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Infierno por jotaceh

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Capítulo 37: En paz

 

El ser humano es un insecto, eso lo aprendí después de aquel accidente, luego de lanzar el coche que conducía por un barranco. Tuve que haber muerto en ese lugar, destrozado como quedaron los cuerpos de Diana y José Antonio. Debí ser encontrado por pedazos al igual que ellos, tan solo que mis restos jamás fueron encontrados. ¿Cómo pudo haber sobrevivido a semejante caída? Era imposible, por lo que los detectives no siguieron investigando y me dieron por muerto a mí también.

Todo aquello lo supe con los años, por los comentarios de quienes fui conociendo, de quienes me atreví a confesarles mi verdadera identidad, y es que a nadie con quien me tropecé le importó que fuera un asesino. Y es que ellos se me acercaban por otras razones, unas más mundanas y estériles que mis pecados.

El vehículo encalló en unos roqueríos al entrar al valle, allí donde fueron encontrados los restos de mis tíos. Sin embargo, por azares del destino, mi cuerpo fue expulsado del carro y  terminé varado muchos kilómetros más abajo. La corriente me guió tan lejos que acabé en el mar, en un pequeño pueblo de pescadores frente al inmenso océano.

Recuerdo que lo primero que sentí al despertar fue un fuerte dolor en la cabeza. Todo me daba vueltas. Luego me sorprendió la sal, la arena se me había metido en la ropa y en la boca, aunque lo más doloroso era la herida que me había provocado en la pierna. Tenía una abertura en la carne que me hacía sangrar a borbotones.

Decidí quedarme allí, dejar que me desangrara y morir por fin, es lo que anhelaba finalmente, acabar con mi existencia pueril y es que un pensamiento me atemorizaba como un fantasma. A mi mente solo llegaba el recuerdo de aquel niño, de ese pequeño al cual acababa de dejar huérfano. ¿Por qué? ¿Por qué le hice lo mismo que a mí me hicieron? Ahora un pobre inocente crecería sin la imagen de su madre, de aquella mujer, que aunque no era una santa, sí amaba con devoción a su hijo.

¡Mierda! ¿Qué había hecho? Me pregunté por horas varado en la playa. Era la primera vez que me sentía tan arrepentido, ya ni siquiera me dolía el desamor de Felipe, su rechazo o la idea que jamás me hubiera amado. No, eso había quedado en el pasado de una forma más sencilla de la que siempre imaginé. Por alguna razón, me empeciné en pensar en el futuro de Nicolás, de mi pequeño primo al cual le había desgraciado la vida.

Sí, merecía morir, iba a ser lento y doloroso. Tal vez no quería expiar mis culpas por la muerte de todos los demás, solo necesitaba pagar por el daño que había hecho al acabar con las existencias de aquel matrimonio. Tan solo que si el destino me había dejado con vida, no había sido precisamente para dejarme fallecer en aquel lugar.

-¡Dios mío! ¿Qué te sucedió, muchacho?- gritó el lugareño que me encontró.

Estaba asustado por mi herida, y sin preguntar nada más, como si fuera su deber, me levantó con sus brazos grandes de hombre trabajador, y me llevó hasta su casa.

-El hospital está muy lejos, será mejor que te atienda en mi casa. Yo he visto más heridas de las que te imaginas -mencionó tranquilo mientras nos encaminábamos hasta su cabaña.

A esas alturas no me importaba nada, aquel sujeto podría haber sido un monstruo que quería devorar mi carne, y no le hubiese detenido, porque simplemente nada podría ser peor a todo lo que ya había experimentado.

Su casa era una construcción precaria fabricada de madera. Estaba lejos, apartada del resto del pueblo. Era humilde y algo sucia, al parecer él vivía solo y es que no pude distinguir pertenencias de otra persona, ni de una mujer que pudiera ser su esposa, ni de niños que podrían ser sus hijos. Nada, solo había una cama, una mesa y una cocina a leña que se mantenía encendida todo el día para alejar al frío del lugar.

-Tendré que coserte eso...- fue su solución.

