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La mujer más linda del mundo. por Yukino

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La mujer más linda del mundo

 

Capítulo 30

 

Basado en el anime de Yuri!!! On Ice

 

Viktor x Yuuri

 

 

Déjame afuera con la basura, esto no es lo que hago.
Es el lugar equivocado, para estar pensando en ti. Es el momento equivocado,
para alguien nuevo, Es un crimen pequeño y no tengo excusa.

 

… Es el lugar equivocado, para estar engañándote, Es el momento equivocado,
ella está arrastrándome, es un crimen pequeño, y no tengo excusa. (*)

 

 

***

 

Leroy se encontraba en extremo conmovido y confundido con todo lo que acababa de escuchar. De ser un fugitivo de las decepciones, ahora estaba metido en un problema que no entendía, pero que de nuevo involucraba a Yuuri. Le era muy incómodo verlo vestido de una mujer y, lo peor, que aun así, se viera tan bien. Todavía su cabeza no procesaba lo de Marco Aldrieri, su hijo; y mucho menos aquello que Yuuri estuviera casado con Viktor Nikiforov, cuando él creía ciegamente que la pareja de su ex novio era el profesor Altin. Miraba fijamente la mesa, intentando, de nuevo, entender qué había pasado con su Katsuki, ese bello hombre al que lastimó tan profundamente y que ahora estaba en medio de una película de muerte.

 

—Toma, te aliviará un poco.

 

Yuuri, o mejor, Sora, le acercó una taza de té. El hombre a penas levantó la cabeza para agradecer, pero no pudo verlo a la cara, una vez Yuuri tomó asiento frente a él. No pudo hacerlo en ningún momento mientras conversaba con el señor Aldrieri y, no parecía querer hacerlo nunca. Yuuri lo entendió y giró su cabeza mirando hacia a la ventana de aquel café. En cualquier momento el General y Otabek llegarían, ahí fue la cita luego de verse con Marco.

 

—Yo, la verdad, no entendí una palabra de lo dicho por el señor Aldrieri. Yo vine acá con la ilusión de conocerlo, de hacerle saber que yo era un admirador de su trabajo desde que mi padre llevó una pintura suya a nuestra casa, en Canadá. Y lo que recibo a cambio es una confesión de parte de él, que más parecía una carta de despedida. —Jean por fin tomó algo de valor y levantó los ojos directo a los de aquel que fingía muy bien, ser una dama—. Yuuri, ya que este parece ser el día de las confesiones absurdas, yo haré la mía.

 

—Por Dios, Jean, ya no digas nada…

 

—Creo que es justo conmigo, yo ya escuché algo que no deseaba, por favor, has tú lo mismo. —Yuuri movió la cabeza para hacerle saber que ya no lo interrumpiría más—. Cuando pasó aquello en Estados Unidos y te dejé adrede solo, lo hice por miedo. No sé cómo más resumirlo, ni sé cómo más adornarlo, solo fue eso, miedo. Yo quería con desespero conservar mi carrera y hacer mi maestría, pero no me imaginé que te iba a dejar en medio del océano, naufragando. Supe que habías sido transferido a Alemania con tal de no perder tu trabajo y experiencia, y eso poco a poco me derrumbó a tal grado, que tuve una sobredosis de fármacos.

 

Yuuri abrió mucho los ojos sin entender muy bien qué había querido decir.

