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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 67

“Finalmente el niño fue recompensado por sus grandes habilidades con…”

Aysel cerró el libro sin interés por conocer la conclusión del texto, seguramente terminaría como el resto de los cuentos, con un mocoso admirado por todos y recibiendo grandes recompensas por sus dotes mágicas. ¡Era patético y tremendamente aburrido! Max se lo había prestado con la intención de que se entretuviera leyendo algo más que aburridos libros sobre historia, teoría y geografía, pero en cambio le estaba pareciendo insulso y estúpido. ¿Cómo si la magia fuera el único talento real en el mundo? Quién creyera esa tontería era un idiota.

— ¿Te gusta? — le preguntó Max colocando una bandeja con aperitivos en la mesita de jardín.

Almorzarían en el jardín trasero, debajo de un enorme árbol floral cuyas florecillas naranjas invitaban a tomar largas siestas al amparo de su sombra.

—No.

—Es de las pocas novelas aceptadas por los Oculares, ¿sabes? — respondió sirviéndole una generosa porción de un emparedado de frutas, entre dos gruesas de fresca y apetitosa lechuga descansaba una composta de duraznos y fresa, rociada con una generosa mezcla de azúcar y limón, un vaso de té de manzanilla acompañaba su delicioso almuerzo—. Espero que te guste más que ese libro, no tengo mucha práctica preparando comida vampírica.

No se explicaba por qué, pero Max ponía incluso más dedicación en preparar sus comidas que el mismo Zwein, no sólo revisaba el contenido, también la variedad de los ingredientes, la preparación y la presentación. Incluso comía lo mismo que él, aunque no estaba seguro de que tan sabroso debería para un ser humano alimentarse a base de frutas y verduras crudas extremadamente dulces.

—Esto sabe horrible— murmuró dándole un mordisco a su emparedado—. No tienes que comerlo si no quieres.

Aysel le dio otro mordisco a su comida y degustó la combinación de sabores, no sabía si era a causa de su especie o que durante años sobrevivió básicamente con desperdicios, pero la combinación de sabores dulces, ácidos y salados era como una fiesta para sus papilas gustativas.

—Me encanta— respondió limpiándose los labios con una servilleta tal y como Zwein le enseñó.

—Es bueno ver que alguien se divierte aquí— se quejó Max dejándose caer sobre el pasto verde—. Estoy aburrido. Vivir en la Capital y pasar mis días encerrado en casa es incluso peor que navegando en el Mar de Arena. Allá por lo menos sabía quiénes eran mis carceleros.

— ¿Y qué sugieres qué hagamos? — cuestionó Aysel—. Te la pasas quejando todo el tiempo, pero tampoco te atreves a salir.

—Bueno, las cosas no salieron exactamente bien la última vez, ¿recuerdas?

Aysel se encogió de hombros y le dio un largo sorbo a su jugo de arándanos.

—No sé qué fue lo que me sucedió, simplemente…

Max se sentó sobre la hierba y colocó su mano sobre la rodilla de Aysel, le dio un suave apretón.

—Todos tenemos un día malo de vez en cuando, no pasa nada.

Aysel recordaba el carruaje, los gemidos o esos sonidos extraños que hacían los Centauros sin lengua cuando estaban exhaustos y el hermoso paisaje a su alrededor, las tiendas, la comida, los olores que le llegaban desde lejos y las personas, hombres, mujeres, niños y Bestias y de repente colapsó. No hubo nada o quizás sí, el grito lejano de un conductor de carruaje que le gritaba a su Centauro que se levantará y el sonido del látigo, ese chasquido que te helaba hasta los huesos antes de que el desgarrador dolor te destrozará por completo…De repente no podía respirar, jadeaba y jadeaba y jadeaba, pero el oxígeno no llegaba a sus pulmones, inhalaba grandes bocanadas de aire inútilmente y el calor, el fuego lo quemaba de adentro hacia afuera, rompía, arañaba, desgarraba todo su ser, pero sabía que eso no sería lo peor; las llamas lamiendo tu piel eran terribles, pero el dolor posterior, la agonía que el más insignificante de los movimientos que realizara le provocaría, la sed infinita que creería jamás sería saciada, el lento trabajo de su cuerpo trabajando, sanando cada pequeño parte de sí mismo, regresándola a la vida; su deseo de que ya no más, nunca más, de que sólo esta vez su cuerpo no lo traicionará sanándose a sí mismo y le permitiera librarse de esta sufrimiento y al final sólo recordaba…la nada, un sueño absoluto, sin Iyad, recuerdos ni enseñanzas, sólo un hoyo negro donde sumergirse y descansar.

