Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cantarella (Riren/Ereri) por Tesschan

[Reviews - 10]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.

Capítulo 12:

(Deseo)

Era el Fuego

 

Si me pides fuego, arderá todo.

Yo no sé amar de otra manera.

(David Sant)

 

 

 

A pesar de estar en pleno verano y a que el amanecer despuntaba sobre las cinco en Trost, por lo que el cielo ya estaba comenzando a aclarar, Eren, dirigiéndose nerviosamente hacia los establos, no pudo evitar estremecerse un poco a causa del frío reinante en el exterior.

Aún faltaba casi una hora completa para su cita con Jean, pero como apenas había sido capaz de conciliar el sueño durante la noche, dando tantas vueltas de forma inquieta en la cama que hasta terminó por despertar dos veces a Armin, prefirió levantarse de una vez. Además, debía admitir que para sus planes le venía bien el tener un poco de ventaja frente al otro chico. Perder aquella carrera no era una opción.

Arrebujándose lo mejor que pudo en su sudadera negra, Eren oteó los alrededores y apuró el paso, rogando por no encontrarse con nadie que pudiera descubrir sus planes. Por lo general la actividad en el orfanato no daba inicio hasta las seis y media durante los meses de vacaciones, pero aun así existía siempre una pequeña posibilidad de que alguno de los tutores se levantase más temprano y decidiera que era una buena idea aprovechar de manera productiva la mañana.

Una vez llegó a las caballerizas sin ningún contratiempo, finalmente pudo volver a respirar tranquilo, a pesar de que notaba como la tensión estaba haciendo estragos en los músculos de su cuerpo y aceleraba su corazón hasta un punto casi peligroso.

Si no ganaba aquella absurda competencia en la que Jean lo había metido, estaría perdido, se recordó. Ni siquiera se atrevía a pensar en lo que haría Levi si se llegase a enterar de los indebidos sentimientos que albergaba por él.

Sin querer arriesgarse a que alguien supiera que estaba allí a una hora tan temprana, Eren encendió solo uno de los quinqués interiores, iluminando el lugar lo justo para distinguir los cubículos de madera donde los caballos descansaban y así no acabar tropezando o resbalando sobre el suelo cubierto de paja del corredor central.

Debido a las obligaciones habituales que debían cumplir en el orfanato, y a sus incontables horas de castigo con Jean, Eren estaba más que familiarizado con ese lugar. Los establos habitualmente resultaban un sitio tranquilo y solitario en comparación con el resto del recinto, el cual siempre estaba repleto de gente pululando por todas partes; por ese motivo, le gustaba pasar su tiempo allí a pesar de lo agotador que siempre resultaba el cuidar de los caballos y a que tener que limpiar estiércol no era el trabajo más agradable del mundo; además, el cálido olor terroso de los animales y del heno fresco, de cierta forma lo hacían sentir tranquilo y seguro, quizá porque le recordaban un poco a su hogar en Shiganshina.

Ahogando la punzada de tristeza que lo invadió al pensar en su hogar, Eren comenzó a trabajar en solitario mientras esperaba por Jean, llenando varios cubos con agua y pienso para atender a la docena de caballos con los que contaba el orfanato. Uno a uno fue revisando los cubículos donde los animales habitaban para dejarles sus respectivas raciones de comida, lo que estos agradecieron con mientras de cariño que mejoraron bastante su humor.

Como la mayoría de los caballos estaban pensados para el trabajo en clases, enseñando a los chicos a montar y cuidar de estos, solían ser animales bastante mansos y obedientes, sobre todo con los más pequeños. Algunos otros, no obstante, estaban exclusivamente destinados al trabajo de la granja, por lo cual a ellos no les estaba permitido utilizarlos de forma recreativa, siendo solo los chicos mayores quienes podían acercárseles cuando debían cuidar de ellos o ayudar en aquellas tareas.

Una vez hubo acabado con el resto de los animales, Eren finalmente entró sin hacer demasiado ruido a una de las últimas cuadras, la cual pertenecía a Rusalka. Nada más oírlo entrar, esta de inmediato levantó la cabeza y lo observó detenidamente desde su posición echada, sin decidir todavía si deseaba su presencia o no. Conociendo lo temperamental que solía ser la yegua la mayor parte de las veces, él sacó un par de manzanas que guardaba dentro del bolsillo delantero de su sudadera y se las enseñó a esta con una sonrisa dibujada en los labios.

—Venga, Rusalka, ¿quieres ser una buena chica hoy? Te he traído un obsequio.

Como por arte de magia, la yegua se puso de pie con toda la elegancia de sus miembros largos y gráciles, dirigiéndose hacia donde él se encontraba para recibir su presente. Eren, contento por su aceptación, acercó hasta su hocico una de las manzanas, permitiendo que ella la olisqueara antes de comenzar a mordisquearla entusiasmada.

Aquella yegua de blanco pelaje y renegridas crines, era de lejos el ejemplar más hermoso que tenían en el orfanato, pero al mismo tiempo resultaba ser quien poseía el carácter más infernal, logrando que la admiración que esta generaba fuese proporcional al terror que todos le tenían, al igual que a los seres míticos del cual tomaba su nombre. A sus cinco años, Rusalka era la monarca indiscutible de las caballerizas, y por supuesto también su favorita.

Tras darle a esta la segunda manzana, Eren aprovechó de cambiarle el agua y ponerle su ración de heno fresco y pienso, el cual la yegua se acercó a comer con su habitual tranquilidad de dama refinada, contemplándolo cautelosamente con sus sagaces ojillos oscuros en cuanto él se aproximó con los utensilios para acicalarla.

Mientras pasaba la almohaza por el lustroso y pálido pelaje de esta, Eren meditó una vez más sobre lo que estaba a punto de hacer, cuestionándose el grado de locura y temeridad de su acto al aceptar esa apuesta con Jean, además de su evidente desobediencia; pero, ¿acaso tenía otro modo de asegurar el silencio de este aparte de con una victoria?

Lo dudaba mucho.

Aun así, él tenía la seguridad de que si había un caballo en el orfanato que fuese el más veloz y ágil a la hora de competir y ganar, esa era Rusalka. Grácil y ligera, con un cuerpo hecho para galopar a alta velocidad, la yegua solía correr como el viento sobre las olas; un espectáculo completamente hermoso para todo el que la viera. No obstante, el principal obstáculo radicaba a la hora de dominarla.

Aparte de Levi, a quien ella parecía estar terriblemente apegada, Rusalka detestaba a todo el resto, dando feroces coces a quienes se acercaban a ensillarla y encabritándose cada vez que la querían montar.

Eren sabía que usar a esta para algo tan banal como una carrera de competición era un potencial suicidio, pero lo cierto era que se tenía confianza. Milagrosamente la yegua parecía aceptarlo, al igual que a su tutor, y hasta mostraba algunas veces que le tenía cariño. Bajo la estricta supervisión de Levi, él la había ensillado e incluso montado un par de veces, lo que obviamente provocó la envidia y admiración del resto de sus compañeros, lo que motivó que el otro le hiciese prometer que jamás utilizaría al animal estando a solas. Una promesa que Eren había mantenido fielmente hasta ese día, cuando estaba a punto de romperla.

Una vez terminó de arreglar a la yegua, se preparó para ensillarla, sacándola con cuidado de su cuadra y colocando el cabestro sobre su cabeza para asegurarla a la valla del establo antes de proceder con la montura.

