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Con C de Cicatrices y Celos por Marbius

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Meses después, aquel año escolar llegó a su fin sin cambios aparentes en la relación entre Remus y Sirius.

Mismo caso para su sexto curso.

Y el séptimo.

Y ya que el mundo mágico estaba afrontando una de sus crisis más fuertes con los Mortífagos atacando a diestra y siniestra, la desconfianza, el descontento generalizado, y a Lord Voldemort moviendo los hilos detrás de escena, Remus hizo lo mismo con sus esperanzas de encontrar para él y Sirius el momento adecuado para confesarse y corroborar si las sospechas que 3 años atrás Lawrence y luego James habían instalado en su mente eran o no verdad.

Aquella primera guerra mágica se encargó de horadarles la vida, y la culminación de aquellos terribles años acabó con todos; con James y Lily muertos a manos de Voldemort, Peter con la misma suerte pero a causa de Sirius, y Harry, el pobre Harry entregado a la única familia que le quedaba y la única que no lo quería…

Él mismo quedó hecho una piltrafa, un fantasma apenas corpóreo de sí mismo, que solo y abandonado, se había resignado a una vida (o lo que le quedara de ella) sin dicha alguna; sin amigos, sin familia, sin alguien a quien llamar como propio, pues ese había sido Sirius, y su tiempo se había terminado incluso antes de comenzar.

Excepto que no.

 

—Son realmente interesantes las vueltas que da la vida, ¿eh, Moony? —Dijo Sirius, contemplando junto con éste a través de una de las ventanas del tercer piso de Grimmauld Place, los dos expectantes a cualquier sombra fuera de lugar que se moviera en aquella parte de Londres.

—No les llamaría ‘interesantes’, pero… sí —respondió Remus, mucho mayor de lo que se habría creído capaz de vivir luego de aquella noche de Halloween en que las noticias de la muerte de Lord Voldemort llegaron acompañadas de la muerte de 3 de sus mejores amigos a manos de un cuarto de ellos.

—Tienen que serlo después de que me juré no volver aquí jamás en la vida, no si de mí dependía —agregó Sirius con voz lúgubre, pues su regreso a aquel que había sido su hogar de la infancia tenía que ver con todo menos las aspiraciones que su familia sangre pura había aguardado para él.

Luego de un año de haberse reencontrado en la casa de los gritos, en donde Sirius había vuelto a ser un fugitivo del mundo mágico mientras que Remus había perdido su empleo por salir a la luz su condición de hombre lobo, habían sido contadas las ocasiones en las que consiguieran reunirse, ya fuera porque decidieran intercambiar correspondencia o porque Sirius pernoctara un par de noches aisladas en la pequeña casita que Remus tenía alejado de la civilización antes de volverse a dar a la fuga.

Su amistad de la juventud se había visto afectada luego de doce años de separación, pero había bastado un chispazo de reconocimiento y perdón entre ambos para enterrar el hacha de la guerra, así que cuando en una junta de la Orden del Fénix Dumbledore preguntó por alguna locación adecuada para los cuarteles generales y Sirius propuso la abandonada casa de la familia Black que ahora estaba a su disposición y protegida por media docena de encantamientos poderosos antirrastreo, Remus le apoyó y de paso se ofreció para examinar por su cuenta las instalaciones y dar con un veredicto.

De eso hacía ya un par de noches, y desde entonces habían recorrido ellos dos ya tres cuartas partes de la mansión Black con ojo crítico y sin encontrar impedimentos de causa mayor que les hicieran creer que su elección no era la correcta.

Dumbledore les había dado como fecha límite para tomar una decisión ese mismo mes de junio, y las prisas les habían hecho no sólo tomar su tarea con toda la seriedad, sino también con absoluta dedicación, obligándose a dormir ahí mismo para no perder ni un minuto de los que contaban a su disposición.

De los arreglos, platónicos hasta lo absoluto, se había encargado Sirius al cederle su vieja habitación a Remus, y ante la negativa de éste por desalojarlo de su recámara, el animago se había transformado en su figura canina, durmiendo a los pies de la cama como alguna vez lo habían llegado a hacer en sus años durante Hogwarts.

