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Infierno por jotaceh

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Notas del capitulo:

Si has llegado hasta acá es porque has soportado leer la historia, y te agradezco por eso. Espero de todo corazón que te haya gustado la historia y que aunque fuera oscura, hayas podido aprender algo... Finalmente, de todo se puede sacar una conclusión.

Espero poder leernos en el futuro... que a ninguno de nosotros no gane la tristeza, y que sigamos viviendo por mucho, mucho tiempo más.

 

Te deseo lo mejor de este mundo y que todos tus sueños se vuelvan realidad.

 

 

Con cariño,

 

Jotaceh

Capítulo especial 3: Rubén

 

Siempre existe un hijo favorito en cada familia, y ése fue Diego en la mía. Nuestro padre le prefería en todo, como si al haber nacido le hubiera elegido, siendo que yo era el primogénito. ¿Qué defecto tan grande tenía para que me desechara como a un insecto? Me pregunté muchas veces mientras crecía.

Me convertí en un hombre a la sombra de la grandeza Grimaldi, de la perfección de mi hermano y las críticas de don Roberto, quien siempre encontró que mi vida era un error, que todo lo que realizaba era mediocre, y así, haciéndole caso, fracasé en todo.

En los estudios me fue mal, y en las mujeres peor, porque solo estuve enamorado una vez en mi vida, y ella jamás se enteró de mis sentimientos.

La conocí en el parque, cuando recién había llegado a la ciudad. Recuerdo haberla visto embobado y es que nunca había visto a una mujer tan bella, tan delicada y tierna. Veía con gracia cómo un zorzal buscaba atrapar un gusano. Sonreía como si quisiera darle ánimos a la ave, como si fuera una deidad del bosque cuidando de sus protegidos.

-En mi pueblo no hay de estos pájaros, ¿sabes? -

Me habló de la nada, y es que se percató de mi presencia. Alguien tan sublime como ella había posado sus ojos divinos en alguien tan común como yo. Y en ese instante supe que me había enamorado, me di cuenta que mi corazón pertenecería por siempre a la hermosa Carolina.

Días después la volví a encontrar en el mismo parque, y esta vez tuve la valentía de conversarle. Así pude saber que había llegado a vivir a la capital para estudiar letras, porque quería ser escritora. Hablaba con tanta delicadeza que escucharla me parecía igual a disfrutar una dulce melodía.

Se me hizo un hábito ir todas las tardes al parque, solo para verla. A veces solo la observaba desde lejos, sonriendo por lo hermosa que era. Jamás tuve la intención de enamorarla, de obligarla a que estuviera conmigo, y es que era demasiado etérea como para ser capturada por un ser terrenal. Y aún así, se enamoró de uno.

Al tiempo la vi de la mano con un extranjero, con un apuesto rubio que la hacía sonreír. Y yo también lo hice, no era capaz de sentir celos, solo podía compartir la felicidad que ella estaba sintiendo. Lloré, lo sé, pero el verla a lo lejos, reír y saltar por el césped mientras mantenía la mirada de su enamorado, era suficiente como para entender que no podía más que alegrarme también.

Tras tantos años de aquello, hoy el sentimiento que tengo de esos recuerdos es totalmente distinto. Me odio por haber puesto mis ojos en ella, y es que tal vez, si no hubiera osado a contemplar a tan magnífica princesa, ahora Carolina estaría viva, hubiera tenido el destino que merecía, tanto ella como su hijo.

-¿Por qué vas tanto al parque? ¿Estás acosando a una chica? -me molestó un día Diego, al percatarse de mis salidas recurrentes.

El hijo favorito, ese que siempre envidié, había crecido soberbio y altivo igual que nuestro padre. Y al igual que él, desarrolló una habilidad especial para conocer el punto débil de las personas y utilizar ese secreto a su favor. Así, sin siquiera percatarme, se dio cuenta que me había enamorado de la chica del parque.

