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Hasta El oscuro puede amar por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Marvel no me pertenecen, sino a Marver Estudios, Disney y a Stan Lee. Este fic lo hice sólo y únicamente como diversión. Créditos a los autores de las imágenes de portada en turno.

Personajes: Dr. Strange/Tony Stark.

Aclaraciones y advertencia: Romance, angustia, muerte de personaje, pactos demoníaco y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

 

Resumen: Todos sueñan con la eternidad, pero pocos conocen la maldición que conyeva.

Beta Reader: Samantha_Myarrow

 

—d

 

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Hasta El oscuro puede amar

 

 

Capítulo 2.- El precio de su libertad

 

<<Strange pronunció unas palabras en el idioma de los demonios. Llevó uno de sus dedos a su boca para hacerse un corte con ayuda de sus filosos colmillos. La sangre brotó inmediatamente por la herida.

Continuó recitando aquel extraño idioma.

Manchó con su sangre el sello que se rompió en seguida. El cofre se abrió, revelando su contenido.

 

Strange funció el ceño por aquello que tenía ante sus ojos…>>

 

La empuñadura de una espada con parte de la hoja oxidada, un hermoso anillo opaco y viejo, además de un caballito de madera.

Sus ojos brillaron volviéndose rojos. Tomó la empuñadura y al instante, el cambio surgió.

 

Una espada cuya hoja era recta y de doble filo, resplandecía como el fuego, decorada en su parte superior con sendas figuras grabadas a ambos lados que representaban al arcángel Gabriel. Pomo cincelado con la leyenda "HOMO DEI"* incisa en la orla. Empuñadura de oro. Guarda cruciforme arqueada y cincelada en el centro; a los lados la leyenda "IUDICIUM DEI"* en anverso y reverso.

Era tan hermosa como la recordaba; tan gloriosa como cuando Yaialel la empuñaba.

 

—Yaialel… —pronunció otros nombres, de todas las eras, como la misma historia de la humanidad—. Elizabeth… —su voz se quebró al decir este último, después de todo, ella fue la última reencarnación de su amor, la última vez que estuvo con sus hermanos.

 

Capa le acarició la mejilla, preocupada por el hechicero, quien le sonrió asegurándole que se encontraba bien. Dejó el arma en la mesa que, al perder el contacto con el hechicero, regresó a su forma original.

 

Su atención se centró en el juguete. Era pequeño, la madera ya se encontraba ennegrecida y la pintura había desaparecido casi por completo.

 

—Henry —susurró mientras tomaba el caballito; rozó su cabeza con la yema de los dedos. Cerró los ojos rememorando el día en que se lo regaló. Su hijo había cumplido cinco años. Pertenecían a una familia aristócrata durante el reinado de María I “la sangrienta”, miembro de la casa de los Tudor. Aun siendo de noble cuna, inculcó a su hijo la humildad, a no ver a nadie como inferiores, a conseguir las cosas con trabajo duro. Ese juguete era una prueba de ello, puesto que él mismo lo había fabricado—. Un año después los perdí —suspiró melancólico.

 

Dejó el objeto y tomó el anillo que claramente perteneció a una mujer. Era de oro opaco por el paso del tiempo. Tenía una morganita rosa engarzada —el color favorito de Elizabeth—. Se lo había regalado cuando sus familias los comprometieron.

 

—La única cosa buena que  hizo mi padre —le comentó a Capa. Volvió a guardar todo dentro del cofre y le colocó un sello aún más poderoso del que tenía. Abrió un portal al Santuario y le ordenó a la reliquia regresar—. Lo siento, pero esto es algo que debo hacer solo.

 

La Capa “se cruzó de brazos”, pero terminó obedeciendo de mala gana al hechicero. Strange cerró el portal. No es que Levi no lo hubiese acompañado al infierno antes (literal y metafórico), pero si las cosas se ponían feas, no quería ponerla en peligro.

 

 

 

 

El infierno. Había cientos de malas interpretaciones de ese mundo, tantas como antigua era la humanidad. La más popular era, por supuesto, aquel lugar de fuego y azufre donde el grito de las almas torturadas por los demonios era lo único que se escuchaba.

A Strange esto le causaba un poco de gracia.

Sí, el báratro olía a azufre (algo normal si consideramos que se encontraba en lo más profundo del mundo) y sí, había ríos de magma, pero no había almas lamentándose por su sufrimiento eterno, en su lugar, había niveles interminables de pasillos con innumerables puertas que conducían a los infiernos personales. Existían además, diferentes edificaciones en donde los demonios vivían, dependiendo su tamaño, era el estatus de su morador.

 

Strange ingresó a lo que a todas luces parecía ser una herrería. En el centro se encontraba una forja en la que un hombre de cuerpo delgado pero musculoso, trabajaba.

 

Su piel era cobriza y su cabello rebelde azabache, estaba de espaldas a Stephen pero lo encaró al sentir su presencia.