 

—Eso suena un poco más bello que, «intento de suicidio». Tuve que claro ir a terapias, y debo decir que me fueron de mucha ayuda, todo patrocinado por la Universidad, que lo hizo en su extrema benevolencia por no verse afectada en un escándalo gay. Fueron días oscuros y, todo aquello, fue por la culpa. La culpa es un puñal en la garganta que no te deja de doler ni de sangrar, jamás. Luego de estar un poco mejor emocionalmente, pedí ser transferido al lugar más lejano que se me ocurrió del planeta, y era Alemania o Rusia. Por supuesto elegí Rusia porque no esperaba jamás encontrarme contigo. Morí un poco el día que te vi caminando hacia la cafetería, no podía creerlo y no supe que hacer, por eso te seguí y me atreví a acercarme, pero no imaginé nunca tu reacción, había tanto miedo en tus ojos, tanto, que me llenó de tristeza. Lo entiendo ahora, era miedo absoluto a perder a Nikiforov, el mismo miedo que tienes ahora con todo aquello que te dijo el señor Aldrieri. Yo entiendo algo de los sentimientos de esta historia, porque yo estuve del lado de su hijo, de Marco,  que no pudo con la culpa de haber enamorado a Viktor, solo para aprovecharse de él, pero luego haberse enamorado de verdad y, aún así, el tiempo no le alcanzó para confesarse con Nikiforov. Por eso deseaba yo, confesarme contigo.

 

Leroy dio un sorbo a su taza de té, que estaba ya muy fría. Yuuri dejó salir unas lágrimas mientras seguía viendo la aterrada y desesperanzada expresión de quien años atrás le había robado el corazón, y lo destrozó en millares de fragmentos. Trataba de acomodar en su cabeza el mar de confesiones de ese día, que estaban por enloquecerlo, todo con el fin de ser feliz al lado de su precioso profesor de ballet, ese que al inicio lo trató tan duramente, ese al que espiaba por la mirilla de la puerta, imaginándolo sin ropa moverse sobre su cuerpo, así como lo hacía danzando para sus estudiantes. Debía que ser feliz con ese hombre que tenía el índigo en su mirada y la luna en sus cabellos, y por eso, iba a llegar tan lejos como pudiera. Manini era un monstruo que deseaba todo y, a la vez, no quería nada.

 

Jean siguió bebiendo su té frío, mientras también veía hacia el enorme ventanal de aquel café. Afuera transitaba mucha gente, e imaginó que tal vez algunos estuvieran viviendo una historia similar. Se sintió muy solo, muy lejos de casa, con ganas de salir corriendo de ahí y vomitar.

 

Yuuri no dijo nada. En ese momento no tenía otra cosa más que acabar con aquella patraña y salir de ese país con su amado Viktor, para no regresar jamás. Había que decirle la verdad, pero ese no sería el momento. Poco a poco, como en una novela por capítulos, Yuuri esperaba poder decirle todo aquello que había sucedido con Marco, con sus padres, con Manini… con Sora. No habría una vuelta atrás.

 

—Yuu… So… —Beka, que entraba en el café, intentó saludar a su amigo, pero no supo como. Se acercó y lo tomó por un hombro, luego de eso, se sentó junto a Jean. Este último lo saludó con un movimiento muy leve de su mano.

 

–Beka, gracias por venir. No imaginas todo lo que ha pasado esta tarde.

 

—Tengo una idea. —Miró hacia Leroy, sin saber qué agregar.

 

—Él ya lo sabe todo, no es necesario ocultar lo que hablemos —dijo Yuuri, intentando sonreír. Beka y Jean, giraron un poco sus cabezas. Verlo así, como una chica, aún resultaba algo perturbador.

 

Otabek llamó a uno de los meseros y pidió una copa de vino. El momento, según él, no estaba como para tomar un té. Deseaba después de salir de ahí, tener la borrachera de su vida para que la cabeza le doliera más que el corazón. Rayaba la tarde, sería hora en que Yuuri debía regresar con su marido, la mentira de estar en cine con su mejor amigo no iba a ser sostenible en cierto momento. Si el General no llegaba pronto, debían salir de ahí  y dejarlo para después.

 

No tuvieron que esperar mucho. La puerta del café se abrió y, seguido de un hombre que parecía ser su guardaespaldas, entró el General. Despacio, midiendo sus pasos, dejando pétalos de tristeza a su paso. Su mirada tan azul, tan hermosa, siempre estaba triste. Jean levantó la vista y era demasiado obvio que se trataba del padre de Nikiforov, eran idénticos, solo que el hombre entrado en años no tenía la fiereza de la mirada de su hijo. Había tanto sufrimiento en su humanidad, que Jean se conmovió.

