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Órdenes y desórden (EN VENTA) por Furia_Rosita

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Notas del capitulo:

Este libro (la versión completa) está en venta en amazon.com (tapa blanda y ebook si queréis una versión MUY barata).

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El chico llamado Miquel entra, prendiendo las velas y alumbrando así la habitación. Eso me indica que es de día. Me doy cuenta, mirando la forma en que las llamas bailan, que hecho tanto de menos la luz del sol que su solo recuerdo me causa un vacío en el pecho.

¿Cómo pude uno extrañar cosas tan pequeñas que nunca se paró a apreciar?

—¿Te duele mucho? —pregunta señalando mis tetillas. Miro hacia abajo con horror, aunque por suerte la noche las ha mejorado bastante.

Rojas como cerezas, hinchadas y con pequeñas hendiduras donde la pinza las mordió. Asiento levemente y el chico pasa al frente con un cubo con agua jabonosa y unos cuantos trapos.

Los pasa en silencio por mi cuerpo, refrescándome de una forma que me reconforta. Cuando toca mis pezones y yo exhalo con un ruido de dolor, él retira el paño y lo hace más gentilmente.

—¿Has vuelto a decirle que no obedecerás? —asiento, debería hacerlo con orgullo, pero no puedo. Solo me siento idiota. —Ya veo… ¿Por qué odias a los vampiros?

—¿Por qué tú no? Deberías.

—No debería ¿Qué razones hay?

—Son malvados, solo sirven para matar, para hacer daño, para destruir y torturar.

—Son buenos en eso, sí, pero porque están diseñados para ello. Tampoco significa que siempre hagan esas cosas. Ahora parecen más malvados porque la guerra endurece a todos, pero puedo asegurarte que ellos son personas, igual que tú y yo. —niego con la cabeza. A las personas les late el corazón, a las personas la muerte las deja en la tumba. Las personas sienten. Ellos no son personas.

—Son viles…

—Si lo fueran ya estarías muerto, igual que yo. —dice algo más serio, tirando los trapos al cubo y comenzando a secarme con especial cuidado. Su rostro está llano de apatía cada vez que hablo.

—Precisamente por eso lo son. Solo me mantienen vivo para torturarme, para hacer de mi vida un infierno.

—¿Por eso te dan la oportunidad de obedecer y no recibir daño alguno? —sus palabras son como un golpe directo en la nuez, durante un segundo me desconcentran y yo mismo me hago esa pregunta.

—Es una trampa, si me someto a él acabaré igual o peor.

—Yo soy el esclavo de un vampiro ¿Acaso luzco como tú? —lo miro de arriba abajo y no sé siquiera como defenderme.

Está estupendo, obviamente bien alimentado, vestido e incluso su piel está bronceada. Ve el sol.

Agacho la cabeza, sin nada que decir. Mis principios no me dejan abandonar esta testarudez; está mal, no sé por qué, pero lo siento.

Él se inclina hacia mí, poniéndose puntillas para alcanzar los agarres metálicos. Cuando los libera y caigo al suelo él pasa un paño húmedo por mis muñecas.

—No deberías resistirte si te atan aquí, mira. —señala mi piel mojada, al gua se lleva la sangre seca y el óxido y queda mi piel limpia, con profundos cortes que rodean toda mu muñeca —Voy a traerte comida, ves a la cama, debes estar agotado y Dunkel vendrá pronto.

Él chico sale un momento de la sala. Mis piernas y brazos entumecidos apenas funcionan así que ni aunque me liberase de la cadena de mi cuello podría oír. Emito un pequeño gemido lastimero y simplemente me hecho en la cama. Todo mi cuerpo duele.

Me cuesta trabajo respirar con normalidad, pero lo consigo. Mis músculos se relajan y descanso unos segundos.

—Te dejo esto aquí. Lo he preparado yo, no soy buen cocinero, pero como soy humano al menos sé que tiene mejor pinta que la comida que preparan los vampiros. —dice riendo.

Lo veo andar hasta la puerta, con preocupación en el rostro. Entonces antes de abfrirla se voltea y habla:

—Aunque no quieras complacer a Dunkel, aunque le odies… Por favor, obedécele. Hazlo por tu bien. Hazlo, aunque sea solo por no ser golpeado. —me mira con los ojos acuosos. Yo asiento casi imperceptiblemente y no sé si siquiera le haré caso.

