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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 17

El vampiro descansaba sobre la cama, el cuerpo envuelto en un suave pijama de seda y cobijado bajo dos gruesos edredones de lana natural. Incluso mientras yacía recostado de modo casual había algo en su inmovilidad que emanaba sexualidad, quizás se tratará de sus extremidades largas y flexibles, tal vez de la carne que empezaba a llenar ese rostro y cuerpo cadavérico o quizás…

Zwein cerró el libro que estaba leyendo y le lanzó una aguda mirada a Aysel, no estaba enojado, pero debía acatar sus reglas.

—Deja de hacerlo.

Aysel le miró con aspecto desconcertado, mas no respondió.

—No importa cuantos efluvios emanes no conseguirás que me acueste contigo. Eres mi familiar, no mi puta.

— ¿Cuál es la diferencia?

Casi de inmediato Aysel se llevó las manos a la boca horrorizado de su atrevimiento. A Zwein le gustaba esas pequeñas rebeliones de su vampiro, no era una criatura rota, ni siquiera desgarrada, sólo un ser que había sacrificado mucho de sí mismo para sobrevivir, pero todavía podía recuperarlo. Aquella era una de las muchas razones por la que los humanos les temían a los vampiros, su fortaleza física era impresionante, pero la psicológica todavía más.

—No soy muy diferente a ti, soy una bestia también. Si tú no me prestas tu magia, no podré desarrollar mis talentos. Somos un equipo.

Su familiar le miró un segundo antes de cerrar los ojos confundido, Zwein regresó a la lectura de su libro. Sino fuera por los expresivos ojos del vampiro tendrían problemas para comunicarse, pero estaba bien; el vampiro comenzaría a hablar cuando estuviera preparado, ni antes ni después.

Aysel se recostó sobre la cómoda cama, miró el techo decorado con una curiosa pintura de un grupo de humanos tomando un almuerzo y cerró los ojos. Su cuerpo dejo de exhalar ese delicioso efluvio que incitaba al coito a tantas especies, extrañado se preguntó si algo estaría mal con sus habilidades sexuales. Desde que dejó atrás la infancia y se convirtió en un adolescente no era la primera vez que lo usaba, casi nunca le utilizaba con hechiceros o brujas porque su sólo roce les revolvía el estómago, pero con los sirvientes no fueron pocas las veces en que cambio sexo por un poco de comida, vendas o ungüentos, pequeñas cosas que hacían más tolerable su existencia.

“Soy tuyo y eres mío” pensó Aysel para sí mismo.

Desde el incidente con la bruja se trasladaron permanentemente a la elegante habitación donde despertó tras el baño. El colchón era más suave, las sábanas más gruesas y la luz entraba a raudales por un enorme ventanal. Había esperado noche tras noche algún movimiento de parte de su maestro, pero más allá de sus comidas regulares, la dotación diaria de sangre y el nuevo ritual de baño las cosas continuaban de la misma forma.

Zwein no dejaba de repetirle que era una bestia igual a él y ambos se necesitaban, sin embargo, Aysel era consciente de que era una mentira. Ellos jamás serían iguales, el mundo no se regía bajo estas reglas. Las mentiras dulces no cambiaban la realidad, ni siquiera la maquillaban.

Pese a todo mucho de sí que a lo largo debió de sacrificar, Aysel continuaba siendo un vampiro, una criatura dotado de características propias de su raza que incluso si creció lejos de su gente, venían impregnadas dentro de su ser de la misma forma que su inusual belleza o su prodigiosa memoria. Muchas de los actos que lo habían mantenido con vida fueron producto de la intuición, no de la inteligencia ni de un desbocado razonamiento, sino de un sentido extra capaz de señalarle la manera idónea de actuar, hasta en situaciones de vida o muerte.

Se levantó con gracia de la cama, caminó los pocos metros que le separaban de su amo, se arrodilló a sus pies y lo tomo de la mano izquierda.

—Duerme conmigo— le invitó con voz seductora.

—No sería co…correcto— tartamudeó su maestro.

—Sólo quiero sentir la calidez de un cuerpo a mi lado al dormir, extraño a mi familia. Mi pueblo acostumbra a dormir en parejas, nos tranquiliza saber que hay alguien vivo junto a nosotros— decía la verdad, tenía muchos recuerdos de su infancia abrazado a su madre y tío—. Nuestros cuerpos pueden ser frío, pero nuestros corazones son tan cálidos como el de cualquier otro.

Su maestro acarició su rostro, le sonrió con la dulzura de un niño y lo llevó a la cama, se acostaron juntos, frente a frente, sin abrazarse, rozando sus dedos. Sintió deseos de besarlo, pero se contuvo, no quería disgustarlo. Estaba dispuesto a ser la mejor bestia que alguna vez hubiera existido.

“Eres mío” pensó Aysel observando el rostro sobrio de Zwein “Y no dejaré que nada ni nadie nos separé”


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