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Las diez mentiras (EN VENTA) por Furia_Rosita

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Sonrío nada más verlo. Ha sido un día horrible, más que los anteriores y eso que pensé lo mismo cada mañana. Quizá entre tanta miseria él pueda traerme de vuelta algo de mi antiguo optimismo; o quizá solo se encargue de hacerlo pedazos totalmente. En el fondo esa posibilidad debería asustarme, pero siento que da igual.

Que todo da igual, que nada importa. Pero, aunque nada lo haga le sonrío y le saludo como si no fuera así y me extraño, por qué yo no sé fingir.

—Muy chistoso. —le digo mirándolo de arriba abajo y señalando con el índice su cabeza.

Siempre con ropas rotas, de cuero y negras, pero el gorro navideño rojo chillón y con un reno dibujado en él es la guinda del pastel hoy y debo admitir que lo agradezco. Me duelen las comisuras con la primera sonrisa que me arranca; creo que me estaba oxidando al buen humor.

—Feliz navidad, padre. —dice él con su típico tono ya tan común para mí que no me alerta. Entonces se sienta a mi lado y por primera vez el silencio no me incomoda.

El gentío se escucha de fondo como una nana que nos arrulla y siento que tras noches de insomnio ahora que tengo su presencia podría quedarme dormido en su hombro.

—¿Los reyes te van a traer algo este año? —pregunto al verle confiado y callado.

—No, he sido un chico malo, lo sabes bien. —esta vez sí me incomoda la forma en que mira mis labios y habla moviendo los suyos como una danza hipnótica. Recuerdo el beso robado, que para él no significó nada y para mí el fin.

Aparto la mirada, recordando que, aunque me sienta bien a su lado, jamás estaré seguro. Entonces caigo en la cuenta de algo que me intriga.

—Lucian… ¿Cómo me has encontrado? —alzo una ceja mirándolo y después mirando al frente para remarcar las calles transitadas, cubiertas por una fina capa de nieve blanda y luces artificiales de todos los colores.

Son pocas las veces que bajo al pueblo e incluso en Navidad suelo quedarme solo en la iglesia. Que hoy esté aquí es una casualidad que incluso a mí me sorprende ¿Cómo lo ha sabido él? Tan siquiera lo he planeado; solo paseaba y me desvié sin darme cuenta, como movido por algo que siento y no sé explicar.

Una polilla que vuela hacia luces navideñas porque le parecen risueñas y felices.

Se encoge de hombros, después ríe. No sé por qué lo hace ni que esconde detrás de sus dientes perlados, pero temo esa verdad tanto como la deseo. Cómo a él.

—De veras, esas cosas que haces dan miedo a veces.

—Dios es omnipresente ¿No has pensado que quizá soy él? —una carcajada pugna por salir, pero la reprimo, no debo reírme de mi señor aunque la imagen es sumamente cómica.

Que él sea un enviado del señor para ponerme a prueba es algo que ya dudo, pero ¿Que él sea el señor? Antes creería que Jesucristo fue quien traicionó a Judas.

—Lo dudo tantísimo.

—Eso es bueno.

—¿El qué? —digo ladeando la cabeza. Me temo que hemos vuelto al punto donde él habla de cosas que yo no entiendo y mi pobre cerebro se calienta intentando seguir el ritmo.

—Dudar. Solo así se conoce.

—Pero eso es contradictorio…

—Como todos nosotros. —su sonrisa se empequeñece un segundo y juro que sin luces de por medio veo un destello de melancolía en sus ojos. Es solo un instante que desaparece tan rápido que dudo de él, pero en el momento me atraviesa como un rayo de verdad.

Una verdad tan absoluta que su presencia me adormece la lengua y eleva mi cerebro a un lenguaje que no conozco.

—¿Q-Qué?

—Somos contradictorios, necesitamos serlos. Sería triste no luchar, ganar y perder contra nosotros todo el rato ¿No crees? Creo que estás luchando muy bien esta vez…

—No entiendo a qu-

—No entiendes, pero sabes. Es lo único que necesitas, así que déjalo ya. —suspiro y dejo el tema, sé que es inútil y que de una forma u otra mi tiempo junto a él es limitado así que pienso que es mejor no malgastarlo.

—Lo dejo, lo dejo… —dijo alzando las manos como signo de rendición. Él las mira apático y me extraña, pensé que al desistir él reiría como siempre, pero es extraño e imprevisible —Dime ¿Que te trae por aquí?

