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La venganza de Sasuke y Kyubi por Pikacha-sama

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Pánico, Naruto sentía como el miedo se hacía más intenso, más abrasador ¡más insoportable! ¡¿dónde diablos estaba Sasuke?! Un extraño viento lo había neutralizado, después una enorme serpiente lo había digerido. Sólo fue cuestión de segundos para que Kyubi acabará con ella, el problema radicaba en la sensación de vacío que lo embargaba.

 

Un extraño mutismo, un dolor estresante, el pequeño olor a sangre, el sudor de Sasuke ¡¿por qué?!, ¡¿dónde estaba?! Los arboles se mecieron mezclando una vez sus sentires; más sangre. Corrió hasta que sus garras dolieron, al final de aquel pequeño recinto estaba Uchiha enfrentado a una extraña mujer.

 

«¡¡Mátala, mátala, mátala!!» rugió el Biju en su interior furioso del desenlace, de los golpes dirigidos al contrario. Bramó colerizado su nombre, buscando una respuesta, pero lejos de importarles aquellos siguieron luchando. Sakura había caído en algún punto de la partida, inconsciente en medio del cambio de batalla.

 

Sasuke estaba dando lo mejor de sí, golpeando a diestra y siniestra, peleando por su honor; el honor Uchiha. Tener a su lado a Naruto le hacía sentir un amargo sabor de boca. Ser consciente de que era fuerte, que sus ojos rojos le hacían competencia al Sharingan, le hacía navegar, le hacía prometerse ser más vigoroso y recio. Al final ambos terminaron de acorralar a la mujer mientras las llamaradas de su jutsu hicieron estremecer la piel de su enemigo.

 

Ella gimoteó mientras el rubio avanzaba para encestarle el golpe final, sin embargo, una estruendosa carcajada los sacó de su victoria. No era el fin, era el principio de todo. Poco a poco su piel se fue desprendiendo dejando ver una piel pálida, un ojo amarillo y una pupila rasgada; una serpiente. Y aunque ambos quisieron retroceder ya era demasiado tarde; su cuello se alargó, se enfrascó en un objetivo y Sasuke cayó bajo la primera mordida.

 

Sus gritos retumbaron, su sollozo lo consumió y Naruto sintió que de nuevo entraba en pánico, ¡¿por qué?!, ¡¿por qué Sasuke tenía que significar tanto para él?!, ¡¿por qué le dolía su dolor?!, ¡¡Por que lo sostenía mientras sus lágrimas resbalaban?!, ¿en qué momento empezó a salir su nombre como suplicio de sus labios?

 

—¡¿Qué le has hecho, bastardo?! — rugió mientras sus colmillos se hacían más largos, sus garras exploraban un nuevo tamaño y sus ojos bramaban en cólera. Necesitaba venganza; necesitaba devastarlo todo. Y de nuevo la risa lo acompañó burlándose del pequeño colapso nervioso que lo abordaba.

 

El sello maldito se había formado en su cuello, esa dulce sensación de que sería suyo se extendió por su cuerpo y supo que esa batalla desde un principio la tenía ganada; siquiera importaba que el portador del Kyubi comenzara a acumular chakra a su alrededor. Se iría, pero volvería para acabar lo que había empezado.

 

—Mío… — susurró ansioso, había probado sus habilidades, la misma sangre que corría en las venas de Itachi estaba ahí, a su merced, a unos cuantos pasos que le ironía de todo le sonrió. No hacía falta que se esforzara más; su victoria esta ahí, consumida en una realidad que había anhelado durante años; la destrucción de Konoha.

 

De nuevo el grito de Naruto estalló como una bomba de tiempo; como una luz cegadora que abrasaría todo a su alrededor. Orochimaru fijó la vista en él, en como su cuerpo cambiaba a zorro, en como su propia piel se desgarraba por su próximo destierro y sólo pudo sonreír; ellos estaban próximos a consumirse. Enrolló su cuerpo en sí y desapareció entre la furia de un jinchuriki.

 

«¡Muérdelo!», «¡NO!».

 

«¡Muérdelo!», «¡No, será un…!».

 

Y con los ojos vendados Naruto se segó, con miedo, con impotencia, pero con el valor suficiente para pagar el costo de una vida; sus filosos colmillos embonaron perfectamente en ese pálido cuello. Lo oprimió sintiendo como su chakra se fundía con el sentir de una vida. Podía sentir la adrenalina dominarlo, la sed de salvarlo, el suplicio de aferrarse a un sentimiento que no comprendía.

 

Sabía que su papel cambiaría, que próximamente sería el antagonista de su propia historia. Porque ese acercamiento iba a cambiarlos a ambos; iba a unirlos de una forma tan unilateral que pensó en huir a un lugar donde nadie se atreviera a juzgar a dos niños de doce años.

 


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