momento volvió sentir que algo en su pecho se movía, ese muchacho era idéntico al hombre que alguna vez amó tanto. No obstante, no había tiempo para tener recuerdos que sanaban el alma.


 


La mujer habló sin reparos e hizo la propuesta al muchacho. Marco lo único que pudo hacer fue responder con carcajadas al despropósito, a sus ojos eso sería imposible. A los ojos de la mujer todo saldría perfecto y sería altamente recompensado.


 


—Señora, la verdad creo que usted se ha equivocado de persona. No puede venir a proponerme semejante cosa y esperar que yo acepte así, como si nada. Primero, creo que usted no sabe quién es Viktor Nikiforov, él jamás se fijaría en un tipo como yo. Además, por favor, téngame algo de respeto, yo no voy a jugar con los sentimientos de nadie y menos de esta manera en que me lo plantea.


 


—Muchacho, sé a la perfección quién es Viktor. Él es mi hijo.


 


Marco cambió por completo su expresión. No estaba entendiendo nada de lo que la mujer estaba hablando y empezó a asustarse.


 


—Señora, no está bien eso que usted quiere hacer…


 


—Mira, Marco, Viktor debe salir de ese mundo de lujuria gay en el que está y la razón es muy sencilla: puede terminar en la cárcel. Sabes que es en este país no hay ese tipo de libertades, si se enteran, su carrera terminará.


 


—¿Y pretende usted, que teniendo una relación conmigo, a él van a dejar de gustarle los hombres? ¿Dónde está a lógica en eso?


 


—La lógica está en que te amará y tú le romperás el corazón. Así entonces, entenderá que amar a los hombres está muy mal y se concentrará en las chicas. No tienes que hacer nada más que aceptar, tu vida y la de tu padre cambiará.


 


Marco recibió un papel que no era otra cosa más que un cheque con una cifra exorbitante, que ni siquiera pudo leer bien. Solo en ese momento imaginó lo mucho que podía hacer con ese dinero, como podría ayudar a su padre a que dejara de ser ese personaje frío y vacío y se dedicara a su arte en un estudio decente; y cómo él mismo podría pagar una universidad para poder seguir sus sueños.


 


Miró a la mujer muy fijo, parecía que no se iba a ir de ahí sin una respuesta. Marco nunca creyó posible que Viktor se enamorara de él, así que accedió, por completo convencido que aquello era una tarea imposible, pero de la que podría sacar un dinero sin esforzarse tanto.


 


Manini sabía que aceptaría, conocía muy bien a ese que pudo ser su hijo. Pero en ese momento la bola de barro que tenía por corazón, le indicó que ese muchacho también tendría que pagar, quién sabe porqué cosa que no había hecho. Pero la razón, la sencilla razón de querer romper el corazón de Viktor, era tan pusilánime como toda su historia: el General había hecho su testamento y solo heredaría su fortuna, un nieto. Viktor no lo sabía, nadie debería saberlo, pero ella sí; el General se lo hizo saber a propósito con el único fin de atormentarla, esperando que Viktor tuviera una vida tranquila y lejos de ella. El General no sabía en ese momento que su hijo era homosexual, pero de seguro igual lo hubiese hecho. Sin embargo, no se esperaba que esa mujer planeara algo tan siniestro.


 


Así entonces Marco pasó a hacer parte del equipo de entrenamiento de Viktor. Al inicio y tal como lo predijo, el hombre del hielo apenas y notaba su presencia. No se esforzaba mucho Marco tampoco, pero sabía que si no lo intentaba al menos un poco, esa mujer podría molestarse y entonces hacerle daño a él o a su padre. Marco ignoraba que ella ya había dañado a su gentil padre, hasta el punto de no poderse hacer nada por curarlo.


 


Sin esperarlo, Viktor empezó a corresponder a la alegría y disposición del joven. Ambos se hicieron amigos, ambos cumplían sus respectivas misiones, pero entonces, los corazones también empezaron a hablarse y sin remedio se enamoraron. Marco empezó a rechazar el dinero de Manini, que era exacto lo que ella había predicho.


