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Infierno por jotaceh

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Capìtulo 20: Sin importancia

 

El interrogatorio terminó tarde, por lo que el detective Díaz me fue a dejar en su patrulla a la casa. Tras sus preguntas y conjeturas, no volvimos a hablar y es que ya no tenía energías para continuar. El silencio nos envolvió fuertemente, como si fuera una soga invisible que nos mantenía unidos por obligación.

 

-Te quería pedir disculpa por lo que acaba de suceder, no era mi intención hacerte sentir de esa manera –fue las primeras palabras que pronunció tras estacionarse frente a la mansión.

 

No quise observarle y es que era un completo desconocido, un imbécil que me había torturado, que había indagado en mis mayores pesares sin siquiera medirse, sin imaginar que podía herirme cruelmente.

 

-No deseo ser tu enemigo, todo lo contrario. Solo quiero ayudarte y sacarte de las garras de ese animal que te ha destruido la vida. Esta es la oportunidad que tienes de ser libre por fin –continúo con sus palabras.

 

-No hay nada de lo que puedas ayudarme. Estoy bien al lado de don Diego –sentencié jalando la perilla para abrir la puerta y bajarme del vehículo.

 

Sin embargo, Miguel me tomó de los hombros y me obligó a mirarle a los ojos. Ya no era el hombre rudo y obsesionado con la muerte de mi madre, sino que era alguien tranquilo y valiente, un adulto bueno que parecía estar realmente preocupado por mí.

 

-Ni siquiera eres capaz de decirle papá, siempre le tratas de don o papá, nunca demuestras afecto por él. ¿No crees que es sospechoso? Especialmente, porque todo el mundo sabe de la devoción que te profesa, que te adora por ser su heredero y único hijo. En cambio, en vez de quererle por amarte de esa manera, tú le tratas con distancia. ¿Qué es lo que te hace no quererle? ¿Acaso le tienes miedo? –nuevamente habían nacido esas preguntas insidiosas, esas que me destruyeron en la comisaría, tan solo que esta vez no eran pronunciadas como gritos, sino que era con una voz mucho más cálida.

 

-Hay cosas que nadie debe enterarse, ni siquiera tú. Créeme, es mejor que dejes esto como está, de lo contrario… -no, no podía seguir hablando.

 

-¿De lo contrario qué? ¿Me estás amenazando o tratando de advertir peligro? –indagó dentro de mi silencio tan abrupto.

 

-Solo… aléjate. Es lo mejor que puedes hacer por mí. Buenas noches –y tras ello dejó que me bajara del carro.

 

Caminé lentamente hasta la puerta de entrada. El frío caía sin piedad sobre la superficie, el camino de piedra por el cual me guiaba estaba mojado, mientras las copas de los árboles sobre mí se mecían con fuerza. Pronto comenzaría a llover y la noche parecía aún más oscura.

 

Abrí la puerta y al ingresar a la mansión, me encontré de inmediato con mi padre, quien parecía un soldado aguardando la guerra, con posición firme se acercó a mí. Aunque hayan descubierto a su contacto dentro de los detectives, de todos modos, sigue siendo alguien poderoso, que es capaz de librarse de la justicia.

 

-¿Cómo estás? ¿Te hicieron algo? –me preguntó mientras me inspeccionaba detenidamente, como si quisiera comprobar que no tuviera ninguna herida.

 

-No pasó nada –dije un tanto asteado.

 

-¿Estás seguro? ¿Qué cosas te preguntaron? ¿Qué les dijiste? –de pronto, se puso sumamente alterado, sediento de una respuesta.

 

-Ya te dije, no sucedió nada. Me hizo preguntas, pero no le respondí nada –No quería estar allí, necesitaba recostarme en mi cama y escapar de la existencia.

 

-Está bien. Supongo que tienes que descansar, vamos hasta tu cuarto –don Diego no me iba a dejar solo y me acompañó hasta mi habitación.

 

Cerró la puerta tras ingresar y me llevó hasta la cama. Acarició mi cabello con delicadeza, pasando el dorso de su palma sobre él. Tocó mi nariz levemente, antes de llegar a mi mentón para levantarlo y obligarme a observarle a los ojos.

 

-Eres lo más importante que tengo en esta vida, lo sabes ¿verdad? –susurró como el viento impetuoso que soplaba en el exterior.

