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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 28

—¿Por qué papá no te quiere?— le preguntó Deux entregándole la mitad del pastel de chocolate que robó de la cocina.

Zwein mordisqueó emocionado la inesperada golosina, sus comidas nunca incluían postre.

Su hermano gemelo se había colado en su habitación usando un nuevo hechizo para abrir cerraduras que acababa de aprender, el puro sonido de la risa de Deux bastaba para calentar el frío perpetuo de su habitación, lástima que su gemelo casi nunca pudiera escaparse de sus clases para verlo y a él sólo le permitieran salir al jardín un par de horas a la semana para jugar juntos.

—Soy un monstruo— contestó Zwein repitiendo las palabras que llevaba escuchando desde que tenía uso de razón—. Por eso me odia, no debería haber nacido.

Cuando era más pequeño y las palabras carecían de significado, el desprecio y repugnancia con que las personas se lo decían bastaba para revolverle el estómago, ahora que conocía su significado y estaba habituado a ellas, apenas le importaban.

—Eres mi hermano— exclamó en voz alta Deux abrazándolo—. Si tú eres un monstruo, yo también lo sería y estoy muy seguro de no serlo.

— ¿No lo soy? — preguntó ansioso de escuchar una respuesta que no lo hiciera sentir mal.

—No, eres mi hermano— le aseguró su gemelo entregándole la otra mitad de su pastel—. De cualquier manera, ya estoy lleno— le explicó entre risas.

 

Sentía calor, la piel le ardía, el fuego lo envolvía en sus llamas. Quería regresar a las frías habitaciones de su departamento, allí estaría a salvo, nadie podría lastimarlo.

—Tranquilo, descansa.

La voz que le hablaba desde lejos era dulce y joven. No la reconoció.

—Bebe— le dio a beber un líquido amargo, lo tragó con dificultad antes de caer en un sueño inestable.

 

— ¡No te atrevas a tocarlo!

Su madre lo sostenía entre sus brazos con tanta fuerza que lo hacía daño, su padre le gritaba e intentaba alejarlo de la seguridad de los brazos maternos. Él no lloraba, no emitía el más mínimo sonido, sabía que su padre se enfadaría más si se quejaba, ya estaba enojado y lo castigaría cuando estuvieran solos.

— ¡Es mi hijo! ¡No permitiré que lo alejes de mi lado!

— ¡Es una bestia! ¡Un monstruo! ¡Una aberración de la naturaleza!

— ¡Cállate Gabriel! ¡No sabes lo que dices!

La sonora bofetada que su padre le dio a su madre terminó abruptamente con la discusión. Su madre aflojó su agarre y le permitió a su padre tomarlo de la muñeca con un fuerte tirón.

— ¡Hacemos esto por el resto de nuestros hijos Lea, no olvides!

Zwein observó como su madre los veía marcharse con ojos llorosos, ella gemiría, se quejaría, gritaría, pero no movería ningún dedo para retenerlo a su lado, ni lo visitaría en su habitación más tarde. Le temía demasiado a su esposo, Gabriel.

—No comerás ni se te permitirá salir al jardín por una semana— le dijo su padre llevándolo a su habitación.

Zwein suspiro aliviado, prefería pasar hambre que retorcerse durante días de dolor, era un buen castigo.

—Si, padre, te lo agradezco.

 

Calor, calor, calor…

¿Por qué hacía tanto calor?

Percibía el dolor como un ente abstracto, lejano y difuso.

—Es un milagro que continúes con vida, lo peor ha pasado.

La misma voz femenina de antes continuaba hablándole, medio consciente sintió como le obligaban a beber el mismo líquido amargo de antes y a comer una papilla sin sabor. Zwein comenzó a recordar, los niños, las navajas, el dolor, la sangre, la muerte…

¿Acaso había muerto y yacía en los territorios de Nusku?

Aysel.

¿Dónde se encontraba su familiar?

Lo había dejado solo en medio del mercado, debía sentirse tan asustado y confundido; necesitaba volver por él. Era su trabajo protegerlo hasta que se hubiera recuperado.

Aysel.