—El espíritu navideño —el sarcasmo impregna sus palabras mientras sacude la cabeza haciendo danzar la bolita blanca que corona su gorrito —¿Y a ti?

—No lo sé. No me apetecía quedarme en la iglesia así que salí a pasear. —digo bajando mis ojos al suelo; debería dolerme admitir que la casa de Dios no me resulta acogedora esta noche, pero no es así. Es verdad y la verdad, a veces, no duele: libera.

—¿Y eso? Muchos pensamientos fuertes en un sitio silencioso ¿No es así?

—Lo es… —admito hundiendo mi rostro en mis manos y apoyando los codos en mis rodillas.

Él pone una mano en mi hombro, para reconfortarme y yo siento las cicatrices de mi espalda arder. Pero el maldito calor se disipa y, de nuevo, se funde en toda mi piel.

Maldita sea.

—¿Acaso Dios te está poniendo muchas piedras en su camino? —asiento sin voz; se burla de mí, pero eso no significa que no se preocupe, ni que yo no desee ser sincero- Entonces quizá deberías probar otro camino.

—No, gracias. Aprenderé a sortear esas piedras del señor. —comento riendo ante su insistencia. Él sabe que no me cambiará y que ya me he habituado a sus propuestas, entonces ¿Por qué lo intenta de nuevo? Solo puedo pensar que es como un niño y eso hace que lo vea ciertamente más tierno.

—Por la cara que tienes más bien son pedruscos. —asiento algo entristecido y me relajo un poco cuando aparta su mano de mi hombro. La anhelo, pero no la pediré, no puedo controlar mis deseos pero si mis actos. No estoy seguro de si está mal que mis ojos sigan su mano mientras mi piel se esfuerza por no olvidar su tacto masculino pero suave —Y dime ¿Que son esta vez?

—Dinero y… mi hermana.

—Ah, esto ya es un clásico ¿No es así?

—Supongo… —él permanece callado observándome. Quizá espera que me explique, quizá solo pretende incomodarme, pero de todos modos necesito hablar con alguien y sé que me escuchará a pesar de lo retorcida que es su cabeza cuando mete en ella mis palabras —Mi hermana cada vez está peor, así que es más costoso el tema de la clínica. A mi cada vez me dan menos dinero y en el pueblo no me quieren ofrecer trabajo alguno. Parece que el ‘’cura solitario’’ no tiene buena reputación, incluso se han inventado leyendas de que soy un monje loco que ora por las montañas y habla con los animales.

—Tan desencaminados no van.

—Pues quizá no… —sigue observándome con su característica sonrisa. Estamos cerca de la terraza de un bar y es de madrugada, así las risas de las familias llegan a mis oídos como un recordatorio de que la mía fue una carga y a día de hoy lo es —No sé qué hacer con lo del dinero ¿Tú trabajas en algún sitio donde yo…

—Claro, le diré a mi jefe sobre ti. —de repente una llamarada de felicidad me inunda el pecho en un calor diferente al que él me suele hacer sentir; ya no ardo, solo me siento cálido y abrazado por una esperanza que creí perder —O si lo prefieres puede darte su número. Es el seiscientos sesenta y seis.

Mi cuerpo vuelve a helarse y el rostro se me queda pálido. El candor se aferra a mi carne y la fe lo abandona un poco. Su carcajada irrumpe entre las demás y aunque más estridente y cruel, también suena más hermosa.

Maldigo mi destino a veces, otras olvido quien soy con un simple sonido.

Mi tripa ruge estruendosamente y cubro mi estómago con los brazos; el rostro rojo y bajo el escrutinio de Lucian.

—Hambriento, ¿eh? —asiento ante la obviedad y deja escapar una risa extraña —Pues mira eso. —ordena con la voz disonante por una risa que pugna por salir.

Sigo la dirección a la que apunta su índice y el estómago se me encoge. A estas horas solo queda una familia en la terraza del bar. Dos mujeres y una niña.

Pero lo que más aberrante me parece en ese momento no es ver como dos chicas se aman creyendo que está bien y crían a una criatura de Dios bajo un monstruoso deseo; no, lo que me hace querer llorar es ver la forma en que la niña juega con la comida, lanzando trozos de pan o de carne al suelo simplemente porque no le gusta.