 

La lluvia cayó durante toda la noche, un fuerte vendaval se cernió sobre la gran ciudad, doblegando todo a su paso. Las hojas se desprendieron de las ramas de los árboles más nuevos, mientras que los más vetustos sucumbieron y cayeron sin contemplación. Desperté por el frío que se colaba por la ventana y lo primero que me causó extrañeza fue el calor de otro cuerpo en mi cama. Alguien me abrazaba por la espalda, mientras dormía plácidamente sin siquiera percatarse que había despertado. Don Diego se había quedado a mi lado durante toda la noche, algo que hace muchos años no hacía. Volteé levemente para contemplarle dormido. Todo aquel poder que suele detentar había desaparecido y solo quedaba el cuerpo cansado de un hombre mayor. La piel de su rostro comenzaba sutilmente a arrugarse, unas cuantas canas decoraban su cabello, el otoño de la vida había llegado para él y no me había dado cuenta. Tal vez, él tampoco se había percatado de los bruscos cambios que suelen suceder con el transcurso del tiempo.

 

Le observé por largos minutos antes de cansarme. Preferí contemplar por la ventana, cómo los primeros rayos del sol comenzaban a bañar los techos de las casas, cómo todo pasaba de ser profundamente oscuro y frío a tener un ápice de vida y calor. El vaho se levantó desde la superficie húmeda, dejando a su paso un ambiente lúgubre.

 

-Christopher me quiere destruir, pero no lo va a lograr. Soy más fuertes –escuché de la nada la voz de mi padre.

 

-¿Por qué dices eso? –le pregunté tras salir del sobresalto que me produjo escucharle.

 

-Porque fue él quien sacó a Alberto de la policía de investigaciones y puso a ese entrometido de Miguel. Él le debe estar pagando para que me incrimine, para destruirme porque no puede soportar todavía la idea que Carolina me prefirió –aquella pasividad que había contemplado antes en su semblante había desaparecido y el Diego de siempre se había mostrado.

 

-¿Cómo puedes estar tan seguro? –hablaba con mucha convicción.

 

-Porque eso me han dicho mis informantes, y porque es evidente. Por eso mismo, quiero que vuelvas a ir a su casa para hacerle una advertencia… -sentenció sin inmutarse, revelando que sabía de mis encuentros anteriores con él.

 

-¿Qué? ¿Pensabas que no me daría cuenta? Sé todo sobre tu vida, no hay nada que puedas esconderme –la seriedad se apoderó de su rostro, solo me observaba son detenimiento.

 

-Vas a ir a su casa y le vas a dar el siguiente mensaje… -sentenció antes de llevar su mano a mi cuello y apretarlo son tanta fuerza que me impedía respirar –que, si sigue atacándome, no tendré de otra más que asesinar a la persona más importante de su vida: tú –la desesperación me invadió y es que parecía que cumpliría su amenaza en ese mismo instante.

 

Finalmente, apartó su mano de mi garganta y pude respirar nuevamente.

 

-¿No se supone que me amas? –le pregunté con el rostro repleto de lágrimas, no producto de la pena, sino que de la estrangulación.

 

-Pero hay algo que amo mucho más: mi libertad –y tras dejar en claro que él es lo más importante, se levantó de la cama donde durmió y se marchó de la habitación. No sin antes recordarme lo que debía hacer.

 

Todas las veces que había ido, fue porque Alice me contactó en el colegio y era drogado para que no supiera dónde me dirigía. ¿Cómo iba a conseguir localizarlo esta vez? Pensé arduamente en una respuesta durante toda la mañana, aunque lo que más me preocupaba era la amenaza hecha por mi padre. ¿Sería capaz de asesinarme para destruir a su enemigo? Era obvio que sí y es que él no existe límites.

 

De la nada llegó una idea a mi mente, proveniente de las mismas palabras de don Diego. Se supone que Campbell está detrás de la determinación de Miguel como detective encargado de los asesinatos que han ocurrido últimamente alrededor de nuestra familia. Si eso fuera cierto, ese hombre tiene contacto con el padre de Alice y es él quien podría ayudarme.

 

Salí de la casa sin avisarle a nadie, no era necesario y es que mi padre sabía perfectamente a qué se debía. No quise salir con el chofer, necesitaba hacer esto solo.

 

Llegué al mismo edificio donde había sido interrogado el día anterior y pregunté por el uniformado. Tras esperar unos minutos en una sala de espera, fui conducido hasta su oficina. Un cuarto pequeño repleto de papeles y anotaciones escritas en una pizarra vieja. Ahí se encontraba el sujeto, mirándome sorprendido con sus grandes ojos negros.

 

-¿A qué debo tu visita? Debo reconocer que me sorprendes –escuché su voz profunda, con un tono muy distinto a la vez anterior y es que esta vez parecía alegre, incluso ameno.

 

-Necesito tu ayuda –fui al grano, si todo era cierto, todos estábamos involucrados en el mismo problema.

 

-¿Pensaste en mi oferta? ¿Vas a contarme lo que sabes de tu papá? –me interrumpió para recordarme su ofrecimiento, para saber si iba a denunciar a don Diego para poder librarme de él.

