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Infierno por jotaceh

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Capítulo 27: Placer

 

 

-Suele quedarse hasta tarde en el colegio, pertenece al equipo de tenis – respondí al recordar las veces en que le he visto practicar.

 

 

Estaba frente a Miguel en aquel mirador, acababa de mostrarme la foto en que Esteban salía del baño donde fue encontrada Alice, imagen que fue capturada justo esa terrible noche.

 

 

El detective me observó detenidamente, como si fuera un robot. Supuse que quería indagar en mí, saber si estaba ocultando alguna pista importante, si buscaba proteger a mi amigo.

 

 

-En esta foto no aparece él asesinando a la muchacha Campbell, pero si mi instinto no me engaña, él está involucrado en todo esto. Estoy casi seguro – mostraba tal convicción que logró asustarme.

 

 

-En ese baño nos juntamos siempre. Ahí… Ahí nosotros… Tenemos sexo – revelé un tanto avergonzado.

 

 

Debía decir la verdad, no podía permitir que inculparan a Esteban, no podía perder a mi mayor aliado en estos momentos.

 

 

Díaz había confesado sus sentimientos, estaba consciente de ellos y por eso entendí su enojo al saber que aquel muchacho me poseía.

 

 

-Eso lo supuse, no soy tan estúpido –

 

 

-A lo que me refiero es a que es un lugar significativo para nosotros. Quizás somos los únicos que utilizamos ese baño, y alguien que lo hubiera sabido lo utilizó para inculparnos –

 

 

El silencio nos invadió, ambos estábamos lo suficientemente tensos como para continuar con esa conversación.

 

 

Miguel prefirió contemplar la vista desde aquellas alturas. Enmudeció, tal vez porque había llegado a un punto en que no quería saber más, o porque pensaba en la mejor forma en la cual proseguir con su interrogatorio, porque por más cercanos que seamos, estaba seguro que se había reunido conmigo con esa intención.

 

 

-Christopher sigue sin aparecer, todo esto se está complicando mucho. La gente comienza a pensar que fue él quien secuestró a Diego, pero le conozco bien y sé que no es capaz. Por eso, es que me inclino por otra conjetura -prosiguió.

 

 

-¿De qué hablas? –

 

 

-Conociendo a tu padre, lo más probable es que todo haya sido al revés. Él debió secuestrar a Campbell, probablemente porque se enteró que Diego asesinó a su hija, pero es tan débil que perdió. Ahora debe estar muerto, escondido en algún lugar, mientras todos centran su atención en su supuesta desaparición. Es una jugada bien pensada, debo reconocerlo, pero no me engaña –

 

 

-¿Y qué tiene que ver Esteban en todo esto? –

 

 

-Tengo imágenes donde ambos están juntos, y una en que el muchacho probablemente fue a dejar los restos de Alice. Es obvio pensar que ambos son cómplices –

 

 

-Pero eso no tiene sentido, ¿qué ganarían ambos? No tienen nada en común – preguntaba afligido, no me gustaba el tono de esa conversación.

 

 

-¿No tienen nada de común? ¿Y tú? –

 

Me quedé congelado ante su conjetura. ¿Quería decir que lo habían hecho por mí? ¿O que tal vez yo también estaba involucrado?

 

 

-Probablemente Diego necesitaba de alguien que tuviera los contactos para cometer todos los delitos que ha hecho, ¿y quién mejor que el hijo de un mafioso? Tuvo que ofrecerle algo muy bueno a Esteban, quizás a ti mismo. Es raro que odie a todos quienes se te acercan, pero se junta en secreto con tu supuesto novio, parece que sólo él le cae bien –

 

 

No resistí escuchar esas ideas, por lo que le di la espalda y comencé a caminar por el lugar. ¿De qué estaba hablando? No me hacía bien toda aquella situación y supongo que Miguel se percató de este hecho, porque prefirió acercarse a donde me encontraba para darme un abrazo.

 

 

-No quiero que sufras, pero tengo que protegerte. Estás en medio de todo esto y es muy probable que algo malo te suceda. Y si eso… Y si eso sucede, no podría soportarlo – susurraba a mi oído mientras me mantenía entre sus brazos.

 

 

Sentí el calor de su cuerpo, el aroma que expide su piel y con ello, desapareció todo el temor que había reunido. Estaba seguro a su lado, me entregaba una serenidad que quizás jamás tuve, o que por lo menos no lograba recordar.

