John estaba recostado sobre su cama mirando hacia un punto fijo en el techo de su antiguo departamento, volteó para ver el reloj por enécima vez…las 4 AM, se había convertido en un hábito sufrir de insomnio por las noches, había intentado automedicarse para lograr descansar al menos 8 horas seguidas, pero nada había funcionado, solo podía mirar a la oscuridad, pensando en Sherlock, su mejor amigo, el mejor hombre…la persona que más le había importado en su vida, quizás con la vaga esperanza de verlo aparecer entre las sombras de su habitación diciendo “Hola John…levantate ¡el juego…ya comenzó!”.
Habían pasado 2 años desde que Sherlock se decidió a saltar desde la azotea del edificio, esa escena pasaba una y otra vez por su mente como una cinta de video, las palabras de Sherlock resonando en su cabeza “esta es mi nota John”. Había querido decirle tantas cosas, se había negado a creer su muerte por mucho tiempo… frente a su tumba conmovido le había pedido un último milagro al ingenioso detective…no estar muerto. Sin embargo, con el paso de los meses se fue convenciendo a sí mismo, Sherlock jamás regresaría.
- ¡Oh maldición…exclamó molesto al no poder conciliar el sueño! Se levantó, tomo su laptop y comenzó a releer su blog, al menos sus propias palabras describiendo con admiración las numerosas hazañas de Holmes lo reconfortaban por algunos minutos, “fue la mejor de las épocas…junto a ti Sherlock” pensó para sus adentros.
Aún asistía una vez por semana a sus sesiones con la psiquiatra, desde que su amigo había muerto, John cayó en una profunda depresión, tenía pensamientos suicidas constantes, ya no le encontraba el sentido a la vida, cada vez se volvía más difícil avanzar…todo había cambiado. Extrañaba la adrenalina y la excitación que sentía al caminar por Londres junto a Sherlock Holmes acompañándolo a resolver los casos y atrapando criminales…Mycroft tenía razón, caminar con Sherlock era como estar frente al campo de batalla…una experiencia única.
Lo extrañaba, sin duda habría dado lo que fuera por volver a verlo tan solo unos instantes, para tener la oportunidad de decirle todo lo que se había guardado esos años juntos, expresarle lo mucho que lo quería, lo afortunado que se sentía por haberlo conocido, confesar que lo había salvado, él estaba tan solo al volver de la guerra y Sherlock le había devuelto el sentido a la vida, con él jamás se cansaba, a pesar de los defectos del rizado, era un buen hombre, aunque Holmes jamás lo admitiría en voz alta.
Finalmente eran las 7 AM, “por fin una hora razonable”, se vistió distraídamente y salió a la calle, en ocasiones podía ver nítidamente una figura oscura de espaldas con un gran abrigo caminando entre la gente cruzando alguna esquina, siempre estaba tentado a seguirla y algunas veces no había podido resistirse, terminaba en algún callejón solitario o en alguna escena del crimen de uno de sus antiguos casos… “debo verme ridículo…es así como me hacías lucir frente a los demás”…su mente le jugaba malas pasadas constantemente.
John Watson se había cerrado en sí mismo, había perdido el contacto con la mayor parte de las personas que antes rodeaban a Sherlock. A Mycroft lo vio por última vez en el funeral del detective y a Lestrade había dejado de contestarle las llamadas, finalmente a la señora Hudson la iba a visitar con regularidad pero de pronto ir al 221 B de Baker Street comenzó a hacerse más y más difícil…hasta que dejó de visitarlo, estar en ese apartamento le hacía mal, escuchaba la voz de Sherlock como un eco entre las paredes y las tristes melodías de su violin seguían en su mente… “cómo me fastidias Sherlock…aún después de…muerto”. Se había cansado de llorar, ya no le quedaban lagrimas que derramar por el fatal deceso del detective consultor. Había sido todo tan injusto, Moriarty realmente los había dañado a ambos…pero había terminado quemando el corazón de John, Sherlock solo había desaparecido del mundo de los vivos con un simple salto al vacío.
El único lugar que no había dejado de visitar era la tumba de Sherlock, casi todos los días asistía a dejarle flores y charlar, o más bien a relatarle su vida y sus sentimientos, por fin se atrevía a hablar de sentimientos en presencia de Holmes… aunque el detective no lo escuchara era terapéutico para el doctor poder hablar en el lugar en el que los restos de Sherlock descansarían por la eternidad, frente a esa pulida placa negra podía desahogarse del hastío del mundo, de lo deprimente de su situación actual….mientras aguardaba pacientemente su propia muerte