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Entre Colmillos de León y Cuernos de Carnero por DanyNeko

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Notas del capitulo:

"Mío
...
"Ginga es mío"
...

"Más. Mío

 

— ¿Lo entiendes Kyouya? Esta es mi promesa para ti… siempre volveré a ti .

—Mío —ronroneó.

Ahora, ambos sabían que tenían un lugar al cual pertenecer. Uno al lado del otro.

Juntos para descubrir lo que era querer y quizás amar a otra persona.
Juntos para avivar mutuamente sus espíritus Bey.
Juntos para hacerse mejores personas y Balders más fuertes.
Juntos para hacer su propio camino en el mundo.

.
.

—Entonces… ¿ya no estás molesto conmigo? —preguntó suavemente el pelirrojo, trazando figuras imaginarias sobre la fornida espalda ajena con sus dedos.

Kyouya soltó una risilla divertida y sarcástica. Rápidamente, Ginga pensó que mejor debió de haberse quedado callado.

El peliverde se separó un poco del abrazo, pero sin llegar a soltarse el uno al otro, y lentamente, se sentó en la cama.

Observó al pelirrojo, que lo miraba curioso, mientras deslizaba sus manos por los brazos ligeramente tonificados del más pequeño —puede que no —dijo vagamente, inclinándose a rozar sus narices y colocar un beso fugaz en su boca, junto con un suave tirón en su labio bajo —pero aun así, lo hecho, hecho está y ocupa un pequeño castigo.

— ¿Un cast~? ¡! —Ginga no tuvo tiempo de procesar las palabras de Kyouya, cuando esté lo jaló por los brazos para tumbarlo bocabajo en su regazo. La parte baja del pequeño vientre y la ingle de Ginga quedaron sobre las rodillas de Kyouya, sus pies entre las almohadas y su rostro chocó contra el suave edredón — ¿Qu-qué haces? ¡¿Kyouya?!

—Shhh, Ginga —le chistó, divertido, mientras deslizaba la mano izquierda sobre la espalda del pelirrojo —no vayas a despertar a los chicos. Están muy cansados ¿recuerdas? —tomó el borde de la playera salmón y la subió un poco, dejando parte de su piel al descubierto.

—Pe-pero ¿qué vas a…? ¡Kyouya, déjame ir! —reclamó, tratando de no elevar mucho la voz.

Kyouya soltó el primer manotazo en su trasero —dije silencio —se relamió, disfrutando enormemente con la sensación de la piel suave y firme que rebotó bajo su impacto.

Ginga soltó una exclamación, entre un grito y un jadeo, perdiendo el aliento. Su rostro se tornó rojizo. ¡No podía creer que Kyouya le estuviera dando nalgadas como a un niño mal portado! ¡Era ridículo!

—Kyouya —siseó, empuñando las manos.

Pero el joven león lo ignoró —hummm, veamos —sus ojos azules miraron el panorama a través de la ventana —Han pasado más de veinticuatro horas desde que te fuiste… ¿Quizá unas treinta? —reflexionó, detallando la luz solar de fuera.

—Ah… más o menos… puede ser —respondió, terriblemente confundido —espera ¿Eso qué importa? ¿Vas a soltarme o q~? ¡!

Ginga fue callado por el segundo manotazo de la palma izquierda del peliverde. Tuvo que morderse el labio inferior para no chillar.

—Entonces, serán treinta veces —decidió el oji-azul, pareciendo conforme con su decisión.

— ¿Treinta qué? ¡!

Otra palmada —tres… —susurró Kyouya.

— ¡¿Treinta n-nalgadas?! —entendió el pelirrojo, aunque le costó mucho decir la palabra.

Kyouya asintió —sí, intenta contarlas conmigo, eso te distraerá para que no alces la voz —ofreció, con una sonrisa maliciosa torciendo sus labios —o puedes morder esto —la mano derecha del Tategami levantó un pliego del edredón, cerca de la boca de Ginga —lo que tú quieras, Ginga.

—Kyouya, por favor, basta.