 

 

Díaz es un buen hombre, me convenzo cada vez más de eso. Me gusta estar a su lado, pero comienzo a odiarme, a detestar la idea de estar sintiendo algo por una persona distinta de Felipe. Prometí estar a su lado, que sería el amor de mi vida y ahora todo estaba saliendo mal, porque no puedo seguir negando que aquel hombre estaba robando mi corazón.

 

 

Un niño solo y abatido por una sombra de maldad que le ha arrebatado todo, de pronto se ve protegido por un caballero con armadura, bañado en un as de luz que le lleva calma, una sensación que ya había olvidado. ¿Cómo no podría sentirme confundido con Miguel?

 

 

Levanté la mirada y me encontré con sus ojos profundos. Le observé con detenimiento antes de arriesgarme a robarle un beso. Me acerqué lentamente a sus labios, los que encontré ardientes y sedientos de mi sabor. Su lengua me invadió como una horda de guerreros dispuestos a la conquista. No volvimos a hablar durante esa tarde y es que no fue necesario.

 

 

Sus manos fueron más allá de mi torso, sus dedos poderosos se alojaron en mis caderas. Ejercía tal presión sobre mí, que me sometía a su voluntad. Aún cuando yo comencé con todo, fue él quien tomó las riendas de la situación.

 

 

Su tacto era muy diferente a los que conocía. No era la agresividad de mi padre, quien sólo pensaba en su placer y en someter a quien posee su propia sangre. Ni tampoco se asemejaba a Felipe, quien con su amor me hizo sentir delicado. Miguel era más ardiente, como un vendaval poderoso que, sin embargo, te enceguecía con su encanto y te arrastraba hasta lo más profundo, encantado con la idea de caer en sus redes.

 

 

Su barba raspaba mis labios mientras me besaba. Pero no me quejé de ello, solo me entregué a sus designios, a los deseos de quien se había convertido en un dios reencarnado, en un ser que poseía mi cuerpo a voluntad.

 

 

De pronto, me levantó entre sus brazos y me llevó hasta la ladera del mirador, allí donde crecía el césped, y me recostó sobre él. Fue delicado en dejarme en el suelo, pero brusco cuando prosiguió con sus actos.

 

 

Desabotonó la camisa de mi uniforme, dejando libre mi piel pálida y aquellos pezones cafés que tanto llamaron su atención. Su lengua se centró en ellos, generado en mí un brío tal que me llevó a gemir sin siquiera haber hecho nada más.

 

 

Sus ojos volvieron a mi rostro antes de proseguir, como si quisiera advertirme de lo que se avecinaba. Vi lujuria en su mirada, una pasión tan fuerte que logró derretir todas las barreras que he creado para defenderme. Estaba debilitado, completamente indefenso, cosa que me hubiera dado terror en cualquier otro momento y que sin embargo, estaba disfrutando.

 

 

Destrabó mi cinturón para luego bajar mis pantalones. Me dejó completamente desnudo antes de centrarse en mi sexo, antes de lamerlo y succionarlo generando en mí el placer más grande que había sentido jamás. Aquel hombre buscaba no sólo su propio goce, sino que también dármelo a mí. No era egoísta como siempre había vivido la sexualidad, porque está vez no se trataba de una violación, sino que era de mutuo acuerdo, la decisión de dos personas que se gustan.

 

 

Cuando terminó, todo mi cuerpo se sentía liviano, como si las preocupaciones hubieran desaparecido y estuviera en el mismo cielo.

 

 

Aproveché ese instante para cambiar los roles. Le volteé para quedar sobre él y entregarle el mismo placer que me había brindado.

 

 

Tomé su rostro con mis manos y le besé lentamente, con delicadeza mientras le mordía el labio inferior. Quería verle repleto de placer y por eso, bajé hasta su cuello donde me impregné de su aroma, el calor de su cuerpo me protegía tanto que me adentré en su pecho.

 

 

Le quité la polera que llevaba, dejando libre aquel torso de hombre fornido, aquellos músculos trabajados que solo un detective cosechaba. Miguel es un hombre de verdad, de esos varoniles que más parecen piratas agresivos. Un varón de voz ronca, movimientos toscos y pecho velludo.