Con una aguja de cuero e hilo de ropa, me cerró la herida en el muslo. Grité, me dolió cada puntada, pero no le detuve. ¿Por qué me había salvado y llevado a su casa? ¿A un lugar lejano donde moraba solitario? No, ése no era un buen samaritano, era evidente que tenía otras intenciones conmigo. Y no tuve que esperar mucho para descubrirlo, y es que tan solo al acabar de zurcir, sus manos comenzaron a acariciar mi piel, llegando lentamente a mi entrepierna.

Me toqueteó el pene como si buscara que se me erectara, aunque eso jamás sucedería, menos en esa situación.

-Ya veo que eres una perra pasiva... Está bien, si quieres que te dé por el culo...- es lo que mencionó al levantarse y sacarse el cinturón.

No le importó que estuviera deshidratado, ni que hubiera tenido un accidente, solo le interesaba llevar sus dedos resecos a mi ano, el que repletó con saliva mientras me dilataba. Ese no era un ángel que quería ayudar al pobre chico que había encontrado. No, era un violador que descubrió una presa fácil a la cual vejar.

-Como me lo imaginé, estás más abierto que puta de puerto - fue su comentario final, luego de lanzarme el semen en la cara, como si con ello quisiera bendecirme.

Me quedé en el suelo, sudado y fétido a sexo. No quería moverme, no tenía ganas de nada más que no fuera sufrir, por eso nunca intenté escapar y es que, aunque fuera difícil de explicar, allí me sentía en casa.

Recuerdo haber llorado esa noche al entender qué me sucedía: extrañaba a Diego. Luego de tantos años sufriendo sus maltratos, terminé por acostumbrarme. ¿A qué otra cosa podría llamarle hogar? Siempre sufrí, siempre fui el destino de todo tipo de vejaciones, y era aquello lo que percibía como un hogar, como normal y al haber acabado con mi verdugo, lo había perdido, me había quedado sin la seguridad de lo familiar. Aquella mierda era lo único que conocía.

-Puedes irte, ya después de un tiempo no es divertido follar contigo -dijo el hombre después de follarme.

Se había cansado de penetrar mi cuerpo y secretar su esencia en mi piel aún sucia, todavía son restos de sangre y arena, apestando como si fuera un puerco.

No quería moverme porque estaba como en casa, y por eso, cuando el campesino se cansó de mi presencia y me lanzó a la bodega donde dejaba a sus animales, no me importó. Permanecí allí, durmiendo en el barro, en esa mezcla entre lodo y excrementos de vaca, aumentando aún más mi hedor. Me convertí en uno más de los animales del hombre, una boca más que alimentar con las sobras que repartía día por medio. El único instante en el cual veía a otro ser humano, y que muchas veces fue simplemente para recibir su orina en el rostro.

-Ya vete, eres un asco... ¿No tienes a ningún lugar dónde ir? ¿Acaso eres mudo que no me dices nada?- gritaba cuando se cansaba, aunque nunca fue capaz de echarme.

Luego de un tiempo me presentó a sus amigos, otros hombres del pueblo, borrachos y vividores que al no poder pagar los servicios de una prostituta, se conformaban con el culo desgastado de aquel joven mudo y enfermo, que debía padecer alguna enfermedad mental para decidir vivir en aquel establo.

Así transcurrieron las semanas, los meses y finalmente los años. No veía la luz del sol y es que me sentía cómodo en la oscuridad. Era como si todos mis pesares pudieran ocultarse, como si al permanecer en las tinieblas pudiera camuflarme, fundir mi esencia y quitarme aquel peso de encima.

Los muertos me hicieron compañía en los momentos de lucidez.

-Tu padre merecía un hijo mejor que tú, alguien que sí lo amara como se lo merecía -decía Elia.

-Siempre supe que eras una mierda, y ahora mírate, es todo lo que te mereces- decía Valentina.

-Confiaba en ti, te quería como a un hermano ¿sabías? -decía Alice.

-Tu madre debe estar muy desilusionada de su hijo -decía Christopher.

-Te amé, tuviste la oportunidad de amar de verdad y acabaste conmigo -decía Miguel.

-Mi hijo nunca te amó. Él solo quería tener lo que tú poseías y rechazabas -decía Pamela.

-Hice todo lo que me pediste. Nunca nadie fue tan fiel contigo como yo lo fui -decía Esteban.

-Estoy orgulloso de ti, Lucas. Eres mi vivo retrato -decía Diego.

