CAPÍTULO 44
Tras su intempestiva entrada, Zwein apenas volvió a participar en la cena. Aysel se mantuvo a su lado, sonriendo y fingiendo una tranquilidad que no sentía mientras le daba pequeñas mordidas a la ensalada expresamente preparada para él.
Zwein era débil, a Aysel le había tomado tiempo verlo y aun más aceptarlo, pero su Maestro estaba cansado y a veces, simple y sencillamente se derrumbaba. Pero él no caía como otros humanos o siquiera Bestias, no se hundía en un rincón de tristeza y depresión, ni lloraba hasta quedarse sin aliento, al contrario, se limitaba a quedarse en silencio y guardarse todo para sí, reunir energía y prepararse para la próxima pelea. Tenía que ser fuerte para Zwein, aprender de los humanos, lo pensaban, como se comportaban, lo que sus gestos en verdad querían decir.
Él era un vampiro, estúpido e ignorante quizás, pero cargaba con el instinto y la fortaleza mental de su raza.
—Yo creo que a las Bestias se les debería dar los mínimos derechos básicos— proclamó el hijo del Capitán Vastrelly, era un muchacho de su misma edad llamado Max—. Se les debería garantizar el menos la comida, el agua, el descanso suficiente y la interacción con los de su raza y no matarlos a menos que hayan cometido algún crimen realmente grave que se les pueda comprobar.
—¡Eres un chiquillo bondadoso Max!— contestó la anciana que se había opuesto a Zwein antes. Aysel fantaseó con la idea de rasgarle la carótida y verla morir desangrada lentamente, si bebiera su sangre rancia y podrida seguramente enfermería—. Pero las Bestias son criaturas viles y manipuladoras, la única manera de mantenerles sometidas es controlando hasta sus necesidades más básicas.
—Los Aborimenes que sirven en el barco se ven bastante estables— Zwein volvió a la conversación, su mirada perdida y ausente reemplazada por el brillo de inteligencia y desafío que lo caracterizaba cuando se enzarzaba en una pelea verbal. Se dirigió al joven Max—. Quizás a los viejos les cueste aceptar que sus ideas además de obsoletas están equivocadas.
Una señora de mediana edad replicó.
— ¡En mis tiempos hablarle a una venerable Bruja de esta manera te habría valido una buena reprimenda de parte del Gremio!
Zwein soltó una gran carcajada sorprendiendo incluso al mismo Aysel quien nunca lo había escuchado reír de esa manera tan falsa.
—No intenten insultar mi inteligencia, señores; todos los aquí reunidos no son más que un puñado de magos fracasados viviendo de glorias pasadas. Quizás hace muchísimos años sus familias hayan tenido dinero o prestigio, pero ahora no les queda ninguna de las dos cosas y se ven obligados a viajar en una nave mercante que por muy bien habilitada que esté no deja de transportar mercancías. Incluso mi deshonrada familia que me desprecia y de la que desafortunadamente para ambos todavía formo parte, tiene más honor que todos ustedes juntos—. Alzó la voz y mirando a la anciana atrajo a Aysel hacia sí—. Mi precioso y poderoso familiar es mucho más valioso y útil que todos ustedes juntos. Es más hermoso, inteligente y tiene más magia corriendo por su cuerpo que la que ustedes pueden siquiera imaginar.
Por un par de segundos el más absoluto silencio se apoderó del comedor. Aysel se preparó para proteger a Zwein en caso de que alguien intentará atacarlo.
Los aplausos excitantes y divertidos de la Señora Vastrelly rompieron con el tenso momento.
—¡Vaya, joven Apologye, es usted un chico de lo más interesante! Apenas puedo creer que sea hermano de Deux, un muchacho verdaderamente encantador, pero sin la chispa que a usted le caracteriza. Será de lo más divertido verlos juntos.
La Señor Vastrelly era veinte años más joven que su esposo y parecía la hermana de su hijo, tenía treinta y cinco años, pero aparentaba diez años menos; sonreía con frecuencia y reía todavía más. Su rostro blanco, como la porcelana recordaba a un hada del viento y sus grandes ojos azules miraban con inocencia y sorpresa cualquier lugar donde se posarán. Pero tras esa imagen dulce y risueña se escondía una mente todavía más inteligente y hábil que su esposo para los negocios y relaciones, una de las muchas razones por la que lo acompañaba en casi todos sus viajes, aunque el principal motivo se reducía a que ambos estaban tan profundamente enamorados como el día en que se comprometieron y no soportaban la idea de estar separados.
—Lexi, cariño, puedes retirar los postres. Creo que es un excelente momento para disfrutar de tu pastel de frambuesa, a todos nos hacer falta endulzar un poco el paladar.
A nadie le sorprendió que llamará por su nombre al Aborimen, su excentricidad era conocida en todo el reino.
Aysel se le quedó mirando un par de segundos antes de que le guiñara un ojo y sonriera, sorprendido y sin saber cómo reaccionar prefirió mirar hacia otro lado.
De repente lo sintió.
Era inmenso, terrible y no conocía el razonamiento. Los quería a todos. Vivos o muertos, no le importaban. Pero los deseaba.
Se apartó de los brazos de Zwein en segundos y se puso de pie.
—Algo viene— le murmuró a su Maestro—. Y nos quiere.
Zwein no preguntó más detalles, se pusó de pie y lo siguió a la cubierta. El resto de los comensales fue tras ellos.
A lo lejos, en medio de un remolino de arena una criatura gigantesca parecida a una serpiente se acercaba.
“¿Qué hago?” le preguntó a la voz en su interior con la esperanza de que le ayudará. Tenía miedo de no ser capaz de proteger a Zwein.
“Dale hasta la última gota de tu magia a tu Maestro” le aconsejó con calma la voz “No temas entregarlo todo, ni a la muerte”
“Nunca”