Palmada y quejido amortiguado —cuatro —susurró el mayor —es tu castigo, Ginga. Venga, si lo soportas te dejaré dormir ¿No estabas muerto de sueño? —le recordó, burlón. Y le dio otra palmada, con la que el cuerpo de Ginga se movió ligeramente hacia adelante, con el impulso de escapar —cinco.

— ¡Mghh! —el quinto quejido fue ahogado en el edredón, dónde Ginga enterró su rostro antes de morder una parte.

—Eso es, buen chico, Ginga —la mano derecha de Kyouya le acarició el cabello —no queremos que nadie nos escuche y venga a espiar ¿cierto? —el pelirrojo se estremeció —oh, tengo otra idea —Ginga gimió internamente, ante el tono divertido de su rival y compañero —por cada diez palmadas que aguantes, te compensaré.

Lentamente, la cabeza rojiza se volvió para ver al oji-azul. Kyouya fue capaz de distinguir, satisfactoriamente, que Ginga estaba ruborizado hasta las orejas y el cuello — ¿compensarme? —logró decir a penas, con la tela entre sus labios.

Kyouya asintió, encantado con la sensación que 'su pequeño juego' le transmitía —Sí, Ginga. Por cada ronda de diez que resistas, te daré una recompensa —explicó, relamiéndose los labios con anticipación —mordidas, besos​, lamidas​ —ofreció —lo que quieras, en el lugar que tú quieras —ronroneó sensualmente, mientras su mano derecha retomaba las caricias en el pelo de fuego — ¿Qué dices?

Ginga se ruborizó aún más, si es que eso era posible, y volvió su cabeza al frente, no sin asegurarse de que Kyouya lo viera asentir.

—Contesta en voz alta —advirtió el joven león, acariciando ahora el cachete que había palmeado cinco veces, aunque fuera solo sobre la tela el tacto era agradable.

—S-Sí, de acuerdo —logró decir Ginga, estremeciéndose ante la caricia nueva. Kyouya nunca lo había tocado tan íntimamente.

—Seis… siete —siguió susurrando el peliverde, cuando abofeteó la mejilla izquierda del trasero a su disposición —ocho —Ginga gimió a través de la tela. La oferta de Kyouya había hecho que la vergüenza que sintió inicialmente se transformara en un pequeño calor que empezó a correr lentamente por su sangre —nueve… —Ginga tensó los puños —y diez.

El pelirrojo soltó el edredón de entre sus labios, jadeando rápidamente mientras sentía el escozor de las palmadas en su trasero, aunque el causante lo acariciara ligeramente al terminar.

Nunca antes se había fijado en que las manos de Kyouya eran un poco más grandes que las suyas, el peliverde había abarcado por completo cada glúteo en sus​ ataques​.

—Muy bien, Ginga —felicitó, satisfecho con la primera ronda —Ahora dime ¿qué quieres?

El pelirrojo se apoyó lentamente en manos y pies, inseguro de querer sentarse por el momento —e-en… mi cuello —ladeó la cabeza, para exponer el lugar mencionado.

Kyouya lo miró, observando el hermoso collage de marcas previas que había dejado sobre esa piel blanca — ¿En donde te mordí antes un par de veces? —rectificó, inclinándose hacia allí — ¿Quieres que vuelva a morder allí? ¿O te duele y quieres que lo lama?

Ginga sintió que toda la sangre de su cuerpo se dirigió a su rostro —No duele, pero… s-si quieres… ambas cosas —terminó diciendo, con un susurro de voz.

El peliverde decidió que estaba bien para la primera ronda y, sin decir más, tomó la barbilla de Ginga con su mano derecha, para girar su cabeza y exponer más su cuello —de acuerdo —tanteó con sus labios la zona, el superficial roce sensibilizó la piel mientras encontraba los dos pequeños piquetes, ligeramente más profundos, que dibujaron sus colmillos para luego encajar sus dientes allí.

Ginga gimió, con los labios apretados y un ligero espasmo que lo hizo arquearse hacia el cuerpo de Kyouya.

Lentamente, el oji-azul soltó su mordida y empezó a lamer suavemente la carne palpitante, amando la sensación del pulso acelerado de Ginga, latiendo justo bajo su boca.

— ¿Te gustó eso? —preguntó finalmente el peliverde, acariciando el labio inferior de su compañero con su pulgar derecho — ¿listo para la segunda ronda?