Al despertar encontró a Max exhausto, con la ropa sucia, el cabello grasiento, el rostro curándose de un par de arañazos y un devastador cansancio en su expresión.

—Lo siento— había murmurado Aysel, pero Max no le había dicho que todo estaría bien o invitado a que le contará sus penas. Le dio a beber un poco de su sangre, un copioso almuerzo y le relató cómo había tenido un ataque de pánico dentro del carruaje, él trato de tranquilizarlo, pero al no ser Zwein recibió a cambio un par de puñetazos y muchos arañazos.

Un Guardia Real finalmente lo noqueó y pudieron traerlo de regreso.

Dieron todo un espectáculo, pero aparentemente en Ómicron los Vampiros eran Bestias mimadas a las que se les consentían ciertas transgresiones. Después de todo, una de las teorías decía que la fuente de su magia provenía en parte de la inestabilidad de sus emociones. Habían dejado marchar a Max con una advertencia severa a que no volviera a salir con la Bestia de su Padre sin su autorización.

De eso hacía cinco días.

Al no haber más sirvientes o ayudantes dentro de la casa Max había cuidado de él día y noche solo.

Aysel se sentía avergonzado por supuesto, pero estaba listo para volverlo a intentar, sin embargo, Max tenía miedo de volver a salir.

Hacía tres días que despertó y su amigo lo seguía tratando como un inválido, impidiéndole hacer el más mínimo de los esfuerzos. Aysel empezaba a preguntarse si se trataba de consideración, lástima o una mezcla de las dos.

— ¿A dónde quieres ir? — le preguntó Max poniéndose de pie de un salto—. ¿A tomar un helado, a ver las tiendas, al mercado? Tú solo dime y te complaceré.

La pregunta le inquietó. En su simpleza encerraba tantas posibilidades. Y por un momento su mente se quedó en blanco, sus labios se abrieron en búsqueda de una respuesta y sus manos se retorcieron entre sí.

—También podemos ir al teatro, a comprar ropa, a la biblioteca, aunque no lo recomendaría, suena como la opción más aburrida del mundo.

Susurró su respuesta en un tono tan bajo que Max tuvo que acercarse para escucharlo.

—A donde tú quieras.

Max soltó una gran carcajada y le palmeó la espalda.

— ¡Vamos, hombre! Es tu viaje. Yo he paseado decenas de veces por la capital. Hay que hacer algo que a ti te guste, es decir además de leer.

Aysel se mordió los labios con ansiedad.

No sabía a donde quería ir, porque nunca había tomado ninguna dirección referente a su destino en la vida. Oh, por supuesto que con Zwein tenía la sensación de tener sus propias elecciones, pero lo cierto es que su Maestro tomaba todas sus decisiones: la ropa que vestiría, la comida que probaría, los transportes que abordarían, donde y con quién se hospedarían, a quién llevarían con ellos, incluso si él debía ser dejado en casa como una maleta estorbosa que no puede ser llevada a todos lados por lo inútil y fea que es. ¡Todavía estaba tan enfadado con su Maestro! En conclusión, Aysel no había tomado casi ninguna decisión en sus dieciséis años de vida, pero eso no era algo que se le decía a un chiquillo como Max quien pondría ojos tristes y correría por una golosina para consolarlo. Era casi como si Max creyera que él tenía cinco años y su horrible pasado se borraría con un simple dulce.

— ¡Quiero ir a los Jardines Andantes! — declaró con una sonrisa desdeñosa. No sabía que lugar eran ese, pero había escuchado a un par de chicos hablar en el puerto de ese lugar con gran secretismo y un halo de misterio y peligro; el nombre le intrigaba, sonaba exótico.

— ¿Estás seguro?

—Por supuesto.

De cualquier forma, lo más probable es que Max se negaría y eligiera otro lugar al que ir. El niño rubio podía considerarse astuto, pero no debería menospreciar el ingenio de un Vampiro.

—De acuerdo, pero me acompañarás a buscarlos, iré por los Centauros. Espérame aquí.

Supuso que era un buen momento para borrar la sonrisa pretenciosa de su rostro, pero entre la sorpresa y confusión por la respuesta de Max, la curiosidad asomaba entre los labios de Aysel.


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