CAPÍTULO 15
Soñó con el niño. Intentó abrazarlo, cantarle, calmarle, pero en su sueño nada funcionaba, el niño dentro del armario continuaba llorando quedito por temor a ser escuchado.
Cuando Aysel despertó se encontró con la otra versión del niño, el hombre que le miraba con una emoción que no conseguía descifrar, pero que no era odio, asco o repulsión; todos esos sentimientos los reconocía demasiado bien como para no reconocerlos.
Aysel había escuchado antes de las bestias humanas, pero nunca conoció a ninguna. Los imaginaba como seres deformes, horribles, amorfos, exponentes de lo peor de la raza humana. Pero Zwein era…
“Zwein es el monstruo más hermoso que es conocido”
Desde que fue traído a este horrible lugar, comenzó a llamar dentro de sí a los humanos, monstruos. ¿De qué otra manera definir a seres capaces de esclavizar a otros? Y los odiaba a todos por igual. Bebes, niños, jóvenes, adultos, viejos. Si a él le hubieran dado la oportunidad de matar a un puñado, habría elegido a un montón de chiquillos, porque incluso si los monstruos eran crueles y despreciables, todavía amaban a sus crías y eso les habría causado un inmenso dolor.
Pero su maestro, Zwein no le había mostrado más que amabilidad en todo ese tiempo, apenas habían pasado un par de semanas, pero le bastaron para saber que su actual maestro era muy diferente a todos cuantos lo habían poseído.
No era la primera vez que su magia se salía de control, pero si la única ocasión en que despertó en una cómoda cama en lugar de una jaula mientras preparaban su traslado para alguna prisión oscura.
Se llevó ambas manos al rostro, talló con fuerza su cara sorprendido de la textura suave de su piel, casi había olvidado que tenía pestañas, frente, nariz. Sonrió divertido con la idea, volvía a estar completo y todo se lo debía a su maestro. En ese momento decidió que haría cualquier cosa que le pidieran, incluso entregarle vida, ofrecerle la oportunidad de tocar y mirar su rostro una vez más valía cualquier sacrificio. Lo acarició con la punta de los dedos lentamente, satisfecho consigo mismo, ese cabello, esos brazos, aquellas piernas y labios, todo su ser era el regalo de su pueblo, heredado generación tras generación y él se sentía feliz de tenerlos de vuelta. Cualquier sacrificio valdría la pena por aquel excepcional obsequio.
Escuchó la puerta principal abrirse, Zwein acababa de regresar. No obstante, venía acompañado, los reconoció por su olor más que por el sonido de sus voces. Eran las personas que habían puesto a su maestro de mal humor hacía algunos días, la mujer olía a violetas, el hombre a tierra, ambos eran humanos.
—Yo hablaré con él— escuchó decir a la mujer—. Los vampiros son seres emocionales, incluso más que nosotros los hombres lobos. Resultado complicado que establezcan lazos, pero una vez que lo hacen son difíciles de romper. Yo me encargaré de todo. No interfieras Zwein, te conozco lo suficiente para imaginar como reaccionarás.
—No soy un niño— replicó enfadado Zwein.
—A veces me preguntó qué tan cierto es eso. ¡Espera…! Será mejor que esperes aquí afuera. Darío y yo nos encargaremos. De esta manera será menos traumático para el vampiro.
No le gustaba el tono con que la mujer hablaba, se refería a él como si fuera otra cosa, los magos siempre lo hacían, pero era sencillo olvidarlo si te trataban por unos días como “alguien” en lugar de “algo”.
—De acuerdo.
Con el corazón hundido en el pecho Aysel escuchó como cerraban la puerta dejando fuera a Zwein, se arrinconó en una esquina de la cama al escuchar al hombre y la mujer acercarse.
Entraron a la habitación, sin palabras ni dirigirle la mirada el hombre lo sujetó con fuerza de la muñeca y le colocó en el rostro una máscara de algún metal que no alcanzó a identificar, quizás aluminio; lo obligó a levantarse de la cama y le hizo ponerse de pie.
—Mi nombre es Zenda— se presentó la mujer—. Pero deberás llamarme maestra. Él es Darío— exclamó señalándolo al hombro que lo mantenía inmóvil— llámalo tal cual. Zwein tu Maestro ha decidido que no eres lo que buscas. Te tomaré como familiar, descubrirás que soy una Maestra justa y benevolente. Recompenso con frecuencia, castigo cuando es necesario. Más tarde discutiremos los términos de nuestro contrato. Ahora debemos irnos.
Aysel se encontraba demasiado confundido para protestar, se dejó arrastrar de la muñeca por el hombre.
El peso de la máscara sobre su rostro lo asfixiaba, las lágrimas que amenazaban con desbordarse le quemaban la garganta, la impotencia de no saber lo que le depararía el futuro le paralizaba.
Salieron del departamento, mirando por el balcón, hacia la ciudad se encontraba Zwein, su cabello rizado ondeaba al ritmo del viento. Al verlo Aysel quiso odiarlo, lo intentó con todas sus fuerzas, pero ni siquiera consiguió sentir desprecio, sólo decepción. Una vez más descubría que no era lo suficientemente bueno, era intercambiado, desechado, arrojado.
Se revolvió contra el hombre que lo sujetaba, corrió hasta Zwein, en un ataque impulsivo que seguramente lo llevará a la muerte comenzó a golpear su pecho con fuerza, sabía que sus brazos apenas tenían fuerza, con su magia sellada era incluso más débil que un humano, pero necesitaba desahogarse.
— ¡Me mentiste! — le gritó llorando por primera vez en años—. ¡Dijiste era hermoso! ¡Dijiste que era perfecto! ¡Dijiste que era tuyo! ¡Eres un mentiroso!
— ¡Bestia! — la voz de la mujer le llegó desde atrás—. ¡Este es un comportamiento inaceptable para un Familiar! ¡Darío por favor…!
Los ojos de Zwein de pronto parecieron despertarse de un largo sueño, giró hacia el hombre que respondía al nombre de Darío y con voz gélida exclamó.
—Si tu brazo siquiera roza a mi familiar quizás decida arrancarlo, yo en tu lugar me pensaría que hacer.
—¡Contrólate, Zwein!
La mujer lo reprendió.
—No hemos firmado todavía el contrato. Me retracto.
Su maestro lo tomó de la barbilla, de un tirón le quitó la máscara, le tomó de la barbilla, alzó su rostro hacia él y le dijo.
—Es verdad. Nunca lo olvides. Eres hermoso, eres perfecto y eres mío.
—Tuyo— repitió Aysel como un mantra refugiándose en el pecho de su Maestro—. Tuyo, tuyo, tuyo, tuyo…
—Mío…
—Tuyo…
FIN DE LA PRIMERA PARTE