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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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Notas del capitulo:

Hola, antes que nada quería agradecerle a los que comentaron en el capítulo anterior.

 

Lis

  Lau   anmamez  
Gracias por sus comentarios y disculpen que no responda personalmente, pero he tenido más días malos que buenos Disculpen...aun así los apreció.    Saludos...

CAPÍTULO 13

A lo lejos oyó los gritos de un ser destrozado, se llevó las manos a los oídos para no escucharlo, el gañido de la miserable criatura le trituraba los sentidos. ¿Por qué no se callaba? Tardó un par de segundos en sentir el dolor en su garganta y todavía mas tiempo en percatarse de que él era quién producía ese terrible sonido.

Aysel escuchaba los gritos de su Maestro ordenándole que se tranquilizará, respirará profundamente, recordará lo perfecto que era, pero al igual que sus gritos, los sonidos carecían de sentido.

Era más sencillo de esta manera.

Hundirse en la locura, danzar con la demencia, rendirse ante el desvarío. De esta forma no tendría que pensar en su pasado, presente, ni futuro. Él no podía ser el muchacho del espejo, vestido con esa elegante ropa, ese rostro joven y fresco, aquellas manos delgadas y frágiles. Si lo era, si Aysel se permitía pensar tan sólo por un segundo que su aspecto fuera tan similar a los hijos, sobrinos y nietos de los maestros a los que durante tanto tiempo sirvió, no alcanzaría a comprender porque era objeto de tal repudio y desprecio. Tenía dos piernas, dos brazos, una cabeza; era igual a sus captores. Entonces, ¿por qué lo lastimaban de esas maneras tan horribles? Su gente no tomaba prisioneros, les daba una muerte rápida y bebía su sangre, pero aquellos monstruos bebían de tu espíritu con tal lentitud que la muerte se convertía en una ansiada invitada…

Gritó y gritó y gritó…

Deseó destruirlo todo, la habitación, el ruin maestro que le reveló partes de sí que jamás debió ver y sobre todo a si mismo por haberse convertido en esa cáscara miserable de la que sus antepasados se avergonzarían.

Para una persona normal los objetos agitándose dentro de la habitación serían una manifestación de las fuerzas de otro mundo, demonios deseosos de venganza; sin embargo para las familias pertenecientes al gremio de los magos no significarían más que una manifestación de magia fuera de control, propia de un chiquillo que apenas estaba aprendiendo a transmutar la magia de los seres que absorbía y pasaba por sus venas, aplaudirían, reirían, se felicitarían entre si antes de reprender a la bestia mágica que no estuviera controlando la cantidad de magia que le entregaba a los niños de sus maestros. En cambio, en ese momento Zwein temblaba de terror, un horror tan puro que por un segundo se planteó la posibilidad de simplemente tomar cualquier objeto filoso que tuviera a la mano y enterrarlo en el pecho de la bestia, tan profundo que no existiera la más mínima posibilidad de que volviera a despertar. No se suponía que su familiar fuera capaz de disponer de su propia magia, el collar debería mantener sellados sus poderes, al menos aquellos capaces de manifestarse externamente.

“Su magia es incontrolable, ha matado o llevado al borde de la muerte a más de un Maestro”

Recordó las palabras de Tirys, la Sirena. Lo habían dejado en los calabozos de La Academia con la esperanza de que muriera o enloqueciera, ningún mago lo admitiría por orgullo, pero ese pequeño vampiro tenía mucha más magia que diez, veinte o incluso cincuenta bestias juntas. Sino fuera por el collar y la joven edad en que fue capturado, habría representado un terrible oponente para el Gremio de los magos. En un ataque de locura Aysel era perfectamente capaz de asesinar a cualquier mago. Zwein era consciente de que estaba tomando mucho más de lo que podía manejar, pero si conseguía dominar y controlar esa increíble cantidad de magia sería imbatible.

—¡Es suficiente, Aysel! ¡Basta! ¡Detente!

Estaba fuera de control, pero Aysel no podía detenerse, los objetos giraban a su alrededor igual a proyectiles sin dirección, rompían las paredes, destrozaban el piso, chocaban con los espejos, floreros y cualquier cosa que encontrarán a su paso. Quería detenerse, realmente lo deseaba, pero no sabía cómo. No comprendía nada. En ese momento en su mente sólo había espacio para la furia, el rencor, la ira, el odio…

¡Los odiaba tanto que dolía! ¡Dolía tanto!

Si continuaba de esta manera la magia de Aysel no se conformaría con arrojar objetos de un lado a otro, su elemento primario se haría cargo y no tardaría en incendiar el lugar y a ellos también. El verdadero problema estribaba en que la magia de Zwein no era rival para la de Aysel, incluso con el collar suprimiendo su magia, él joven hechicero seria aplastado de la misma forma que un mosquito...