Cuando se marcha hago un gran esfuerzo para incorporarme. Lo logro y hecho un vistazo al plato. Carne con verduras y un zumo de naranja. Dios mío, para mí esto ahora es un manjar.

Después de comer vuelvo al lecho y en cuestión de segundos, a diferencia de la noche anterior, me quedo dormido.

Algo frío me empuja más contra la cama, un tacto rugoso araña mi cuello y noto los brazos tensos. Abro los ojos de golpe y cuando veo el panorama siento el corazón parárseme. Mi collar está fuera de mi cuello, pero mis manos están atadas al cabecero con cuerda y cada vez que tiro, aprieta más. Dunkel esté sentado en la orilla del colchón, con una mano sobre mi vientre, acariciando casi con ternura.

—Miquel me ha dicho que quizá habías cambiado de opinión, que sea más paciente contigo. Es lindo, pero sé que si se preocupa es porque tiene motivos. No has cambiado de parecer ¿Verdad? —sé que no y que nunca cambiaré, pero soy incapaz de darle una respuesta. —¿Qué esperas que haga ahora? ¿eh?

—Vas a hacerme daño, otra vez… ya lo sé. —una pequeña y rasposa risa sale de su garganta. Sonríe con grandes hoyuelos y grandes colmillos mientras niega con la cabeza.

Su mano sigue acariciando mi vientre y el nerviosismo recorre mi cuerpo. No sé qué hará, pero sé que es un castigo y que no será bueno. El hombre se levanta de la cama para después volver a ella, posicionándose sobre mí. Mi cuerpo inerme queda debajo del suyo, inmóvil.

Podría tratar de patearlo, pero su tamaño me indica que no lograría moverlo. De todos modos, estoy amarrado a la cama y no podría hacer más, en caso de lograr apartarlo, que esperar a que el volviese a intentar hasta tener éxito.

Su cabello largo y oscuro cae sobre mi piel y la acaricia de forma sutil y excitante. Mi cuerpo se estremece por el contacto y él sonríe. Recoge sus mechones tras sus orejas, alejándolos de mi piel con un tacto hormigueante e ínfimo.

—¿Debería tapar tus ojos también para esto? —¿Para el qué? Independientemente de cual sea la respuesta mi rostro se arruga con disgusto al recordar el temor de no ver nada. La impotencia, la incertidumbre.

No quiero eso de nuevo. Niego con la cabeza y él me hace caso, cosa que no sé cómo tomarme. Tampoco tiempo de pensar en ello, su mano empieza a deslizarse por mi cuello y clavículas con cuidado. Acaricia la piel con la yema gélida y presiona un poco cuando pasa cerca de un hueso notorio, maravillado por ello. Mi rostro se relaja un poco, debo admitir que al menos por ahora sus manos me están brindado una extraña paz.

Los ojos negros están sobre mí y por su color no sé a qué miran. Quizá lo ven todo a la vez: la dermis que acaricia, los cambios de expresión de mi rostro, etc.

Me tenso cuando sus dedos pasan al pecho y atrapan uno de mis pezones entre ellos. No duele, pero sé que puede hacerme mucho daño. Ríe por mi cara de susto y acto seguido lo toma con más firmeza, aumentando un poco la presión. Escalofríos recorren todo mi cuerpo desde su agarre y me quedo inmóvil y aterrado. Tira un poco de él y después lo retuerce. Es doloroso, pero de una forma extraña. La enorme sensibilidad de mi piel enrojecida manda descargas electrizantes por todas mis venas y siento mi cuerpo empezando a arder mientras él toca gentilmente esa parte de mi cuerpo.

Su cabeza desciende y me libro de la presión de sus dedos, noto la zona estimulada y extraña, su respiración sobre ella logra darme escalofríos. Santo infierno, pasa su lengua sobre mi pezón y yo me retuerzo en la cama, mordiéndome el labio para evitar gemir. No puede ser, no puedo disfrutar en sus manos. Está mal, muy muy mal.

Se aleja de ahí, dejando mi botón enrojecido y húmedo y mi cuerpo ardiendo en el mismo infierno. Recula hasta acaba sobre mis piernas y se sienta sobre ellas sin aplastarlas con todo su peso, pero dejando caer el suficiente para que no pueda moverlas. Rebusca algo en su bolsillo trasero, mi corazón sube a mi garganta.