—Por favor, Rusalka, ayúdame hoy —le suplicó a esta mientras acariciaba sus negras crines—. Realmente necesito ganarle a Jean, sea como sea. Si no lo logro, estaré en verdad perdido.

Como si comprendiese su aflicción, la yegua cabeceó suavemente sobre su brazo izquierdo, logrando que él sonriera y se sintiese mucho más confiado, devolviéndole la muestra de afecto con unas palmaditas en los belfos antes de colocarle la manta y comenzar a ensillarla.

Eren acababa de terminar de ajustar las bridas, cuando Jean finalmente hizo su aparición en las caballerizas. Este, al igual que él, iba vestido con desgastados vaqueros azules y las negras botas de montar, sin embargo la sudadera abierta que llevaba sobre su negra camiseta de un grupo de rock, tenía un pálido tono de gris que le recordó sorpresivamente a los ojos de Levi y la razón por la que hoy estaba allí, reafirmando su determinación.

—¡Joder! —soltó su compañero al verlo, abriendo por completo sus claros ojos marrones, llenos de aterrado asombro mientras contemplaba a la yegua—. Realmente eres un bastardo suicida, Jaeger… No puedes estar tan loco como para pensar en usar a Rusalka, ¿verdad?

Por respuesta, él apoyó su cabeza sobre el largo cuello del animal, palmeándolo con un gesto suave y afectuoso que logró que el otro lo viese con auténtico espanto.

—Claro que sí. A mí ella no me hace nada —añadió Eren con socarronería. A continuación, lleno de maliciosa burla, le preguntó a su compañero—: ¿Qué pasa, Jean? ¿Por qué esa cara de terror? No irás a decirme que le tienes miedo a Rusalka a pesar de pertenecer a la misma especie, ¿verdad? ¡Se supone que ustedes dos deberían entenderse y ser amigos!

Furioso por su desagradable broma, su compañero le enseñó el dedo medio antes de dirigirse con paso pesado hacia las cuadras, espetándole con total desprecio:

—Has lo que quieras, bastardo. Por mí puedes partirte la crisma, me da igual. —Asomando su despeinada y castaña cabeza por la puerta del cubículo, Jean sonrió sarcásticamente—: Ya deseo ver lo furioso que se pondrá Levi contigo cuando se entere de que has utilizado a Rusalka sin su permiso. Su pequeña y linda mascota siendo desobediente, ¡que desgracia! —soltó este antes de volver a desaparecer dentro de la pesebrera, riendo a carcajadas.

Notando como la ira comenzaba a bullir dentro suyo, Eren apretó las riendas que sujetaba en su mano izquierda y respiró pesado, sintiendo como el miedo y la culpa lo embargaban a partes iguales debido a lo que el otro acababa de decirle. Sin embargo, al percibir como Rusalka acercaba su cálido hocico hacia su rostro, inspiró profundo para tranquilizarse y sonrió al mirarla.

No debía hacer caso a Jean y sus tontas provocaciones, se recordó; este solo quería hacerle perder la cabeza para que así le resultase mucho más fácil derrotarlo, y aquello era algo que él no podía permitirse. No cuando una derrota probablemente significaría el perder a Levi cuando apenas había logrado recuperarlo hacía unos pocos días atrás; porque si de algo estaba seguro Eren, era de que si este se alejaba de su vida, él moriría.

 

——o——

 

Una vez llegaron a una de las tantas pequeñas colinas que colindaban con el orfanato, tanto Jean como él entrecerraron los ojos para mirar a su alrededor, semicegados por el sol que ya estaba brillando en el celeste cielo a pesar de ser apenas las seis de la mañana.

Tras hablarlo un poco, ambos habían acordado que la carrera comprendería una vuelta completa a los terrenos de la casona partiendo desde aquella colina. No era un recorrido demasiado largo ni complicado al ser casi todo terreno llano, por lo que este no les debería tomar más de quince a veinte minutos, otorgándoles así tiempo suficiente para regresar los caballos a los establos antes de que el resto del orfanato se levantara y descubrieran su falta. Ciertamente ninguno de ellos deseaba meterse en problemas después de lo ocurrido días atrás.

—Bien, entonces ya está decidido —dijo Jean, palmeando cariñosamente el castaño cuello de Tremor, el caballo que había elegido para ese día y el cual se caracterizaba no solo por su resistencia, sino que también por su buen carácter y obediencia. Clavando sus claros ojos marrones en él, este añadió lleno de malicia—. Ya estoy deseando el tenerte durante este mes bajo mis órdenes, Jaeger. No puedo imaginar lo divertido que será.

—Como si fuera a permitírtelo, idiota cara de caballo. Solo recuerda mantener tu promesa —fue su escueta respuesta mientras tiraba con destreza de las riendas de Rusalka para guiarla y acomodarla en posición de partida.

Una vez ambos estuvieron lado a lado en el punto asignado, Eren se inclinó ligeramente hacia adelante en la silla y acarició las negras crines de la yegua para animarla. Esta, como si presintiese la tensión creciente, relinchó bajito, haciendo que Tremor se pusiera nervioso y corcoveara un poco al intentar guardar distancia de ella, pero Jean lo controló con habilidad, manteniéndolo en su sitio.

—Oye, Eren —comenzó su compañero sin mirarlo para nada; el alargado rostro extrañamente sombrío y sus ojos clavados en sus propias manos sujetando las riendas—, sé que te dije que debíamos competir hoy o le contaría todo a Levi, pero… bueno, tal vez podríamos aplazarlo para otro día —murmuró este casi atragantándose con sus propias palabras, contemplándolo con cierta ansiedad cuando finalmente levantó la cabeza—. Rusalka

A pesar de tener claro que tanta generosidad por parte del otro chico provenía de lo nervioso que a este lo ponía el comportamiento imprevisible de la temperamental yegua, Eren no pudo evitar sentirse un poco tocado en el orgullo. Era cierto que aquel animal no era para nada dócil, pero con él Rusalka siempre se había comportado bien y la sabía manejar perfectamente, motivo por el que estaba seguro de que no perdería aquella absurda competencia. De esa forma cerraría definitivamente la boca de aquel idiota.

Sonriendo a Jean con una socarronería que en absoluto sentía, y la cual solo intentaba mitigar y ocultar sus propios nervios, Eren volvió a acariciar con parsimonia el cuello del animal que se mantenía tranquilo bajo su toque.

—¿Qué pasa, Kirstein? ¿Estás nervioso? ¿Tienes miedo de que te patee el trasero?

Tal y como supuso que sucedería, los ojos del otro se entrecerraron y su ceño se frunció con furioso desprecio, desprendiendo ira pura y caliente que a su vez exacerbó sus propios sentidos. Era algo horrible que la presencia de Jean tuviese siempre la capacidad de alterarlo tanto, pensó Eren, pero en esos momentos agradecía el tener algo que lo motivara y enterrara su miedosa inseguridad bajo capas y capas de determinación.

—Que te den, Jaeger —replicó su compañero entre dientes, azuzando a continuación a su montura para que avanzara y se alejara un poco de Rusalka que había comenzado a piafar, nerviosa—. Ya lo sabes, una vuelta completa para determinar al vencedor. Partiremos a la cuenta de tres, así que prepárate. Ya estoy deseando contar con tus servicios, princesa —añadió con total burla, despertando su indignación; la cual se incrementó a un más cuando Jean comenzó el conteo sin apenas darle tiempo de reaccionar y se lanzó al galope.

