Harry estaba harto de esas detenciones que le endosaba Umbridge, eran del todo injustas, él solo decía la verdad. Voldemort había vuelto, él lo había visto y esa estúpida cara de sapo no hacía más que humillarlo en clase y torturarlo en las detenciones.
Desde que comenzó el curso, Dumbledore le evitaba. Había querido hablar con él infinidad de veces, y ni se dignaba a recibirle. Él siempre había podido hablar con el Director. Estaba furioso, todos le evitaban, tenía sueños horribles, la cicatriz dolía un montón, la cara de sapo se la tenía jurada, Sirius no podía ir a verle y encima la mano le dolía y picaba a rabiar.
El único consuelo que tenía eran Gatito y Malfoy. Bueno, quita a Malfoy, ¿realmente esta tan solo y desesperado para decir eso?
Solo Gatito, él era blandito y cariñoso, y siempre corría al verlo llegar con un juguete en la boca. Dormía sobre sus piernas o sobre cualquier parte de su cuerpo que encontrara cómoda cuando estaba allí.
Levantó la vista y vio a Malfoy, tener que compartir a Gatito con él tampoco era tan malo. Entre las clases y las detenciones, podía estar poco con el animalito. Pero Malfoy siempre le hacía compañía.
Esa noche llegó antes de la cena, le dolía la mano, aquella maldita pluma le estaba dejando las palabras marcadas. Ya podía verse claramente que era una frase sobre la piel.
Malfoy tenía a Gatito dormido sobre su regazo, mientras él leía. ¿Es que siempre estaba leyendo?
Alzó la vista al verlo y no se sorprendió, no, él tampoco lo hubiera hecho.
Gatito ni abrió el ojo, animal desagradecido, hoy necesitaba sus mimos.
Se sentó y sacó sus libros. Le dolía mucho pero tenía dos redacciones y practicar un par de hechizos.
Malfoy se levantó ganándose un maullido de Gatito, pero este lo cargó consigo. Se colocó delante de Harry y sacó dos cosas del bolsillo, un tarro de crema y una pluma.
Dejó ambas cosas delante del desastre de libros y pergaminos que tenía amontonado Harry.
Y como si tal cosa volvió a su rincón favorito, habían traído un par de sillones de la Sala de los Menesteres.
—¿Qué es eso?—le preguntó Harry sin atreverse a tocarlo. A pesar de todo, aún no se fiaba de él. Deformación profesional, le llamaban.
—Eso funciona del mismo modo que lo que te ha hecho lo de la mano, pero a la inversa—dijo Malfoy acariciando a Gatito—Moja la punta en la crema y escribe.
Ya no le prestó más atención en todo el tiempo que estuvieron allí.
Harry miraba ambos elementos de un modo sospechoso. Pero mirándose su propia mano que le escocía decidió darle un voto de confianza.
Abrió la tapa y metió la punta de la pluma, extendió un pergamino en blanco y comenzó a escribir.
Un cosquilleo en el dorso de la mano le hizo soltar un pequeño gemido de placer. Aquello era realmente bueno, y volvió a mojar la pluma.
Repitió la operación hasta que notó que la mano dejó de dolerle, y la piel no se veía tan lastimada.
Asombrado miró a Malfoy que seguía leyendo. Era peor que Hermione.
—Gracias, Malfoy.
Este solo hizo una inclinación de cabeza. Harry volvió a sus tareas pendientes con otro ánimo, mientras abría libros y extendía pergaminos con una sonrisa en los labios no pudo ver como Malfoy alzó la cabeza mirándolo, él también sonrió, aunque eso solo lo vio Gatito.
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