CAPÍTULO 4
A su pueblo le gustaba el fuego. Aysel recordaba a su madre enseñándole a usar su magia, diciéndole el gran regalo que era y lo poderoso que sería cuando cumpliera su destino. El viento era cortante, la tierra arrollaba, el agua destruía, pero el fuego purificaba y aquella era la magia que él debía dominar. El elemento más poderoso y el única capaz de defenderlo ante las atrocidades que los demonios cometían ante su gente y todos los pueblos libres.
Pero a Aysel siempre le había gustado el agua, refrescante, dulce, transparente. Amaba sumergir el cuerpo entero en la suave corriente del río que corría cerca de su casa, las quemaduras producidas por el entrenamiento se enfriaban y a él le parecía frotar en la nada, feliz consigo mismo y todo cuanto lo rodeaba.
Su tío iba a verlo jugar, le reprendía con cariño y le decía que a él le habría venido bien nacer entre las sirenas de los lejanos mares de San. Aysel le pedía que algún día lo llevará a conocerlas, ansiaba ver a las coquetas criaturas cuya vida transcurría entre travesuras, juegos y bailes. Su tío asentía con la mirada triste, pero no se atrevía a prometer nada. Era tan joven en aquel entonces, un niño de cinco años incapaz de comprender que lo hacía diferente a él y a su gente, ni imaginar la barbarie y el odio que los humanos eran capaces de invocar.
Todo esto había sucedido en otra vida, en esta le gustaba imaginar que todos sus familiares, madre, tíos, tías, primos, primas estaban muertos, al menos de esta manera no sufrían.
Desafortunadamente su deseo se cumplió, conoció a cientos de sirenas, hadas, hombres lobo, centauros, trolls, pero no fueron las criaturas alegres, juguetonas o intimidantes que imagino, sino meros cascarones temerosos de los designios de sus Amos humanos.
En el mundo actual de Aysel no había agua fría, ni apacibles ríos o largos días de enseñanzas bajo la frescura de los árboles; sólo miedo, dolor y anhelo por una muerte que nunca llegaba, su gente era fuerte y dura. ¿Cuántas veces había rogado por una muerte que jamás llegaba?
Sin embargo, ahora flotaba, el agua rodeaba su cuerpo, acariciaba sus heridas, calmaba su dolor. Deseó poder abrir los ojos y beberla, tan solo un sorbo para aplacar la terrible sed que siempre atormentaba su doloridagarganta, pero flotar en la nada rodeado de dulces recuerdos le era suficiente. Quizás se encontraba cerca de la muerte. ¿Qué habría al otro lado? ¿Jardines verdes, bosques oscuros iluminados por la luz de la luna, los rostros de aquellos a quienes amo? Sería algo bueno, estaba seguro. Aysel se dirigiría satisfecho al destino que le esperaba en el Reverso. Que palabra tan hermosa era…Reverso…
“Regresa, Aysel. No debes ir hacia allá. Te lo prohíbo. Vuelve”
Escuchó la frase a lo lejos, repitiéndose una y otra vez…
No era su momento, todavía no. Mientras su vida estuviera en manos de los repugnantes humanos no le permitirían reunirse con los suyos. Sintió deseos de llorar, gritar, rebelarse, pero su cuerpo no le pertenecía ni siquiera en sueños. Esa agua limpia y pura que lo calmaba era una mentira que cruelmente le sería arrebatada en cualquier momento.
“Regresa. Escucha mi voz. Ven”
La voz casi llegaba a su pequeño rincón seguro. No lo dejaría.
Se preparó para cualquier cosa con la que debiera enfrentarse al despertar, reunió su energía y abrió los ojos en un segundo.