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Tal Vez en Otra Vida... por Emmyllie

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Notas del capitulo:

Muchas gracias a Ruth Lulú, Loretta mink y SonAzumi-sama por sus hermosos reviews. <3

Capítulo 4: Insania

(Segunda parte)

«Puedo soportar existir

Más no estar despierto aquí…

Quiero volver al ayer

Y renacer…»

Nadie – Sum

Seis años atrás…

El día que comenzó su pesadilla, Vegeta lo recuerda muy bien.

Fue a finales de noviembre, apenas un par de semanas antes de celebrar su doceavo cumpleaños.

Sus clases terminaron temprano aquella jornada en particular, pues el profesor de Ciencias se había ausentado. Como de costumbre se dirigió hacia el portón de salida, omitiendo a todo ser viviente que estuviera a su alrededor. Llevaba los auriculares puestos, una manía recurrente desde que tenía diez años. Su hermano no lo había acompañado a la escuela esa mañana, aunque no sabía a ciencia cierta la razón. No tenía más opción que esperar al chofer que iría a recogerlo, resintiendo lo lento que pasaban las horas cuando su mellizo y él no compartían el tiempo juntos.

Sus compañeros pasaban a su lado y se despedían, lo cual Vegeta respondía con una leve sonrisa. Tal vez no fuera el chico más sociable de su curso, pero eso no lo hacía incapaz de relacionarse con sus pares.

Se sorprendió al ver llegar a su padre, quien se orilló en la calzada, en reemplazo del chofer. No estaba al tanto de que él lo pasaría a buscar, en ningún momento le dijeron nada del cambio de planes.

–Sube– le ordenó, estirándose para abrir la puerta del acompañante en cuanto lo vio acercarse.

Su hijo acató en silencio, sus labios picando por cuestionarle el por qué estaba allí. Apenas alcanzó a cerrar bien, cuando el mayor puso en marcha el vehículo a exceso de velocidad.

–¿Qué ocurre, padre?– inquirió algo aturdido, abrochándose el cinturón de seguridad rápidamente.

–Vegeta…– pronunció él, dándole de reojo una mirada extraña. –¿Te gusta pasar tiempo conmigo?

La pregunta lo descolocó, pero el aura que envolvía las acciones del mayor, hizo que algo en su mente se alertara. El hombre llevaba meses actuando raro en presencia del niño, desde miradas fijas e indiscretas cuando practicaba sus pases de basquetbol en el enorme jardín de la mansión Saiyan, hasta caricias que lo incomodaban en su rostro o espalda durante los ratos que estaban a solas. Y si bien Vegeta nunca había sido particularmente unido a él, pese a que todos en su familia insistían en que era el hijo preferido, actualmente sentía tortuosas las horas que se veía obligado a compartir a su lado. En su ingenua mente de once años, no lograba comprender qué era esa sensación agobiante que apretaba su pecho si lo sentía demasiado cerca.

–¿Qué?– retrucó desconcertado, observando a su padre con la confusión plasmada en su mirada.

Éste giró bruscamente el volante, derrapando las llantas al doblar a toda marcha en una esquina. El menor se asustó ante la repentina maniobra, sujetándose con fuerza a los costados del asiento.

–¡¿Te gusta pasar tiempo conmigo?!– repitió en un grito exasperado, viéndolo con furia reprimida.

Éste asintió, notando como su estómago se revolvía y apretaba. ¡No entendía nada! ¿Qué sucedía?

–¡Dilo, pequeño bastardo! ¡Di que te gusta pasar tiempo conmigo!– pidió, totalmente sulfurado.

El vehículo frenó de golpe, frente a una construcción que el menor jamás había visto. Era una casa mucho más pequeña que la residencia Saiyan, rodeada por un espeso jardín lleno de árboles.

Su corazón se aceleró, mientras la mirada enloquecida de su padre se clavaba fijamente en él.

–S-Sí…– la voz le salió en un trémulo susurro, lo cual al mayor no le agradó en lo absoluto.

–¿Qué dijiste?– espetó en tono severo, tomándolo del rostro para forzarlo a mirarlo de frente.

–Sí, padre– repitió el niño, encogido emocionalmente ante esa gélida mirada. –Sí me gusta… pasar tiempo contigo– su voz salió clara esta vez, pero el temor en ella era evidente para cualquiera.

El hombre sonrió con sorna, depositando un fugaz beso en la frente de su primogénito.

–Muy bien, mi pequeño príncipe– exclamó complacido, desabrochándole el cinturón de seguridad. –Pasaremos mucho más tiempo juntos desde ahora– afirmó, abriéndole la puerta. –Te encantará…

Lo instó a bajar del auto, tomándolo con decisión de la mano para guiarlo al interior de aquel desconocido lugar. El menor sólo se dejó llevar, manteniéndose en completo silencio y observando curioso la inverosímil estampa que era visible a su alrededor. Apenas iniciaba la tarde, pero ni un solo asomo de persona se vislumbraba en las cercanías. Vegeta dedujo que la vivienda pertenecía a su familia, aunque no entendió por qué ningún sirviente salió a recibirlos.

