CAPÍTULO 6
“A menos que aprendas a controlar tus emociones, terminarás enloqueciendo y destruyéndote a ti mismo y a todo lo que amas”
“Yo no amo a nadie”
“Pero lo harás algún día”
“El amor conduce a la traición y la traición a la decepción, prefiero morir”
“¿Y enloquecer?”
“No, moriré antes que enloquecer”
Cortó la fruta en trocitos pequeños, cuadrados perfectos, cada uno igual al anterior, ni demasiado pequeños ni grandes. Zwein no creyó que la visita a los calabozos de la Academia le afectaría tanto, pero era como si el chico que entró no hubiera vuelto a salir. Ocho años de trabajo, esfuerzo, dedicación, estudios tirados a la basura. Nunca volvería a ser el mismo, siempre sería una bestia. No volvería a reír, bailar, cantar o amar. Llevaba demasiado tiempo escapando de la verdad. ¡Qué ironía! Sintió lástima de Tiris, la sirena, creyéndola desgraciada, prisionera de esa inmensa mole y él no era mucho mejor. Tomó una copa y la llenó de agua.
Arrastrando una silla se sentó junto al camastro de Aysel quién lo miraba con sus grandes ojos violetas tras esa horrible carcasa de hierro.
—Abre la boca— instruyó con voz firme, hasta a sus propios oídos sonó intimidante. ¿Cuándo se volvió igual a sus torturadores? El vampiro obedeció sin retraso.
Lo alimentó con cuidado, tomando cada minúsculo pedazo de fruta o vegetal con el tenedor e introduciéndolo en la rendija de la máscara que dejaba ver los labios pálidos y resecos del vampiro.
Aysel masticaba deprisa y tragaba todavía más, como si temiera que de un momento la comida le sería arrebatada o fuera ser golpeado por tardarse demasiado. Supuso que antes lo habían hecho. La curiosidad reemplazo a la depresión en Zwein por algunos segundos, se preguntó que habría tras esa máscara. Un muchacho encantador sin duda, después de todo los vampiros eran celebres por su belleza física, pero su rostro reflejaría la seducción propia de su raza o el alma atormentada de un niño víctima de prejuicios que no comprendía, quizás ambas.
—Come con calma— dijo a modo de orden—. Un bocado a la vez, no hay prisa. Tenemos todo el tiempo del mundo.
El monstruo humano creía que comía deprisa porque tenía miedo, pero estaba equivocado; estaba hambriento y la fruta fresca era un manjar delicioso del que rara vez disfrutaba y cuando lo hacía generalmente estaba podrida. Si por Aysel fuera, se desharía del tenedor y se la llevaría a puñados con los dedos. Sin embargo, la primera y más importante de las reglas era obedecer al maestro, siempre, sin importar la circunstancia. Redujo la velocidad y comió en pequeños bocados. Cuando la hubo terminado miró el plato vació medio decepcionado, aunque seguro de que incluso si hubiera más, ya no habría podido continuar, estaba completamente saciado. Bebió los sorbos de agua fría que su Maestro le obsequió y por primera vez en años se sintió descansado y fresco; más tarde tendría que pagar el precio, pero valdría la pena.
Este maestro era extraño, quizás se debiera a su juventud, la mayoría de a los magos les gustaba explicarle las reglas durante la primera noche.
¿Dónde dormiría? Generalmente en un armario o en el piso, a un lado de la cama o en un rincón.
¿Qué comería? Frutas y vegetales podridos o estuvieran próximos a descomponerse.
¿Cuáles serían sus obligaciones además de prestar su magia como Familiar? En ocasiones limpiar la casa, lavar los trastes, cocinar, cuidar de los niños si es que había en la casa. Muchas veces tenía que prestar servicios sexuales a los maestros y a sus amigos durante la noche o en fiestas.
Existía una regla implícita entre los hechiceros y brujas que la mejor manera de comenzar una relación de maestro—familiar era propinándole una paliza tal a la bestia que esta última terminará incapacitada por varios días, de esta manera sabría quien tenía y cuál era su lugar en la relación. A los hombres lobos y especialmente vampiros no se les daba la oportunidad de sanar, se sobreentendía que su magia de regeneración era mucho más poderosa que en el resto de las bestias, cosa que era parcialmente cierta, ya que, aunque sus piel y huesos aparentemente sanarán en el exterior, los músculos, tendones y cartílagos se resentían durante semanas al no poder beber la carne y sangre respectiva para regenerarse a la velocidad necesaria.
Aysel vio a su maestro sacar una navaja del bolsillo trasero de su pantalón, jugueteó con el filoso objeto, observándolo pensativo.
El vampiro odiaba los cuchillos, casi tanto como el fuego. Por un breve instante de locura pensó en suplicar, rogarle que no lo hiciera, él sería bueno, haría cualquier cosa que le pidieran, era algo tonto, porque de cualquier manera lo obligarían a hacerlo, incluso sino quería.
Mientras Aysel se debatía entre tales pensamientos, Zwein reflexionaba si estaba preparado para dar ese paso. Su maestra le había advertido mucho al respecto, un familiar vampiro podía ser una importante fuente de magia constante, pero también demandaba una fuerte personalidad capaz de someterlo. Ella misma estaba a la que sus congéneres consideraban entre las cinco mejores brujas de su generación no se atrevía a tomar un vampiro.
“Enloquecerás”
“Sólo los que tienen algo que perder enloquecen, los demás morimos o…sobrevivimos”
Aysel observó como Zwein se descubría el cuello, llevaba la navaja hasta un lado de su garganta antes de hacer un largo pero superficial corte.
—Es una orden, tu maestro te lo ordena, bebe familiar— le indicó Zwein a Aysel.
Y sin poder resistirse Aysel salto de la cama y se abalanzó sobre la herida abierta de la que ya mañana abundante sangre…