 

—Muchacho, gracias por esperarme. Sé que pronto debes volver con mi hijo. No te quitaré mucho tiempo.

 

—Señor, usted no me dijo la verdad. —Yuuri vio como Beka y JJ se iban hacia otro mesa, para que ellos dos charlaran con más tranquilidad.

 

Pero el viento halaba las desgracias trazándoles el camino hacia lo inevitable. Los pasos de la infelicidad ya se daban, e iban inexorables por aquellas calles, guiando las pisadas del hombre que bailó sobre cuchillas y encantó como un mago, al mundo entero. El destino de los miserables lo llevó en su marcha a la calle frente a aquel café, donde se citaron todas las desventuras juntas.

El de cabellos como la luna caminaba con su amigo, quería aprovechar que si su esposo salía con su mejor amigo, él debía hacer lo mismo. Se detuvo en seco cuando creyó reconocer a alguien sentado en una mesa junto a aquella ventana. Solo así.

 

—Sora… —dijo en un murmullo, en un suspiro. Christopher no entendió muy bien, luego recordó ese nombre, era el de la chica con la que su amigo salió un tiempo. Vio también hacia el café, aún ninguno cruzaba la calle, pero la mirada de Viktor era de confusión total. Todo se puso un poco peor cuando vieron salir de ahí al profesor Leroy, un tanto aturdido.

 

Viktor sintió como una minúscula gota que provenía del cielo se estrellaba en su cabeza. Tras esta, otras, sin fuerza, sin mayor ganas de hacer una tormenta. Pero una de ellas cayó directo en sus pestañas y como si le aclarara la vista, pudo ver a través de esta, a su padre. El General tenía una cita al parecer con quien en algún momento, fue su pareja.

 

Chris también se dio cuenta de aquello, pero antes de poder reaccionar le dijo a su amigo que iría tras el profesor Leroy para hacerle unas preguntas. Viktor no respondió nada, solo estaba ahí, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo, mirando con inquietante dolor hacia ese ventanal que empezaba a llenarse de minúsculas gotas también. Las personas en la calle empezaban a correr buscando refugio, algunos abrían sus paraguas de prisa, pero él no estaba ahí, él no sentía la lluvia que le rodaba por el rostro, haciendo su deber de lágrimas.

 

La puerta del café se abrió y, mientras todos corrían, él veía salir a su padre, que inmediatamente después subió a su lujoso auto. Él seguía ahí, al parecer invisible para todos. Él no se estaba refugiando de la lluvia, él lloraba con el cielo.

Pero la calamidad, por supuesto no terminó ahí. Solo instantes después de ver salir a su verdugo, según la malversada historia que tenía en su cabeza, salió ella. Tan hermosa, tan llamativa con su vestidillo corto de flores, tan majestuosa en su andar. La mujer por la que dudo en seguir su relación con Yuuri. La desdicha le dio un empujón y sus pies y se movieron en automático, cruzando aquella calle sin percatarse de los autos que debían esquivarlo. Ella viró a ver lo que sucedía y lo vio, cruzando para llegar a su lado. Dio unos pasos atrás temblando. Ese no podía ser el lugar ni la hora en que Viktor lo supiera. No era posible que la vida se ensañara tanto con ellos.

 

—Sora… ¿qué haces aquí?... ¿Qué hablabas con mi padre?...

 

Viktor apenas si pudo articular esas palabras de manera coherente. La miraba y algo en ella le era más familiar de lo que pudo soportar. Estaban ellos dos ahí, a merced de la lluvia, sin que nadie pudiera detener el reloj de la tristeza.