Remus tenía la vaga sensación de que, tras un año viviendo como perro en las zonas agrestes y deshabitadas de Europa, a Sirius ya le resultaba más natural mantener esa forma que adoptar su identidad humana, pero no lo comentó por temor a ofenderlo.

—Será diferente una vez que esta casa esté habitada —dijo Sirius de pronto, interrumpiendo las reflexiones de Remus—. Con los Weasley aquí, quizá tenga ese calor de hogar que nosotros los Black como familia jamás conseguimos otorgarle a este sitio.

Remus no respondió nada. No había sentido en ello. La amargura de Sirius por encontrarse de vuelta tras esas cuatro paredes que lo habían sofocado en su juventud y le habían convencido que su lugar era en cualquier otro sitio de vuelta volvían a aprisionarlo, y él por su cuenta no podía negar que la casa guardaba un cierto aire maléfico, en donde lo que se permeaba no era sólo polvo y moho, sino también oscuridad y podredumbre.

—Quizá incluso Harry pueda venir a pasar unos días —continuó Sirius en un tono de voz diferente, más anhelante que antes, pero también plagado de desconsuelo—. O quizá no…

—Tal vez Dumbledore lo permita —dijo Remus, posando su mano en el huesudo hombro de su amigo, atento a la fragilidad de sus huesos y al peso invisible que le mantenía un tanto encorvado.

Sirius gruñó una respuesta, pero ya que se estaban adentrando a terreno pantanoso y la propiedad todavía no quedaba libre de toda sospecha, mejor propuso proseguir en su labor de inspección, y el tema quedó olvidado.

De momento, que ya volvería a salir a colación.

 

En un giro que ninguno de los dos esperaba, Harry pasó la parte final de sus vacaciones en Grimmauld Place, que aunque no por la mejor de las razones, pero hizo a Sirius feliz más de lo que éste estaba preparado de admitir para sí o ante otros.

De aquello se percató Remus, que habiendo hecho domicilio de uno de los dormitorios (ya no más el de Sirius; sería extraño explicar sus arreglos de alcoba anteriores) en realidad pasaba la mayor parte de su tiempo haciendo trabajos para la Orden y en viajes que lo llevaban a toda clase de sitios nuevos. Al menos así tenía la ventaja de tener un hogar al cual regresar, y aunque a partir de septiembre la casa volvió a perder la vivacidad que los Weasley, junto con Harry y Hermione le habían imprimido al domicilio, Remus continuó considerando a Sirius y a su residencia como su sitio a volver.

Con la partida de los otros inquilinos permanentes también volvieron a sus viejas costumbres de alcoba, excepto que el cambio se manifestó cuando Sirius, es forma de Padfoot, subió al piso en que se encontraba la recámara de Remus, y expectante esperó su permiso para subirse a la cama igual que si se tratara de un perro de verdad.

—Podías haber venido en tu forma humana, ¿sabes? —Le dijo Remus horas más tarde, acariciando su largo costado y jugando con su pelaje negro azabache—. No te habría dicho que no.

La transformación fue casi instantánea, y aunque la posición era diferente entre un hombre y un perro, no por ello se movieron al ser los dos hombres hechos y derechos acurrucados en una estrecha cama individual.

—Era menos patético cuando se trata de Padfoot, ¿no crees? A nuestra edad y necesitar de mimos igual que cada primera noche después de volver a Hogwarts…

—Si eso te hace patético, entonces también yo lo soy…

Y compartiendo ese momento de intimidad, no tardaron en quedarse dormidos.

 

—Le gustas a Tonks —dijo Sirius una mañana en que él y Remus desayunaban en una esquina del amplio comedor de los Black para 12 personas.

Si bien su comida no consistía en más que pan tostado con mermelada y té caliente, el momento era agradable, y la perspectiva de una reunión de la Orden horas más tarde los había puesto de suficiente buen humor como para atreverse a sacar un tema que desde un par de meses atrás era el cotilleo entre su grupo.

—¿Sí? A mí también me gusta.

—Sabes bien a qué ‘gustar’ me refiero, Moony. No eres tan denso, ni yo tan idiota para creértelo —le reprochó Sirius, y Remus tuvo la decencia de agachar la cabeza.

—Lo sé, pero…  Sería injusto para ella si actúo en función de esos sentimientos y le hago pensar que algo podría funcionar entre nosotros.