Maldiciendo su tonto descuido, Eren apretó las piernas contra los flancos de Rusalka para instarla a que esta también echara a correr, inclinándose ligeramente hacia atrás y sin apartar los ojos de su compañero, quien ya se apreciaba a la distancia como un punto cada vez más lejano.

A pesar de que la tensión por ganar aquella carrera seguía atenazando su corazón, Eren no pudo evitar que la adrenalina bullese dentro suyo, llenándolo de una alegría bullente. Amaba cabalgar con toda su alma, y aquella era una de las pocas cosas que realmente agradecía de su llegada a Trost. Sobre un caballo, él siempre se había sentido libre, sin preocupaciones absurdas ni miedos. Cada vez que montaba, el terrible mundo que lo rodeaba desaparecía y podía ser él mismo, tal como lo había sido antes de que sus padres murieran y todo se fuese al demonio; además, se dijo, aquello era algo que le había enseñado Levi, algo que compartía con este y nadie podría arrebatárselo.

Sintiendo el viento agitar su cabello y azotar su cara sin piedad alguna mientras azuzaba a Rusalka para que apurase el paso, Eren observó como el paisaje verde y terroso a su alrededor se convertía en una mancha difuminada a causa de la velocidad. Se sentía casi ensordecido a causa de la tensión, pero aun así podía oír el pesado jadeo de la yegua bajo suyo y notar el latido desenfrenado de su propio corazón bombeando en sus oídos, como si este siguiera el compás constante y duro de los cascos del caballo al golpear contra el suelo, devorando en cada zancada el espacio que lo separaba de la meta.

La maldición gruñida que dejó escapar Jean cuando finalmente lo rebasó, llegó hasta sus oídos como si fuese música. Sin poder evitarlo, Eren soltó una carcajada llena de júbilo al saberse victorioso, feliz como no lo había estado en mucho tiempo.

Aunque el viento frío se colaba sin piedad entre sus ropas, notaba la frente perlada de sudor y un calor desconocido abrasarlo, como si estuviese ardiendo desde el interior; y fue solo cuando vislumbró el montículo que habían fijado como línea de meta, que aquella quemante ansiedad pareció remitir un poco, llenándolo de completa euforia al saberse a un paso de ser el ganador.

Apretando un poco más las piernas para señalar a la yegua a que apurase el galope, Eren puso en práctica todo lo aprendido de las enseñanzas de Levi, dispuesto a poner fin a esa absurda competencia y aplastar a Jean. Los últimos metros hacia la meta pasaron solo como segundos ante sus ojos; veloces e indefinibles, apenas un par de parpadeos antes de que su respiración se regulara y ya estuviese allí, ganando; haciéndolo sentir orgulloso e importante debido a su logro.

Su grito de alegría resonó vibrante, reverberando con cierto eco que se expandió por la solitaria colina. Disminuyendo el paso de la yegua hasta que este se convirtió en un galope suave y luego en un medio trote, Eren acarició el tenso y sudado cuello de esta, inclinándose lo suficiente para poder abrazarla.

—Gracias, Rusalka, lo has hecho muy bien. ¡Eres la mejor chica de todas! —dijo agradecido al animal, quien en ese momento respiraba pesadamente intentando recuperar el aliento.

Sin bajarse aun de su montura, oteó el horizonte hasta que vislumbró a Jean que venía a toda prisa hacia él. A pesar de la distancia que aun los separaba, Eren pudo notar la expresión furiosa y oscurecida de este, lo que lo hizo alegrarse todavía más al saber que tras aquella aplastante derrota cerraría la bocaza del idiota de Kirstein.

Sonriendo lleno de burla, él levantó un brazo y saludó al otro que ya solo se encontraba a unos pocos metros de distancia. Notó los labios de Jean moverse, de seguro en una amenaza que no pudo comprender, pero antes de que llegase a replicar nada, Eren oyó el relincho nervioso de la yegua bajo suyo y sintió su inquieto corcoveo, por lo que acortó las riendas para no perder el control.

—Hey, hey, tranquila —le dijo a esta, volviendo a palmear su cuello con amabilidad—. Tranquila, Rusalka. Ya nos iremos a casa; solo espera un poco más, por favor. Una vez lleguemos a los establos te atenderé adecuadamente, ¿te parece bien?

A pesar de sus palabras tranquilizadoras, el animal siguió inquieto, dando vueltas en círculos y mostrándose reticente a quedarse quieta a pesar de los intentos que él hacía por calmarla. Más preocupado de lo que quería admitir, Eren siguió hablándole, pero Rusalka simplemente no lo oía, moviéndose de un lado a otro sin que él pudiese detenerla.

—¡Eren, ten cuidado! ¡Aléjate de allí! —oyó que le gritaba lleno de pánico Jean, una vez lo tuvo cerca. Tremor, que comenzó a ponerse nervioso nada más ver el estado agitado de la yegua, retrocedió a una distancia prudente, por lo que su compañero intentó refrenar su avance antes de que este saliese huyendo.

—¡No te acerques! ¡Mantente allí! —le advirtió él al otro chico, sintiendo como el corazón casi se le salía del pecho cuando uno de los corcoveos de Rusalka casi lo lanzó de la silla—. Solo está asustada. Necesito un poco más de tiem-

Las palabras murieron en sus labios cuando la yegua finalmente perdió el control y se encabritó, alzándose sobre sus patas traseras. El jadeo ahogado que escapó de su garganta se perdió en medio del grito de Jean, quien, lleno de terror, se arrojó de su propia montura para ir en su auxilio; pero, lamentablemente, Eren se sintió caer antes de que su compañero pudiese hacer nada, notando el duro golpe del terreno irregular contra su espalda y la sensación de brutal ardor que lo envolvió en apenas un segundo, el tiempo suficiente para ver reflejado el miedo en los ojos castaños del otro chico y pensar, antes de que la oscura inconciencia lo envolviera, en lo mucho que seguramente se enfadaría Levi con él por desobedecerle.

 

——o——

 

Nada más intentar abrir los ojos, Eren sintió como el mundo se distorsionaba ante él y simplemente deseó morir. La cabeza le martilleaba como si se la estuviesen abriendo a golpes y notaba la molesta amenaza de las náuseas llenando su boca de forma desagradable. Le dolía el cuerpo y lo notaba pesado, casi como si no le perteneciera, y el no comprender el motivo de aquel malestar lo llenó de una desesperante angustia que solo consiguió empeorar su malhumor.

Haciendo un nuevo esfuerzo, entreabrió sus verdes ojos lo suficiente para contemplar a su alrededor. El blanco desgastado que predominaba en la estancia, desde las paredes hasta el escaso mobiliario que allí había, lo desconcertó durante un momento, confundiéndolo; sin embargo, al ver las otras dos camas vacías a su lado, dispuestas una junto a la otra, y notar que los estantes arrimados a los muros estaban llenos de archivadores e implementos médicos, comprendió con cierto desánimo que estaba en la enfermería del orfanato.

—¡Eren! —oyó exclamar a alguien a su lado, lo que provocó que tuviese que cerrar otra vez los ojos a causa del dolor que le provocó aquel pequeño grito, por lo que tardó unos cuantos segundos en darse cuenta de que la dueña de este era Mikasa.

Inclinándose apenas sobre él, esta le apartó el largo flequillo de la frente y le sonrió visiblemente aliviada. Su bonito rostro estaba surcado por una evidente angustia, la cual se acentuaba aún más debido a que sus oscuros ojos grises se hallaban cuajados de lágrimas.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Armin, también acercándose para sentarse junto a él en la cama—. ¿Quieres que llame al doctor Pixis? Nos ha dicho que le avisáramos si presentabas algún cambio significativo.

