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Canción de cuna por Love_Triangle

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*Aclaro que en este capítulo tanto Gabi como Riccardo tienen dos años (Casi tres) y sus diálogos están mal escritos a propósito, intentando plasmar la dificultad a la hora de pronunciar determinadas letras o palabras*

Aclarado esto, disfruta del capítulo ^^

*****

Habían conseguido quitarle el pañal a Gabi hacía dos semanas, no era para tanto teniendo en cuenta que ambos habíamos tardado más de lo normal en librarnos de ellos, pero me molestaba que mi amigo me hubiese adelantado. Una de las desventajas de tener sirvientes era que ellos se encargaban de mantenerme limpio y por lo tanto no sentía la incomodidad que los otros niños me describían, por no decir que estaba acostumbrado a pedir que me mudasen cuando fuese necesario, pero a Gabi le daba vergüenza decir que no había sido capaz de contenerse.

Creía que eso era un punto a mi favor, pues la vergüenza siempre había sido a mis ojos algo malo. Pero en aquella ocasión había jugado en mi contra y a favor de Gabi. Mamá decía que los buenos amigos deben de alegrarse cuando a su amigo le pasa algo bueno. Pero yo no sentía alegría, me sentía como un niño pequeño y yo no era pequeño ¡Casi tenía tres añitos!

—    Señorito Gabriel ¿Vas a merendar aquí?

—    ¡Zi! Mamá me prepaó mi meienda.

—    Dile a tu mamá que no hace falta, podemos prepararte un bocadillo aquí.

—    ¡Vale!

Gabi era el niño más alegre que conocía, eso era otra cosa que no me gustaba, a su lado yo parecía un niño llorón. Pero le quería mucho y con el tiempo lo había empezado a considerar mi mejor amigo. Mamá y la mamá de Gabi decían que hacíamos la pareja de amigos perfecta.

Gabi era un chico fantástico, muy vergonzoso pero a la vez muy valiente, a él no le daba miedo hablar con los mayores en el parque y siempre llevaba una sonrisa plasmada en su rostro, lo que lo hacía mucho más luminoso y le permitía hacer muchos amiguitos nuevos, cuando a mí ni siquiera me dejaban hablar con niños que no conociera por si me hacían cosas malas.

A Gabi tampoco le importaba cuidar de mí y convencer a las sirvientas para que me dejasen probar nuevos juegos. Aunque a veces debiese de ser algo cansino para él, ya que mi seguridad era sumamente importante porque mi familia tenía mucho dinero y apenas me dejaban jugar con libertad, tal y como hacían los demás niños. Sin embargo a nadie parecía importarle que Gabi se subiese a sitios que a mí jamás me dejarían. Por eso Gabi era genial, porque me ayudaba a romper las normas y a darles sustos a mis criados, lo cual me parecía cruelmente excitante. Claro que luego sus papás le regañaban por hacerlo, cosa que ni él entendía pues ellos eran los primeros en permitirle jugar donde quisiera.

Me gustaba jugar con él y que me diese besitos cuando estaba triste, papá decía que parecía una niña cuando hacía eso, pero a mí no me importaba siempre y cuando fuese sólo Gabi el que lo hiciese, porque me recordaba al día en el que nos conocimos, día en el cual hice mi primer amiguito.

«FLASHBACK»

Papá me había llevado de compras al centro por primera vez, no solía salir de casa muy a menudo y menos para ir a un sitio donde hubiese demasiado gentío, por lo que aquella nueva experiencia me estaba dando un poco de miedo. Había mucha gente que gritaba y que pasaba muy cerca de mí. Cada vez que esto pasaba, temeroso de que me secuestrasen, me agarraba con más fuerza al pantalón de mi padre y me acercaba más a él.

Mamá me habría cogido en brazos y me habría abrazado muy fuerte para que no tuviese miedo, pero no había venido. Aquel día era su cumpleaños y papá le había dicho al servicio que no fuese a trabajar, quería darle una sorpresa a su esposa y cocinar por sí mismo la comida. Pero había olvidado comprar uno de los ingredientes que necesitaba, así que me había puesto una chaqueta sobre el pijama y me había metido en el coche rápidamente para ir a comprarlo. No se había dado cuenta de que todavía llevaba mis zapatillas de perritos chow chow puestas y ahora todos me miraban raro, como si fuese un vagabundo que no tenía otra ropa que ponerse. Eso me daba todavía más miedo, cuanta más gente me miraba, más potenciales secuestradores encontraba mi mente.

—    Papi…

—    Espera, Riccardo.

Era la quinta vez que me respondía se esa forma, bajé la cabeza y pensé en mamá y en la sorpresa que se llevaría cuando viese la comida que papá había hecho ¡Y yo le había ayudado a comprar uno de los ingredientes! Mamá iba a estar muy orgullosa de mí. Pensando en eso ya no estaba triste.