-Confié en ti, te salvé la vida ¿y cómo me pagaste? -decía Camilo.

-Nuestro hijo crecerá sin sus padres, ¿por qué le destruiste la vida a un inocente? -decían Diana y José Antonio.

Todos estaban en mi cabeza. No, mucho más adentro de mí. Estaban incrustados en mi alma, sus sangres estaban en mis venas y me acompañarían por el resto de mi miserable existencia. Y aún así, lo único que realmente me importaba, era el rostro del pequeño Nicolás.

¿Quise expiar mis culpas al vivir de esa manera por más de veinte años? No lo sé, simplemente estaba cómodo, y es que finalmente vivía de la misma manera en que siempre lo hice. Ya sea en el glamour y elegancia de la mansión Grimaldi como en la suciedad y precariedad de aquella bodega, mi existencia siempre fue un infierno, un pozo oscuro de sufrimiento y desolación. Muchos creerán que mi agonía comenzó hace veinte años, pero no, mi destino ya venía trazado desde mi concepción, desde que al azar eligió a Diego como mi padre. ¿Podría haber vivido lo que me quedaba de vida de otra manera?

Solo tenía un anhelo, un solo deseo que quería que se cumpliera antes que dejara de respirar, antes que aquellos resfriados que sufría en invierno lograran colapsar finalmente mi débil respiración: deseaba saldar mi deuda con Nicolás Goycolea. Sí, él era quien debía acabar con mi vida para vengar lo que le causé.

Y aunque el cielo debió estar enfadado conmigo, decidió conceder mi deseo y uno de mis tíos maternos me encontró tras dos décadas de desaparecido. Los rumores sobre mi existencia se esparcieron gracias a los borrachos que abusaron de mí por años, y esas historias llegaron a oídos de Florencia Goycolea, quien llegó un día a visitarme.

-Santo dios, ¿qué haces viviendo aquí? -

Se sorprendió como todos, al verme encorvado en el suelo, desnutrido y con la cabellera tan larga como mi porte. Le miré apenas, y aún así le reconocí.

-Tráelo... trae el niño. Necesito verlo -es todo lo que le dije, es todo lo que pudo pronunciar mi boca tras años sin hablar.

Y tal como prometió, el hombre trajo ante mí al único ser que me importó. Es idiota pensarlo, pero supongo que siempre necesité contar con el anhelo de otra persona. Primero era el amor de Felipe y luego la venganza de Nicolás.

-¿Qué quieres de mí? -es lo primero que dijo aquel bebé que se había convertido en hombre.

-Mi padre asesinó a mi madre cuando tenía cinco años. La vi desangrarse mientras él me violaba, cosa que hizo por años hasta que un día me percaté que tanto sufrimiento no podía tener consecuencias buenas. Todo el mundo idolatra a los mártires, a quienes perdonan a sus demonios y que aprendan bondad mientras el mundo les hace mierda. ¡Estúpidos! ¿Cómo van a creer que de tanto sufrimiento va a salir alguien puro? Claro que no, todo lo que sufrí me convirtió en lo que soy, en este monstruo que asesinó, descuartizó y torturó a todos quienes se interponían en su camino hacia la felicidad. ¿Sabes que asesiné a una zorra que estaba embarazada? Pues sí, la partí desde el ombligo hasta el vientre, con feto y todo -dije, y es que quería que supiera mi verdad. No para causar pena, sino que para que decidiera acabar con mi vida, para que pusiera fin a mi infierno.

-¿Qué quieres de mí? - volvió a preguntar.

-Corté al inmundo de mi padre lentamente, gocé cada pedazo de carne que le quitaba a ese hijo de puta. Y maté a muchos otros, pero... Solo me arrepiento de una, porque nunca lo planeé, nunca lo quise y es que eran inocentes. Tus papás eran inocentes y no se merecían lo que les sucedió, pero no tenía otro remedio, Diana se empecinó en contar la verdad -

-¡No digas el nombre de mi mamá! - gritó espantado.

-Ella era una buena mujer, te quería mucho, al igual que José Antonio, por eso me dolió mucho el dejarte huérfano. Me arrepiento hasta el día de hoy haberte hecho sufrir lo mismo que yo padecí. Y aunque no lo creas, después de eso no volví a matar a nadie más -no quise decir la verdad, revelar que finalmente Diana no era más que una promiscua infiel.