—¿Por tu licantropía?

—Por eso y porque… —Remus mordisqueó una esquina de su tostada, y se tomó su dulce tiempo antes de responder—. Porque hay alguien más —dijo por fin, resuelto a no esconderse más.

—Alguien más —repitió Sirius, no en forma de pregunta, sino de reconocimiento—. ¿Es-…?

—No —interrumpió Remus tajante, pues prefería no entrar en detalles—. Prefiero no hablar más de eso, y esto no es un juego de adivinanzas.

—Pero…

—Después, Sirius.

Pero habría de ser un ‘después’ al que les tomaría meses llegar.

 

—Me bastaría con que dijeras su sexo —dijo Sirius, que a su modo había convencido a Remus de quedarse a pasar la noche de luna llena con él, y en preparación al gran momento aguardaba con él a que apareciera en el cielo.

A su favor jugaron Grimmauld Place y la infinidad de habitaciones que contaban a su disposición, pues bastaba para ambos que hubiera espacio suficiente, y el salón de banquetes era el sitio perfecto para ello. Plus, como había comentado Sirius de pasada, sería una buena venganza para el retrato de su madre en la entrada si en el parqué y los muros tenían después huellas de garras que demostraran la presencia del lobo.

Remus difería, pero siendo que extrañaba pasar las transformaciones con sus amigos, tomó lo que tenía a mano; es decir, el amigo que le quedaba, y rondar a sus anchas con él ahí y no en el bosque prohibido como solían hacer cuando eran más jóvenes.

—No va a ocurrir, Padfoot —respondió Remus a la petición de su amigo, pues a pesar de la insistencia de éste en revelarle de a quién pertenecían sus afectos, éste se había mantenido silente.

—Entonces debe ser alguien a quien conocemos —dictaminó Sirius, y la delgada línea que se formó en los labios de Remus le bastó como respuesta—. Por casualidad no será Snivellus, ¿o sí?

—¿Y qué si lo fuera? —Le retó Remus, pero ni él mismo pudo contener la risa floja que le daba esa idea—. No, no es Severus. Sabes tan bien como yo que él nunca tuvo esas inclinaciones.

—¿Entonces se trata de alguien que sí las tiene?

—Eso es para mí saberlo y tú sólo suponerlo.

—¿Pero lo sabes en realidad?

Remus suspiró. —Creí saberlo con certeza una vez, hace ya tiempo…

«James me dijo que era cuestión de esperarte, Sirius», pensó Remus viendo a su amigo directo a los ojos, aguardando junto con él a que la luna saliera y que la transformación diera comienzo. «Que sentías lo mismo que yo, y que nuestro turno llegaría cuando por fin te percataras, pero que no debía apurarte porque…»

¿Por qué en realidad? Remus ya no lo recordaba. Hacía ya tantos años de eso… Sólo que por ese tiempo le había parecido la petición más razonable del mundo, en parte por su propia cobardía, pero también porque la guerra que se avecinaba le hizo temer la vulnerabilidad de amar y ser amado con esa misma intensidad, y perder a Sirius le habría sido insoportable.

Lo había sido en realidad… Y al igual que éste, sólo su propio remordimiento lo había salvado de la locura tras doce largos años antes de que la verdad emergiera a la luz y permaneciera a flote.

—¿Y luego? —Presionó Sirius por el resto de la historia, aprensivo y con angustia plasmada en las arrugas prematuras que se le habían formado alrededor de los ojos.

Remus no alcanzó a responderle. Justo entonces la luna hizo aparición en el cielo, y con ello comenzó la dolorosa transformación en donde abandonaba su humanidad y pasaba a convertirse en monstruo…

Esa noche el lobo merodeó a sus anchas por el largo salón Black, rasgando tapices y el empapelado de los muros, marcando sus huellas en la madera que alguna vez había lucido impecable y lustrosa a las visitas, y que ahora sólo reflejó el dorado intenso de sus ojos bajo la escasa luz de luna que se filtraba por las ventanas.

Fiel a él, posicionado a su derecha y un paso atrás del suyo, el perro negro que era su segundo al mando le siguió en sus merodeos.

A la mañana siguiente, Remus despertó sobre el piso, envuelto con la capa que llevara antes, pero el cambio de su posición radicó en tener la cabeza apoyada sobre el regazo de Sirius, y a éste acariciarle el cabello veteado de gris con absoluta dedicación y paciencia.