 

Ella giró sobre sus pies y salió corriendo por un callejón junto al café. Que ingenua al creer que podría escapar de ese hombre que se ganaba la vida con sus piernas. Sus pasos resonaban en el asfalto mojado, correr era lo único que podía hacer. Correr lejos de Viktor, lejos del General, lejos de JJ, lejos de San Petersburgo, lejos de Rusia. Creía que lo lograría, que podría correr victoriosa, como el nombre de su amado, y despertar de la pesadilla que estaba teniendo desde hacía tanto tiempo, cuando decidió dejar de ser «él» para volverse una «ella», porque quería estar al lado del hombre más bello del mundo. Pero ella, no se detuvo. Ella se negó a dejar de existir, exigía su paso en la vida, exigía su vestidillo de flores.

 

Sintió el tremendo jalón en su brazo, ya la carrera estaba perdida. Viktor la miró confundido, no entendía el por qué de su actitud, tenía que hacerle mil preguntas pero ella, solo quería morirse.

 

—¿Por qué corres?...yo no voy a hacerte nada… dime… qué pasa…—El hombre de cabellos cenizos empezaba a temblar y no podía articular bien las palabras otra vez. Ella estaba ahí con la cabeza agachada, con el cabello empapado, la lluvia arreciaba, asesinaba. Viktor empezó a sentir que por sus venas la sangre bombeaba caliente, así que la tomó por ambos brazos y empezó a sacudirla con mucha fuerza. Ahí ya no estaba el caballero que jamás tocaría una dama para hacerle daño, ahí estaba un hombre desesperado, escuchando los susurros de Satanás.

 

Ella lloraba, pero no hablaba, intentó zafarse, usó toda la fuerza del hombre bajo su fachada y lo logró. Pero Viktor la tomó de nuevo, esta vez con más fuerza, y ahí entonces se dio el inicio del fin.

 

—¡Basta, por favor! ¡Basta! —suplicó gritando.

 

No obstante, de aquel cuerpo de señorita, no salió la voz dulce y armónica que Viktor acostumbraba a escuchar. Tuvo que soltarla ante es estupor. Esa voz, claro que la conocía, esa voz lo acompañaba día y noche en su camino. Él se miró la manos temblando, alguna clase de brujería debía ser todo aquello. La ira entonces llegó a su pecho y cuando ella intentaba de nuevo escapar la tomó otra vez por el brazo y la lanzó al piso con brutalidad. No, en ese momento no había educación ni clase. Cayó el ser humano al piso, sin señal alguna de querer defenderse, porque ya estaba al descubierto. Su cabello postizo había volado lejos. Ahí en el piso, desparramado como una bolsa de basura que alguien usurpó, estaba Yuuri Katsuki bañado en ríos de lluvia y lágrimas, que nadie iba a limpiar.

 

Un grito desesperado y doloroso rompió la noche. El callejón lleno de cajas y bolsas era testigo de un hombre que agonizaba. El alarido llegó a los cielos en señal de reclamo, llegó buscando una explicación. La basura tendida en el piso solo veía hacia el final de aquel lugar, esperando vislumbrar la luz para seguirla. Sintió que Viktor cayó sobre él con todo su peso, con todo su odio. Las manos enormes y pálidas que tantas veces lo recorrieron y lo inundaron de deseo, esas mismas que habían entrado obscenas en su cuerpo abriendo camino al placer, se posaron con furia alrededor de su cuello y empezaron a hacer presión. Todo entonces por fin terminaría.