 


Marco al inicio y, como una de las condiciones de la mujer, hizo que Viktor los filmara mientras tenían sexo. Al patinador aquello se le hizo de lo más excitante y extraño, por eso accedió. Marco nunca fue capaz de enviar esas cintas a Manini, no obstante, ella se las arregló para conseguir una única copia de un un solo encuentro, que hizo llegar a las manos del General.


 


El amor era muy grande, los dos estaban ya aferrados a la vida del otro. Una noche, esa espantosa noche, Viktor partía a una rueda de prensa debido a su medalla olímpica. Justo en el momento en que se despedía de su amante, Marco recibió una llamada. No era otra que Manini.


 


—Bueno, niño, el trato se termina esta noche. Por favor, dile a mi hijo que vas a romper con él, no me importa la excusa que le des, lo importante es que quede claro que no lo amas.


 


—No puedo hacer eso, señora —respondió Marco con un hilo de voz—. Yo amo a su hijo, y vamos a estar juntos siempre. Yo se lo dije ya, estamos enamorados y eso no va a cambiar. De su dinero he gastado muy poco, pero voy a devolverle todo.


 


—Muchacho no entiendes. Ustedes terminarán, de una u otra manera. Salúdame a tu padre y  dile que a veces se cuela en mis sueños.


 


Marco empezó a temblar. Colgó la llamada e iba a hablar con su padre cuando escuchó que tocaron a la puerta. No era otro más que el General, otro padre angustiado. Su visita solo lo asustó más, al recibir la advertencia sobre Manini. Sin dudarlo y luego de despedir a aquel hombre que era idéntico a su Viktor, llamó a su padre. Le confesó todo, no había ya cabida para la vergüenza en ese momento. Marco senior, sintió que su alma era desgarrada de nuevo.


 


—Quiero que salgas inmediatamente de ahí —espetó el padre—. Déjale una carta a tu amante, luego lo llamarás y le explicarás. Tengo amigos en Roma que pueden recibirte un tiempo. Usa ese dinero maldito, que devolverás centavo sobre centavo una vez esto se aclare.


 


—Papá, lo siento, yo de verdad quería una mejor vida para nosotros, por eso acepté e hice mal, porque no solo te lastimo a ti, sino a Viktor cuando se entere. —Hizo una pausa, se podía escuchar su llanto—. Pero no me iré. Voy a esperar a Viktor, le diré todo y luego ya tomaremos decisiones.


 


—¡¡Estúpido!! —gritó el padre enfurecido—. ¡Ella es María! ¡Ella es María!


 


Marco, sin tener que preguntarle a su padre, sabía de quién se trataba. Era esa que atormentó tanto la vida de su madre, esa cuya presencia se paseaba descarada en la vida del hombre que le había dado la vida y el que más amaba en el mundo. Ahora entendía todo y no pudo detener las lágrimas. Ella era la muerte, su padre lo dijo y parecía ser cierto.


 


—Papá, pase lo que pase, recuerda que te amo mucho.


 


Marco colgó la llamada y el padre destrozado no supo que hacer. Llamó de inmediato a la policía, pero no parecían querer prestarle atención a las alucinaciones de un ebrio. El muchacho, entre tanto, empezó con sumo afán a empacar algo de sus cosas, sabía que el involucrarlo con Viktor no era más que una trampa de María, para hacer que cayera su padre. Debía irse, esconderse un tiempo y luego hablar con su novio lo más serio posible, intentando contarle toda esa verdad que era su amada Manini. No obstante cuando estaba a punto de escribir una rápida carta de despedida, tocaron a la puerta.