—Estoy en la enfermería, ¿verdad? —inquirió con voz enronquecida, mirando una vez más el pulcro y ordenado entorno que lo rodeaba. Sus amigos asintieron—. Pero, ¿por qué…? —comenzó, sin embargo acabó ahogándose debido a su garganta reseca y comenzó a toser. De inmediato Armin se apresuró a servirle un vaso con agua y le ayudó a beber, lo que Eren agradeció con un desganado gesto de su cabeza.

—Sobre tú pregunta, sí, estás en la enfermería desde esta mañana, Eren. —Su amigo volvió a sentarse a su lado y estiró con dedos nerviosos las arrugas dejadas en la blanca colcha—. Sobre el por qué…

—… es lo mismo que deseamos saber nosotros —lo interrumpió furiosamente Mikasa, fulminándolo con la mirada como rara vez lo hacía—. ¿Cómo has podido ser tan idiota, Eren? ¡¿Montar a Rusalka?! ¡Esa yegua está poseída! Al único que le permite acercarse es a Levi, y eso ya dice mucho de su carácter —escupió esta, llena de rencor—. ¿Sabes lo preocupados que hemos estado por ti? Jean llegó al orfanato contigo inconsciente y sangrando; explicándonos no sé qué cosa sobre una carrera y que ese maldito animal te había tirado. Cuando Armin y yo te vimos en esas condiciones, por un momento pensamos que… —Sin poder contenerse más, su amiga hundió la parte inferior del rostro en la roja bufanda que siempre llevaba y se dirigió hacia la ventana de la enfermería para ver a través de ella, de seguro dándoles la espalda para que no la viesen llorar. Una pálida sombra en negro y rosa que se recortaba contra la oscura luz crepuscular.

Soltando un suspiro cansino, Armin volvió a dejar sobre la mesilla de noche el vaso, ahora vacío, y lo miró con aquellos enormes ojos azules que hablaban en silencio de resignación y enfado, así como también entendimiento; aquel que ambos siempre habían compartido a pesar de muchas veces no decirse las cosas directamente.

—¿Tan mala fue tu discusión con Jean para que acabaras cometiendo esta locura, Eren? —Este movió la cabeza negativamente y se quitó las blancas deportivas, subiendo sobre la cama ambas piernas, enfundadas en azules vaqueros, para rodearlas con sus brazos y apoyar luego su cabeza sobre ellas—. Montar a Rusalka

—Ella siempre me ha permitido hacerlo. Levi me ha enseñado bien.

—Exacto. Levi —le dijo su amigo con firme amabilidad—. Con él cerca jamás habrá problemas, Eren. Ella lo reconoce y le respeta, le tiene cariño porque sabe que es recíproco, y es probablemente por ello que deja que tú también te le acerques y la montes, ya que comprende que él te quiere. Pero Rusalka es temperamental e imprevisible. Es peligrosa. —Armin movió la cabeza en negación una vez más, y al hacerlo la débil luz que iluminaba la estancia arrancó destellos dorados a su rubia melena—. Jean nos contó que esta vio una culebrilla cerca del lugar donde lo esperabas, lo que la alteró y puso nerviosa. Él trató de alertarte, pero Rusalka ya estaba bastante encabritada y terminó perdiendo el equilibrio, tirándote al suelo antes de ella misma resbalar. Luego todo resultó en este desastre.

Así que eso era lo que había ocurrido, asimiló él sorprendido, intentando rememorar lo ocurrido durante esa mañana pero sin lograrlo del todo. Recordaba su victoria, por supuesto, pero al mismo tiempo todo parecía desdibujarse en su memoria tras eso, como una película demasiado borrosa; además, su maldito dolor de cabeza no ayudaba para nada.

—¿Qué ha dicho Pixis sobre mi caída? ¿Fue muy mala? —preguntó atropelladamente, palpando con cuidado el molesto vendaje que rodeaba su cabeza y observando la desagradable vía intravenosa que estaba conectada a su brazo derecho, administrándole quien sabía que.

—Lo suficientemente mala para tener que llevarte al hospital y someterte a exámenes —replicó su amiga, volviéndose a mirarlo con ojos retadores y aquella determinación maternal que Eren detestaba. Apretando entre sus puños parte del faldón de su vestido rosa, como si de ese modo pudiese estrangularlo a él, continuó, furiosa—: Lo suficientemente mala para que se plantearan el tener que dejarte allí, con todos los riesgos que algo así conlleva para nosotros.

Preocupado ante aquel nuevo descubrimiento, Eren tragó con fuerza y buscó de inmediato a Armin.

—Entonces…

—… al final no fue necesario —intervino su amigo conciliador, calmando su angustia y lanzando de paso una implorante mirada a Mikasa para que esta dejara de discutir—. Tu herida no era tan mala después de todo, y tras los exámenes que descartaron una contusión cerebral más severa, los médicos del hospital aceptaron darte el alta mientras terminaras de cumplir con tu recuperación aquí. Ya sabes cómo es Levi respecto a dejarnos en un sitio desconocido.

Nada más oír el nombre de este, Eren se sentó de golpe en la cama, sintiéndose morir a causa del terrible dolor que lo recorrió de arriba abajo. De inmediato su amigo se puso de pie para ayudarle a recostarse otra vez, acomodando un par de mullidas almohadas en su espalda para que estuviese más cómodo.

—Levi… ¿Qué ha dicho él? ¿Está enojado conmigo? —se atrevió a preguntar finalmente a Armin, pero este rehuyó su mirada con cautela, tomándose más tiempo del necesario para cubrirlo con la inmaculada colcha blanca y volver a ocupar su puesto a los pies de la cama.

—Pues verás, Eren… creo que él sí está un poco enfadado contigo —admitió Armin en su manera siempre amable de explicar las cosas dolorosas. Sin embargo Mikasa, que parecía estar al borde de un ataque de rabia, bufó con total desprecio al oírlo.

—No está enfadado, está furioso —contravino ella—. No solo tú acabaste herido, Eren, sino que también Rusalka, a la que han tenido que sedar para poder inmovilizarle la pata esguinzada, ya que no dejaba acercarse a nadie. Hannes ha dicho que si no logra recuperarse en unas cuantas semanas, tendrán que enviarla a otro sitio. —Eren se sintió palidecer a causa de la culpa nada más oírla—. Además, el idiota de mi primo se ha metido en un montón de problemas con el resto de los tutores debido a tu pelea con Jean. Si no fuera por Hannes que intervino, lo más probable es que hubiésemos tenido que irnos también de aquí, y entonces, ¿qué, Eren? ¿Dónde iríamos? ¡Podrían hasta acabar separándonos!

—Mikasa, por favor —suplicó Armin, pero ella lo acalló con una mirada de ojos fulgurantes.

—Si no se lo decimos ahora, ¿cuándo, Armin? Eren se cree tan invencible que piensa que nada puede ocurrirle. Se enfada y pierde la cabeza, arrastrándonos a todos nosotros a sus problemas.

—Yo no te he pedido que te mantengas a mi lado. Si no quieres seguir conmigo y «mis problemas», ¡lárgate! —soltó él de malos modos, movido por la rabia y el malestar que sentía. No obstante, al ver como su hermana abría los ojos con sorpresa, llena de un dolor sordo y profundo, se arrepintió de inmediato por aquel arrebato.

