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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 10

Aysel sostenía entre sus manos sucias el vaso de cristal con agua que su Maestro le había dado después del desayuno. En esta ocasión agregó miel y almendras sobre la fruta picada, se la dio en pequeños bocados mientras explicaba que lo hacía por su propia seguridad. Durante primeros días era fácil ceder ante a tentación y devorar la comida en un santiamén, para vomitarla instantes más tardes; de esta forma regulaba su digestión. Después unas gotitas de sangre y el anuncio de que hoy le ayudaría a tomar un baño, también le quitaría la máscara. A donde iban no se acostumbraba a que los familiares, sin importar su clase, ocultarán su rostro, en realidad se consideraba casi un insulto.

No había respondido. Esperó a que saliera del cuarto antes de llevarse una mano hasta la máscara.

¿Le permitiría ver su rostro? Y si así era… ¿Qué encontraría?

¿Quién era su maestro?

Se llamaba Zwein, era un mago, una bestia humana, inteligente, amable y poseedor de una fría belleza. No sabía más y no estaba seguro de querer conocerlo. Cuando mostrará su verdadero rostro, en el momento en que decidiera en que él no era útil, ni su magia suficientemente poderosa, entonces se enfadaría, le gritaría, lo golpearía e intentaría asesinarlo, pero decidiría que era un desperdicio de tiempo y esfuerzo, lo devolvería a la prisión de La Academia o entregaría a algún otro maestro que repetiría el proceso y todo volvería a empezar en un ciclo infinito, para siempre, por toda la eternidad…

Su respiración se aceleró, el sudor le escurrió por las mejillas, su temperatura corporal ascendió varios grados…

Dejó caer el vaso al suelo, se llevó ambas manos a la cabeza y comenzó a golpearse contra la pared, una y otra y otra vez…

El sonido dentro de su cabeza retumbaba, alejando los recuerdos, las ideas, el futuro, todo. ¡No podía soportarlo! ¡Sólo quería que parará!

Si golpeaba más fuerte quizás funcionará…

Zwein entró a la habitación, supuso que se veía bastante ridículo con el cabello desordenado, los pantalones blancos de pijama y las toallas húmedas sobre el hombro, pero el sonido le tomó por sorpresa mientras terminaba de preparar el baño caliente. Sabía que sería un momento difícil, pero llevaba cerca de una semana conviviendo con la peste que emanaba del cuerpo de Aysel, necesitaba un respiro de aire fresco y sentía gran curiosidad por ver lo que había detrás de la máscara. Una gran belleza, propia de los vampiros como la que recordaba de los días de su infancia o una beldad capaz de quitar el aliento. Entre los vampiros corría el mito que entre más poderosa fuera la bestia, más hermosa sería.

Se encontró con el muchacho dándose de golpes repetidas veces contra la pared, arremetía con tal fuerza y violencia que si no fuera porque la máscara se encontraba reforzaba por varios hechizos y encantamientos seguramente ya la habría roto.

Zwein corrió dispuesto a detenerlo por la fuerza, pero se detuvo a medio camino. Fuera cual fuera la pesadilla en la que el muchacho estuviera inmerso, un toque físico sólo conseguiría asustarlo más.

—¡Aysel! ¡Detenté! ¡Es una orden! — dijo en voz alta.

Pero ya fuera porque el chico estuviera demasiado sumergido en su particular mundo o no temiera las consecuencias, continuó golpeando su cabeza contra la pared.

—¡Soy tu Maestro, Aysel!— insistió Zwein, si usaba magia para obligarlo a obedecer lo poco que habría construido se derrumbaría de golpe—. Y me debes absoluta obediencia. Contaré hasta tres, de lo contrario tendré que castigarte: uno, dos…

El cuerpo de la Bestia se detuvo de golpe, cayó al piso de rodillas en segundos y postró la cabeza en el suelo a sus pies.

—Perdóneme señor— imploró en voz tan queda que sólo un oído entrenado habría podido escucharlo—. ¡Castígueme, se lo suplico!

Zwein tragó saliva viendo ante si los ruegos abyectos que alguna vez el mismo había pronunciado para otros hechiceros y brujas. Quiso explicarle que él jamás lo castigaría, incluso podría matarle y no se atrevería a ponerle una mano encima. Pero no lo hizo. La única manera de que ese vampiro le obedeciera sería creyendo que tenía un Amo justo, misericordioso y satisfecho con el sistema que los encadenaba.

—Obedeciste dentro del plazo. No hay razón para que te castigue.

—¡Debe de castigarme!— insistió el vampiro—. O terminará hartándose de mí y me regresará a La Academia.

Zwein se preguntó si acaso Aysel había escuchado la conversación de hace días con su Maestra, no le sorprendería considerando lo sensible que era el oído de los vampiros.

Se sentó en el camastro.

—Siéntate junto a mí, Aysel— le indicó dando unos golpecitos al lado de su cama.

El vampiro obedeció con el cuerpo temblándole.

—Tú eres mío— le dijo Zwein obligándolo a mirarle a los ojos—. Una vez que yo elijo una cosa, jamás me deshago de ella ni la devuelvo. La tomo bajo mi protección, la cuido, protejo y mimo por siempre. ¿Te parece eso bien?

Los bonitos ojos violetas de Aysel brillaron con algo a medio camino entre el entusiasmo y la esperanza, de cualquier manera, Zwein no le dio tiempo para responder.

—De cualquier manera, no importa lo que piensen u opines. Me perteneces, yo me ocupo de lo mío y no permitiré que nada ni nadie me lo quité, ni me convenza de devolverlo. Es mi decisión. ¿Comprendes?

—Si, Zwein— respondió en un tono más alto Aysel, sonando todavía inseguro.

Se sentía como una basura, pero a Zwein no se le ocurría de que otra manera manejar esa situación. Deseó abrazar al muchacho herido frente a él, bestia o no, sentía que en el fondo no eran tan diferentes, pero sabía que jamás podría hacerlo. No se podía dar el lujo de sentir apego hacia nadie, ni ahora ni nunca; después de todo no podría saber quién sería una pieza sacrificable en el futuro.


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