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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 68

El Centauro trotaba con gracia debajo de Aysel, el Vampiro le había quitado la silla de montar y las bridas y cabalgaba sobre el lomo de la Bestia con una gracia que cualquier amante del Rey envidiaría, mantenía la espalda erguida, los muslos ligeramente inclinados y las manos a los lados, de vez en cuando le daba un par de palmaditas a la Bestia para tranquilizarla o susurraba palabras dulces. Al ser consciente de las miradas que atraía a su paso erguía la cabeza en una mezcla de timidez, orgullo y vergüenza que tan sólo conseguía atraer más la atención; Aysel parecía disfrutar de la misma y no hacía ningún intento por ocultarlo. Max sentía como si Aysel lo abofeteará y le dijera cuan estúpidos e infantiles habían sido sus temores de que la situación anterior se repitiera y le mostrará cuan fácil le era mantener la calma.

SI Max no hubiera estado tan locamente enamorado de Melina seguramente le habría entregado su corazón al joven Vampiro en ese mismo momento, pero Max amaba profundamente a la Vampiresa que lo detestaba hasta la muerte y aunque podía sentir atracción hacia otros seres en nada se parecía a la sensación que lo envolvía cada vez que pensaba en Melina.

Cabalgaban por una calle secundaria flanqueada en ambos lados por densos árboles, la gente iba y venía deprisa y a diferencia de las avenidas principales carecía de comerciantes o cualquier tipo de vendedor, el estrecho espacio obstruía el paso de cualquier carruaje. Max creía que fuera del opresivo espacio de un carro y lejos de las multitudes Aysel se relajaría, además el preocuparse por la Bestia bajo su cuidado parecía distraerlo de sí mismo. Eligió monturas frescas y jóvenes, dos jóvenes Centauros cuyo cuerpo fuerte y saludable hablaba de una vida tranquila, lejos del maltrato del que muchos de sus congéneres se veían expuestos. Rentarlos le había tomado una pequeña fortuna, pero al ver lo bien que Aysel se desenvolvía bien había valido la pena.

— ¿A dónde vamos? — le preguntó Aysel guiando a su Centauro con leves palmaditas en el cuello.

Max soltó un enorme suspiro y respondió.

—Lo mismo me preguntó.

—No tienes la menor idea, ¿verdad? — le preguntó el Vampiro con una mueca burlona—. Entre más rápido lo admitas, más pronto podremos regresar a casa.

—La primera regla de los Jardines andantes— sentenció Max alzando un dedo como había visto hacerlo cientos de veces a su Padre—, es que tú no encuentras a los Jardines andantes, ellos te encuentran a ti.

—Eso no tiene sentido.

—Yo no fui quién inventó las reglas. Además, lo que se hace en los jardines no es algo exactamente legal, pero tampoco ilegal. Ronda en una zona gris en la que no nos gusta mucho pensar.

— ¿A quiénes?

—A cualquiera lo suficientemente estúpido como para ir. Pero sigamos dando un par de vueltas, disfrutando del sol, saludando al aire, algún amigo me reconocerá y entonces si tenemos suerte tendremos una invitación.

Max todavía no se explicaba donde y cuando Aysel había escuchado de los Jardines andantes, distaba mucho de ser un secreto de Estado o algo similar, pero tampoco era algo que se fuera diciendo de aquí para allá. Sin lugar a dudas el Vampiro era mucho más inteligente de lo que cualquiera sospecharía, incluido su propio Maestro. Por supuesto que Max admiraba y respetaba a su Maestro Zwein, era atractivo, ingenioso, dominaba cinco elementos, poco dado a ceder a sus emociones, pero en ocasiones tenía la impresión de que menospreciaba a su Familiar, no intencionalmente por supuesto, Max no había conocido a un Maestro más orgulloso de su Familiar y sus talentos, Zwein prácticamente besaba el suelo que Aysel pisaba, pero en su intento de protegerlo su Maestro trataba a Aysel con la misma consideración que una copa de cristal a la que debía sostener siempre en equilibrio sobre su cabeza, siempre en riesgo de caerse y quebrarse. Y Max estaba seguro de que su amigo no era y quizás jamás fue cristal, al contrario, Aysel era acero puro, afilado, frío e irrompible, necesitaba que alguien lo forjará y a veces, sólo a veces Max pensaba que Zwein no era el indicado para hacerlo. Claro que se interponía todas esas tonterías de amor y besos y susurros…Y Max tenía quince años, ¿quién era él para darle consejos a los demás? Tampoco es que Aysel con sus dieciséis años y Zwein diecinueve años le llevarán mucha ventaja, aunque su Padre diría que más importante que la edad eran las experiencias vividas y en ese aspecto Max era como un niño de pecho en comparación con sus amigos…

— ¡Suélteme! ¡Ya le dije que me suelte!

Max escuchó el grito enfadado de Aysel a lo lejos, desesperado lo busco con la mirada hasta que lo encontró, una vez más se había perdido en sus estúpidas cavilaciones.

Una mujer de aspecto robusto sostenía la muñeca de Aysel, lo jalaba hacia sí con fuerza para bajarlo del Centauro, la Bestia se agitaba nerviosa ante la ansiedad de su jinete.