 

—¡Oscuro! —dijo Azazel. Sus obrizos ojos brillaron en reconocimiento y la sonrisa en sus labios murió tan rápido como apareció—. Lo siento. Stephen —corrigió cuando Strange lo fulminó con la mirada—. ¿Qué te trae por aquí? —entonces, el demonio reparó en el cofre que el hechicero traía—. Veo que Lucifer por fin te lo entregó.

—¿Lucifer? —Azazel asintió mientras tomaba algo de metal incandescente con las manos para colócalo en el yunque para comenzar a moldearlo.

—Dijo que quería… —volteó al ya no sentir la presencia de Strange. Suspiró. Nuevamente lo había dejado hablando solo.

 

 

 

 

Lucifer miró a las hermosas mujeres que bailaban para él. Estaban completamente desnudas y realizaban poses sugerentes, pero su mente se encontraba demasiado distraída como para disfrutar tan hermoso espectáculo.

 

Una mujer exuberante de escasa ropa, pero con el rostro cubierto, se le acercó para ofrecerle una bellísima copa que contenía un líquido rojizo que Lucifer aceptó.

 

 

—Gracias linda —le dio un sorbo a su contenido. Sonrió al ver entrar a cierto hechicero—. ¡Stephen! ¿Qué te trae a mi humilde morada?

—Si no quieren conocer el verdadero infierno, les ordeno que se larguen.

 

Las mujeres se miraron entre ellas sin saber qué hacer. No era la primera vez que se topaban con aquel hombre, pero éste siempre fue amable y caballeroso.

 

—Ya escucharon mis niñas. Papá debe atender algunos asuntos, vayan a jugar afuera —las mujeres se retiraron en silencio—. No deberías amenazarlas así. Son súcubos, pero tienen sentimientos.

—No estoy para bromas, Lucifer —el aludido le miró expectante. Strange sacó el cofre, lo colocó delante del Ángel caído, quién parecía sorprendido de ver aquel objeto.

—¿De dónde lo sacaste?

—No te hagas el tonto Lucifer. Azazel me dijo que tú le ordenaste hacerlo para mí.

—En efecto. Era para agradecerte por el alma de ese tal Thanos —dijo con una amplia sonrisa—. Ahora entiendo por qué a los humanos les gusta tanto la Navidad, ¡es muy divertida!

—¡Eso no te da derecho a resucitar a los muertos! —gritó al tiempo que la habitación tembló, como si temiera a Strange—. Ni mucho menos usar el recuerdo de Henry y Yaialel.

—Stephen. No sé de qué hablas.

—¡No me mientas Lucifer! —gritó encolerizado.

—Sabes que odio las mentiras —dijo Lucifer encarando a Strange. Si había algo que el diablo detestaba más que cualquier cosa, era que le llamaran mentiroso—. Es verdad que le pedí a Azazel que hiciera un cofre, pero aún no había decidido qué regalarte. Como sabes, no hay tiendas en el infierno.

—¿Quién me envío la espada de Yaialel?

—No lo sé amigo mío —dio un pesado suspiro—. Para serte sincero, el cofre desapareció de mi palacio hace meses —Lucifer se acercó a Stephen, puso un par de dedos bajo la barbilla del hechicero y lo obligó a mirarlo a los ojos. Sus rostros estaban muy cerca como para sentir sus alientos, pero no lo suficiente para que se rozaran—. Te conozco desde hace milenios, incluso antes de que “mi querido” padre decidiera usarlos en vez de a mis inútiles hermanos. Sé por el sufrimiento que todos ustedes pasaron en cada una de sus reencarnaciones, sus agonizantes muertes.

—Hasta que Boudicca apareció…

—¡La joven pero prodigiosa Hechicera Suprema! El perfecto ejemplo de la “misericordia” de mi querido padre —dijo sarcástico—. Ancestral no merece estar aquí.

 

Hubo una pausa, que fue rota por el mismo diablo.

 

—¿Qué tenía el cofre y porqué dices que hay un resucitado? —Strange suspiró pesadamente antes de contarle lo acontecido.

 

Lucifer escuchó atentamente el relato de Strange. Admitió que la espada se encontraba en su reino e incluso, había pensado hacer que Azazel la reparara pero al final desistió de la idea. No quería hacer sufrir a su amigo con el recuerdo de Yaialel.

 

—La empuñadura desapareció, pero aún conservo parte de la hoja —Strange se sentó en el lugar que minutos antes ocupaba Lucifer.

 

Tanta información, tantos sentimientos encontrados.

 

—No tengo idea de cómo ese mortal regresó de entre los muertos… más o menos —agregó al recordar que Steve se encontraba en una especie de coma—. Azrael no va a estar nada feliz con esto.

—Espero poder resolverlo antes de que se entere —dijo Strange—. No quiero que se repita lo de la última vez —Lucifer asintió concordando con su amigo.

—Investigaré quién se atrevió a robar en mi palacio. Te lo haré saber en cuanto sepa algo.

—Regresaré al Santuario.

—Salúdame a Levi y espero la traigas la próxima vez —dijo sonriendo—. ¡Adoro a esa Diablilla!