Aysel podía ser una poderosa bestia, pero también era un niño sensible y maltratado, tendría que arriesgarse.

Lentamente, igual que si se aproximará a un animal herido y furioso se fue acercando al vampiro cuyos gritos no cesaban, no se atrevió a abrazarlo por temor a ser calcinado hasta las cenizas, pero coloco ambas manos sobre los hombros de Aysel y le mostró su memoria.

—Deberías desaparecer.

El Niño de diez años cerró los ojos antes de recibir el puñetazo que le envió hasta un extremo de la habitación. Se levantó deprisa para volver a arrodillarse al lado del escritorio de su maestro, la sangre le escurría del ojo derecho tiñendo de rojo su visión, pero estaba demasiado asustado para limpiarlo. A su Maestro le gustaba que se arrodillase a su lado durante mientras trabajaba, a veces le golpeaba sin más, otras motivado por la frustración, en ocasiones le obligaba a darle una mamada o le tiraba sobre la alfombra y lo penetraba sin preparación. Le molestaban los ruidos, con los días el Niño aprendió que llorar, sollozar o siquiera gemir tan sólo atraería más dolor, permanecía en silencio, atento a cualquier orden y en espera de que su Maestro terminará su trabajo y lo devolviera al armario de suministros de limpieza donde lo guardaba.

—Conozco a tu madre, está orgulloso de su legado. Me habló la deshonra que representaste para la familia, lo decepcionado que estaba de ti y cuanto deseó matarte con sus propias manos. Lo habría hecho de no ser por los ruegos de tu madre. Mereces morir.

El Niño había tenido un nombre en otro tiempo, un padre, una madre y hermanos, nunca fue amado, tampoco odiado o al menos eso le gustaba creer. Ahora le llamaban Niño en el mejor de los casos, Bestia, Putilla, Basura y un sinfín de nombres denigrantes la mayor parte del tiempo. Su Maestro le dio una gran calada a su puro, exhaló satisfecho y lo apagó en el hombro desnudo del Niño. El Niño se concentró en el leve olor de la carne quemada en un intento de ignorar el agudo dolor de la quemadura.

—Las Bestias humanas ni siquiera sirven como familiares, su magia es tan débil que no son capaces de encender una simple vela. Son un error de la Naturaleza— el hechicero chasqueó los dedos—. Bueno, tal vez sirvan para algo más…

El hombre empujó al niño sobre el suelo, le abrió las piernas con fuerza y echándose encima del delgado cuerpo se introdujo dentro de la tierna carne.

—Sólo para esto eres bueno, no es mucho, pero es mejor que nada, putilla. Una verdadera lástima que tu familia no se encuentre aquí para ver en lo que te has convertido.

El niño no pudo soportarlo más, no comprendía porque las palabras dolían a veces más que los golpes, estalló en llanto, sus berridos retumbaron en los oídos de su maestro quién molesto ante un comportamiento que creía eliminado tomó del cabello al Niño y azotó su cabeza contra el suelo, la alfombra mitigó en parte los golpes, pero cuando minutos más tarde lo arrojó dentro del armario donde lo guardaba cuando no lo necesitaba la sangre todavía corría abundantemente sobre el rostro semi inconsciente del Niño

Aysel sintió el miedo del niño, deseó decirle que no había nada malo en él, era perfecto…

—Ahora lo comprendes…

Poco a poco Aysel abrió los ojos, el Niño del recuerdo era su maestro. Tuvo problemas para comprender donde y con quién estaba.

—Mírame.

Y lo hizo. Recorrió con los dedos el rostro de rasgos elegantes, la mandíbula firme, los ojos autoritarios, las cejas que irradiaban seguridad, la nariz altiva, la piel apiñonada, el suave rastro de barba que comenzaba a crecer.

—Ese niño…— expresó sin saber a quién se dirigía—. Ese niño fue herido.

—Y mucho— aceptó Zwein—. De tantas maneras que apenas quedó rastro de él, pero renació. Y no es mejor ni peor ahora, es perfecto. Como tú lo eres.

— ¿Yo? — Aysel pensó que aquello no tenía sentido, sus Maestros siempre le dijeron que su gente y él eran un error, luchó tanto para no creerles, rebelarse contra las ideas impuestas días tras día, pero poco a poco las fue aceptando; si reconocía que se lo merecían, sería más fácil aceptar todo cuanto les había pasado.

—Un Maestro perfecto, necesita de un Familiar perfecto, ¿no lo crees?

—Supongo…

De pronto Aysel sintió mucho sueño, estaba demasiado cansado. Si cerraba los ojos un par de segundos tal vez…

Una vez más Zwein sostuvo al vampiro inconsciente entre sus brazos. Tal vez una siesta les vendría bien a ambos, lanzó un gran bostezo y con el delgado cuerpo en brazos salió del cuarto de baño.


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