Apenado por las​ preguntas​, Ginga separó un poco los labios y le dio una ligera mordida al pulgar —solo sigue para que podamos terminar y me dejes dormir —trató de sonar indiferente, pero era inútil. El calor y el deseo goteaban en su tono.

Kyouya se rio bajito y lo tomó de las caderas, tirando del chico para volver a acomodarlo en sus rodillas. Fue una afortunada casualidad que el tirón bajara ligeramente el pantalón de Ginga, llegando justo al límite de su espalda baja.

— ¿Listo? —levantó su palma, Ginga asintió —once —volvió al lado derecho. Ginga tembló ante el calor del golpe sobre la piel ya aporreada —doce —el chico agachó la cabeza para volver a morder el edredón —trece… catorce —Ginga aguantó la respiración —quince —y la soltó lentamente cuando Kyouya volvió acariciar suavemente la zona magullada —muy bien, Ginga.

— ¡Kyouya! —gimoteó en tono de reclamo, girando la cabeza para mirarlo.

El aludido solo se rio suavemente, inclinándose para alcanzar con su boca la espalda semi-descubierta del pelirrojo — ¿Qué? —deslizó sus labios y nariz por la línea de la columna vertebral — ¿Tienes idea de lo bien que hueles justo después de un baño?

— ¡¿Eh?! —Ginga parpadeó, sorprendido. Kyouya solía ser​ físicamente afectivo y buscaba contacto regularmente, sí… pero nunca había sido tan… ¿comunicativo?

—Quiero morderte, en todas partes —ronroneó bajo, aunque no lo suficiente para no ser escuchado, justo antes de deslizar su lengua hasta donde se lo permitió la orilla del pantalón ajeno.

Ginga se estremeció en el regazo del león, ese calor que espesaba su sangre aumentaba lentamente​, provocando que respirara a jadeos.

— ¡Mgh!

—Dieciséis.

— ¡Eso fue a traición! —se quejó en voz baja.

—Tú te distrajiste —le devolvió el peliverde —diecisiete.

El pelirrojo volvió a morder la tela —no fue así —logró decir, medio amordazado.

—A los caballos se les da palmadas en los cuartos traseros para hacerlos andar —soltó de repente —¿no es así… mi lindo caballo alado?

Los ojos dorados se abrieron al máximo y le costó un triunfo no quedarse boquiabierto también. Si bien él, en pensamientos, se había dirigido a Kyouya con apodos como 'león' 'felino' o 'rey de las bestias', jamás se lo había dicho directamente y esta era la primera vez que él le llamaba por un mote… ¡Y además le había dicho lindo!

—Y veinte.

Ginga sacudió su cabeza para centrarse. Había sido tal la sorpresa, que no había sentido las últimas dos palmadas… aunque su piel las resentía por igual.

—Siguiente, Ginga —Kyouya coló la punta de sus dedos por entre el pantalón de Ginga, logrando rozar el nacimiento de su suave trasero por sobre la ropa interior — ¿Qué deseas ahora?

El pelirrojo no se lo pensó mucho, el calor en su fuero interno decidió por él — ¿re-recuerdas eso que me hiciste la noche antes de irme? —tanteó —en mi pecho —Kyouya asintió —e-eso se sintió muy bien… ¿podrías…?

—Date la vuelta —indicó el mayor, separando las piernas.

Las manos de Kyouya ayudaron a Ginga a girarse, de modo que la espalda baja del menor quedara ahora contra el regazo el peliverde, y también su trasero quedara elevado, sin tocar la cama.

El joven león inclinó lentamente la cabeza, mientras sus dedos recorrían todo su torso juguetonamente. El propio Ginga fue el que levantó su playera todo lo que pudo sin quitársela.

—Por fin tienes una temperatura normal —comentó vagamente, deslizando su nariz por el centro de su pecho, hacia arriba y hacia abajo, repetidas veces, antes de colocar sus labios justo donde sintió el latido acelerado de su corazón.

—Ky-Kyouya —exclamó en un jadeo.

—Y dicen que yo soy impaciente —bromeó antes de trazar con su lengua hasta el pezón izquierdo del pelirrojo.

