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Minifics Cherik por midhiel

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La vida no había sido fácil para Erik Lehnsherr, quedó huérfano a los catorce años, se casó a los veintitrés y acabó viudo antes de los treinta con dos gemelos pequeños: Wanda y Peter. Tuvo que esforzarse por darles a sus hijos un hogar, o, al menos, una figura paternal para que se sintieran guiados y protegidos, además de trabajar y lidiar con los problemas cotidianos que habían sido más sencillos cuando su esposa vivía.

 

Los niños acababan de cumplir nueve y estaban excitados porque la familia acababa de mudarse a un departamento nuevo y se habían cambiado de escuela. Fue a buscarlos el primer día y Peter no dejaba de hablar de David Xavier, su nuevo amigo. A Wanda le había caído en gracia una chica, Natascha, hija de inmigrantes rusos o ucranianos, Erik no entendió la explicación de su hija. Pero Peter estaba fascinado y le dijo que David lo había invitado ese mismo sábado a su casa en Westchester.

 

Erik soltó un suspiro disimulado. Westchester, esa zona privilegiada quedaba en las afueras de la ciudad pero se daba cuenta del entusiasmo de su hijo y si esto lo ayudaba a adaptarse a la nueva escuela, él lo apoyaría. Así que ese sábado, se levantaron a las ocho los tres porque aunque Wanda no estuviera invitada era pequeña para quedarse sola, y Erik condujo hasta la dirección. Al llegar vio que se trataba de una mansión que quitaba el aliento y tuvo que releer la dirección para asegurarse de que no se hubiera equivocado.

 

-¿David vive aquí, papá? – preguntó Peter con la boca en forma de o, estirando el cuello hacia adelante para ver el descomunal portón y el bosque, más que jardín, que se vislumbraba desde adentro.

 

-¿Tu amigo vive solo con su papá aquí? – interrogó Wanda, también fascinada.

 

Erik iba a dar un bocinazo pero entendió que con la distancia que tenía que haber entre semejante jardín y la casa, nadie lo escucharía. Salió del coche para buscar algún timbre. Por suerte había uno a la vista y lo hizo sonar. Oyó una voz tranquila y masculina por el comunicador.

 

-¿Quién es?

 

-Erik Lehnsherr – carraspeó antes de presentarse -. El padre de Peter.

 

-¡Ah sí! – la voz se alegró -. ¡David! Tu amigo llegó. Abriré el portón, señor Lehnsherr.

 

-Gracias y puedes llamarme Erik.

 

La voz rio.

 

-Y tú puedes llamarme Charles. Está bien que dejemos de lado los formalismos cuando nuestros hijos de nueve se hicieron grandes amigos.

 

-¡Yupiiiiii! – se oyó la exclamación de una criatura y Erik dedujo que debía tratarse de David.

 

-Gracias, Charles – contestó antes de regresar al coche -. Nos vemos enseguida.

 

Esperaron a que la pesada puerta se corriera para pasar la entrada. Erik condujo por el sendero cubierto de hojas y ensombrecido por las ramas. Más adelante, los árboles quedaron atrás y los Lehnsherr pudieron apreciar el jardín victoriano, que acababa en una fuente junto a las escaleras de la entrada de la mansión.

 

-¡Esto no es una mansión! – observó Wanda, asombrada -. ¡Esto es un castillo!

 

Peter rio excitado, imaginando ese lugar inmenso donde podría correr y jugar con su amigo.

 

Erik estacionó y bajó junto con sus hijos. En la entrada los esperaban Charles y David. El señor Xavier estaba en silla de ruedas, tenía el cabello ondulado despeinado y una barba incipiente que le daban un aspecto rebelde, que le sentaba muy bien. Padre e hijo eran un calco, no se necesitaba una fotografía de Charles de niño porque quedaba demostrado que su vástago era la imagen de él a su edad. Erik sonrió porque pensó que tenía que haberse visto tierno porque David parecía un niño tierno y estaba tan entusiasmado con la visita, que dio un brinquito y corrió por los escalones para abrazar a Peter.

 

Erik subió con Wanda de la mano porque su hijo había quedado atrás con su amigo.

 

-Buenos días, Erik – saludó Charles y pasó saliva porque el desconocido hasta ahora Lehnsherr era un hombre apuesto. Erik le sonrió y vaya que tenía una sonrisa que quitaba el aliento. Charles temió quedarse sin respirar y lo que más temió fue que se le notara el rubor porque se sentía como rubí de lo nervioso que ese hombre lo ponía. Para disimular miró a la niña -. Tú debes ser Wanda, la hermana de Peter.

 

-Sí, señor – respondió la niña educada.

 

-Puedes llamarme Charles.

 

Wanda asintió con una sonrisa y apretó la mano de su padre. Erik observó la extraordinaria fachada.

 

-Es una hermosa casa, Charles. Gracias por invitar a Peter.

 

Charles rio.

 

-Fue David quien lo invitó y yo me complací porque prácticamente no tiene amigos – volteó hacia su hijo que había acercado a Peter a la fuente para explicarle quién sabe qué del agua o de la estatua que la adornaba -. Yo tampoco recibo casi visitas. ¿Te gustaría pasar con Wanda a tomar algo?

 

-Me encantaría – contestó Erik y entraron los tres.

 

David propuso a su amigo ir hacia unos juegos que había del otro lado y, por supuesto, Peter aceptó.

 

Adentro Charles guio a sus invitados hacia una de las múltiples salas. Ofreció a Wanda jugo de naranja y galletas de chocolate y a Erik una cerveza importada, de esas carísimas. Bueno, Erik se daba cuenta de que era un millonario. Pero también se dio cuenta de que ese hombre en silla de ruedas, con su aspecto rebelde y ojos de ensueño, le estaba robando el corazón. Hacía tiempo que no sentía algo así y era estimulante.

 

Los Lehnsherr se sintieron tan a gusto y Charles se encontraba tan feliz con ellos que los invitó a almorzar. Ese encuentro matinal fue el comienzo de una grata amistad, que siguió a un encendido romance y concluyó en una boda de familias ensambladas.

 

Erik y Charles construyeron juntos un nuevo hogar y Peter y David se volvieron amigos-hermanos, y Wanda cumplió su sueño de vivir en un castillo.

 

 

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