El mayor abrió la reja que resguardaba la casa, apurando a su hijo a entrar con una vehemencia innecesaria. Pero el preadolescente de cabellos en forma de flama no pudo contemplar la belleza algo exótica del recinto, ya que su padre provocó un sobresalto horrible en él al tomarlo en brazos con exceso de brusquedad. Por inercia se revolvió en su agarre, agitándose y forcejeando, sintiendo como cada célula de su ser se reusaba y luchaba por deshacer tan incómodo contacto.

–Shh… shhh…– Saiyan padre lo apretó más contra sí, cubriéndole la boca con una de sus manos. –Tranquilo, mi hermosa joya. Estás conmigo… no tengas miedo– susurró en su oído, usando un tono de voz tan sádico y lascivo, que a Vegeta se le detuvo la respiración. –Este será nuestro secreto…

Aquella fue la primera visita a esa maldita casa.

El primer vistazo a ese asqueroso cuarto.

El primer contacto con las perversidades más ocultas de aquél demente que, ingenuamente creía, era su padre.

La primera vez, de muchas veces posteriores, que su inocencia fue arrebatada y mancillada para siempre, de la forma más retorcida y enferma que se pueda imaginar.

«La primera vez que tuve ganas de morir…»

–Quieres mucho a papá, ¿verdad, Vegeta?

Encogido en el colchón, abrazándose a sí mismo, el aludido se mordía los labios hasta hacérselos sangrar, viendo nublado a causa de las gruesas y traicioneras lágrimas que empañaban su mirada.

Porque esa fue, también, la primera vez que se forzó a tragarse hasta la última gota de su orgullo.

–Sí, padre…– musitó en un hilo de voz, temblando bajo el miedo y la impotencia que lo invadían.

–¿Sí qué?

Retuvo un sollozo, notando como un grito de inmensa desesperación, luchaba por rasgarle la voz.

–Sí… te quiero…

El mayor acarició su cabeza, serpenteando sus dedos con perfidia por su aún desnuda espalda.

–Así se habla, mi pequeño– lo felicitó, complacido. –Me habría entristecido mucho si me decías que no– sin el más mínimo cuidado giró a su hijo para poder mirarlo al rostro, sonriendo malicioso al ver el cúmulo de lágrimas que se esforzaba en retener. –Y no te gustaría verme triste, ¿verdad?

El niño no pudo evitar temblar ante la gélida mirada del hombre, consciente que de ahí en más, serían los ojos que vería siempre atormentándolo en sus más horribles y recurrentes pesadillas.

–No, padre– expresó con el temor impregnado en su temblorosa voz. –No me gustaría verte triste…

Recibió otra sonrisa torcida como respuesta, mientras era nuevamente acorralado en el colchón.

–Me gusta tu actitud, pequeño– le dijo, devorando con una lasciva mirada su aún infantil cuerpo.

Y todo volvió a comenzar…

Pronto los desesperados gritos del niño pidiendo ayuda acuchillaron el silencio de la habitación, desgarrándole la voz con cada punzada de dolor que las acciones del mayor le provocaban.

Pero no hubo quién lo escuchara.

No hubo quién fuera en su ayuda.

No hubo quién lo salvara.

Y todo indicio de inocencia desapareció, como blancos granos de arena perdiéndose en el mar.

–¿Qué horas son estas de llegar, jovencito?– regañó su madre en cuanto lo vio atravesar la puerta.

Con el uniforme perfectamente acomodado, el cabello oliendo a shampoo de coco, la mochila colgando de sus hombros y dos bolsas de compras en sus manos, Vegeta lucía como el preadolescente que debía ser, y no como el atormentado niño que de súbito habían hecho crecer.

–Lo siento, madre– se disculpó, su voz sonando neutra y sin atisbo alguno de emoción. –Padre me dio permiso para ir con mis amigos al centro comercial… creí que te lo informaría– repitió la muy elavorada mentira que el mencionado hombre le había obligado a practicar hasta aprendérsela bien.

La mujer suspiró hastiada, dedicándole una mirada recelosa, mientras daba un sorbo a su trago.

–Te tiene demasiado consentido– musitó enfadada. –Debería disimular un poco que eres su favorito… tiene más hijos a parte de ti– renegó exasperada, fulminándolo con ojos acusadores.

Vegeta se mantuvo impávido, las ganas de vivir drenándose de su cuerpo con alarmante rapidez.