Las madres (¿Madres? dudo que merezcan ser llamadas así dichas raptoras perversas. Comprendo la fuerza de la tentación y me apiado de su poca voluntad, pero involucrar a un infante en algo así es una ignominia demasiado grande para ser pasada por alto) dejan a la niña en su berrinche y es que ellas son peores. Presionan con la mano sus tripas llenas y aunque saben que no pueden comer más piden platos costosos para probar; mientras, el camarero retira restos de comida más grandes que lo que he probado esta última semana.

—Esas sí que no tienen hambre —se jacta Lucian—, además al llegar a casa se hartarán de pescado. —me siento confuso unos segundos, intentando adivinar el porqué de esa suposición.

Oh. Me siento de inmediato horrorizado y antes de que una imagen mental se forme el asco me roe los huesos. Pienso en reclamarle al chico por su comentario, pero sé que no tiene remedio.

Poco a poco las madres recogen sus cosas y dejando el suelo sucio y el lugar solitario y desordenado, pagan y se van dando pequeños pasos.

—Qué asco dan ¿no?

—Pero ¿tú no eras homosexual? —preguntó sorprendido y, por algún motivo, su comentario llega a preocuparme ¿Por qué si eso le ayudaría a alcanzar la salvación?

—No me refiero a los gays, me refiero a los ricos. Esas dos pagan cantidades que ni saben contar para comida que saben que no pueden acabarse. Ojalá tener yo tanto dinero…

—Sí ojalá… —él me mira complacido; se lame los labios cuando me oye y entonces se levanta dirigiéndose hacia la mesa.

No espero a orden suya alguna, solo le imito y le sigo. Él no se ha sorprendido de que yo haya reconocido mi envidia; a estas alturas yo tampoco me sorprendo de haberlo hecho.

Me arrepiento de mi codicia, sí, pero no puedo cambiar mi corazón.

Se deja caer en la silla causando un gran ruido; termina yaciendo sobre ella con las piernas abiertas con desfachatez y el cuerpo flácido desparramado como una muñeca de trapo. Y, aún con su desgaire y actitud odiosa, con esos gestos pasotas, esa mirada malvada y esa sonrisa tan hostil, me parece tan digno de ser arte, que tengo que apartar mis ojos de él antes de que sea demasiado tarde.

—¿Qué? ¿Acaso no quieres? —doy un repullo por su perspicacia y me muerdo el labio odiando ser tan transparente ¿Acaso se ha dado cuenta?

Entonces le miro para excusarme y lo veo señalando algunos platos a medio comer que el camarero ha olvidado.

Ni siquiera me fijo en si hay o no cubiertos todavía en la mesa, mis manos van directas a agarrar la comida troceada y correosa y cuando llega a mi boca no puedo evitar llorar. Las sobras de los poderosos saben cómo el mejor manjar para mí y solo atino a preguntarme ¿Por qué? Dios nos da a todos suficiente, pero ¿Por qué a unos tanto y a otros tan poco? ¿Por qué a mí solo me da tentación y desgracia?

Me calmo después de que mi estómago deje de arder y entonces me doy cuenta de la forma socarrona en que Lucian me mira tras haberme dejado llevar.

Limpio las manchas de salsa de mi cara como buenamente puedo y trato de tragar toda la comida que estoy prácticamente engullendo como un cerdo, entonces olvido el hambre y me arde la cara como el infierno.

—Ah… que vergüenza. Debes pensar que soy desagradable y lamentable... —me lamento, pero sé que cuando el hambre sea mayor que el pudor mi cuerpo rogará por alimento penosamente de nuevo.

—Yo pienso que tú eres tú. El resto son juicios y yo, a diferencia de Dios, no juzgo ni condeno. —canturrea levantándose.

—Pero el señor nos da la salvación, el regalo del alma más grande, es preciso que juzg—

—Dios dice que nos dará algo que no sabemos que existe para nuestra alma, que tampoco sabemos si existe. Sin embargo, el placer de la carne es real y sincero. Padre, una vez me dijiste que no solo de pan vive el hombre ¿Dices lo mismo con el estómago vacío?

 

Tan siquiera puedo pensar una respuesta, la desesperación que me invade por la mezcla de acontecimientos me deja petrificado en el lugar: sus palabras parecen tan veraces e innegables que me atolondran y, además, se marcha lentamente despidiéndose con su típica incógnita y yo tengo miedo a quedarme solo el resto de la navidad.

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