Por su modo de vestir, un largo vestido amarillo incapaz de ocultar su sobrepeso y el horroroso sombrero negro de ala ancha que portaba en su enorme cabeza debía tratarse de una Bruja, una noble, un comerciante por muy rico que fuera no se atrevería a tratar de esa manera al Familiar de alguien más.

Max guió a su Centauro hasta la Bruja y le dio un suave golpe con su fusta a la mujer, lo suficiente para asustarla y que soltará un chillido de rabia al verlo.

La vio directamente al rostro, no la reconoció, lo cual significaba que debía de ser una Bruja del montón, no pertenecía a ninguna familia importante. Sus padres siempre se aseguraban de que él tuviera localizados e identificados a los nobles pertenecientes a las Diez Familias, aunque los Stigma rivalizaban en fortuna contra ellos, en prestigio y poder político jamás se le aproximarían, era importante que se mantuvieran atentos y complacientes ante esos apellidos.

— ¡Quite sus asquerosas manos de mi Familiar!

Una parte de estaba orgullo de actuar como Zwein lo haría— intrépido y desafiante—, pero la otra, una que amenazaba con tomar el control en cualquier momento ansiaba volver a las formas diplomáticas y serviles formasque su familia le enseño desde pequeño. Aysel apretaba los labios y permanecía detrás de él, el Vampiro era demasiado pequeño, le llegaba apenas al hombro. Acumuló los pocos restos de valor que le quedaban y continuo en su papel, Zwein le había confiado su más preciada posesión y a pesar de la casi inagotable cantidad de magia que Aysel guardaba dentro de sí, el Vampiro no podía defenderse de los humanos sin provocar su propia muerte. En ese instante Aysel dependía de él.

— ¿Cómo te atreves? — bufó la mujer cuyo rostro colorado apenas respiraba por la indignación—. Eres un muchacho insolente. Soy amiga cercana de las Diez Familias y te aseguró que llevaré esto hasta las más altas instancias. Sólo quería observar de cerca a esa cosa desagradable— señaló con el dedo a Aysel quien con los hombros inclinados y la cabeza enterrada en el cuello del Centauro lucía absolutamente aterrorizado—. Pero su hedor a sangre podrida debió advertirme con la monstruosidad con que estaba tratando. ¡Mis amigos sabrán de este atropello, te quitarán a esa horripilante criatura!

—Es libre de hablar con quién le plazca, sólo asegúrese de no volver a tocar a mi Familiar o quizás no me conforme con sólo un golpecito en el brazo.

— ¡No me conoces muchacho, tengo importantes contactos y te juró que las Diez Familias se indignarán cuando lo sepan…!

Un joven aparentemente salido de la nada se abrió paso entre la multitud hasta la mujer, la tomó de la mano y sin mediar palabra le planto un sonoro beso en los labios ante la mirada sorprendida de los curiosos que se habían acercado.

— ¡Oh, bella dama! Yo soy Pietro, heredero de los Valderrobres, será para mí un placer acompañarla a ver a su apreciada amistad. Como sabe, los miembros de las Diez Familias somos terriblemente unidos y nos apoyamos en momento de gran desgracia.

La mujer palideció casi hasta el punto de desmayarse y temblando incontrolablemente emprendió una huida tan cómica como veloz.

El muchacho se dirigió hasta él con una gran sonrisa.

— ¿Acaso mis ojos no me mientes? Mi querido Maximiliano, tonto como una lechuga y dulce como una manzana peleando en plena calle con una Bruja fofa. ¡Cariño, cuéntame más y quizás me arrepienta de haberte tirado!

Max bajó de un salto del Centauro, seguido de Aysel. Algo dentro de sí le decía que esto no sería divertido.

—Aysel te presentó a mi estúpido amigo, Pietro Valderrobres, él se cree genial, pero su madre me contó que orinaba la cama hasta los cinco años— se dirigió hasta su impaciente amigo quién recorría con la mirada cada centímetro expuesto de la piel del Vampiro—. E idiota, él es Aysel, mi Familiar o algo así…

— ¡Cuánto lo lamento, querido!

—No, él es…

—No me refería a ti, Max, sino a esa encantadora criatura que debe estar en manos de un tipo tan insulso como tú.

—Si te cortó la lengua quizás no vuelvas a hablar— sentenció Max preparándose para marcharse.

—Todavía podría escribir.

—Es todo, me largo.

— ¡Espera, hay un par de cosas interesantes que quizás te gustaría saber!

—Sólo me interesa una cosa.

— ¿Cuál?

—Tienes una invitación a un Jardín andante.

—Quizás si, tal vez no.

—Me voy.

—Lo tengo. Ahora puedes dejar de comportarte como un crío sin su paleta y podemos hablar como ex novios que se odian.

Max rodó los ojos y asintió, sobre todo porque era su mejor oportunidad de conseguir una invitación. Se había mostrado seguro ante Aysel, pero esas cosas no eran sencillas de obtener.

— ¿Y tú puedes dejar de ver a Aysel como un pedazo de carne en el mostrador?

—No pidas imposibles, ni, aunque estuviera ciego podría dejar de admirar a la preciosidad frente a mí.

No lo expresó en voz alta, pero Max no podía estar más de acuerdo.

 


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