—Vete al demonio, Eren —le dijo esta, aunque sus palabras parecieron más un agónico sollozo que un auténtico reclamo de rencor.

—¡Mikasa, espera! ¡Déjame explicarme! —gritó al ver como esta iba hacia la puerta de la enfermería sin mirar atrás. Intentó levantarse, pero le sobrevino un nuevo mareo, obligándolo a permanecer en su lugar mientras maldecía entre dientes su debilidad. Al oír el inconfundible «clic» de la puerta al cerrarse tras la chica, algo pareció romperse en su interior.

—Eren —oyó decir a Armin, consolador, pero él negó con un pesaroso gesto.

—Yo… lo siento. Lo siento mucho —murmuró, a pesar de saber que su hermana ya no podría oírlo—. Dios, soy un completo idiota, ¿verdad?

—Sí, lo eres; pero ella lo sabe y lo acepta, por lo que acabará perdonándote, como hace siempre —lo animó Armin, poniendo una mano sobre su hombro para volver a inclinarlo sobre la cama—. Aun así, deberás disculparte correctamente con Mikasa cuando salgas de aquí. Mucho de lo que ella te ha dicho es cierto, Eren. Tal vez no fue el modo de hacerlo, pero no ha mentido. Nos preocupas, sobre todo porque durante los últimos meses no has parecido tú mismo, y por primera vez en la vida no quieres o no puedes confiar en nosotros.

Las palabras de Armin, certeras como una saeta, resultaron otro nuevo golpe para su maltrecho corazón, sobre todo porque sabía que eran verdad; sin embargo, ¿cómo podía abrirse a ellos y hablarles de sus sentimientos hacia Levi? ¿Cómo podía siquiera pensar en confesarles que estaba enamorado de su tutor cuando en el fondo sabía que era algo casi imposible de aceptar?

A pesar de que jamás imaginó que querer a otra persona resultaría ser tan doloroso, Eren no se avergonzaba ni arrepentía de lo que sentía por el otro hombre; aun así, sabía que de confesarlo, de permitir que el resto se enterase de ello, en especial Levi, eso solo le traería más dolor y pérdidas de las que ya había tenido que enfrentar en sus cortos años de vida.

—Lo siento —volvió a repetir, cargando en esa oportunidad a aquellas dos palabras con todos los sentimientos que guardaba hacia sus amigos a los que debía tanto, porque ellos habían tenido que cargar con el mismo destino y sufrimiento que él a lo largo de esos años. Años de dolor y pérdidas, y aquella vida insegura en la que solo ellos cuatro eran permanentes.

—No hay rencor, Eren —aseveró su amigo, apartándole con cariño un largo mechón de cabello que había caído sobre su rostro, tal como había hecho su hermana un poco antes, cuando él despertó—. Además, no es que no sepamos cómo eres, ¿verdad? Solo recuerda esto en el futuro e intenta confiar un poco más en nosotros cuando te sientas demasiado presionado. Pase lo que pase, ambos vamos a estar siempre, siempre de tu lado. —Poniéndose de pie, Armin posó una mano sobre su hombro y le señaló con un gesto de su cabeza el sencillo reloj azul que colgaba de la blanca pared, el cual marcaba que ya casi eran las nueve—. Ya debo marcharme, pero vendré a verte mañana en cuanto me lo permitan. Hannes solo nos dio autorización para quedarnos contigo hasta el toque de queda. Ahora debes intentar descansar para recuperarte y poder salir de aquí lo más pronto posible.

Tras acomodarle nuevamente las mantas y dejarle servido otro vaso de agua, Armin volvió a calzarse y agarró la desgastada sudadera azul que había dejado sobre una de las sillas, poniéndosela y cerrándola por completo sobre la blanca camiseta que llevaba; sin embargo, antes de que este se dirigiese hacia la puerta, Eren le preguntó, lleno de temerosa inseguridad:

—Oye, Armin, respecto a Levi… ¿Está realmente tan enfadado conmigo como aseguró Mikasa?

Guardando silencio durante unos instantes, su amigo mordió su labio inferior y frunció ligeramente sus rubias cejas, de seguro intentando dar con la respuesta apropiada para aquella interrogante, o por lo menos la que menos doliese. Cuando un par de minutos después este negó con lentitud, el sofocante peso que Eren sentía sobre su pecho se aligeró considerablemente, permitiéndole volver a respirar.

—No creo que enfado sea la descripción correcta para lo que Levi siente ahora mismo, Eren; por lo menos no por ti. Pienso que si se muestra tan alterado y malhumorado, es debido a la preocupación. Dios, si hubieses visto su expresión cuando Jean llegó contigo herido… Nunca le había visto mostrar tanto miedo o perder tanto la compostura —admitió este, mirándolo a los ojos sin ningún atisbo de vacilación—. Creo que si Levi se encuentra molesto por algo, es debido a que le aterra la idea de perderte; el problema es que simplemente no sabe cómo demostrarlo.

Tras pedirle nuevamente que descansara y despedirse, su amigo lo dejó solo dentro de la silenciosa enfermería, ahogándose en la presión asfixiante de su propia culpa y sus sentimientos escondidos.

Unos quince minutos después, resultó ser el propio Dot Pixis quien fue a verle para llevarle la cena y examinarlo. El exmilitar, que cumplía con las funciones de médico en el orfanato, era un hombre alto y que se mantenía en forma a pesar de sus muchos años. Amable y divertido cuando era necesario, siempre estaba dispuesto a ser agradable con todos los chicos que allí vivían, desde los llorones pequeños a los mayores, que siempre causaban algún que otro problema. Al verlo allí de pie, con una mano metida dentro de los bolsillos de la blanca bata que usaba mientras la otra atusaba su espeso bigote gris, su cabeza calva brillando a causa de la iluminación artificial de la enfermería y ni un pequeño atisbo de recriminación en sus ojos color miel, Eren se sintió terriblemente compungido.

Tan animado y amable como siempre, este le explicó con más detalle lo ocurrido durante su caída y la posterior visita al hospital, cuyo diagnóstico resultó ser mucho mejor de lo que ellos habían esperado en un comienzo.

Prometiéndole salir de allí al día siguiente si su recuperación seguía marchando bien y los médicos del hospital lo aprobaban luego de un nuevo reconocimiento, el anciano hombre lo instó a tomarse la ligera sopa de verduras, que era su insípida comida, mientras lo ponía al corriente del gran revuelo que él había provocado con su accidente. De manera inesperada, resultó que Eren había acabado por convertirse en el héroe del día para el resto de los chicos por el solo hecho de haber logrado montar a Rusalka y competir con ella, obviando por completo el que esta luego casi lo hubiese matado al tirarlo.

Tras administrarle un par de analgésicos para el dolor y ajustarle el suero, el médico apagó la luz de la estancia y volvió a dejarlo a solas, recordándole antes de irse que debía dormir y que pasaría a verlo un poco más tarde para comprobar como seguía.

No había transcurrido mucho desde la marcha del hombre mayor, cuando Eren oyó el primer golpecito en la ventana. Fue un toque pequeño, casi como un chasquido, pero cuando vino un segundo y luego un tercero, él supo de inmediato que estos significaban algo.