Kyouya decidió que le gustaban los pezones de Ginga. Eran pequeños y rosados, coronando unos pectorales apenas marcados, suaves y pálidos; aunque, rápidamente, los botoncitos se tornaron algo más rojizos cuando sus caricias hicieron efecto y la piel se erizó bajo su boca.

Rondó ese pequeño punto con la punta de su lengua, sin llegar a tocarlo del todo, y admirando como su Ginga luchaba por no retorcerse en su regazo; sopló su cálido aliento sobre la piel, escuchando el gimoteo de su chico, y finalmente lo cubrió con sus labios.

—Ah~ Kyouya~ —gimió el menor claramente, arqueándose hacia el peliverde y cerrando los ojos con fuerza.

El aludido sintió el pezón en su boca endurecerse. Con curiosidad, lo tanteó suavemente con su lengua, notando una textura ligeramente rugosa. Un instinto primario y muy profundo dentro de sí lo incitó a chupar repetidas veces la zona, como si esperara obtener algo, mientras rodeaba la cintura del menor con un brazo.

Y sí que obtuvo algo. Una sinfonía de jadeos y gemidos apenas ahogados de la acalorada voz de Ginga, quien se mordía el labio inferior y subió a tientas una mano hasta los cabellos verdes, presionando suavemente la cabeza del oji-azul contra su pecho y desatando sin querer la coleta.

Llegó un punto, mientras rozaba cuidadosamente el botoncito con la punta de sus dientes, en que Kyouya se cuestionó qué tan buena idea había sido aquello.

Sí que lo estaba disfrutando; la sensación de tener a Ginga completamente rendido a él, en su regazo, era maravillosa y colmaba su pecho, pero el calor quizás ya era demasiado, y no sabía cuánto más resistiría su cuerpo antes de que su creciente excitación fuera físicamente obvia.

Sabía que era algo natural del cuerpo. ¡Por amor al Beyblade, era un adolescente! Pero tampoco quería asustar a Ginga ni que este pensara que lo forzaría a hacer cosas para las que no estuvieran listos.

Poco a poco, se disfrutan mejor algunas cosas.

—Último round, Ginga —susurró, directamente sobre su pecho, dándole aún pequeñas lamidas — ¿Estás listo?

El pelirrojo respiró profundamente antes de asentir —sí —Kyouya le obsequió una pequeña sonrisa, colocando un último beso de nuevo en el centro de su pecho. Ginga, sin embargo, se tensó ligeramente cuando sintió la mano que rodeaba su cintura bajar suavemente y tomar una de las prensillas de su pantalón —Ah ¿Kyouya?

Realmente se sorprendió el oji-dorado, cuando distinguió claramente un rubor en el rostro ajeno — ¿Me dejarías tocarte bajo el pantalón? —preguntó rápido y sin mirarlo, antes de morderse los labios.

Entre apenado y sorprendido, Ginga admiró lo encantador que se veía Kyouya sonrojado, sabiendo que no era algo de ver todos los días. Notó incluso que los bordes superiores de sus orejas también estaban de tono rojizo.

Y con el cabello suelto como estaba… Kyouya simplemente se veía magnífico.

Apenas y se dio cuenta cuando asintió con la cabeza.

Honestamente sorprendido de recibir el permiso, Kyouya no le insistió en que le respondiera verbalmente, como antes, y lentamente, casi con temor, desabotonó el pantalón de mezclilla. Su mano libre se paseaba a gusto por el torso del menor, provocando​ ligeros escalofríos y distrayéndolos a ambos del creciente nerviosismo.

Cuando el pantalón aflojó, Kyouya ayudó a Ginga a darse la vuelta y regresar a su posición inicial.

Kyouya tiró de la prenda, revelando un bóxer color celeste con blanco que se abrazaba suavemente al lindo trasero de Ginga.

Kyouya recorrió aquellas curvas con una mirada hambrienta. Su mano libre subió hasta su rostro, presionándose en puño contra su nariz y boca; se sentía ligeramente mareado por la cantidad de sangre que seguramente estaba tiñendo de rojo su rostro.

