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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 32

Las calles del mercado de día ruidosas y vibrantes yacían silenciosas y vacías, el suave sonido de un par de insectos se escuchaba a lo lejos. Zwein intentó imaginar ese otro mundo del que algunas leyendas hablaban, un tiempo donde animalillos pequeños y curiosos corrían de un lado para otro junto a insectos de todo los colores imaginables y aves de tantos tamaños que era imposible siquiera soñarlos. Un universo de luz, ruido y cambio constante. Lo que más le había gustado de su adiestramiento era las leyendas que Zenda le contaba, su maestra amaba la historia folclórica, creía que en esos mitos fantasiosos y extraños se encontraban las respuestas a los problemas que ahora enfrentaban. ¿El mundo no debería haber funcionado siempre de esta manera? Todo iniciaba en algún punto y terminaba otro, incluso la vida misma, esa era la razón por la que los magos con todas sus habilidades para controlar el viento, las lluvias, el sol y la nieve eran incapaces de impedir que una persona muriera.

Sus pasos resonaban por el suelo arenoso.

Zenda era una firme creyente que, en otros tiempos, viejos y olvidados, esa tierra reseca y arenosa había sido una enorme ciudad habitada por miles de…

¿Quiénes vivieron en ese lugar? ¿Fueron felices? ¿Sus existencias tuvieron algún significado?

Zwein no reflexionaba mucho sobre la muerte o la vida, se planteaba objetivos, vivía para cumplirlos, daba un paso a la vez. Si en el camino se caía, perdía una apuesta o la vida misma no importaría. Su muerte no afectaría a nadie.

El centro de la ciudad era pequeño, alrededor del mercado vivían los comerciantes más importantes de la ciudad; en el extremo norte quedaban las residencias de los hechiceros y brujas, al sur las personas que malvivían de la agricultura y dependían de la buena voluntad de los magos y su control sobre el clima para tener una buena cosecha con la que comerciar. Al norte el edificio de La Academia se alzaba imponente sobre la humilde ciudad, construida con granito negro sus treinta pisos representaban la fuerza que dirigía la vida de todos cuantos vivían en esa tierra desabrida, desde las maltratadas bestias hasta los vanidosos magos. Por muy orgullo o insignificante que fueras nadie escapaba de las decisiones que emanaban del edificio. La gente lo miraba día tras día con una mezcla de admiración, temor y odio. Él mismo Zwein no escapaba de estos sentimientos. ¿Quizás Aysel los compartiría? Si ambos sobrevivían se lo preguntaría más tarde.

El guardia frente al edificio le lanzó una mirada desafiante siquiera antes de que hablará, tal vez el hombre lo mataría ahí mismo.

—Mi maestro lo espera— la dulce voz que salió de entre las sombras lo saludó con afecto—. Llevó días esperándolo— había una suave nota de diversión en el tono de su interlocutora.

—Tirys— exclamó recordando el nombre de la sirena. Zwein sonrió al ver una cara conocida—. Lamento haberme retrasado, pero preferí que mis órganos internos se mantuvieran dentro de mi cuerpo antes de presentarme.

Tirys se deslizó hacia la farola de luz, su dulce rostro de niña no esbozó la más pequeña sonrisa, pero sus grandes ojos verdes destellaron con diversión antes de asentir e indicarle con la cabeza que lo siguiera.

El guardia en la entrada los dejó pasar.

El más absoluto silencio reinaba en los pasillos, los estudiantes tenían prohibido abandonar sus aposentos de noche y la mayor parte de los maestros se retiraban a sus hogares. Un par de hechiceros y brujas hacían guardias nocturnas, así como parte del servicio humano, de cualquier manera, apenas salían de las salas de convivencia donde tomaban té, leían o se dedicaban a actividades mucho menos intelectuales con sus familiares.

Tirys lo guió dentro de una serie de pasillos, pensó en memorizarla, pero sería inútil; escapar nunca había sido una opción.

—Mi maestro te espera dentro— le señalo Tirys una puerta de madera sin ninguna marca en especial.

— ¿Tu maestro es el director de La Academia?

—El hechicero Borjas.

— ¿Algo que deba saber antes de meterme a la boca del lobo?

—No, pero tengo una pregunta que me gustaría hacerle.

—Adelante.

— ¿Cuál es el verdadero significado de la palabra “humanidad” y en que radica su “valor”?

—Eso es fácil— contestó Zwein inclinándose sobre la sirena para verla de cerca a los ojos sin interesarse en la razón de su peculiar pregunta—. La humanidad carece de valor o significado porque sencillamente no existe, sólo es un espejismo del que disfrutamos.

Abrió la puerta sin pensárselo más y entró a la habitación.

Dentro el primer hombre que le enseño el significado de la palabra “humanidad” le esperaba, el recuerdo de la amarga lección todavía le producía pesadillas por las noches.


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