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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 52

Era una habitación hermosa, aunque de mal gusto. Las cortinas, la alfombra, las sábanas…todo era de color rojo, terciopelo, encaje, satén, telas ásperas de mala calidad que a simple vista podrían parecer elegantes.

Max escuchó a la puerta cerrarse tras de sí, dio un pequeño brinco y se sintió estúpido. Si sus padres supieran que gastaba el dinero que le enviaban visitando prostíbulos de Bestias probablemente lo habrían desheredado, pero todos sus compañeros hablaban de la vampiresa de la Habitación Roja. Una joven y preciosa vampira cuyas habilidades en el sexo eran legendarias, además decían que estaba tan bien entrenada en las artes eróticas que no existía petición que no fuera capaz de satisfacer.

A los trece años Max ya no era virgen, había tenido relaciones por primera vez un año atrás con una de sus compañeras de clases, pero a diferencia de sus otros amigos, él prefería las relaciones suaves, incluso dulces; lo extremo y extraño lo repelían.

Y ahora estaba en Habitación Roja, ganando una estúpida apuesta que ya ni siquiera recordaba bien.

—Hola— saludó tímidamente e incluso a sus propios oídos su voz le pareció infantil—. ¿Hay alguien aquí?

— ¿Quién es el pequeño caballero que me visita en esta ocasión?

Max escuchó la voz juvenil de una chica saliendo de un cuarto adyacente.

Tenía muchas compañeras atractivas, pero ninguna que remotamente se le acercará a la joven frente a sí.

Tenía el aspecto de una adolescente de diecisiete años, su piel cremosa constrataba con su abundante cabellera pelirroja que le caía hasta por debajo de la cintura, su cuerpo delgado y voluptuoso se sostenía con la gracia de una gacela y sus ojos de un intenso rojo carmín brillaban con picardía. Iba completamente desnuda.

Abrió la boca para decir algo, pero prefirió cerrarla. En cambio, dio media vuelta e intentó salir corriendo del lugar, pero el brazo de la vampiresa lo detuvo…

—No te vayas o se enfadarán. Por favor.

El miedo y la amargura sustituyeron la sensualidad y picardía en los rasgos de la joven.

Max asintió y en cambio se dejó guiar hasta la cama donde la chica lo desnudó, beso y ayudó a penetrarla.

—Eres un buen niño— se despidió la vampira cuando su tiempo se acabó.

Max volvió muchas veces durante las siguientes semanas, a veces iba todos los días, en ocasiones cada tres días, se quedaba una hora o toda la noche.

Les decía a sus padres que tenía una amiga la que deseaba impresionar para que le enviaran dinero con regularidad.

La joven vampiresa siempre le recibía con una pequeña y seductora sonrisa y ojos mordaces.

Sus emociones nunca parecían cambiar.

Jamás mostraba disgusto, apenas reía, siempre dispuesta a complacerlo.

Él disfrutaba jugando con su larga cabellera pelirroja, la peinaba, acariciaba y trenzaba y ella le dirigía sonrisas tristes que casi parecían sinceras.

—No quieres hacer esto, ¿verdad?

Estaban juntos en la bañera, Max lavaba con abundante agua la espléndida cabellera de la vampiresa.

—No importa lo que yo quiero, sino lo que ellos desean.

Max se sintió sucio, él también era parte de “ellos”. Aunque su familia estaba en contra del trato que las Bestias recibían, no mostraban su desaprobación abiertamente, hacerlo significaría el fin de sus acuerdos comerciales, quizás no tuvieron prestigio y abolengo, pero llevaban una vida cómoda y disfrutaban de grandes privilegios.

— ¿Tienes hambre? — preguntó para cambiar de tema.

—Siempre tengo hambre.

—Dime que deseas y lo traeré la próxima vez.

—Tu comida no puede saciar mi hambre.

Max comprendió a que se refería, a pesar de que era indispensable para mantenerlos saludables a los vampiros apenas se les proporcionaba sangre.

El joven rubio tomó con delicadeza el rostro de la chica y acercó su cuello hasta los carnosos labios de ella.

—Bebe cuanto te plazca— murmuró con una mezcla de miedo, culpa y aversión.

— ¿Es una orden, Señor?

—Lo es.

La joven clavó sus colmillos en su cuello y bebió un largo sorbo, sus labios eran suaves y su lengua cálida. Max pensó que si lo mataba quizás lo mereciera, él no era mejor que esos malditos Magos a los que sus padres despreciaban.

Terminó demasiado pronto, la joven separó sus labios de su cuello y restregó su cuerpo desnudo contra el suyo.

—Hoy no— dijo Max empujándola gentilmente, apenas sintiéndose como el mocoso de trece años que en realidad era.

Volvió muchas veces más. El sexo y él que ella bebiera de su sangre se volvieron parte de la rutina.

Hasta que sus padres fueron un día a visitarlo y lo descubrieron.

Habría preferido morir que ver la mirada de decepción en los ojos de su madre.

Le sermonearon, lo reprendieron, lo regañaron…pero no le dijeron nada que no supiera.

Lo que él había hecho con aquella niña era violación, ella no estaba ahí por voluntad propia ni se entregaba a él porque quisiera. Si ella fuera una bruja él habría sido ejecutado, pero el mundo no era un lugar justo.

No se justificó, ni siquiera les dijo la verdad, estaba enamorado de la vampiresa de la Habitación Roja, cuyo nombre ni siquiera conocía; en cambio acepto cualquier castigo que le dieran.

Sus padres decidieron comprar a la chica del burdel, pagaron una suma astronómica y dijeron que más tarde él se los devolvería. Lo sacaron de la escuela y lo enviaron a vivir con unos familiares a la Capital para que formalizara su educación básica con instrucciones estrictas de que se le prohibiera cualquier contacto con el exterior, pero su tío Simón le enseñó que no hacer nada ante la injusticia es igual de terrible que ser partícipe de la misma.

A los quince años sus Padres dijeron que era el momento de que comenzará a pagar su deuda.

Antes de ponerlo a trabajar con ellos en una nave de mercancías, aceptaron sus ruegos y lo llevaron ante la vampiresa que vivía en una aldea de Aborimons que su familia protegía.

—Te odio.

Fue todo lo que la chica que amaba le dijo. Era justo, no se merecía más.

—Nunca supe cómo te llamabas. ¿Cuál es tu nombre?

—Puedes llamarme Lina.

No existían acciones en esta u otra vida capaz de remediar el terrible dolor que le había causado, pero si podía cambiar, aunque sólo fuera un poco el mundo en que a ambos les había tocado vivir tal vez él tendría el valor de mirarle a los ojos algún día.

Su amor nunca sería correspondido y no sentía pena por él, sino por el terrible dolor por el que otros y él le hicieron atravesar a Lina.


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