Ginga por su parte estaba tan avergonzado como acalorado por su situación. Ni en sus sueños más vívidos habría podido imaginar una situación mínimamente similar a esta… pero, al infierno, estaba haciendo esto con Kyouya y él lo hacía sentir como nunca antes.

De nueva cuenta, Kyouya tanteó y acarició la zona, se sentía muchísimo mejor sin la tela rígida y tosca de la mezclilla de por medio. De pronto solo deseaba acariciar y apretar esa parte de su querido pelirrojo, incluso llenarlo de mordiscos, como su cuello.

Dio una palmada al cachete derecho. Ginga no estaba preparado y un largo gemido escapó de su boca, antes de que pudiera cubrirla.

Kyouya abrió más los ojos, sorprendido por esa reacción —parece que esto te está gustando ¿es así, Ginga? —ronroneó, complacido de que su compañero parecía disfrutar también del juego completo, no solo de las recompensas —veintiuno.

El pelirrojo balbuceó un poco —Ca-calla.

—Creo que eres tú el que tiene que recordar moderar su voz —le recordó, escuchándose bastante satisfecho —veintidós.

—Mghhh! —pero Ginga no podía callarse. No tenía idea de que tan rojas​ estarían sus nalgas ahora, pero sí sabía que no podría dormir bocarriba, y no tenía ninguna intención de sentarse pronto.

—Veintitrés —Ginga volvió a gemir ahogadamente —me gustan los sonidos que haces Ginga, quiero oír más… Veinticuatro —otra palmada. Los ojos de Ginga estaban húmedos, Kyouya no le estaba golpeando duro, pero los constantes azotes empezaban a rozar el umbral de dolor —veinticinco.

Ginga suspiró cuando volvió a sentir los frotes tiernos tras la última tanda en su glúteo derecho.

—Eso es Ginga, ya casi termina —Kyouya se inclinó de nuevo para acariciar la espalda ajena, presionando besos justo al borde de la ropa; su nariz chocando contra la banda elástica de la prenda celeste. El joven león tenía tantas ganas de enganchar la prenda entre sus dientes, tirarla hacia atrás y dedicarse a mordisquear y besar aquellos montes redondos.

—Sigue… termina ya con esto, por favor —Kyoya no pudo contener un gruñido ronco ante las​ encantadoras súplicas de su lindo caballo alado.

—Si es lo que quieres… Veintiséis —una nueva palmada del lado izquierdo. Ginga casi botó sobre su regazo — ¿ya sabes qué quieres en la próxima recompensa? Recuerda que es la última —tarareó —veintisiete —Kyouya buscó con su mano libre una de las de Ginga y entrelazó cariñosamente sus dedos —veintiocho.

—Kyouya… —murmuró muy bajo.

—Veintinueve.

—Mgh~ Kyouya —volvió a llamarlo, esta vez más audible y apretando el agarre de sus manos.

En respuesta, Kyouya inclinó su rostro hacia el de Ginga, con su mano izquierda aún alzada para dar la última nalgada — ¿Sí?

Ginga lo miró justo cuando el peliverde dejó caer su mano —treinta —contó está vez el pelirrojo, justo antes de lanzarse para darle un beso apasionado a su querido león.

Kyouya correspondió el beso de inmediato, ambas bocas se enfrentaban con el mismo calor y hambre, una de la otra. Sin separarse, Ginga logró alzarse en una mejor posición y, con su mano libre, acarició el rostro de su querido rival.

— ¿Estás bien? —quiso cerciorarse Tategami, al notar las pequeñas lágrimas contenidas en los ojos dorados que le fascinaban.

Ginga respondió entre beso y beso—Sí, lo estoy.

El mayor lo abrazó —Entonces dime, Ginga ¿Dónde deseas mi boca ahora? —preguntó en un susurro caliente, pegado a sus labios.

—… E-en…

— ¿Dónde, mi pequeño corcel? Solo tienes que decírmelo y te lo daré —ronroneó, haciendo temblar a su compañero.

—Donde has estado golpeando.

Los ojos zafiro se abrieron de golpe, y el poseedor de los mismos​ se hizo para atrás, en medio de un beso, mirando a su compañero aturdido — ¿Qui-quieres eso?

