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Vampiros. por Seiken

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Harbinger no sabía de donde salían tipos tan extraños, pero al menos su hermano estaba a salvó, Aldebaran, que pronto saldría del hospital para regresar al departamento del emo de cabello azul. 
 
Estaba sentado a su lado, Aldebaran dormía, recuperándose del cansancio que sentía, pero su corazón ya estaba como nuevo. 
 
Saga estaba realizando una llamada telefónica, Shura en el pasillo, sentado, con los brazos delante de su pecho, los ojos cerrados, ajenos a su terror, a su miedo creciente. 
 
Porque si Shura pudo encontrarlos con tanta facilidad, entonces cualquiera podría hacerlo y lo supo, al ver una sombra en el balcón del cuarto de hospital. 
 
Un hombre de cabello café, ni muy alto, ni muy bajo, de complexión delgada, era el vampiro, había dado con él y le miraba con esos ojos azules e inhumanos. 
 
—He perdido el rastro de Mu, pero nunca el tuyo, Harbinger. 
 
El toro de piel morena trato de mantener la calma, pero no podía, los recuerdos eran demasiado dolorosos, su esclavitud, las cadenas, la traición sufrida en las manos de este hombre que pensaba amar, un vampiro cruel, que aún seguía cazandolo, después de la muerte. 
 
—Tenemos ayuda, ellos están al otro lado de la habitación, esperando porque dejen ir a mi hermano, si te acercas, les pediré ayuda. 
 
Kiki le veía con una expresión serena, con una sonrisa pícara, de la misma forma en que le miraba cuando pensaba que sólo era su vecino. 
 
—Tu estabas dispuesto a darme una oportunidad para demostrarte que yo he cambiado y sigo siendo aquel maestro, que tanto amaste. 
 
La palabra maestro la decía como si fuera amo, con tanta avaricia que no creía que pudiera escapar de sus manos, una vez que aceptara ir a su lado. 
 
—Lo recuerdo todo, la exclavitud, el dolor y la traición, tu me encadenaste a tí ... 
 
Kiki desvío entonces la mirada, ya no tan seguro, al saber que recordaba todo su pasado, las cadenas, el encierro, la exclavitud. 
 
—Querías marcharte, querías irte sin mi, sólo porque yo era un vampiro te perdería. 
 
Ya lo había perdido, tal vez con el espejismo de su bondad el permanecería a su lado, pero ahora que lo recordaba todo, pelearía con el, no dejaría que lo encerraran de nuevo. 
 
—De todas formas me perdiste, porque yo pensaba regresar, deseaba despejar mi mente, pero al final, yo me quedaría a tu lado, pero actuaste como en realidad eres y me perdiste. 
 
Kiki desvío la mirada, preguntándose qué hacer en ese momento, escuchando la molestia de su toro, que le había aceptado con facilidad a su lado, de no recordar su pasado. 
 
—¡Y apenas te di la espalda tu me mordiste! 
 
Se quejo de nuevo, mirándole fijamente, sin saber que más hacer, no llamaría al emo, ni al maniquí sin sentimientos, pero no aceptaría el vampiro a su lado y se arrepentía de darle una oportunidad. 
 
—Esta bien, me marcharé, pero lo único que te pido como despedida es un beso, que juntes todo el amor que me tenías y me beses, una última ocasión. 
 
Harbinger le veía con una expresión dolida, pero asintió, acercándose a él, para besar sus labios, sintiendo las manos de Kiki sobre sus brazos, en su cintura, gimiendo cuando se separaron por fin. 
 
—Lo ves, me sigues amando, aun me quieres y yo te amo como a nadie. 
 
Kiki entonces le abrazo con fuerza, no estaba dispuesto a dejarlo ir, y lo mantendría a su lado, sin importar lo que pasará, una vez a su lado, le convencería de quedarse con él. 
 
—Ven conmigo, mi amor, dame otra oportunidad, solo dame una oportunidad, yo he cambiado... 
 
Harbinger intento soltarse, pero inmediatamente sintió la mordida del vampiro en su cuerpo, en su yugular, su sangre escapando de su cuerpo, junto a su fuerza.
 
—No... no de nuevo... 
 
Kiki seguía bebiendo su sangre, sin embargo, se detuvo al ver al intruso, que se acercaba a él, con una expresión fría, distante, sosteniendo un cigarrillo entre sus dedos.
 
—Alejate de el, ya lo arruinaste una vez, en su pasado y ya lo arruinaste ahora, en su presente, Kiki, ese niño ha dejado de amarte, no hagas que te odié. 
 
Kiki negó eso, no lo aceptaba, cómo podría aceptarlo, porque de hacerlo, significaba que lo había perdido, que no regresaría a él.
 
—No puedo...
 
Harbinger se había soltado de las manos de  Kiki, estaba en el suelo, sosteniendo su cuello con su mano, respirando hondo, sintiéndose demasiado débil, demasiado cansado. 
 
—No puedo dejarlo ir, él es mi sol y tú, vampiro, no me lo arrebataras. 
 
Shura negó eso, dejando caer el cigarrillo para pisar la colilla con la punta de su pie, desviando la mirada.
 
—Siempre los celos que nos llevan a la locura, la locura nos destruye y nosotros a quienes pensamos amar... eso es la enfermedad del vampiro. 
 
Pronunció con una expresión distante, mirándole fijamente, llamando la atención de Harbinger, que se tambaleó hasta llegar con Aldebaran, que ya había despertado. 
 
—Nos encontraron. 
 
Aldebaran retrocedió unos cuantos pasos, cargando a Harbinger, aun estaba cansado, pero se veía que su hermano apenas podía moverse. 
 
—Sal de aquí, busca a Saga, él está en el pasillo. 
 
Aldebaran asintió, saliendo del cuarto de hospital, aun cubierto con su pequeña bata de enfermo, que le llegaba hasta los muslos, como si fuera una minifalda, dejando su espalda descubierta y creía que cuando se movía de forma brusca, partes de su anatomía quedaban al descubierto. 
 
—Odio estas cosas. 
 
Saga al escuchar la carrera en los pasillos extrañamente deshabitados, se apresuró a donde estaban los toros, quitándose su abrigo para que Aldebaran pudiera taparse con el, sonrojandose de nuevo al verlo. 
 
—Ten, toma este abrigo. 
 
Aldebaran asintió, viendo a Saga tomar una postura protectora, escuchando el combate en esa habitación, como la ventana era destruida, cuando dos cuerpos chocaron contra esta. 
 
—¿Qué está pasando? 
 
Harbinger como si no pudiera creerlo veía lo que parecía ser un cadáver calcinado, una cosa de ojos rojos, que les veía en silencio, sus dientes afilados, sobresaliendo de su boca. 
 
—¿Eso es Mu? 
 
Eso era Mu, la criatura que les veía en silencio, con los dientes sobresaliendo de su boca, sus ojos inyectados de sangre, respirando hondo, como si le costará mucho trabajo mantenerse en pie, moviéndose en su dirección. 
 
—Lo es... 
 
Aldebaran respondió sosteniendo aún a Harbinger por debajo de su brazo, manteniéndolo a su lado, retrocediendo algunos pasos, tragando un poco de saliva. 
 
—Aldebaran... 
 

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