Poniéndose de pie con cuidado para no arrancarse la vía por accidente, se acercó hasta la ventana, apartando la diáfana cortina y abriendo el cristal para mirar fuera. La fresca brisa nocturna refrescó de inmediato su piel un poco afiebrada, pero no pudo disfrutar mucho de ello ya que al instante una nueva piedrecilla golpeó en su rostro, haciéndolo voltear con sorpresa para encontrarse con la larguirucha figura de Jean que lo observaba a unos pocos metros de distancia, escondido entre las sombras del edificio y sonriéndole con burlesca malicia.

Molesto, Eren torció el gesto al mirarlo, más que dispuesto a cerrar la ventana y volverse a la cama; no obstante, antes de que lo hiciera, el otro chico le enseñó una roca un poco más grande, casi del tamaño del puñito de un bebé y, sin darle tiempo a que reaccionara, la lanzó hacia la ventana, con tan buena puntería que esta pasó rozando su cabeza antes de caer dentro del cuarto.

Furioso a más no poder, Eren sacó medio cuerpo hacia fuera para imprecar a aquel idiota, pero antes de que pudiese decir siquiera algo, el otro le enseñó el dedo medio y echó a correr, perdiéndose posteriormente dentro de la seguridad de la casa.

Soltando una sarta de imprecaciones de muy mal gusto que había oído decir a Levi en alguna oportunidad, él se agachó con esfuerzo para recoger la maldita piedra y así lanzarla fuera, necesitando desquitarse como fuera. Aun así, nada más tomar esta, se percató de la nota que tenía cuidadosamente adherida a su alrededor. Algo receloso aun, Eren la desató con dedos torpes, llevándose una sorpresa al leer lo que aquella misiva decía: una tonta disculpa por todo lo ocurrido y la firme promesa de que guardaría su secreto tal como habían acordado.

Sintiéndose tan abrumado como confundido, se dejó caer sentado sobre el frío suelo de madera de la habitación, pensando en cómo era incapaz de comprender a Jean y sus cambios de comportamiento por más que lo intentara; como no lograba entender el por qué este lo detestaba tanto, pero, al mismo tiempo, en algunas ocasiones se comportaba como un tipo decente con él.

Por cosas así, se dijo Eren, era que no lograba odiarlo por completo.

Estando ya a punto de meterse en la cama nuevamente, el repentino golpear de otra piedra al entrar en el cuarto lo sorprendió. Esta cayó junto a sus pies desnudos, volviendo a mostrar una nota pegada en ella. Sujetándola dentro de su mano y apoyándose en la cama para levantarse con algo de dificultad, se dirigió otra vez hacia la ventana abierta, pero Jean ya no estaba por allí.

No obstante, al desplegar la nueva nota, él sintió como el enfado volvía a subírsele de forma peligrosa a la cabeza.

Demonios, que idiota había sido al pensar que en algunas ocasiones ese maldito cara de caballo merecía la pena. Jean ciertamente era una basura de ser humano.

Mirando con profundo rencor la desgastada hoja donde las palabras «Eren, ¿quieres jugar conmigo?» destacaban como una burla a su buena voluntad, él se prometió que en cuanto le dejasen salir de allí buscaría a Mikasa para disculparse y al bastardo de Jean para hacerle pagar por todo.

Y aunque el miedo seguía patente, teñido por la vergüenza del arrepentimiento, Eren se dijo que también intentaría hablar con Levi para conseguir como fuese su perdón. No podía perderlo nada más haberlo recuperado, porque a pesar de que este fuese el fuego, y su amor unilateral lo hiciera arden hasta convirtiese en cenizas, él prefería aquel destino que la agonizante soledad incierta en la que se encontraba.

 

——o——

 

Tras echar una nueva ojeada al reloj y ver con frustración que apenas habían transcurrido tres horas desde la última visita de Pixis y su intento por conciliar el sueño, Eren maldijo a su cerebro hiperactivo y se sentó en la cama, teniendo cuidado de no hacer movimientos bruscos que agudizaran su dolor de cabeza.

Se sentía terriblemente acalorado y adolorido, notando cada movimiento de sus músculos como un castigo que le recordaba su tonto error. Al apartarse el largo cabello de la sudada frente, pensó en lo absurda que era su obstinación de no cortárselo, ya que muchas veces este le hacía sentir más incómodo que otra cosa; aun así, la perspectiva de hacerlo y darle de esa forma el gusto a Levi, hacía que algo dentro suyo se rebelase, no demasiado dispuesto en dar su brazo a torcer con tanta facilidad.

Contemplando como las blancas cortinas se mecían a causa de la brisa que se colaba por la ventana entreabierta, Eren rememoró una vez más la carrera de esa mañana y lo increíblemente libre y triunfante que por un momento se había sentido tras ganarla. Si las cosas no hubiesen acabado tan mal como lo hicieron, aquella habría sido una manera perfecta de cerrar la boca del idiota de Jean y vanagloriarse de su logro durante semanas; ahora, sin embargo, solo le quedaba un mal recuerdo debido a su estupidez y desobediencia, las cuales solo habían traído preocupaciones y desgracias a sus personas importantes; si por su culpa además enviaban lejos a Rusalka

Abrumado por el arrepentimiento que sentía, y sabiendo que al día siguiente nadie le permitiría acercarse a los establos bajo ningún pretexto, Eren se quitó con cuidado la vía intravenosa y se puso de pie, dirigiéndose con paso lento hasta el pequeño y funcional estante de madera donde solían dejarse las ropas y pertenencias de los pacientes.

Tras quitarse los cortos pantalones grises que llevaba como pijama, a continuación se colocó sus embarrados vaqueros azules y se calzó con algo de dificultad las botas de montar. A pesar de no sentir nada de frío, de todos modos decidió no descartar la desgastada camiseta blanca y sin mangas que usaba para dormir, poniéndose sobre esta su negra sudadera antes de abandonar la habitación.

A pesar de todo el cuidado que él puso en su escapada, y lo determinado que estaba a cumplir su propósito, el camino hasta los establos le resultó agotador, sobre todo porque a cada paso que daba sentía que sus músculos adoloridos protestaban y las punzadas en su cabeza le recordaban su estupidez. Afortunadamente, la enfermería se encontraba ubicada en el primer piso de la casona, por lo que Eren no se vio obligado a bajar escaleras interminables ni se encontró con nadie que lo pillase vagando y pudiera dar aviso de su nueva falta. No deseaba causar más problemas a Levi.

Como ocurría cada vez que pensaba en su tutor, un nudo de dolorosa anticipación se alojó dentro de su pecho, apretándose con la fuerza suficiente para hacerle difícil respirar. ¿Por qué amar a alguien debía ser tan doloroso?, se preguntó desesperado. No era que él fuese tan tonto como para esperar un amor parecido a los de aquellas bobas novelas rosas y los cuentos de hadas, pero al menos había creído que no se sentiría así, pesado y ardiente, agotador en extremo.

Ciertamente, se dijo mientras llevaba una mano a su pecho y palpaba la llave que descansaba sobre su piel, estar enamorado de alguien no era en absoluto algo lindo y digno de alabanza, todo lo contrario. Aun así, no se podía evitar, por más que uno lo deseara.

Tal y como él esperaba, las caballerizas se hallaban por completo vacías a esa hora de la noche; el silencio nocturno solo roto por el canto de las cigarras en el exterior y las respiraciones profundas de los animales que estaban allí dormidos.

Con cuidado, Eren tomó uno de los quinqués y lo encendió a media luz, lo suficiente para iluminar su camino pero no tan fuerte como para que alguien pudiese captar la luz desde el exterior y alertar de su presencia.