Muestra un pequeño anillo plateado, demasiado grande para un dedo, pero también pequeño para mis muñecas o tobillos. Siento que me voy a desmayar cuando agarra mi miembro con una mano y con la otra lo alinea con el aro. Tiro mi cabeza hacia atrás para no verlo, pero mi cuerpo me da más detalles de los que mi vista podría brindarme.

El frío envuelve mi polla y se desliza lábilmente por ella hasta llegar a la base, lo aprieta contra los testículos y cuando lo suelta queda fijado a la zona inferior, totalmente ajustado a mi tamaño. Noto como constriñe mi miembro y el pánico me invade. Me revuelvo en mis ataduras temiendo lo peor. El dolor ahí será insoportable.

Todo tipo de escenas macabras pasan por mi cabeza y palidezco ¿Y si lo secciona? ¿Y si esa rueda tiene pinchos retráctiles? ¿Y si pretende cortar mi circulación hasta gangrenar mis genitales? Empiezo a llorar sin querer, sollozando también y sin ser capaz de contener un hipido que nace en mi pecho.

—¿Alguna vez has usado uno? —pregunta aún con mi pequeña polla en su mano. La masajea lentamente de arriba abajo y temo que empiece a despertar.

—N-No… —susurro, asustado. Él ríe con diversión mientras aumenta el ritmo de su bombeo y causa todo lo que deseo evitar.

El calor de mi cuerpo viaja al sur como loco, siento como mi erección se llena de sangre, comenzando a erguirse. No, no puedo disfrutar de esto. No puedo.

—Relájate, no va a hacerte ningún daño. Será divertido. —no confío en sus palabras, pero mi cuerpo involuntariamente cede al placer que es escuchar su ronca y sensual voz. Lo odio tantísimo.

Sigue masturbándome y no puedo evitar sonrojarme por lo bochornosa que es la situación. Su mano subiendo y bajando sobre mi necesitada excitación, agarrando mi eje con fuerza cuando se dirige a la punta hasta hacerme llegar al cielo en segundos. Es la primera vez que alguien me toca y lo hace para reírse de mí, es bochornoso. Querría llorar de frustración ahora mismo, pero mi tristeza no es rival para mi excitación y él lo sabe. Mientras sigue masturbándome un dedo de su mano libre se dirige a la punta enrojecida de mi miembro, perlado de líquido pre seminal. Traza un pequeño círculo en el glande, totalmente sensible, y mis caderas empujan hacia arriba sin mi consentimiento.

No sé cuándo eh empezado a respirar acaloradamente o cuándo mi cuerpo se ha llenado de sudor, porque lo único de lo que soy consciente es de sus manos sobre mi sexo. El ritmo aumenta y siento tirones en mi pelvis e ingle, las caderas bombean al ritmo de su mano y de la punta de mi pene empieza a chorrear más líquido.

Apenas lleva cinco malditos minutos y estoy al límite. Voy a correrme por las manos de mi secuestrador, de mi enemigo, de mi vampiro y verdugo.

De mi amo. Oh, mierda.

El orgasmo llega a mí de repente y noto la tensión en mis bolas. Gimo alto anticipándome a la eyaculación, pero algo sucede. Grito de dolor, el orgasmo se acerca sin darme simplemente un muerdo y se aleja cruelmente. Mis testículos hinchados duelen y mi pene está todavía más duro que antes. Ahora mi cuerpo arde todavía más y estoy tan excitado que duele. Solo quiero terminar, iba a terminar.

¿Qué demonios ha sucedido?

Miro por encima de mi cuerpo y veo al tipo sonriendo por mis gemido y gritos inevitables, entonces reparo en la presión sobre mi base: el anillo. No podré correrme si no me lo quita y, joder, sé que no lo hará. La única opción que me queda es pedírselo. No, no es una puta opción. No lo es.

—¿Eres homosexual? —¿Tú qué mierda crees? Obviamente me guardo mis palabras y mi cuerpo está de nuevo a punto de empujarme a un orgasmo fallido por culpa de su ruda voz.

—S-sí… —respondo quedándome sin aliento ¿Desde cuándo son tan maleable, tan atento a sus preguntar? Joder, sigue bombeando, lento al principio y rápido después para que mi cuerpo no pueda soportar el vaivén de sensaciones.

—¿Has sido penetrado alguna vez? —niego frenéticamente, asustado. Quizá la guerra me ha quitado la inocencia, pero en el sentido sexual me ha evitado perderla. Cuando tu hogar son las trincheras apenas puedes pensar en hombres y lo máximo que he imaginado yo, incluso en las noches en que me corría pensando en ello, es un beso placentero con algún otro tipo.