-Es demasiado para ti, hermanito... Pero ya verás que conmigo se verá mucho mejor -se burló de mí en la cara.

No le di mayor importancia, y ese fue mi peor error. Si tan solo no me hubiera fijado en ella, Diego no se hubiera encaprichado y no habría convencido a don Roberto que usara sus contactos para obligar a mi musa a casarse con él.

Los Goycolea eran una familia de hacendados en un pueblo lejano, que si bien tenían dinero, no eran tan poderosos como la nuestra. Por eso, al enterarse que podrían unir su linaje con uno de los clanes que ayudaron a fundar la nación, no lo pensaron dos veces y obligaron a su hija más bella a terminar con su enamorado, y comprometerse con un completo desconocido, con un monstruo que se obsesionó con el tesoro más bello que siempre añoré. Luego supe que esa familia también había logrado casar a otra de sus hijas con un Palmer, pero tampoco tuvo un final feliz, como si su clan hubiese estado maldito.

Y la deidad que había conocido, aquella mujer que revoloteaba alegre, se apagó al ser aprisionada por un demonio. La vi consumirse en la miseria, al mismo tiempo que yo caía en el mismo abismo. Me casé con una mujer de una familia acomodada, un arreglo de mi padre. Y como yo amaba a la esposa de mi hermano, mi esposa se terminó enredando con Diego. Aunque siempre lo supe, nunca me importó.

Carolina tuvo un hijo, el ser más hermoso que había visto. Y tras él, nació mi único retoño. Camilo Grimaldi, lo único bueno que hice en esta vida. Amé a esa criatura hasta el último de sus días, siempre quise que fuera feliz, tan solo que se me olvidó que nadie que tenga nuestro apellido lo puede lograr.

Mi deseos eran tan estúpidos, como el que mi hijo fuera amigo de Lucas. Quería que ellos fueran inseparables, y así, tener un lazo aún más especial con la mujer que amaba. Sin embargo, ella murió, fue encontrada en su cuarto, desangrentada y con su criatura en brazos, con aquel pequeño ángel a quien le cortaron las alas.

Y aunque yo no la maté, siempre me sentí culpable, porque por mí fue que Diego la conoció. Siempre todos supimos que él lo había hecho, era evidente porque ella ya había tomado la decisión de dejarle, tan solo que nadie se atrevió a encarar al poderoso heredero Grimaldi. Fuimos débiles, y preferimos hacernos los ciegos. Si tan solo hubiera tenido el valor de encararlo, el pobre hijo de Carolina no se hubiera convertido en un monstruo peor que su padre. Le dejamos olvidado, le regalamos al infierno como una ofrenda de paz, para que no fuéramos nosotros los próximos en morir.

Pero el destino siempre nos cobra nuestras deudas, y así como no ayudé al pobre de Lucas, él mismo me arrebató todo como recompensa. Mi mujer rodó por las escaleras mutilada, y mi hijo fue encontrado colgado en un árbol. Y nuevamente me hice el ciego, porque era evidente que el asesino era mi sobrino. Si hubiera sido valiente, tal vez, ahora Camilo sería un hombre adulto, habría formado su propia familia y yo le visitaría los fines de semana.

Tras la tragedia ocurrida en Lo Aromo, decidí volver a la ciudad, pero no a la mansión maldita, a esa que sigue en pie, pero que hace décadas se encuentra abandonada. No, empecé desde cero nuevamente, aunque acompañado del último heredero Grimaldi: Felipe.

El muchacho fue atacado por Lucas, su rostro quedó desfigurado y perdió el ojo derecho, pero tenía vida y eso era suficiente para partir de nuevo. Nos fuimos juntos, como si le hubiera adoptado, y es que me aferré a él con la esperanza de no quedarme solo. No tenía a nadie más en este mundo, solo al hijo de aquella mujer que resultó ser finalmente mi hermana.