Por lo que Mikasa le había explicado durante su discusión, Hannes se había visto en la obligación de sedar a Rusalka para evitar que esta siguiera haciéndose daño, así como también a todo el que se le acercase, motivo por el cual abrió la puerta de su cubículo con total confianza, sin tener el habitual cuidado que siempre ponía en no asustarla.

Esta, tendida sobre su cama de paja, miraba a la nada con la respiración pausada y profunda, tranquila como pocas veces se mostraba; sin embargo, nada más oírlo entrar, sus orejas se alzaron y sus oscuros ojillos se posaron lentamente en él, siguiendo cada uno de sus movimientos con atención.

Luego de colgar la lamparilla de uno de los soportes, Eren se sentó con cuidado al lado de la yegua y acarició su blanco cuello y su cabeza, conteniendo a duras penas las lágrimas que amenazaron con escapar de sus ojos cuando vio como la pata delantera izquierda de esta se encontraba vendada desde la parte superior del casco hasta la rodilla. Un ramalazo de amargura lo golpeó con fuerza, llenándolo de rabia hacia sí mismo y su incapacidad de hacer las cosas bien.

—Lo siento mucho, Rusalka. Realmente lo lamento —se disculpó con la yegua con apenas un hilillo de voz—. Por favor, ponte bien. Se una buena chica y permite que te cuiden; no luches, ¿sí? Nadie aquí quiere hacerte daño. Por favor, tienes que recuperarte.

—Tch, ¿y crees que todo ese jodido arrepentimiento que muestras ahora va a remediar lo que hiciste hoy, mocoso?

Sintiendo como un escalofrío recorría su columna en un instante, Eren contuvo la respiración y volvió ligeramente el rostro, encontrándose cara a cara con Levi que, apoyando uno de sus hombros contra la puerta de la pesebrera y cruzando los brazos sobre el pecho, lo miraba lleno de enfado.

Ya fuese a causa de la poca iluminación que había en el lugar, o porque la luz de la alta luna se colaba a través de las ventanillas del establo, la figura del otro hombre se recortaba de forma casi fantasmal contra la sombras. Levi, vestido con unos informales pantalones negros de chándal y una gris camiseta de manga larga, lucía pálido y visiblemente ojeroso, aunque su ceño fruncido seguía presagiando tormenta, tanto así que Eren no pudo evitar temblar un poco a causa del miedo a pesar de su desesperado intento por aferrarse a las palabras que Armin le había dicho horas atrás, donde le aseguraba que la molestia de su tutor solo se debía al enorme terror que este había experimentado al saber de su accidente.

No obstante, debido a la forma en que aquellos ojos grises lo contemplaban en ese momento, duros y peligrosos, él no pudo hallar nada de aquella preocupación de la que hablaba su amigo, haciéndole preguntarse si esta realmente había estado alguna vez allí o si Armin solo lo habría dicho para aliviar parte de su maltrecho corazón.

—No, sé que no lo hará —reconoció Eren con pesar. Lleno de pánico, notó que sus manos estaban comenzando a temblar, pero las apretó con firmeza en sendos puños y tragó fuerte, intentando deshacer el nudo de angustia que se alojaba en su garganta—. Levi, sé que lo que hice no estuvo bien, y no estoy intentando justificarme, pero-

—Sal —lo cortó su tutor con tono letalmente frío y sin ningún rastro de empatía. Al ver que él no obedecía de inmediato a su demanda, su mirada se oscureció aún más, llena de una rabia letal, antes de volver a ordenar—. ¡Sal!

Como pudo a causa de la torpeza generada por los nervios y su corazón acelerado, Eren se puso de pie, apoyándose en una de las paredes de madera del cubículo para estabilizarse y no acabar cayendo de rodillas ante el otro, lo que sin duda habría terminado por incrementar su vergüenza.

Apenas había alcanzado a dar un par de pasos en dirección a la puerta, cuando la mano de Levi se cerró como una garra sobre su antebrazo, enterrándose sin piedad alguna mientras tiraba de él hacia afuera del cubículo con nada de delicadeza.

Un gemido quedo escapó de sus labios debido al dolor, pero aun así Eren no protestó en absoluto; no pudo hacerlo. Todas sus palabras, todos sus pensamientos coherentes, murieron de golpe en cuanto se vio apresado entre la rugosa madera de la pesebrera y el cuerpo de Levi, que apoyando ambos brazos a sus costados, no le estaba permitiendo escapatoria alguna.

—¡¿En qué mierda estás pensando, Eren?! ¡¿Qué demonios pretendes?! —rugió este frente a su rostro, tan cerca que podía notar su aliento golpearlo con dureza a pesar de que él era un poco más alto, lo que obligaba al otro a tener que levantar la cabeza para poder mirarle—. ¡Deberías estar descansando en la enfermería, maldición! ¡¿Crees que lo que te pasó es un juego, que nos resultó divertido?! ¡Pues no! ¡Podrías haberte matado, mocoso idiota! ¡Podrías haber muerto, y todo por una de tus estúpidas peleas con Jean!

—¡Lo sé! Y me siento arrepentido, se lo juro —se apresuró a disculparse—. Comprendo que no debería haberlo hecho, pero-

—¡Pero nada, Eren! —lo cortó Levi con brusquedad—. Tienes dieciséis años. Dieciséis putos años, ¡maldición! Ya eres casi un adulto, ¿por qué entonces no puedes dejar de comportarte como un jodido crio? ¿Por qué no puedes simplemente ignorar a Jean y sus provocaciones absurdas? ¡Maldita sea, Eren, crece! ¡Crece y aprende a ser responsable de ti mismo!

Furioso, profundamente herido, Eren apartó a Levi con un potente empujón en el hombro que hizo retroceder a este un par de pasos, sorprendiéndolos a ambos a causa de su arranque, ya que pasara lo que pasase él jamás se comportaba de esa manera; pero, estaba tan harto… Por una vez se encontraba tan al límite de todo, que sentía que si no hacía algo con aquello, probablemente moriría. Nadie podía soportar tanto dolor y seguir siquiera respirando.

—¡¿Cree que no quiero darme prisa en crecer?! ¡Por supuesto que deseo hacerlo! —le gritó a Levi sin importarle en lo más mínimo que sus lágrimas hubieran comenzado a derramarse, por lo que ahora estaba llorando patéticamente—. ¡Quiero que deje de verme como a un niño y a tratarme como uno! ¡Quiero que este miedo constante que siento desaparezca! Pero… haga lo que haga, nada cambia. Sigo siendo impotente —reconoció, ahogándose en sus propios sollozos—. Lo que yo siento por usted… ¿por qué no puede simplemente darse cuenta?

Tras aquella vorágine de recriminaciones sin sentido en la que su discusión los había inmerso, un completo silencio los golpeó a ambos. Eren, harto de todo, ni siquiera se preocupó del enorme coste que seguramente tendrían sus palabras descuidadas. Si ya todo se había ido al demonio y Levi iba a odiarlo de una u otra forma, un error más no iba cambiar nada, así que bien podía decirle como se sentía y acabar de una vez por todas con su miseria.

—Solo estás confundido, mocoso —oyó decir a su tutor, utilizando el mismo tono desapasionado y monótono que empleaba para impartir reglas o administrar castigos—. Apenas estás creciendo, y por lo mismo…

—¡No es así! —lo desafió él, sintiendo la desesperación brotar como lava viva desde su interior—. No es así. Sé mejor que nadie como me siento. ¿Cree que es fácil, que deseo estos sentimientos? ¡Pues no! Los odio, me odio por tenerlos, y aun así nada de lo que haga, nada de lo usted diga va a poder cambiarlo. Estoy enamorado de usted, Levi. Lo amo. Lo amo como sé que no debería hacer y aun así no puedo evitarlo.

