CAPÍTULO 55
El barco se desplazaba entre la arena con buen ritmo, llegarían a la capital dentro de cinco días, la mayor parte de los pasajeros ya se habían bajado en distintos puntos durante las semanas anteriores y la noticia de Zwein, la Bestia humana y su Familiar vampiro que habían derrotado a un Dashure usando el Brulanta magmo se estaba difundiendo a lo largo y ancho de Stigma, engrandecida, desmentida, exagerada, pero conocida.
Hacía más de un mes que Aysel despertó, aunque en ese momento sus horribles heridas habían sanado por completo dejando una piel limpia y libre de imperfecciones, las primeras noches de conciencia hacían sido una autentica agonía, Zwein tuvo que usar un hechizo para encerrar el sonido dentro de su camarote con tal de que los gritos no molestarán al resto de los tripulantes, pero ni siquiera las hierbas más potentes conseguían aliviar al desgraciado vampiro cuyas quemaduras no sanaban con la suficiente rapidez.
Zwein había permanecido a su lado, dándole pequeños sorbos de agua, trozos de frutas y verduras, esparciendo ungüento sobre la gastada piel, compartiendo su sangre, pero sobre todo esperando y escuchando.
En los raros momentos de lucidez Aysel le había contado que muchos maestros hastiados de sus gritos preferían amordazarlo durante días mientras sus heridas se curaban por si mismas, pero que en el simple acto de expresar su dolor encontraba su más grande alivio. Zwein lo dejaba gritar todo cuanto quisiera, incluso si se lastimaba la garganta, al menos obtenía algo de alivio.
Finalmente, el dolor había comenzado a remitir, los minutos de sueños se convirtieron en horas, los trozos de comida en rebanadas y los gritos en suspiros de descanso. Hasta que el dolor tolerable desapareció.
Era la primera noche que salían a cubierta desde el ataque del Dashure.
—Max nos acompañará— le contó Zwein acariciando los mechones violetas del vampiro quién descansaba contra su pecho—. Se convertirá en mi discípulo.
—Es débil— decretó Aysel sin mucho interés—. Tú eres fuerte, pero él no. Te estorbará.
— ¿Estás celoso?
—No puedo estarlo— declaró con la misma indiferencia de antes—. Si llegase el momento en que lo prefirieras a él antes que a mí, lo mataría. Asesinaría a cualquier humano o bestia a la que amarás más que a mí.
La inexpresividad con que se expresó le produjo escalofríos a Zwein. ¿Acaso era aquel el mismo vampiro aterrorizado que había sacado de las mazmorras?
Tomó de los hombros a Aysel y lo giró hacia sí mismo.
El hermoso rostro, la dulce sonrisa, los grandes y expresivos ojos, seguía siendo su Aysel.
—Puedes amar a quien desees, Maestro— continuó su Familiar—, el número o la cantidad no me importan, sólo te pido que nadie este por encima de mí. Nadie debe ser más amado que yo. Nunca. Jamás.
La voz suave y melodiosa continuaba ahí.
Zwein lo tomó entre sus brazos y lo abrazó con fuerza.
Ni esta o las vidas que le quedarán le alcanzarían para pagarle a Aysel todo cuanto había hecho por él. Las veces en que le salvó la vida, la forma en que lo rescató del pozo de depresión en que vivía, el sentido que le daba a su vida día tras día…
—Vamos adentro, Zwein— le susurró Aysel al oído y él obedeció.
Entraron al camarote, Aysel lo desvistió con rapidez, esparció besos por su cuerpo desnudo y lo arrojó sobre la cama.
—Te haré sentir bien, Maestro— jadeó desvistiéndose él también y acostándose sobre su cuerpo—. Soy bueno en esto, todo mundo lo decía. Lo prometo.
Cuerpos friccionándose, dedos que acarician, manos que ahogan, dolor…
“El hombre encima de él es pesado, su cuerpo le oprime el pecho, no lo deja respirar, grita y una almohada lo sofoca, necesita aire, va a morir, no quiere morir…Sólo tiene diez años. ¡Que alguien lo ayude! ¡Ayuda! ¡Por favor, ayuda! Y entonces la oscuridad…Un chorro de agua helada lo trae de regreso, el hombre grita algo, no entiende, tiene miedo, apenas capta que no tiene derecho a perder el conocimiento y el dolor regresa. ¡Siente como si le partieran en dos! Pero esta vez no hay oscuridad, sólo dolor, dolor, dolor, un dolor que no tiene fin…”
— ¡Te tengo, te tengo, te tengo! — gritó Aysel con fuerza tomándolo entre sus brazos.
Ambos están desnudos.
El delgado y pequeño cuerpo de Aysel lo sostiene contra su pecho, su corazón late con fuerza, el sudor y las lágrimas le escurren por las mejillas.
—Lo siento— murmuró con voz cansada intentando apartarse—. No sé qué me paso.
Miente. Lo sabe, lo creía superado, pero se estaba engañando a sí mismo. Esa parte de su pasado jamás desaparecerá por mucho que se esfuerce en fingir lo contrario. En realidad, se encuentra mucho más roto que Aysel.
—Tienes miedo. Lo siento— murmuró Aysel levantándose y yendo por un trapo húmedo y una palangana con la que limpia el sudor, las lágrimas todavía le escurren por las mejillas, Aysel las lame y después de vestirse a sí mismo, lo viste a él.
Permanecieron un largo rato sentados en silencio, Aysel con la cabeza recostada sobre su regazo.
—Soy una Bestia Humana, me hirieron igual que a ti— explicó con voz cansada, luego sonríe irónicamente—. Supongo que no recibí ni una décima parte de la tortura a la que te sometieron, de lo contrario habría muerto, después de todo soy un simple humano, pero…
—Te hicieron daño, Zwein y si de mi dependiera todos los humanos deberían morir.
—Quizás.
—No, los humanos son las criaturas más despreciables que existen. El resto de las criaturas mágicas no son perfectas, pero ninguna otra esclaviza y tortura a los demás por su placer por largos periodos de tiempo, solo los usan y asesinan; pero los humanos no se conforman con eso, deben destruir todo cuanto sus enemigos fueron, son o podrían llegar ser. Deben desaparecer de este mundo.
Zwein a veces se sentía incomodo con las ideas extremistas de su Familiar, pero existía cierta lógica en sus pensamientos que le evitaba contradecirlo.
—Estoy cansado. Durmamos. Nos esperan días difíciles. Quiero fingir que sólo existimos nosotros en este ancho y despiadado mundo.
Se subieron a la cama y abrazados en los brazos uno del otro no tardó en sumirse en un sueño tranquilo.
FIN DE LA TERCERA PARTE