–Vete ya mismo a tu cuarto, no te quiero ver en todo el día– ordenó la señora Saiyan, haciendo un despectivo ademán con una de sus manos. –En cuanto llegue tu padre del trabajo, hablaremos muy seriamente sobre ti– añadió, dedicándole una última mirada acusadora. –¿No me oíste? ¡Vete!

El mayor de sus hijos acató en silencio, llendo hacia el cuarto que compartía con su hermano.

¿Qué caso tendría contarle lo sucedido a su madre? Sabía bien que ella creía ciegamente en la falsa decencia de ese hombre. Era un hecho que preferiría tacharlo de mentiroso, antes de poner en tela de juicio a su honorable esposo. Si se atrevía a hablar, sería su palabra contra la de él…

Mírate, pequeña basura. Mira como tu cuerpo lo disfruta. ¿Lo ves? ¡Escúchate! Eres igual a mí…

¡No! ¡No lo soy! ¡Detente, por favor! ¡Me duele!

Claro que lo eres. Pequeño pervertido… ¡Siéntelo! ¿Te gusta? Oh, claro que te gusta… ¡Eso es!

Sin quitarse el uniforme se metió a la cama, cubriéndose hasta la cabeza con las sábanas y cobertor. Ahogó sus sollozos contra la almohada, mordiéndose los labios y la lengua para no gritar a causa de la inmensa desesperación que lo invadía. A pesar de haberse aseado en aquel lugar, por estricta orden de su abusador, seguía sintiendo pegajosa y sucia cada parte de su cuerpo. Las náuseas revolvían su estómago, acrecentándose cada vez más el asco que sentía hacia sí mismo.

Odiaba ser tan débil.

Odiaba no haber sido capaz de detenerlo.

Odiaba seguir viviendo…

¡Se odiaba!

–¿Veg?

 Alguien le quitó las mantas de encima, provocando que su vulnerabilidad quedara al descubierto.

Alzó el rostro y contempló la nebulosa silueta de su hermano, de pie junto a la cama, mirándolo con evidente preocupación. Con rabia se secó las lágrimas del rostro, resguardándose bajo una máscara de notoria irritación y gélida indiferencia. Máscara que, desde aquel día, se encargaría de perfeccionar hasta hacerla parte fundamental de su carácter.

–Veg… ¿Por qué lloras?– Majin se sentó a su lado, creciendo el gesto de inquietud en su mirada.

Éste desvió el rostro, su consciencia gritándole que hablara, la vergüenza haciéndoselo imposible.

–Por nada– mintió, fingiendo molestia. –¿Por qué no quisiste ir a la escuela hoy?– cambió el tema.

Su mellizo frunció el ceño, frustrado y molesto por sentir que no confiaba lo suficiente en él para contarle lo que fuera que hubiera sucedido. Vegeta jamás lloraba… ¿Acaso le habían hecho daño?

–Desperté algo enfermo– se limitó a responder su pregunta. –Y papá prefirió que guardara reposo en cama hasta que me sintiera mejor– añadió, resignado a no saber qué le ocurría a su hermano.

«Entonces… ¿Planeó todo?» Se preguntó el mayor, notando como la bilis le subía por la garganta.

Se sintió afiebrado de pronto, cada átomo en su cuerpo ardiendo y punzando desagradablemente.

¡Deseaba poder arrancarse la piel!

Se sentía tan asqueado, tan sobrepasado por sus propios sentimientos, tan vacío y desamparado…