Papá apresuró el paso, haciendo que me fuese mucho más complicado seguirle. Mis zapatilla chow chow tenían unas suelas que resbalaban en los azulejos que conformaban el suelo del centro comercial, si no me daba la mano terminaría por caerme.

—    ¡Corre! ¡Que tenemos prisa!

—    Papi… Ezpelame. Me caio.

—    ¡Pues camina derecho!

—    Pelo… Ez polas zapillas. Toy delecho.

Mi padre me ignoró y en vez de ayudarme, agarró mi brazo con fuerza y tiró de mí violentamente, provocando que a mis piernas no les diese tiempo de seguir al resto de mi cuerpo y perdiese el equilibrio, estando a punto de que mi nariz tocase el suelo. En aquel momento, un sudor frío recorrió mi cuerpo y mi reacción automática fue colocar el brazo que me quedaba libre delante de mi cara para protegerla y gritar para llamar la atención de mi padre y que me ayudase a levantarme, cosa que no hizo. En su lugar, soltó mi brazo y dejó que me cayese al suelo, consiguiendo así lo contrario a lo que quería, que me hiciese daño y empezase a llorar, llamando la atención de todos cuantos nos rodeaban.

—    Qué niño más inútil… —masculló.

Mamá me habría cogido en brazos y me habría abrazado para que no llorase, después habría examinado la zona en la que me había hecho daño y la acariciaría mientras cantaba la canción de “sana, sana” con dulzura hasta que llegáramos a casa y pudiese atenderla como era debido. Estiré los brazos hacia mi padre suplicándole entre lágrimas que me cogiese en brazos y me dijese que estaba bien y que sólo había sido un susto, yo ya lo sabía, si no hay sangre no hay riesgo de muerte, pero si me lo decía un adulto me quedaba mucho más tranquilo.

Pero papá era muy serio y no soportaba mostrarme cariño fuera de casa, me decía que los hombres no hacían ese tipo de cosas y que no tratase de avergonzarle. ¡Pero era una emergencia! ¡Me había hecho pupa! Y mamá decía que no había nada de malo en ser cariñoso y que así todos me querrían mucho más.

—    ¡Me hice pupa!

—    ¡¿Te levantas?! ¿O eres tonto?

—    ¡No zoy tonto! ¡Zoy guapo! Y eztoy muy tiste.

—    Levántate, Riccardo.

—    ¡Quieo aúpa!

—    Uno…

—    Po favó.

—    Dos…

—    Me duele la fente…

—    ¡Tres!

Mi padre me propinó una bofetada que me dejó sin aire, literalmente. La velocidad del impacto hizo que me volviese a tumbar sobre el suelo de forma violenta, volviendo a golpearme la cabeza contra los azulejos del suelo. Mi cara se tornó cada vez más rojiza a causa del esfuerzo que estaba haciendo por recuperar el aire y poder llorar con normalidad, excepto en una parte, la mejilla en la que me había golpeado. La marca de la palma de su mano invadía la mitad de mi rostro, siendo de un color blanco nuclear que en contraste con el resto de mi piel resaltaba demasiado. Sentí cómo mi corazón hacía frenéticos esfuerzos por bombear más sangre al mismo tiempo que mis pulmones intentaban obtener aire de mi boca, pero ninguno de los dos tenían éxito en su misión. Me estaba asfixiando.

—    Por Dios… Ya empieza con sus numeritos ¡Esto le pasa a tu madre por consentirte y no tener mano dura!

Mis vías respiratorias se despejaron tras unos interminables segundos en los que varias veces se me pasó por la cabeza la idea de que me iba a morir. Cogí aire de forma entrecortada, ya que el llanto seguía luchando contra mis pulmones y me impedía respirar de forma normal.

—    ¿Ya está?

—    ¡Mamá! Mamá… —sollocé.

—    Mira, quédate aquí montando uno de tus circos, voy a comprar. Cuando vuelva te quiero ver donde te dejé ¿Vale?

—    ¡No! Teno miedo, no quieo eztá zolo.

—    Cuando lleguemos a casa vas a estar catigado.

—    ¡No! ¡Papá! ¡PAPÁ!

Mi padre desapareció entre la multitud, dejándome solo, siendo un blanco fácil para cualquiera que quisiera secuestrarme. Mamá decía que mucha gente mala podía querer hacerme daño y ahora me había quedado solo. No iba a volver a ver a mamá, me iban a secuestrar y a matar. No quería que me llevasen, quería volver a casa con mamá, no iba a volver a escucharle tocar el piano, no iba a poder ver su cara cuando papá le diese la sorpresa. Se iba a olvidar de mí porque me iba a morir, porque enfadé a papá siendo un niño tonto que no sabe andar.

Por primera vez sentí vergüenza, me había dado cuenta de que seguía estando en pijama y en zapatillas y de que los botones de la chaqueta estaban mal cerrados. Así no se vestía un señorito, mamá y los criados siempre me ponían muy guapo y me peinaban muy bien para que saliese a la calle como todo un señorito grande. Pero así no, así parecía uno de los niños de la calle a los que mamá y yo les dábamos monedas ¡Así mamá no me iba a querer! Pero... Así vestido la gente mala que me quería secuestrar no sabría que era yo ¡Papá es muy listo!