—Tu cuerpo necesita descanso, vuelve a dormir.

 

Deux estaba sentado a su derecha, Eyad, su hermanita menor a la izquierda, Zwein en el centro. Él se entretenía arrancando briznas de hierba del pasto, sus hermanos estaban aburridos, hoy en la noche celebrarían el cumpleaños de su hermana mayor, Astrid y la gran fiesta que su familia ofrecería les emocionaba. Zwein escucharía desde su habitación la música, olería los manjares y si se esforzaba podría distinguir las risas y algunos trozos de las conversaciones. Pero no asistiría, su familia se avergonzaba de su existencia. ¡No es como si quisiera ir! Los adultos eran aburridos, prefería tomar el sol y ver a las mariposas jugar en el jardín. Si tan sólo existiera una forma de que su padre le permitiera pasar más tiempo afuera, pero sabía que debía considerarse afortunado de que lo dejará salir a veces de su cuarto.

—La señora Millano ya trajo mi vestido— balbuceaba su hermana—. Está lleno de holanes y encajes, es tan bonito.

Eyad se puso de pie de un salto.

— ¡Ven, Zwein! Te lo mostrare. Esta dentro de mi habitación, sólo tomará un segundo.

—Prefiero quedarme aquí— contestó resistiéndose a la fuerza con que su hermana lo tomaba del brazo.

—Será rápido y es tan bonito. ¡Convéncelo, Deux!

—Déjalo tranquilo Eyad— replicó su gemelo.

Eyad era la más pequeña de los cinco hermanos, todavía no comprendía el lugar que Zwein ocupaba dentro de la familia, sólo sabía que era su hermano más extraño, nunca salía de su cuarto, no desayunaba, almorzaba ni cenaba con el resto de la familia y la mayor parte del tiempo todo mundo, incluso los sirvientes se comportaban como si no existiera.

— ¡No seas malo, Zwein! ¡Vamos!

Zwein en verdad quería ir a ver el vestido que tanto emocionaba a su hermanita favorita, pero su padre le había dejado en claro multitud de veces que él no podía entrar a la casa principal sin supervisión. Sus salidas y entradas eran estrechamente supervisadas y nunca entraba por la puerta principal, lo introducían por los pasadizos de los sirvientes. Debía quedarse en el jardín hasta que su tutor viniera a buscarlo y lo volviera a encerrar en esa horrible habitación sin ventanas.

— ¡Es el vestido más bonito del mundo, Zwein! ¡Ven a verlo, te encantará! ¡Por favor!

De pronto se sintió enfadado con Eyad y su bonito vestido, de Deux a quien todo mundo quería, de sus hermanos mayores que le miraban con desprecio siempre que podían, de los gritos lastimeros de su madre y                  sobre todo con su padre a quien siempre enfadaba.

— ¡Ya te dije que no quiero ir! — gritó expulsando una ráfaga de aire que lanzó por los aires a sus hermanos un par de metros.

Eyad comenzó a llorar desconsolada segundos después sin entender lo que había sucedido, su tutor, el señor Fergal salió corriendo de la mansión a ver lo que había sucedido. Observó la escena y le ordenó que volviera a su habitación.

Obedeció sin replicar. No era su culpa. No podía controlar lo que sucedía a su alrededor, no quería hacerle daño a nadie. Pero nadie lo escucharía ni creería.

Su gemelo consolaba a Eyad y lo miraba igual a todo los demás, con miedo y repulsión…

 

Calor, sentía como si fuera a arder y consumirse en carne viva.

—A…gua…— murmuró con esfuerzo.

Bebió agradecido los sorbos de agua fría que le alcanzaron.

Consiguió mantener los ojos abiertos el tiempo suficiente para observar la habitación pequeña, estrecha, sofocante, similar a los calabozos de La Academia y a la recamara de su niñez

—¿Dón…de estoy?

—En mi casa— contestó la voz jovial de una adorable jovencita cuyo aspecto se le hizo familiar, pero no lograba recordar.

—Mi nombre es Daira. ¡Bienvenido a la vida, amigo mío! Eres un tipo afortunado, lo sabías.


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