Le acompañé en su proceso de rehabilitación, en su inserción en la sociedad como un discapacitado y en el difícil proceso de autoaceptación. Estuve ahí siempre, acompañándolo y entregándole todo el amor que no pude darle a mi hijo y a mi sobrino.

Debo reconocer que en el proceso, imaginé que todo volvería a repetirse, que las sombras nos envolverían nuevamente, pero no ocurrió. Vivimos en paz desde entonces, sin haber recuperado el poderío de antaño, pero sí conociendo por primera vez lo que es la felicidad. Hoy en día los hijos de Felipe me llaman abuelo, y paso con ellos los fines de semana, jugando y riendo en un sueño que costó mil lágrimas conseguir.

 

 

-Vive como un animal en un establo. Lleva veinte años así -me dijo Florencio Goycolea cuando me visitó una tarde en mi casa.

Y como se nos ha hecho costumbre, siempre todos sabíamos que Lucas seguía con vida, pero nadie hizo nada hasta aquel momento. Preferí dejarlo en secreto, Felipe no necesitaba saberlo, le costó mucho reiniciar su vida, conocer a su esposa y tener hijos, no podía arruinar todo lo que había logrado. Por eso viajé solo, no le dije a nadie y hasta hoy en día, años después de lo ocurrido, jamás he platicado sobre lo ocurrido aquella mañana de verano.

Mientras conducía por el bosque camino al mar, recordé cómo Carolina danzaba por el parque, cómo reía alegre sin saber lo que era la tristeza. Hasta hoy en día la sigo amando, después de tantos años y tantas tragedias, sigue presente en mi corazón como la primera vez, y es que tenía razón, ella fue, es y será siempre el amor de mi vida.

Por eso es que no podía seguir fingiendo que nada había ocurrido. La primera vez que lo hice, destruí la vida de aquella mujer y la segunda vez, la de su hijo. Era momento de redimirme, de actuar aunque fuera demasiado tarde y terminar por fin con mis errores.

Si no la hubiera conocido, ninguna tragedia se hubiera ocasionado...Medité sobre eso mientras bajaba del carro y caminaba hasta la bodega de madera que me había comentado el tío de mi sobrino. Respiré hondo antes de abrir la puerta y encontrarme con aquella escena tan horrenda.

¿Por qué permití que todo eso ocurriera? ¿Por qué fui tan débil? Cuando me enteré que mi hermano abusaba de Lucas, tuve que haberlo tomado de la mano y habérmelo llevado muy lejos para dejara de sufrir, pero fui débil y no hice nada. Incluso mucho antes, tuve que haber hecho eso mismo cuando supe que Diego era abusado por nuestro padre. ¿Por qué siempre he sido tan cobarde?

Caminé por el lodazal impactado ante el hedor y la suciedad en la que el hijo de Carolina había vivido por más de veinte años. Y al llegar al final, me encontré con un ser abatido y deformado por el tiempo, estaba contemplando el despojo de una historia cruel, de una existencia que no conoció más que el sufrimiento.

Mi amada llegó a mi mente, aquella hada que bailaba grácil sobre el césped, ella había parido a un ser que ahora estaba convertido en un espectro, y todo producto de la cobardía de todos quienes le rodeábamos.

-Lucas...-le llamé avergonzado.

Y en ese instante, sus ojos se posaron en mí. Por primera vez le contemplé sereno, ya no era el mismo muchacho de siempre, por alguna extraña razón toda la tristeza que siempre le invadió la mirada había desaparecido.

Era el momento, había llegado la oportunidad de acabar con todos nuestros errores. Saqué el arma de mi chaqueta, la levanté y apunté directamente a la frente de Lucas.

-Gracias -es todo lo que pronunció antes de sonreír. Y así, sereno y agradecido, murió frente a mí.

Le liberé por fin de la pesada carga que había llevado durante tanto tiempo y que se había guardado para sí. Demonio o no, ya no debía seguir sufriendo de esa manera. 

 


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