Él parece pensativo después de mi respuesta, tras unos segundos sonríe. Grito con todas mis fuerzas, el clímax yendo y viniéndose y mi polla cada vez más hinchada y necesitada, tan sensible que me duele ser tocado, pero no deseo que pare.

—¿Has tenido la polla de un hombre en tu boca? —niego de nuevo. La sola imagen mental que eso me provoca me lleva al límite de nuevo y grito. Lágrimas recorriendo mis mejillas mientras su voz masculina me causa escalofríos sus palabras me condenan a un placer que jamás imaginé. —¿Te gustaría?

—¿Q-Qué? —pregunto nervioso, aterrado por las implicaciones de esa pregunta. Sé que huelen las mentiras, del mismo modo que sé que la verdad es bochornosa.

—He preguntado si te gustaría chupar la polla de un hombre. Quiero una respuesta. —exige, masturbándome más rápido mientras mis caderas ya no pueden seguir el ritmo y solo se alzan, tensas.

—¡Sí! —grito mientras forcejeo contra la cuerda sin sentir nada, aunque la cuerda esté empapada de sangre.

—Bueno chico. —susurra, aminorando el movimiento de su mano. Me permito respirar pese a que la excitación no baja y mis piernas tiemblan como gelatina. No quiero correrme, lo necesito. —Te dejaré correrte con una sola condición ¿Quieres correrte? —asiento frenético, mordiéndome el labio. Más sangre se derrama y ni el dolor es capaz de llevarme lejos de este amargo y prohibido placer. —Bien. Si quieres correrte deberás chupar mi polla siempre que lo ordene. —sentencia. Mi cuerpo se torna rígido. No puedo hacer eso, no puedo. Simplemente no puedo. Oleadas de placer me invaden, la mente se me nubla. —¿Y bien, lo harás?

Baja la otra mano, gira el anillo sobre mi eje sin quitarlo del sitio, la frialdad del objeto causándome latigazos de excitación mientras su otra mano me masturba a un ritmo brutal.

—Yo… yo… —un gemido interrumpe mis palabras. Cada vez que estoy a punto de correrme el placer es más grande, así como el dolor de no conseguirlo, pero no puedo simplemente obedecer. Los vampiros deben ser odiados, no puedo sentirme así; es todo lo que conozco, todo lo que sé, todo los que soy; no pueden arrebatármelo. —yo no… yo no…

—Quizá esto no es suficiente placer para doblegarte… ¿Debería follarte para hacer que supliques? Dímelo, esclavo ¿Debería enterrar mi enorme polla en ti? —todo estalla dentro de mí, sus palabras recorren mi cuerpo como un látigo.

Un delicioso terror de une a la calentura y mi pelvis tiembla exhausta. La presión en mis testículos crece y sé que no podré soportarlo una vez más.

—¡Lo haré, lo haré! —chillo desesperado. El placer metiéndose en mi cabeza y enloqueciéndome, astillas de madera bajo mis uñas mientras araño el cabecero.

Él sonríe complacido y retira el dispositivo de golpe. Grito por el inesperado golpe de placer que aturde todo mi cuerpo y la presión en mis testículos se libera mientras alzo mis caderas instintivamente y me corro hasta quedar rendido.

El semen sale disparado por la punta enrojecida y me asombro por la potencia de mi orgasmo, cuando termino el cuerpo no me responde y lo siento dolorido, flotando y ajeno. Apenas puedo reponerme de mi caótico clímax, cada centímetro de mí tiembla y no puedo tomar el suficiente aire cada vez que respiro.

—Te dije que si te portabas bien la recompensa sería grandiosa. —susurra, risueño, antes de acercarse a mí y limpiar mis lágrimas con sus manos. —Sigue siendo bueno y mañana verás todas las libertades que ganarás por tu obediencia. —asiento, extenuado y confuso. Simplemente quiero quedarme solo y descansar, pensar en lo sucedido. No sé si olvidarlo. —No voy a pedirte ahora que chupes mi polla porque sé que estás cansado y soy compasivo, pero debes saber que llevo mucho tiempo esperando por esto, así que no esperes más paciencia de mi parte. Buenas noches.

La luz se apaga y todo queda en silencio. Debería estar horrorizado por lo que acaba de suceder, la vergüenza tendría que robarme el sueño, pero sus manos me han dado tanto y quitado tanto que me duermo al instante.


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