Tan sucio.

~~~

Actualidad…

Exhaló el aire en un largo e inaudible resoplido, mientras su puerta se cerraba tras un suave click. La oscuridad se cernía sobre él cual manto, fungiendo como el escondite en el que podía desahogar sus frustraciones. Dejó que cada emoción auto destructiva lo abandonara, mientras reunía las fuerzas necesarias para levantarse.

De nuevo se sentía pegajoso y mancillado, pero era tanta su costumbre que ya casi no le afectaba.

Manteniendo la mente en blanco, destreza que había adquirido a modo de protegerse de los constantes abusos y ultrajes del Doctor Saiyan, se encaminó aún en penumbras hasta el baño de su habitación, buscando deshacerse de esa incómoda sensación que lo invadía tras cada violación.

Se aseó meticulosamente, dejándose la piel enrojecida en su afán de borrarse del cuerpo la asquerosa esencia de aquél bastardo sin escrúpulos, tratando a la vez de bloquear, como siempre hacía, el recuerdo fresco del reciente acto.

Una vez listo, se vistió con un pijama limpio y con cautela salió de su cuarto, resguardado en la negrura de la madrugada. La casa estaba en completo silencio, de seguro hasta ese demonio encarnado ya se había ido a dormir.

Ágilmente bajó los peldaños hasta la primera planta, atravesó el recibidor y salió hacia el florido patio trasero, echando a correr a través del césped rumbo a la oficina de aquél hombre. Entró y en lugar de subir hacia el segundo piso, caminó recto hacia una puerta ubicada justo al final del pasillo junto a la escalera, esperando que su abilidad para abrir cerraduras no le fallara esta vez.

Un click del otro lado le confirmó que lo había logrado, por lo que sin esperar se adentró en la habitación. Era casi tan grande como la que utilizaba su progenitor para trabajar, pero en lugar de un escritorio y libreros, tenía esparcidos por toda su superficie más de diez estantes llenos de psicotrópicos que recetaba a los pacientes que acudían a él para mejorar los síntomas de sus afecciones psiquiátricas. Con ayuda de la linterna de su celular, se paseó por entre las altas estanterías, leyendo para sí las inscripciones en cada contenedor. Necesitaba encontrar algo que lo ayudara a subsistir las seis semanas que aún le quedaban de vacaciones, pues estaba seguro que si pasaba un minuto más allí en plena consciencia de sus sentidos, perdería la cabeza como tanto insistía en aseverar su insensible padre.

Tras un par de minutos sin resultados favorables, se apoyó en una pequeña y alta mesa arrinconada en una de las esquinas. No obstante el ruido de algo cayendo de súbito al suelo lo sobresaltó, casi produciéndole un susto de película. Alumbró el sitio donde dicho objeto se estrelló, revelando en la pulcritud del cerámico piso un frasco cilíndrico, transparente como el cristal. Intrigado lo cogió y leyó la inscripción que tenía, lo cual le provocó demasiada curiosidad.

–Anfetaminas…

–Un poderoso estimulante.

Se giró exaltado al oír aquella conocida voz, su rostro desencajándose en una mueca horrorizada.

–Padre…

Retrocedió asustado, protegiéndose junto a uno de los estantes, mientras el monstruo de sus sueños caminaba con calma en su dirección.

–Veo que tú no aprendes, Vegeta– comentó con toda tranquilidad, presionando uno de los interruptores para que la habitación se iluminara bajo una incandescente luz blanquecina. –Tienes claro que esta es una zona restringida a la que sólo yo tengo permitido ingresar– recalcó, mirándolo con severidad, aunque algo en sus ojos denotaba una oculta intención que el menor fue incapaz de descifrar. –Dime, ¿por qué insistes en desobedecerme??

No obtuvo respuesta, pero a diferencia de veces anteriores, no pareció importarle en lo absoluto. Fijó su mirada en el frasco que su hijo aún tenía en la mano, esbozando una hipócrita sonrisa.

–Pruébalas– instó, el cinismo recalcado en cada sílava. –Te aseguro que te encantarán sus efectos.

–¿Qué… efectos produce?– interrogó dubitativo, luchando por mantenerse estoico frente al mayor.

–Ya te lo dije– contestó éste, aún en tono cínico y lleno de falsedad. –Es un estimulante fuerte, generalmente recetado a pacientes ansiosos o con problemas de concentración. Produce euforia, bienestar inmediato y una sensación tan liberadora que te hará difícil dejar de consumirlas.

–Es una droga– espetó Vegeta, entornando la mirada. –Y quieres que la ingiera– analizó, suspicaz.

El hombre frente suyo soltó una cínica carcajada, denotando su carencia de escrúpulos y cordura.

–Mi preciosa joya, tan perspicaz e inteligente– alagó burlón, mostrando un descaro increíble. –Sí, es una droga… lícita y a tu alcance. Pruébala, pequeño… sé que te encantará– incitó, malicioso.

Amagó tocarlo, pero el adolescente fue más rápido y se apartó, saliendo ágilmente del cuarto.

Días pasaron tras aquel suceso, tiempo de tranquilidad para el mayor de los hijos Saiyan. Al padre de familia le había salido un viaje extraordinario de negocios, al cual Vegeta no lo acompañó como acostumbraba a pasar, pues al parecer haría sociedad con gente de gran estatus social y entre las exigencias estaba que nadie a parte de él conociera sus rostros y localización..

Su ausencia fue un alivio para el joven de cabellos en forma de flama, ya que al no estar sobre sí la constante opresión del Doctor Saiyan, podía salir a pasear por la ciudad e incluso quedar de reunirse con un par de amigos que no veía hace mucho tiempo.

En una de esas tardes de libertad, mientras caminaba por las arenosas inmediaciones de la playa, recibió una llamada inesperada, que removió sentimientos enterrados y lo dejó en un estado lo suficientemente frágil para perder el rumbo lógico de sus acciones.

–¿Hola?– contestó vacilante, extrañado al ver el código del número, proveniente de otro país.

–Veg…– la voz del otro lado sonó nerviosa, mientras su mundo dejaba de girar. –Soy yo… Majin…


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