—Padfoot —musitó Remus, enronquecido luego de una noche de aullidos.

—Descansa, Moony —le indicó éste sin perder el ritmo de sus caricias, la vista fija en su rostro—. En cuanto te sientas mejor prepararé el desayuno, pero hasta entonces descansa.

Indiferente al piso duro o a que en sí la postura era terrible para su cuello (en cualquier caso, había dormido en lugares peores gracias a los encargos de Dumbledore y el regazo de Sirius lo compensaba), Remus se dedicó a observar a su amigo con la misma intensidad que lo hacía éste.

—Tonks… —Empezó Sirius a hablar al cabo de unos minutos y Remus se tensó—. Ella me pidió interceder entre ustedes dos, por si acaso había esperanza de que tú-…

—No.

—Pero-…

—Es un no, Sirius.

Sirius bajó el mentón y asintió una vez. —¿Es porque no puedes corresponderle a ella o a su sexo? Creo que nunca lo aclaramos mientras estuvimos en Hogwarts…

—Tampoco lo hicimos contigo.

—Si tienes que saberlo, me da lo mismo lo que la otra persona tenga entre las piernas mientras haya amor.

—Sirius Black hablando de amor.

—No te burles, Moony —dijo Sirius, acariciando con insistencia detrás de una de sus orejas—. ¿Qué tal tú?

—Supongo que es lo mismo, excepto que…

—Tienes a alguien —completó Sirius la oración.

—Tanto así que ‘tener’ —enfatizó Remus, quien a pesar de lo doloroso de su predicamento no podía quedarse de lo que tenía en esos momentos—. No, no tengo a alguien.

—¿Pero le amas?

Remus suspiró. —No creo que esa deba ser una conversación que debamos tener en el piso de tu sala cuando mi trasero está adolorido y entumecido por el frío.

—Tienes razón —concedió Sirius, que procedió a ayudar a Remus a ponerse en pie y a vestirse.

Una rutina perfeccionada tras incontables lunas llenas, y que después sirvió de paso previo para pasar a la cocina, donde Sirius se encargó de calentar agua para el té y también un poco de avena para comer con una mustia manzana de corteza arrugada que tenía por ahí.

Remus creyó estar a salvo de tener que darle seguimiento a esa conversación, pero por supuesto, era Sirius quien estaba interesado, y si éste había sido capaz de conseguir ser un animago antes de terminar su carrera en Hogwarts por simple terquedad, el escarbar en una de sus heridas más profundas no sería ningún obstáculo.

—¿Podemos hablar? —Pidió Sirius, y Remus se detuvo con la taza a mitad del camino entre la mesa y sus labios.

—Pensé que eso hacíamos.

—Seriamente —enfatizó Sirius, que a pesar de la palabra y las bromas que hacían en relación a su nombre, por esa vez no daba la impresión de admitir otra forma.

—Adelante.

—Estoy celoso de todo este asunto tuyo con Tonks.

Remus bebió de su té, y mantuvo la taza en el aire y sujeta con ambas manos. —No hay nada entre Tonks y yo. Y en todo caso, ¿no es ella algo así como tu sobrina en segundo grado? No es que quiera criticar la pureza de sangre de los Black, Toujours Pur y eso, pero Sirius…

—No, Moony. No me malentiendas —dijo Sirius, la vista clavada en la mesa y los hombros rígidos—. Estoy celoso de la misma manera que alguna vez lo estuve de Larry.

—¿Larry?

—¿Lawrence Atkins, recuerdas? Aquel Hufflepuff del que te hiciste amigo en quinto año.

—Ah, él —musitó Remus, pues con el recuerdo de la vida de Lawrence vino el de su muerte, acaecida años atrás.

Sin relación a la guerra a la que habían sobrevivido y al posterior mundo mágico en paz que les había tocado disfrutar después, Lawrence había muerto de una enfermedad que le había postrado en San Mungo por espacio de un mes. De eso Remus se había enterado después de su fallecimiento, por casualidad en un viejo ejemplar de El Profeta, en donde se señalaba que la causa era simple genética familiar, pues había sido el mismo padecimiento que se llevara a su padre, Atkins Senior un lustro atrás.