 

Yuuri giró la cabeza y pudo ver al rostro de su amante. El único sonido en ese momento era el de la lluvia golpeando fuerte contra el asfalto, bailando alrededor de ellos. Viktor lo veía fijamente, con la mirada desorbitada, presionando más y más en ese cuello que empezaba a ceder. Yuuri lo miraba con todo el amor que podía, intentando pedirle perdón con sus ojos antes de morir. Él no lucharía por una vida que ya no deseaba. Ese era uno de los momentos más felices de su vida. Viktor lo mataría. Recordó las palabras de Marco Aldrieri: «amar a un Nikiforov, es morir»

 

—¡¡Yuuri!! —gritó Beka al ver la escena. Corrió todo lo rápido que pudo para intentar separar a Viktor, pero parecía imposible. La manos del hombre de ojos azules parecían haberse fusionado con ese cuello que se quebraba. Yuuri empezaba a cerrar los ojos y Beka, ese amigo caído del cielo, tuvo que darle un puñetazo al patinador para poder apartarlo.

 

El cuerpo de Yuuri cayó de nuevo al piso empapado, sin la más mínima señal de movimiento. El vestido se le había levantado por completo, bajo esa faldita hermosa no se ocultaba una pelvis plana, ahí estaba en el bóxer ese pene que tanto había disfrutado de las caricias de Viktor. Él lo vio y bramando iba a lanzarse de nuevo, la muerte no estaba completa.

 

—¡POR FAVOR, VIKTOR! —escuchó que le gritaron. La voz no era otra que la de Beka, que estaba de rodillas con los brazos extendidos en señal de súplica. Rogaba por la vida de su amigo.

 

Viktor sintió un mal sabor de boca y de inmediato un vómito en proyectil lo hizo flaquear. No podía dejar de trasbocar, apenas si la fuerza le alcanzaba para sostenerse de una pared. Gritaba y vomitaba. Mucho del deshecho de su estómago salpicó el cuerpo al parecer yerto de su esposo. Temblando se incorporó un poco, solo para patear con toda la fuerza que pudo, el rostro del que suplicaba. Otabek cayó frente a un muro y con dificultad se puso de nuevo de rodillas frente a él, sangrando a más no poder.

 

—¡Viktor! —escuchó su nombre de los labios de Chris, que casi se desmaya al ver la escena, ambientaba por la fuerte lluvia que hacía todo más horrible. No entendía nada, había tardado mucho en hallarlos y tal vez evitado todo aquello.

 

No quiso hacer preguntas en ese momento. Tomó a Viktor por la cintura, parecía que estaba por desvanecerse. Le limpió un poco la boca y lo empezó a arrastrar fuera de ahí, mientras veían con total desesperación a Yuuri y a Otabek quedarse en aquel basurero, muy acorde a todo ese horror. Viktor no podía caminar bien, parecía más ebrio que otra cosa. Sollozaba incontrolable, suplicaba por morirse. Con dificultad Chris lo cargó en su hombro y lo sacó de ahí. No supo que el cuerpo tendido vio todo, porque aún tenía la desdicha de respirar.

 

—Todo terminó… ¿verdad, Beka? —preguntó Yuuri, apenas con un hilo de voz, parpadeando mucho para evitar que la lluvia entrara en sus ojos.

 

—Todo terminó, Yuuri —respondió Otabek Altin, de rodillas mirando un muro, como si estuviese aun suplicando a esa pared grafitada, misericordia para él y para su Yuuri. Sangraba a raudales, pero no parecía ser el momento para limpiarse. Tal vez esperaba que esa sangre sucia, despejara el alma.

 

Yuuri a través de la lluvia, vio unos zapatitos de tacón. Movió un poco los ojos y a unos pasos la vio a ella, a Sora. Tenía una media sonrisa en el rostro y estaba más hermosa que nunca. Yuuri devolvió la sonrisa y levantó un poco sus dedos para despedirse, para dejarla ir. Ella se movió con gracia mientras le enviaba un beso. Luego giró sobre sus pequeños pies y salió de ahí, de la vida de Yuuri y de todos, para siempre.

 

***

Con amor: Yukino

 

(*) Fragmento de la canción Nine Crimesde Damien Rice

 

Gracias a todos los que siguen leyendo esta historia, a quienes la comentan y la sufren. Se acerca el final. Gracias por vivirlo conmigo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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