SÁNDALO
El rumor de la ducha le llegaba hasta la estancia. El olor a sándalo lo invadía todo, un olor al que se había acostumbrado demasiado rápido.
Aun de pie en la estancia escuchó cuando la ducha se apagó. Sonrió. Caminó despacio hasta el cuarto de baño, estaba al final del pasillo, quería sorprenderlo. Al llegar a la puerta se inclinó un poco para ver mejor, esta estaba entre abierta y aunque el vapor era denso pudo distinguir la figura masculina que se movía de un lado a otro buscando entre los pequeños gabinetes quién sabe qué. No pudo evitar que una ligera risilla se le escapara. Verlo ahí, en su casa, en su baño, casi desnudo… eso le provocó un doloroso pinchazo de felicidad.
-Oye, Dylan, ¿cuánto tiempo llevas ahí?- preguntó dándose vuelta y descubriendo al chico.
Chico… hace cinco años era un chico, ahora podía decirlo, ahora era todo un hombre.
-El suficiente.
-Idiota. Podrías decirme dónde demonios guardas la espuma para afeitar, en lugar de quedarte allí, burlando de mí.
-Déjalo. Esa barba y ese bigote sí que te van bien.- respondió mientras se acercaba a él, lo tamaba de la cintura y se acercaba para besarlo.
El calor sofocante debido al vapor no le importó. Hace tiempo que aprendió a no importarle nada, salvo el chico frente a él.
-Hablo en serio, Thomas.- continuó mientras el otro reía y negaba al parecer avergonzado.
-Claro, por eso es que te pasaste toda la película burlándote de mí.
-No estaba burlándome, simplemente… simplemente…
-Ni lo intentes, O’brien.- otro beso.
Y otro beso, y otro, y uno más. Y las manos de Dylan, las que hasta el momento descansaban en el lavamanos, donde el rubio había sido arrinconado sin siquiera notarlo, viajaron hasta la cintura de Thomas justo donde descansaba la única prenda que le cubría. Sus dedos rosaron la piel fresca y limpia y fue como si algo se encendiera en su interior. Los besos se volvieron más furiosos, más desesperados, más hambrientos. Y Thomas también pareció contagiarse de la misma energía porque en algún momento había colado sus manos bajo la camisa del pelinegro y comenzaba a deslizarla por sus brazos, deshaciéndose de la estorbosa prenda.
Y justo cuando Dylan pretendió deshacerse de la prenda que le impedía admirar por completo la estilizada figura de Thomas, este le detuvo.
-Oye…- el pelinegro se quejó.
-Ve a ducharte. Apestas.- se burló. Le dio un empujón hacia la regadera y luego se volvió hacia el espejo, de detrás de este sacó la espuma para afeitar. Mientras colocaba una generosa cantidad en la palma de su mano, sintió como Dylan lo abrazaba desde atrás y comenzaba a repartir besos desde la nuca, pasando por su cuello, hombros y omóplatos. Thomas se removió un poco y reprimió otra risilla. –Hablo en serio, deberías tomar una ducha.
-Sólo si tú me acompañas.- respondió. Sonrió triunfante al notar la sonrisa de Thomas a través del espejo.
Ambas sonrisas se ensancharon cuando sus miradas se conectaron a través del reflejo. Lucían bien juntos. Era como si hubieran nacido para estar siempre así. Ya saben, dos piezas encajando a la perfección. Así era cuando estaban juntos, perfectos. No porque carecieran de imperfecciones, sino porque por cada imperfección en uno, había una virtud que la compensaba el otro.
Y de eso se trata todo, ¿no?
-Acabo de ducharme.- respondió sin la menor intención de alejarse.
-No importa.- le replicó el otro y la toalla cayó al suelo. –Vamos…
Y ambos ingresaron al chorro de agua.
Le abrazó por la espalda y aspiró fuerte. Sándalo, Thomas siempre olía a sándalo.