Remus se había dolido por él, por su pérdida, porque siempre fue un gran amigo a pesar de que mantener el contacto durante aquellos años posteriores a Hogwarts fue imposible, y traer de vuelta a colación su recuerdo le provocó punzadas en cada ojo.

—¿Murió, sabes? Sin relación a Voldemort, pero… —Remus inhaló, y mantuvo el aire en sus pulmones—. A veces lamento haberme enterado demasiado tarde.

—¿Porque lo amabas?

—No de esa manera, no. Eso lo dejamos claro también en quinto año.

—Muchas cosas quedaron claras ese quinto año… —Comentó Sirius con sequedad—. Pero luego…

—¿Luego?

—No hubo oportunidad de sacarlas a la luz. James me dijo una vez que…

Remus se tensó, pues ante la mención de su amigo, todavía eran los recuerdos en extremo dolorosos, más cuando era Sirius quien los sacaba a flote.

—… que tenía limitada cantidad de oportunidades para ser honesto con mis sentimientos, y que si las perdía, no iba a encontrar más repuestos. Tenía razón, y creo que perdí más de las que en realidad tenía a mi disposición.

—No entiendo, Padfoot —dijo Remus con la boca seca.

—¿No ves los paralelismos? Tonks es familia, pero tengo los mismos deseos asesinos en contra de ella que los que tuve con Larry cuando te dio aquella barra de chocolate con el mensaje de ‘Me gustas’. Son celos, el monstruo de los ojos verdes.

Remus carraspeó. —El único monstruo en esta habitación soy yo, y mis ojos no son verdes.

—Por favor, Moony —pidió Sirius no desviarse del tema—. ¿Sientes… algo por mí?

—Padfoot…

—Mi error hace tantos años consistió en creer que Larry te miraba fijo por tus cicatrices, cuando en realidad había sido capaz de ver más allá de eso y encontrarte a ti. Creo que con Tonks es igual, y no me interpondré entre ustedes si es el caso, pero…

Remus contuvo el aliento, y de un paso se levantó y la silla sobre la que antes descansaba cayó al piso con un estruendo.

—Esto que siento son los mismos celos de ese quinto año —continuó Sirius sin inmutarse—. Es la misma historia, pero esta vez no me pienso equivocar.

—James… —Remus se humedeció los labios—. James dijo que debía esperar a que estuvieras listo.

Sirius rió entre dientes y se pasó la mano por la nuca. —A mí me dijo lo opuesto, que estabas listo y que no debería esperar más, pero no le creí y… Sé que 14 años son suficientes para terminar con la paciencia de cualquiera, pero si todavía estás dispuesto a aceptarme…

En silencio, deslizándose sin apenas hacer ruido con sus pisadas, Remus se acercó a Sirius, y se hizo un espacio al sentarse en sus piernas y rodearle el cuello con los brazos, dejar a cambio que él hiciera lo mismo sobre su cintura.

—Habría esperado lo que fuera necesario —musitó con el mentón puesto sobre su coronilla, uno de sus dedos jugueteando con un largo mechón de cabello todavía de color negro azabache aunque salpicado de canas aquí y allá debido a su tiempo en Azkaban y al sufrimiento que ahí había soportado.

—¿En serio?

—¿No fuiste serio tú antes?

—Lo fui.

—Entonces también lo soy.

—Hey, Moony —alzó Sirius el rostro, y la sonrisa amplia y honesta que decoró sus facciones le hizo perder los años extra que le avejentaban; por un instante, Remus pudo vislumbrar el hombre que habría de convertirse si las circunstancias hubieran sido diferentes para todos ellos—. ¿No es hora de un beso?

—Creo que el momento llama a más que un beso —murmuró Remus, uniéndose a Sirius en el encuentro y juntando sus labios en ese primer contacto entre los dos.

—Todo a su tiempo —dijo Sirius, que volviendo a unir sus bocas, puso en manifiesto que la espera, aunque larga y cargada de penurias, había valido la pena.

Al menos esa fue la opinión compartida entre ellos dos.

 

Con una facilidad que costaba creer que hubiera tomado segundos tras una agónica espera de años, Remus y Sirius empezaron aquella relación que durante sus años de escuela se vio postergada a su vida post Hogwarts, y después por la guerra contra Voldemort los doce años que Sirius pasó en Azkaban y uno más huyendo hasta afincarse en Grimmauld Place.