El rostro de Ginga se mimetizó con el color de su pelo rápidamente — ¿E-es demasiado?

— ¡No! —corrigió rápidamente en peliverde, dándole un suave beso —No lo es —siguió un camino de besos hasta su oreja para que se tranquilizara —en realidad estaba deseando hacer eso —volvió a ronronear sensualmente en oreja, para luego morderle el lóbulo —acuéstate.

Con esta indicación, Kyouya se hizo para atrás, sacando sus piernas debajo del cuerpo de Ginga y dejándole espacio para que se acostara bocabajo en el lecho.

El pelirrojo obedeció, gateando hasta acomodarse y giró la cabeza, mirando en todo momento a su compañero.

Kyouya le dio un suave beso tranquilizante en la frente antes de moverse hacia la mitad inferior de su cuerpo. Colocó sus rodillas a lado y lado de las piernas ajenas y finalmente se inclinó para trazar con besos el camino de su columna vertebral.

Tal como había imaginado antes, tomó con sus dientes el elástico de la prenda celeste y la bajó de un solo tirón, logrando que Ginga pegara un salto en su lugar y agarrara un cojín cercano para enterrar allí su rostro.

El peliverde supo en ese instante, que la visión del bonito trasero, redondo y rojizo de Ginga, sería algo que recordaría constantemente en sueños y lo torturaría.

Ya podía sentir como el pantalón le apretaba en la semi-erección que amenazaba con despertar por completo.

No esperó más.

Apoyó su peso en rodillas y codos sobre la cama para tener ambas manos libres y tomar con estas las dos cimas rojizas, ofrecidas a él en bandeja de plata.

Podía escuchar los quejidos y gemidos de Ginga, ligeramente ahogados contra el almohadón, mientras acariciaba y amasaba su trasero con curiosidad y deseo.

Acercó su boca al glúteo izquierdo, el último que había recibido sus azotes y esparció algunos besos, siendo recompensado de inmediato con sollozos y gemidos que no dejaban duda al agrado de Ginga frente a sus acciones.

Kyouya podía oler aún los rastros del agua termal en la suave piel, bellamente enrojecida. Estaba tentando a azotarlo de nuevo, pero se contuvo, en lugar de eso, movió su boca al lado derecho y trazó con su lengua casi hasta el muslo del menor, dónde se arrugaba la tela celeste.

A esto, Ginga arqueó su cuerpo en un espasmo de placer, levantando un poco su cara para gemir libremente y empujando sus caderas instintivamente hacia atrás, deseando más de esas caricias, necesitando más de Kyouya y su boca caliente.

"Joder, esto es demasiado" pensó Kyouya, Ginga lucía demasiado sexy moviendo de esa manera su cuerpo hacia él. Le hacía querer simplemente abrazarlo desde atrás y presionar sus caderas contra las del pelirrojo.

—Kyouya… por favor —gimoteó.

Kyouya sacudió la cabeza, rezando por autocontrol — ¿Qué es, Ginga? ¿Qué quieres? —arrulló.

—Muérdeme —logró susurrar, entre la vergüenza.

—... Dolerá —advirtió, sabiendo lo sensible que debía haber quedado esa zona.

—No importa, solo hazlo —giró la cabeza para ver sobre su hombro. La visión de Kyouya casi sobre su cuerpo medio expuesto y acariciándolo como nadie más, lo dejó sin aliento.

Kyouya no dudó en darle a su pelirrojo lo que pedía, así que empezó a mordisquear y besar repetidas veces, dejando marcas y chupones.

Ginga se estremeció y gimió acorde a sus caricias​, moviendo sus caderas hacia él varias veces, también.

Uno o dos minutos después, cuando Kyouya decidió que, de seguir, estaría tentando demasiado a su autocontrol, se detuvo y volvió a acomodarle la ropa interior a Ginga antes de subir por el centro de su espalda con suaves besos hasta llegar a su nuca y luego se coló junto a su hombro izquierdo; apoyando sus manos a cada lado de la cabeza rojiza.

El pelirrojo, jadeante, lo recibió con un tierno hociqueo, frotando débil pero tiernamente sus mejillas y narices.