 

Le observé un instante, pensando en lo contradictorio que era aquel sujeto. Tan grande, fornido e impetuoso, pero a la vez, siendo tan ingenuo. ¿Cómo puede prometerme ayuda? Es como si no supiera cómo funciona el mundo, siendo que él investiga torturas y asesinatos. Aunque quisiera, jamás podría detener la ira de alguien tan poderoso. Mi padre buscaría hasta la manera más recóndita para poder acabarme si es que le llegara a traicionar. Y no habría fuerza en el mundo capaz de detenerme, mucho menos un pobre policía que cree ser la justicia encarnada.

 

-Tengo que hablar con Christopher Campbell y sé que tú me puedes llevar con él –hice caso omiso a su pregunta.

 

-¿Qué? ¿Cómo voy a saber eso? Es solo el padre de una de las víctimas, no sé dónde está en cada segundo y no puedo molestarlo sin tener un permiso antes –se escudó ante mi petición.

 

-Ambos sabemos que si estás a cargo de este caso es gracias a él. Ahora no trates de hacerte el desentendido y ayúdame, por favor –quería salir del problema lo antes posible.

 

-Vaya, por fin alzas la voz, aunque me da la impresión que no vienes aquí por ti, sino que te han enviado. ¿Qué mensajes le tienes que llevar al señor Campbell de parte de tu padre? –se había percatado de la verdad.

 

-Era el padre de mi mejor amiga y no le he visto desde que la encontramos muerta. Quisiera hablar con él y darle mi pésame –eludí su pregunta.

 

-¿Y por qué crees entonces que él me puso en este caso? –quería seguir indagando.

 

-Bueno, eso sí es algo que me dijo mi padre…-revelé solo un poco de toda la verdad.

 

Se quedó unos segundos en silencio, mirándome fijamente como si trata de derrumbar mi historia con el peso de sus ojos.

 

-Está bien, te voy a ayudar, pero espero que me puedas devolver este favor en algún momento –sonrío de una manera tal, que parecía más un modelo delante de la pantalla que un policía.

 

Aunque pensé que me daría una dirección o un número telefónico, Miguel decidió llevarme personalmente hasta la morada de Christopher. Esta vez no fuimos hasta su casa ubicada frente al mar, sino que aun departamento en el centro de la ciudad, el lugar donde se mudó luego del asesinato de su hija. Tal parece que ya no teme ser encontrado por don Diego.

 

-Aquí vive. Puedes tocar el timbre –fue todo lo que dijo Díaz tras señalarle la puerta de ingreso al apartamento.

 

-Sé que es mucho pedir, pero quisiera hablar a solas con él… -no podía permitir que escuchara mis palabras.

 

-Está bien, entonces te espero en la patrulla –sentenció ante mi petición.

 

-No te preocupes, puedo irme solo –lo último que quería era seguir a su lado.

 

-No podría, insisto. Habla lo que tengas que hablar con Campbell y después te llevo hasta tu casa. No puedo permitir que andes por las calles solo –parecía que estaba preocupado, aunque dudaba mucho que así fuera viniendo de un detective que quiere sacarme información.

 

Toqué el timbre y esperé hasta que apareciera el hombre con quien debía hablar.

 

-¿Qué haces aquí? –fue lo primero que dijo el hombre al verme parado detrás de su puerta.

 

-Necesito decirle algo. ¿Puedo entrar? –no era la primera vez que estaba nervioso estando con el extranjero.

 

Me hizo ingresar a su departamento, aquella construcción ubicada en lo más alto de un edificio, con una vista impecable de la gran metrópolis donde su hija adoptiva había encontrado la muerte y no por su enfermedad, sino que por la osadía de un asesino sangriento.

 

-¿A qué vienes? –fue al grano tras verme sentado en su sillón.

 

-Mi padre me manda a decirle que, si no deja de atacarlo, acabará con mi vida en represalia –no titubeé, solo fui una paloma mensajera en una conversación que en nada debía estar involucrado.

 

La pena había destruido por completo a Campbell, ya no mostraba el mismo cariño que antes, sus ojos estaban apagados y su voz carecía de toda vida. Me observó sin inmutarse, como si se tratara de un movimiento previsible por parte de mi padre.

 

-Acaban de asesinar a mi hija de la forma más horrenda que puedo imaginar… ¿Y Diego piensa que soy capaz de rendirme? Lo siento mucho chico, pero no me voy a detener hasta verlo pagar por lo que le hizo a Alice, porque estoy seguro que él es el responsable –respondió tajante.

 

Y en ese instante me percaté, nuevamente, que a nadie en este mundo le importo y es que mi vida es solo una moneda de cambio para dos hombres que se juran muerte.

 

 

 

 

 


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