En ese instante decidí acercarme al muchacho, contemplar con mis ojos desgastados lo aterrado que estaba ante el monstruo que tenía en frente.

-Ya no quiero seguir escuchando, no me interesan tus razones. Me quitaste a mis papás, eso es lo único que importa. ¿Para qué me llamaste? ¿Qué quieres de mí? ¿Acaso quieres que te perdone?-

-No, nunca te pediría eso -

-¿Entonces qué quieres? -

-Quiero que me mates, que vengues lo que le hice a tus padres. Entierra esta daga en mi pecho y desquita toda esa ira que tienes dentro - estaba ansioso porque me ayudara, porque vengara lo que le hice. Le lancé un cuchillo que había guardado hace mucho tiempo, le estaba dando el arma para acabarme.

Enmudeció. No supo qué hacer. ¿Acaso no lo convertí en un monstruo repleto de rencor? ¿No le destruí la vida acaso?

De pronto la ira le invadió, tomó la daga y a mí por el cuello. Iba a incrustarlo en mi carne, iba a acabar con mi vida miserable de una vez por todas. Era el momento que había esperado por mucho tiempo. Por fin pagaría por haberle convertido en lo mismo que yo soy ahora.

Tan solo... tan solo que me soltó... Me dejó con vida y aún peor, me abrazó aun cuando debía sentir rencor por mí, aun cuando debía odiarme con todo su ser, al igual como yo detesté con toda mi alma a Diego.

-Te dije que acabaras con mi vida, no que me dieras un abrazo... - es todo lo que pude decirle mientras me abrazaba.

-Lo sé, pero supongo que hace mucho que nadie te abraza - ¿por qué me decía eso? ¿Por qué fue gentil con alguien como yo?

-Soy un monstruo ¿sabes? No podrías dormir si supieras todas las atrocidades que he cometido -

-Tienes que pagar por eso y quizás gastes todo lo que te queda de vida intentando expiar tus culpas, pero no soy yo quien debe juzgarte ni mucho menos castigarte. Solo quiero que sepas que haya sucedido lo que haya sucedido, yo he seguido adelante y ahora que sé la verdad, no guardaré rencor, no porque no lo merezcas, sino que porque soy yo quien no necesita ese sentimiento -

-¿Entonces me dejarás aquí? ¿Así? - No podía creer lo que hacía. Tenía todas las facilidades del mundo para acabar conmigo, y aún así prefirió abrazarme, darme la primera muestra de cariño que recibía desde hace décadas.

No podía comprender, estaba tan desorientado, que regresé a mi rincón, desilusionado de lo que el destino me había entregado. Aquel día debía morir y seguía respirando luego de encarar a quien pensé durante años.

-No soy yo quien te ha tenido prisionero, sino que tú mismo. Nadie más puede ayudarte en esto, solo tú eres capaz de ganarle a tus demonios -fue lo último que dijo antes de marcharse.

¿Yo debía ayudarme? ¿Era yo quién debía ganarle a mis propios demonios? No podía creer que aquel niño que creció con tanto dolor pudo haberme despreciado. Su corazón no se había destruido como el mío y prefirió seguir recto por el camino, en vez de desviarse como lo hice yo... y como supongo hizo mi padre.

Y al conocer a Nicolás, finalmente pude encontrar paz, porque él fue mucho más sabio que yo, y logró entregarme lo que realmente necesitaba: paz. El padre de mi padre le había destruido la vida de la misma manera en que él lo hizo conmigo, y yo al hacerlo, debía continuar con una cadena de maldiciones que solo iba creciendo generación tras generación. Sin embargo, llegó a manos de alguien que fue lo suficientemente noble como para acabar con ella y así, no perpetuar una herencia de sufrimiento.

Y quedé en paz, porque mi vida se había perdido, porque hace mucho que no estaba en este plano, pero continuaba respirando porque mi oscuridad seguía viva en el alma de un inocente. Y cuando ese inocente se desprendió de su cruz, logré descansar. Y sonreí, por fin pude conocer la felicidad.

El infierno acabó conmigo, y pocos meses después fallecí. No en paz mientras dormía, sino que de un disparo en mi cabeza, y es que no había otro final posible para mí.

 

 

FIN

 


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