—Te quiero —susurró el pelirrojo, con los párpados caídos.

—Y yo adoro ese trasero jodidamente lindo que tienes —Kyouya se rio al conseguir un sonrojo y un quejido de su compañero —y a ti también —Ginga le dio un pequeño beso antes de ahogar un bostezo en la almohada —anda, te ayudaré a quitarte los pantalones para que puedas dormir más cómodo.

Ginga no dijo más nada y dejó que Kyouya le sacara la prenda por las piernas, dejándola caer al suelo de madera antes de recostarse a su lado, de perfil.

—Kyouya.

— ¿Sí, Ginga? —una ceja oscura se arqueó al notar que Ginga no lo miraba a los ojos, sino que su vista estaba perdida en algún punto entre el cuello y el pecho de Kyouya — ¿Qué pasa?

El oji-dorado se rozó débilmente el cuello con la yema de sus dedos —tú… me dejaste todas estas mordidas. Yo… también quiero marcarte de algún modo —expresó, mirando de vuelta a sus ojos azules.

Kyouya sonrió de lado, dejando a la vista uno de sus colmillos, e hizo para atrás algunos mechones de pelo que se habían colado por sobre su hombro —entonces hazlo —invitó.

Ginga sonrió, inclinándose hacia el torso de piel canela exhibido frente a él mientras se colocaba también de perfil. Suspiró contra el cuello ajeno, llenándose los pulmones del aroma salvaje del peliverde que lo hacía pensar en el bosque. Besó la unión entre el cuello y el hombro, para luego succionar la piel antes de presionar con sus dientes para dejar un chupón.

Bajó entre besos por la clavícula, lamiendo el pequeño hueco que se formaba en el centro y hacia el pectoral derecho dejó otro chupón.

Le gustó escuchar los suaves suspiros que soltó Kyouya en cada toque, la piel bronceada estaba realmente caliente y se sentía increíble contra su boca; las manos de Ginga acariciaron el abdomen ajeno, presionando sus pequeñas y redondeadas uñas contra la carne, dejando caminos rojizos.

— ¿Satisfecho? —ronroneó al sentir pequeños besos a lo largo de su mentón ahora.

—Eso creo —admitió el pelirrojo.

Kyouya se estiró, luego se tumbó bocarriba —ven entonces, a dormir —tomó el borde del edredón y lo extendió apropiadamente sobre ambos.

Ginga se arrastró hacia su costado, acomodándose parcialmente allí, y subió una pierna para colocarla en medio de las de Kyouya.

Colocó su cabeza a un lado del hombro ajeno y el peliverde ladeó la cabeza para apoyar su mentón sobre los mechones rojos.

El oji-dorado se removió un poco y suspiró cuando se sintió completamente cómodo y cálido.

—Dulces sueños, Kyouya.

El aludido pasó un brazo sobre su cintura, afianzándolo —Descansa bien, mi Ginga.

Y así ambos sucumbieron al sueño, completamente agotados.

~∆~

Ginga soñó con un pequeño caballo alado, de color blanco con detalles rojizos, que parecía herido pues le costaba galopar, y una de sus alas se arrastraba.

Finalmente, el Pegaso encontró un lugar a la sombra de árboles, en medio lo que parecía ser una sabana, y se echó allí para descansar.

Un potente rugido estremeció al joven potro alado, y de pronto, un joven león de color verde y melena frondosa apareció trotando hacia él.

El gran felino olfateó al pequeño caballo alado antes de inclinarse y ronronear, frotando su hocico contra el de la otra criatura. Con la boca, sacó de entre su melena un par de manzanas, que ofreció al potro cansado, y luego se pegó a su cuerpo mientras lo rodeaba, echándose detrás de este para servir de apoyo, y colocando la cabeza sobre el cuello más largo del caballo.

La cola felina, con punta parecida a un pincel, rodeó también el lomo ajeno y cayó sobre el ala herida.

 

Mucho más tranquilo, el caballo místico comió las frutas ofrecidas mientras sentía el ronronear del rey de las bestias resonar directamente contra todo su cuerpo, ya que el león era más grande. Las plumas de su ala buena cubrieron al gran gato de vuelta.


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