—    No ioes.

Un niño que no conocía de nada se puso de rodillas junto a mí y me rodeó con sus brazos, estrechándome tal y como mamá hacía cuando estaba triste o tenía miedo. Me sequé las lágrimas antes de mirarle, porque los hombres no lloran y no puedo conocer a alguien nuevo así.

El niño era un poco raro, tenía el pelo rosa y recogido en dos coletitas muy pequeñitas que me daban ganas de acariciar. Sin romper su fortuito abrazo, me miró con aquella mirada brillante y azulada que sus ojos emitían mientras que me sonreía con cariño y ternura, como si nos conociésemos de toda la vida y supiese perfectamente lo que me estaba pasando, tal y como mi mamá hacía.

—    ¿Me vaz a zecueztá?

—    ¡Ño! Io zoy un niño muy lindo y muy bueno.

—    ¿No erez malo?

—    ¡Ño! ¿A qué no, mamá?

La mujer de pelo rosado que acompañaba al niño de ojos azules se acercó a nosotros y colgó el teléfono antes de agacharse para quedar a nuestra altura. La que parecía ser la mamá del niño me sonrió tal y como había hecho su hijo segundos antes y acarició mi mejilla con cariño, eso es lo que hacía mi mamá cuando otro niño lloraba. Esa mujer era buena, no le gustaba ver a los niños llorar.

—    ¿Cómo te llamas?

—    Riccardo Di rigo. Peo mamá dice que no hable muxo poque me pueden zecueztá.

—    ¿De qué me suena?

—    ¡Teno una manzión! Y muxo dineo, po ezo zoy tan ezpecial. Peo no me zecueztez que mi mamá ze pone muy tiste.

—    ¿Eres de la familia Di rigo?

—    No.

—    ¿No acabas de decir que sí?

—    Zí, pero mi mamá dice que zi me preguntan diga que no para que no me zecuezten.

La madre del niño me miró sorprendida, seguramente se estaría preguntando cómo un niño de tan corta edad era tan inteligente. Mientras analizaba la situación, el niño lindo y bueno de coletas me estrechó todavía más mientras reía emocionado, finalmente correspondí a su abrazo y ambos nos juntamos todavía más, aquel niño también olía muy bien, me gustaban sus abrazos.

—    ¡Mamá! ¡Mamá! ¿Me lo puedo quedá?

—    ¡No puedes quedarte con un niño, Gabi!

—    ¿Y po qué me quedé el perito del paque?

—    Porque era un animalito sin casa.

—    ¿Y ezte niño tiene caza?

—    Sí, vamos a llevarle ¿Vale?

—    ¡Vale!

—    Mi papá está po aquí. —murmuré.

—    ¡Entonce lo ezperamo!

—    ¿Quieres comer galletas, Riccardo?

—    ¡Chi!

La mamá de Gabi le tendió a su hijo su pequeña mochila y este sacó de ella un paquete de galletas, el cual abrió y colocó una de ellas en mis labios con emoción.

—    Tiene chocolate.

—    Graciaz.

—    ¿Po qué eztáz zolito?

—    Poque tenía miedo.

—    ¿Po qué?

—    Poque mi mamá no eztá.

—    ¿Y qué hace tu mamá cuando tienez miedo?

—    Me da bezitoz.

Gabi se sentó detrás de mí y colocó sus piernas a ambos lados de mis caderas, no le di importancia, estaba ocupado comiendo mi galleta. Pero de repente, Gabi me abrazó desde atrás e hizo que mi espalda se apoyase sobre su pecho, consiguiendo que apoyase mi pequeña cabecita sobre su hombro derecho y así él pudo posar sus labios sobre mi mejilla izquierda. Los besitos de Gabi eran como el chocolate de la galleta, dulces y ansiados. Sus pequeños labios presionaban mi mejilla, mi sien, mi cabeza e incluso la punta de mi nariz cuando tuvo la oportunidad, haciéndome emitir ligeras risitas al sentir las cosquillitas que me provocaba. Desde ese día lo quiero mucho, porque Gabi es divertido, valiente, guapo, lindo, bueno y me da los mejores besitos de chocolate.

«FIN DEL FLASHBACK»

—    ¿De qué ez tu meienda, Gabi?

—    De nocilla ¿Quierez un poquito?

Gabi partió un trocito de su pequeño bocadillo de nocilla y lo dejó directamente sobre mi boca. Mi mamá era un hada de la música, pero Gabi también hacía magia, Gabi era mi chocolate. Era la persona a la que esperaba ver si me portaba bien, a la que ansiaba tener en mi habitación, la cual portaba aquel perfume que me encandilaba y la cual me daba cosas que sabían muy bien y que de ninguna otra forma podría comer. Por eso Gabi era mi amigo, porque era muuuuuuy lindo y lo quería muuuuucho.


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