Y el que el retorno de Voldemort hubiera podido ser un tercer impedimento no le pasó por alto a ninguno de los dos, del mismo modo en que coincidieron que ya habían esperado suficiente, y que si iban a jugarse la vida por el bien común, al menos lo harían teniendo al otro como prioridad para conseguirlo.

—Y Harry —agregó Sirius horas después de aquella declaración amorosa en la cocina, él y Remus encerrados tras una puerta y tres hechizos para asegurarse privacidad absoluta.

—Y Harry —confirmó Remus, pues antes que ellos mismos, era su prioridad mantenerlo sano y salvo.

De los nuevos arreglos y cambios que trajo su recién estrenada relación como amantes hubo poco y mucho a la vez. El trato continuó como siempre, no así los besos; la amistad se fortaleció, también su vínculo de amantes; mantuvieron los roces casuales, pero los aderezaron para la intimidad…

Y en un sorpresivo giro de los hechos, resultó casi risible cuando sin tanto conflicto se tendieran desnudos de lado a lado en la cama y no tuvieran claro cuáles iban a ser las reglas del juego.

—Promete no reírte de mí…

—Esa línea debería de ser mía.

—Pero yo… nunca antes… con nadie…

—¿Eres virgen?

Asentimiento.

—¡Por las barbas de Merlín! —Y luego una risa ronca—. Yo también. Hubo oportunidades, pero nunca tiempo. O ganas…

—Lo sé.

—Y no eran lo que quería.

—Sé bien a qué te refieres.

—De algún modo…

—Te esperaba…

Y no habría podido haber admisión más honesta que esa incluso aunque bebieran veritaserum.

De esa primera vez en que se limitaron a acariciarse hasta alcanzar el orgasmo vinieron otras mejores, en donde no se contaron al momento de explorar el cuerpo de su compañero ni pedir de éste lo que más placentero les resultaba. Hicieron el amor, y dejaron que el mismo amor les diera forma, y en un acuerdo tácito que algunas noches en las que yacían de espaldas mirando la luna crecer y decrecer por su ventana se convirtió en implícito, coincidieron en que habías esperado lo suficiente, quizá demasiado, pero que a la vez habían hecho lo correcto.

—Y en la próxima vida podemos agradecerle a Prongs su consejo —dijo Sirius con Remus acurrucado en la curva de su brazo.

—¿Es que crees en reencarnaciones?

—Creo… —Sirius frunció el ceño—. Creo que nos volveremos a encontrar. Ya no en esta vida, puede que no en la siguiente, pero en alguna… O en algún punto intermedio. Quiero creer que ese no fue el final de nuestra amistad, ¿sabes, Moony? James tuvo a Lily y fueron felices, así que yo quiero decirle que te tengo a ti y que no hay nada mejor en este mundo que eso.

—Y Harry.

—Y Harry.

Si alguien de la Orden del Fénix se enteró de ellos dos y de su recién descubierta relación romántica, nadie dijo nada. Y aquel invierno y primavera de 1996 se contó como uno de los mejores para Remus y Sirius, excepto que cuando junio llegó a su fin y con ello el poco tiempo con el que contaban, siendo la partida de Padfoot la más dolorosa por la que Moony hubiera tenido que pasar.

El dolor, la pérdida de su compañero, del último miembro y el más importante de su manada, envió a Remus a la más honda de las desesperaciones, y de vuelta a la superficie de aquel mar de miseria que amenazaba con ahogarlo porque a su cargo estaba Harry, y se lo había prometido… Se lo había jurado…

En honor a esos meses que habían sido la luz de la oscura vida que le restaba, Remus honró su palabra al recuerdo de Sirius.

Y cuando fue el momento de reunirse con él, de cruzar su propio velo y reunirse de vuelta a su lado, pudo sin culpa alguna enterrar la nariz en su cuello y afirmar que habían cumplido su cometido con Harry. Con James y Lily como testigos, pues los cuatro acudieron a su lado durante la batalla final con la piedra de la resurrección, y después…

Después la eternidad y con ella el tiempo que se les resarcía. Juntos para siempre.

 

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