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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 29

Daira les temía a los magos. Hombres y mujeres similares a dioses capaces de destruirla a ella y todo cuanto amaba en cuestión de segundos; imponentes, poderosos, invencibles. A veces bajaban al mercado, arrastrando tras de sí a un familiar, una bestia de aspecto enfermizo y mirada vacía que no apartaba los ojos del suelo y a un séquito de sirvientes dispuestos a atender todas sus necesidades, sus visitas eran breves, sólo iban de paso con el objetivo de acortar el camino, la expresión de asco y repugnancia fija en sus rostros. La gente se apartaba de su camino con temor, los saludaban con respeto y ofrecían todo tipo de obsequios que eran desdeñados de inmediato. Estaba segura de que ella no era la única que los miraba con odio, debía haber muchos otros ojos cargados de rencor siguiendo los pasos de los hechiceros y brujas, ocultos entre las sombras. Pero. ¿qué podía hacer una hormiga conta un elefante? El gremio de los magos controlaba incluso el clima. El mundo había funcionado de esta manera durante cientos de años y continuaría incluso cuando sus huesos se hubieran convertido en polvo.

Su padre le había pedido que cuidará del hombre frente a sí, le dijo que era un hechicero y no podían dejar que muriera. El gremio era un ente caprichoso y manipulador, si ese joven moría en su territorio podían culparlos de su muerte.

Daira replicó que había sido el mismo gremio quien intentó asesinarlo, esos niños eran hijos de los sirvientes que servían en La Academia. Ningún golfillo sería tan estúpido como para atacar por su cuenta a un hechicero, las torturas a la que lo someterían serían mucho peor que la muerte, casi le agradecía a aquel otro chiquillo que acabó con la vida de esos niños tan rápidamente.

“Por eso mismo debemos protegerlo. Cuando el gremio busque un cadáver y ansíe encontrar culpables, tendremos a un testigo vivo de nuestro lado”

Como siempre su padre tenía razón.

Las familias de los niños, incluso los parientes lejanos hacía días fueron conducidos a La Academia por un interrogatorio, ninguno regreso, nadie lo haría en realidad, quién sabe cuántos continuarían con vida en ese momento.

El hombre había luchado contra la fiebre, las pesadillas y el calor durante cinco días y noches.

“Aysel”, en ningún momento dejo de repetir ese nombre. Probablemente se refería al otro niño que lo acompañaba, los magos guardianes de La Academia se lo llevaron antes de que su padre y ella tuvieron tiempo de interferir.

Se abanico su mano y bebió un largo trago de agua tibia.

Esos imbéciles del gremio no podían controlar la temperatura, hacía días que el calor superaba los cuarenta y cinco grados Celsius ya fuera día o noche, los campesinos clamaban por clemencia en sus casas, el invierno se acercaba y las cosechas no serían recogidas. Muchos pasarían hambre y otros tantos morirían.

El hechicero comenzó a despertar, entre gemidos le pidió agua, se la acercó y ayudo a beber.

Yacía completamente desnudo sobre la delgada manta de algodón, era un hombre atractivo con los músculos trabajados y el cuerpo bien tonificado, en otras circunstancias Daira se habría lanzado con la energía de una gata montesa sobre un buen mozo, pero no fue su condición de hechicero o las tres heridas abiertas resintiéndose a sanar lo que mantuvo sus instintos bajo control, sino la piel cubierta de cicatrices y marcas. No había un solo trozo de su cuerpo, desde el pecho hasta la planta de los pies que no se encontrará cubierto de alguna marca. La visión todavía le horrorizaba, pero comenzaba a acostumbrarse. De no haber sido por esas huellas de abuso no se habría mostrado tan dulce. Daira odiaba a todos los magos, sin excepción, un hechicero y una bruja asesinaron a su madre.

— ¿Dónde está Aysel? — fue la segunda pregunta del hombre.

— ¿Quién es Aysel?

—Mi familiar.

Daira recordó al lindo adolescente al que se habían llevado. Sólo los observó por unos segundos, pero el hechicero no trataba al chico como un esclavo, sino un amigo. Entre más sabía de él, más extraño le parecía.

—Los guardias de La Academia se lo llevaron— respondió.

La expresión confundida del hombre se congelo, ocultó el rostro entre las manos y murmuró un par de frases ahogadas.

—Debo ir por él— declaró intentando sentarse en la cama.

Daira lo sujetó de los hombros obligándolo a recostarse una vez más.

— ¡Si en este momento sales de esta casa, te matarán! — declaró sin miramientos—. No sé por qué, ni quién, pero alguien desea verte muerto.

—Mi padre— respondió el hechicero con la mirada perdida—. Seguramente fue mi padre quién intentó asesinarme.

La indiferencia con que lo dijo consternó a Daira, mas no lo demostró. Los magos eran peligrosos, pero si quería evitar que más gente muriera no podía demostrar su miedo.

—Entonces no le pongas tu cabeza en bandeja de plata, al menos intenta que le cueste conseguirla.

El hombre cerró los ojos un segundo, en el instante en que los abrió algo había cambiado. ¿Determinación, fuerza, deseos de vengarse…? Quizás se tratará de una mezcla de los tres, a Daira no le importaba, mientras el hombre no fuera por el mundo haciendo estupideces que le afectarán.

—Si me ayudas te recompensaré— le dijo.

—No esperaba menos. ¿Cuál es tu nombre mi buen amigo?

—Zwein, mucho gusto Daira— el hechicero le extendió la mano con una mueca de dolor y sonrió con sorna al ver su temor al alcanzarlo—. Soy un hechicero sin mi familiar, tan frágil e inútil como cualquier otro humano sin su bestia, además estoy medio muerto en varios sentidos. ¿Qué te podría pasar?

—Es verdad.

Daira sujetó la mano del desconocido con fuerza maldiciendo su cobardía.

—Un placer, Zwein.

—Pasarán un par de días antes de que me levante de esta cama. Necesito que hagas llegar un mensaje a una bruja en la zona residencial. Escucha bien…


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