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Te acompaño a llorar por Mari-Sponge

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El gran día había llegado. El equipo del Aoba, esperaba algo ansioso la llegada de las demás escuelas. –Al menos no vendrá Shiratorizawa –exclamó Oikawa, haciendo gestos al hablar de aquella escuela. –Una semana entera con Ushiwaka –los siete chicos de tercero fingieron escalofríos, mientras hacían muecas de desagrado. No tardaron en recuperar la compostura, al sentir la mirada pesada del entrenador Irihata. Los primeros en llegar, fueron los chicos de Karasuno. Claramente se podía sentir la tensión entre los equipos, incluso Ukai y Mizoguchi se miraban con cierto recelo. Fueron Takeda y su amistoso saludo con el entrenador Irihata, los que aliviaron un poco las tensiones entre los chicos. –Hemos dividido los salones, para que todos puedan descansar. Pueden ir a dejar sus cosas primero, y luego reunirnos aquí, para empezar el calentamiento –ambos morenos pasaron al lado de los chicos, mientras ultimaban los últimos detalles del horario de ese día.

Una hora después, llegaron los autobuses correspondientes a Nekoma y Fukurodani. El primero en bajar, fue Bokuto, gritando como siempre. Hinata no tardó en unírsele, mientras Daichi le gritaba que guardara silencio. – ¿Tendremos que pasar una semana entera con ellos? –preguntó con pesar Kunimi. El equipo del Fukurodani, se formó, esperando por su capitán, quien, al parecer, había olvidado para qué estaban ahí. –Lamentamos el ruido que Bokuto-san pueda causar –se disculpó Akaashi, con una pequeña reverencia, seguido del resto de sus compañeros. Los últimos en bajar, fueron los chicos del Nekoma. Los ojos de Kenma se paseaban por todos y cada uno de los miembros del nuevo equipo. Sin embargo, no notó que dos pares estaban sobre él.

***

La mañana empezó con un calentamiento general, y una carrera por un perímetro establecido. Luego de ello, empezaron los partidos entre escuelas; aunque claro, al ser pocos, no era tan emocionante como en Tokio. Y aún así, el cansancio que afectaba al teñido, era igual. Pero las dudas iniciaron, cuando al momento del almuerzo, se encontró envuelto entre los chicos del Aoba. En otras circunstancias, Kuroo no hubiera dudado en ir a rescatarlo. Encogido entre Iwaizumi y Kyotani, buscaba con la mirada al moreno; una parte de su corazón suspiró aliviado, al verle al lado de Bokuto, hablando tranquilamente; sin embargo, la incertidumbre no se alejaba de su ser, mientras notaba como Tsukishima miraba insistente a su novio. – ¿Acaso  no tienes hambre? –la voz del as de Seijo, lo sacó de sus pensamientos, haciéndole brincar en su asiento. –Con todo este ejercicio, deberías estar muriendo de hambre –soltó el moreno, antes de llevarse un trozo de carne a la boca.

Por su parte, Kenma solo le miraba algo asustado. –No seas tonto, Iwaizumi –habló Matsukawa, sonriendo ladino. – ¿No ves que asustas al minino? –añadió, mirando esta vez a Kozume, quien solo se hacía más pequeño en su asiento. –Vamos, no mordemos, gatito –terció Hanamaki, tratando de calmar al chico. – ¡Oh! Kenma, aquí estás –soltó Yaku, azotando su bandeja en la mesa, mientras le sonreía forzadamente a los “gigantes” que rodeaban a su compañero. Kentaro le gruñó al castaño; sin embargo, para gran sorpresa de todos, el “pequeño gatito”, le devolvió el gesto. –Yaku-san podrá verse pequeño, pero es muy bravo –sonó la voz de Lev, alegre como siempre. Los cuatro chicos del Aoba, quedaron mudos, al notar el gran golpe que le fue propinado al ruso, ante, según Yaku, sus palabras ridículas e innecesarias. Con Lev y Morisuke cerca, los nervios de Kenma se calmaron un poco; y Matsukawa sonrió al notar esto.

Después del almuerzo, todos volvieron al gimnasio, volviendo a los partidos de práctica entre escuelas. Las horas pasaban, y el cielo se tiñó de anaranjado. – ¡Kenma! ¡Vamos a entrenar! –se escuchaba la voz de Kuroo, mientras buscaba por el teñido. Este, por su parte, intentaba esconderse del mayor. Estaba demasiado cansado para seguir entrenando; hace poco se había zafado de Hinata y ese chico al que llamaban “Perro Loco”. El capitán de Seijo apareció ante Kuroo, algo molesto por tanto griterío. –Ahora –murmuró el menor, comenzando a correr sin rumbo definido. Antes de darse cuenta, estaba en la azotea de uno de los edificios. Jadeante, se dejó caer al suelo, apoyado contra la pared. –Parece que no soy el único que detesta entrenar de más –toda la calma que había logrado recuperar, se escapó en ese brinco de susto. Sus ojos fijos en aquel chico, con la interrogante en toda su expresión. –Ven, no muerdo –sonrió ladino, palmeando el suelo a su lado. –Charlemos.


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