 

 

Me encandilaba lo sensual que era, con esa piel tostada y las cicatrices que habían dejado en él las múltiples investigaciones. Me cercioré que mi lengua lamiera cada rincón de aquel dios.

 

 

Tras ello, fui directo hasta el centro de todo, hasta aquella carne ardiente que se erguía bajo el pantalón. Con delicadeza lo tomé con ambas manos y lo masajeé mientras observaba como su rostro se transformaba. Le tenía a mi merced, podía controlarle y aún así, me sumergiría hasta lo más profundo para liberar su lívido.

 

 

Lamí el glande saboreando su piel salada, su esencia cálida antes de succionarlo y aprisionarlo en mi boca. Su falo era enorme y crecía más mientras le chupaba.

 

 

Adoré la forma en que se estremecía ante mí tacto. Gemía mientras su pene entraba y salía, mientras mis labios lo cercaban y mi lengua le acariciaba. Todo era húmedo y extasiante, anhelaba tenerle entre mis entrañas y me sometiera por completo, quería que me follara con bestialidad, que aquel hombre poderoso me tomara sin importar nada, que me hiciera suyo.

 

 

Mis deseos se cumplieron y Miguel se levantó del césped. Me tomó de la cintura y me dejó con mis cuatro extremidades apoyadas en el suelo. Él se puso detrás y con su lengua comenzó a dilatarme. Cerré los ojos ante aquel tacto tan delicado que me hacía estremecer. Mis piernas se debilitaron justo antes de que todo comenzara.

 

 

Cuando ya todo estaba preparado, tomó su falo y lentamente comenzó a introducirlo en mí. Su calor me invadió con dolor y es que no estaba acostumbrado a algo tan grande. Me quejé un poco, sin que eso le impidiera continuar. Poco a poco se hacía con mi cuerpo, hasta llegar al punto que todo su pene se encontraba adentro.

 

 

Comenzó a mecerse poco a poco, logrando que todo mi cuerpo se sumiera en un delicado choque, en un vértigo profundo que en vez de dañar, repletaba de pasión.

 

 

Las embestidas comenzaron poco a poco a ser más fuertes, su glande se introducía profundamente mientras que sus muslos me golpeaban producto del movimiento. Sentía cómo su falo se iba llenando con su esencia, y mientras todo se convertía en un vendaval, sus manos se posaron en mi boca. Miguel introdujo sus dedos, mientras yo se los lamía de la misma manera en que lo hice con su sexo.

 

 

Su esencia me llenó, su calor se impregnó en mis entrañas mientras el detective caía a mi lado, exhausto pero sonriendo alegre.

 

 

-Estuvo muy rico – comentó jadeando todavía.

 

 

No respondí nada, solo me acurruqué en su pecho sudoroso. Estábamos desnudos bajo el cielo del atardecer, acabábamos de intimar y parecía como si todos los problemas se hubieran esfumado. Sólo éramos los dos en un universo vacío.

 

 

He recordado este momento un millar de veces y es que sin duda, ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. Es estúpido pensar eso ahora, teniendo en cuenta que jamás creí que podría sentir tal calma con alguien que ni siquiera conozco bien. Pero la verdad es que Miguel logró algo que ni siquiera Felipe había podido.

 

 

Nos vestimos y subimos nuevamente al carro. Sonreía como si fuera un niño pequeño. Tenía ganas de correr y saltar por todos lados. Estaba embobado con lo que había ocurrido e imaginaba que Díaz estaría igual.

 

 

-Voy a capturar a Esteban, haré que me diga la verdad por la fuerza… Atraparé a tu papá y te liberaré. Me encargaré que seas feliz, sólo confía en mí – dijo de pronto mientras llegábamos a la ciudad.

 

 

En ese instante toda la felicidad que traía desapareció. Él no estaba igual de contento, de hecho, solo pensaba en dañar a mi único amigo, a quien ha estado siempre a mi lado.

 

 

Lo bueno de esta vida siempre dura poco, y luego debemos continuar navegando en este mar de desdichas.

 

Me bajé del vehículo y le vi desaparecer.

 

Lo contemplé muy bien y es que algo en mi interior me decía que no le volvería a ver nunca más, que aquel plan que tenía iba a salir mal y que él pagaría con su vida la intromisión.

 

 

 

 

 


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