 


Los hombres de Manini entraron y lo tomaron con mucha fuerza para intentar sacarlo de ahí, ellos también querían que se fuera, pero de otra manera. Marco corrió escaleras arriba, quería tomar su móvil de la habitación para llamar a su Viktor, ya no había tiempo de una escapatoria sencilla. Cuando estaba por culminar y siendo más rápido que aquellos hombres, sintió que era jalado con mucha fuerza por una de sus piernas y resbaló, cayendo casi un piso por las escaleras sin barandas. No hubo tiempo de gritar pidiendo auxilio, no hubo tiempo de llamar a Viktor, no hubo tiempo de escapar de las garras de Manini. Su cabeza se estrelló estrepitosa en el piso impecable y brillante. Su cuello se partió, muriendo casi de inmediato, con el reflejo en sus ojos de esa preciosa medalla de oro que su hombre había llevado en su pecho y que los hizo a ambos tan felices.


 


***


 


—El resto ya lo sabes, muchacho —concluyó Marco Aldrieri—. Al parecer, esos mismos hombres fueron quienes colgaron a mi hijo del techo para que pareciera un suicidio. Todo esto lo supe porque uno de ellos me lo confesó, luego que mis amigos lograran localizarlo e intimidarlo. No le hice nada ni a esos hombres ni a Manini, un muerto como yo no puede hacer mucho. Ahora, tú estás atado a un Nikiforov, e imagino que sufres lo impensable. Amar a un Nikiforov es morir.


 


Yuuri apenas si podía procesar todo aquello en su cabeza. Una persona enloquecida de venganza se llevó por delante tantas vidas, solo por lograr un objetivo absurdo y sin sentido.  Ahora él mismo estaba en la posición de Marco, deseando en el alma hacer algo, pero temiendo por la vida de su esposo de cabellos como la luna.


 


—¿Por qué si el General lo conocía, me hizo averiguar de usted? —preguntó en un susurro—. Por qué no me dijo la verdad…


 


—Te protege. Por supuesto que sabe dónde estoy, pero con Manini al acecho no puede decirte mucho. Quería que escucharas de mí todo eso que no puede decirte. Manini hará lo que sea para que Viktor tenga un nieto. Luego seguro lo matará para tener por fin a ese bebé, que ella no pudo. Es hora de irte muchacho. Pero ya sabes toda la historia. No solo es un brillante profesor de ballet, él es una maldición. —Miró a JJ, que estaba perplejo—. Lo siento profesor Leroy, creo que nuestra entrevista ya no se dio. Lo invito a que charlemos luego.


 


Pero Jean, ya no parecía estar presente. Vio que su muy apreciado artista se levantaba y era conducido por un hombre fantasma, hacia un pasillo en que desapareció con rapidez. Las lágrimas se deslizaron en el rostro paralizado y solo reaccionó un poco para voltear a ver a Yuuri.


 


—No voy a volver a verlo, ¿verdad? —preguntó con terror—. Ella lo va a matar…


 


—No lo sé, pero seguro el General lo va a proteger.


 


—¿Viktor Nikiforov? ¿En serio?, siempre creí que tu amante era el profesor Altin. Debiste buscar una relación un poco menos complicada. —Lo último intentó decirlo sonriendo. Lo poco que pudo.


 


—Viktor no es mi amante. Él, es mi esposo.


 


Leroy escuchó aquello como entre gritos de dolor. Habían sido demasiadas confesiones ese día, tenía que ver a su antiguo novio vestido de mujer, al parecer para protegerse y no por que disfrutara el hacerlo. No entendió cómo era posible toda aquella historia, ni cómo Yuuri y él mismo ahora estaban involucrados. El sentido común se había quedado en la puerta de aquel lugar.


 


Yuuri temblaba, sabía que era hora de sacar a su esposo de toda aquella locura. No habría tiempo para hacerlo entrar en razón, pero una vez lejos, tal vez con calma, le contaría todo. No le creería por supuesto, pero era primordial escapar. La trampa ya estaba tendida.


 


—Amar a un Nikiforov es morir. Por favor, Yuuri, ten cuidado.


 


Se levantaron ambos como si sus cuerpos pesaran una tonelada, mientras caminaban por el sendero que un enfermero les indicaba.


 


**************


 


Con amor: Yukino.


 


(*) Fragmento de la canción Nine Crimes de Damien Rice


 


Octubre 3 2021


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


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