 

 

Strange regresó a Santuario. Lo primero que hizo fue darse un baño para quitarse el olor a azufre. Wong había regresado a Kamar-Taj para supervisar a los nuevos estudiantes. Había decidido que ya era momento de nombrar al próximo guardián del Sanctum Sanctorum, ya era momento de tomar su lugar como Hechicero Supremo.

 

Salió del cuarto de baño sin más prenda que una toalla sujeta a la cintura. Frunció el ceño al contemplar a una pequeña niña de largos cabellos rizados, tan rojos como la sangre. Sus ojos eran dorados, como de gato. Usaba un vestido negro que la hacía lucir como una muñeca de porcelana

 

—Levi, ¿qué te he dicho de entrar a mi habitación mientras me estoy bañando? —la niña infló las mejillas a modo de puchero.

—No me llevaste —dijo indignada. Strange suspiró derrotado.

—Tenía asuntos que tratar con Lucifer.

—Elizabeth y Henry fueron buenas personas. Ancestral dijo que ellos tuvieron una vida tranquila. Él se casó con una buena mujer.

 

Strange se sentó en el borde de la cama, se cubrió el rostro con ambas manos. Estaba tan cansado, tanto emocional y mental. Había vivido demasiado ya… perdido a todos sus seres queridos.

 

Quizás era momento de…

 

—¡Basta! —dijo Levi encarando al Hechicero Supremo—. Elizabeth, es decir, Yaialel y tus hermanos fueron liberados de la maldición gracias a ti. Tú los salvaste, aceptaste una condena eterna para que ellos fueran libres. Fuiste su héroe.

—Necesito vestirme —Levi suspiró derrotada. Tomó su forma de capa y salió de la habitación dejando a Strange solo con sus fantasmas.

 

Al terminar de vestirse, abrió nuevamente el cofre, sacó el anillo y lo colocó en una cadena que había solicitado a Azazel antes de salir del infierno; se la puso en el cuello y la guardó bajo sus ropas. El juguete lo colocó al lado de su cama, pero la empuñadura la dejó dentro del cofre, esta vez colocando más sellos para asegurarse que nadie intentara acceder a su contenido. Tal vez la espada de Yaialel estaba rota, pero seguía siendo un objeto divino, creado por ángeles y no saldría nada bueno si caía en las manos equivocadas.

 

Escuchó a Levi anunciar que alguien tocaba a la puerta. No necesitaba de su magia para saber de qué se trataba de Tony. Cuando se dirigió a la entrada, se encontró con el Stark en un peculiar “abrazo de oso” por parte de la Capa de Levitación.

No comprendía el apego que su compañera tenía por Tony, pues, él más que nadie sabía el desagrado de Levi por los humanos, siendo aquellos que ostentaban el título de Hechiceros Supremos a los únicos que toleraba.

 

—¿Un poco de ayuda? —de un momento a otro, Tony perdió el equilibrio, terminando en el suelo con las piernas abiertas, regalándole a Strange una erótica escena que lo hizo imaginarse a Stark desnudo bajo él, gimiendo mientras…—. ¡Stephen!

—Ya es suficiente. Suéltalo —dijo tratando de que su voz no se escuchara demasiado ronca. Levi “miró” a su compañero antes de soltar a Tony y acomodarse en los hombros de Strange a quien le dio un ligero apretón—. ¿A qué se debe tu visita?

—Juro que tu capa quiere matarme —se quejó Stark—. ¿Es que no puedo visitar a mi hermano de barba?

—Viniste por el asunto del cofre —Strange conocía lo suficiente a Tony como para saber que el filántropo no tenía la suficiente paciencia para esperar a que él le informara. —¿Te parece si lo hablamos mientras probamos la colección del maestro Drumm?

 

Tony asintió, aunque no muy convencido.

 

La cábala del maestro Daniel Drumm estaba conformada por licores tan antiguos que a Stephen se le antojaban nostálgicos.

 

—Y… ¿pudiste abrir esa cosa con tus polvos de hadas?

—El cofre posee sellos demasiado poderosos, me va a llevar días, incluso semanas poder descifrar qué clase de magia es —mintió.

—Así que hay cosas que tu Abracadabra no puede hacerlo todo.

—Las artes místicas son una ciencia exacta. Cualquier error, por más mínimo que sea, puede terminar en un terrible desastre.

—Bueno, tal vez solo necesitas un poco de Bibidi Babidi Bu.

—Desafortunadamente eso solo serviría para darte un vestido, unas zapatillas de cristal y transformar una calabaza en carruaje.

 

La velada continuó. Por un momento, ambos olvidaron sus penas y el peso de sus corazones desapareció.

Strange no recordaba cuánto tiempo había sentido desde la última vez que se sintió así... tan libre… Qué curioso que fuese precisamente Tony Stark quien le brindará tanta paz.

 

Continuará…

 

 

 

Este capítulo debía haber estado antes, pero tengo cel nuevo y creo que no lo he logrado domar (en pocas palabras, no sé cómo jodidos pasó y el archivo se borró, así que tuve que reescribir casi todo).

 

HOMO DEI: Hombre de Dios.

IUDICIUM DEI: Juicio de Dios.


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