Si algo tenía muy claro Eren, era que una vez las palabras escapaban de los labios resultaba imposible retirarlas, y por más que supiera que haberse confesado de aquella manera frente al otro podría costarle muy caro a su relación, por una vez no se arrepentía en absoluto de su arrebato egoísta.

Durante unos instantes ninguno de ellos se atrevió a decir nada más, con él aun permitiendo que las lágrimas se derramaran libremente por sus mejillas y con Levi sumergido en su sombrío silencio y aquella expresión ilegible que jamás permitía saber que esperar; ambos tan solo contemplándose el uno al otro como si con ello pudiesen cambiar algo.

No obstante, cuando Eren vio a su tutor dar media vuelta sin hacer ningún comentario en absoluto, para bien o para mal, el miedo que sentía se convirtió en ansiedad, y esta dio luego paso a una rabia creciente dentro suyo, como si la indiferencia de este hubiese sido la chispa que acabó por encender la yesca.

—Levi —lo llamó, dando un par de pasos en su dirección, pero este lo ignoró deliberadamente, por lo que él volvió a insistir—. ¡Levi!

—¡Joder, Eren! Vete a la cama de una puta vez, ¿quieres? Se supone que debes guardar reposo —le soltó volviéndose finalmente, fulminándolo con aquellos pálidos ojos grises tan similares a la luna que brillaba en lo alto del cielo aquella noche—. Hablaremos de esto en otro momento. Uno cuando tengas las ideas y las emociones más claras y no sueltes una sarta de estupideces nada más abrir la boca.

Él se quedó boquiabierto al oírlo.

—¿Cree que todo lo que le he dicho es mentira? ¿Qué se debe solo a mi accidente?

—¡Pues claro que sí! Prácticamente te doblo la edad, Eren, y eso dejando a un lado el que ambos somos hombres y que además estás bajo mi tutela. Demonios —masculló Levi, cubriéndose el rostro con una mano y dejando escapar un pesado suspiro de desesperación—, ni siquiera debería estar teniendo esta conversación contigo.

Sin esperar por una respuesta de su parte, o ver si acaso obedecía la orden de que regresara la enfermería, este volvió a darle la espalda, dirigiéndose con paso enérgico hacia la puerta.

Eren por su parte, contemplando como Levi se marchaba de aquel lugar, alejándose más y más con cada paso que este daba, tuvo la completa certeza de que si no hacía algo en aquel preciso momento, las cosas entre ellos jamás podrían arreglarse. Conocía lo suficientemente bien a ese hombre para saber que una vez cruzara la puerta del establo, este fingiría que aquella conversación entre ellos jamás había pasado, poniendo una distancia prudente entre ambos para que aquello no se pudiese volver a repetir; y de ese modo él se convertiría en solo otro chico más bajo su cuidado.

Olvidándose del dolor que sentía, de su miedo, Eren se apresuró a correr tras Levi para alcanzarlo. Sujetando su hombro derecho con fuerza, lo obligó a volverse; sin embargo, antes de que este pudiese decir nada, antes de que sus labios se fruncieran en aquella conocida línea de disgusto y comenzaran a soltar una sarta de regaños por su atrevimiento, Eren los acalló con los suyos, besándolo con toda la torpe inexperiencia de sus dieciséis años y un corazón desbordado de sentimientos que ya se sentía incapaz de contener por más tiempo.

Lamentablemente, como ocurría siempre con las cosas buenas, el beso acabó mucho antes de lo esperado; pero acaso, ¿unos pocos segundos podrían compensar tanto tiempo de espera, de añoranza? Eren lo dudaba. Él nunca se sentiría satisfecho, siempre querría más, porque era ambicioso y egoísta, porque su amor hacia Levi era posesivo y necesitado, tan ardoroso como el fuego que abrasaba y destruía todo a su paso, e igual de incontenible.

Los ojos entrecerrados de este al mirarle, cuando finalmente se separaron, fueron como el hielo, duros y fríos, y tan inalcanzables como el mismo sueño lejano que era ese hombre. Al ver que la mano de Levi se elevaba, Eren se preparó para su castigo, cerrando los ojos en espera del golpe; sin embargo, su corazón se detuvo al sentir como los dedos que segundos antes creyó iban a abofetearlo, se enredaban entre las hebras de su cabello, obligándolo a inclinarse lo suficiente para que el otro pudiese besarlo con una desesperación tal que amenazó con consumirlos a ambos.

Y fue entonces que Eren supo que aquello era realmente el fuego, sintiéndose arder y combustionarse con cada pequeño roce de aquellos dedos sobre su cuello y su rostro, con cada nuevo embate de aquella otra lengua contra la suya, hasta que ya no supo si era capaz de respirar o si siquiera le importaba hacerlo, porque si por él fuese, quería perderse en Levi, desintegrarse entre sus llamas, hasta ya no ser más que cenizas y que así nada ni nadie le impidiera estar a su lado para siempre.

Notas finales:

Lo primero, como siempre, es agradecer a todos quienes hayan llegado hasta aquí. Espero de corazón que la lectura fuese de su agrado y valiera la pena el tiempo invertido en ella, así como también la espera por esta nueva actualización.

Y bueno, en esta ocasión ya tenemos la escena de los establos de la que habló Mikasa (casi al comienzo de la historia) y la cual le abrió más o menos los ojos sobre la relación que tenían Eren y Levi. Del mismo modo, esta parte también es la que marca el inicio del desastre que estos dos acabaron haciendo con sus sentimientos, los cuales se supone ahora deben solucionar, o por lo menos eso espero, jaja.

Por lo demás, solo espero que el capítulo les gustase al leerlo como a mí el escribirlo, a pesar de lo agotada que siempre acabó mentalmente tras un nuevo capítulo de Cantarella. Este Eren tan emocional me agota muchísimo.

También aprovecho de explicar, por si alguien tuvo dudas, de donde viene el nombre de Rusalka. Estás criaturas son como las sirenas de los lagos y ríos en la mitología eslava, cuya belleza pálida y cantos atraían a los hombres a sus nichos acuáticos para poder ahogarlos. Se supone que las rusalkas nacían del suicidio de una mujer joven en dicho rio/lago, por lo que solo buscaban venganza y eran sumamente peligrosas.  Hay algunas cuantas piezas musicales muy bonitas que toman a estas criaturas como tema central (May Night, de Rimsky-Korsakov; Rusalka, de Antonín Dvo?ák), por lo que al comenzar a darle vida a esta yegua, siendo tan mala, no pude más que pensar en este nombre, jaja.

Aprovecho también para avisar que las siguientes actualizaciones corresponderán a una historia para el fandom de MDZS, que publicaré durante estos próximos días, y luego para In Focus, que confío en tener lista entre martes y miércoles de la siguiente semana. Debido la cuarentena estoy intentando escribir más, pero estos días me he encontrado un poco agripada, por lo que igual me ha afectado en parte la productividad.

Nuevamente agradezco a todos quienes leen, comentan, envían mp´s, añaden a sus listas, favoritos, marcadores y alertas. Siempre son la llamita que mantiene encendida la hoguera.

Un abrazo y mis mejores deseos para ustedes y los suyos en estos tiempos complicados.

 

Tessa.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).