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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 70

Al siguiente día Zwein bajó incluso antes de la casa despertará, tomó un baño de agua helada y cambió de ropa, se sentía fresco y con la mente clara. Había sido agradable reencontrarse con su hermano, ponerle un parche a una vieja herida, pero su vida no estaba junto a su familia carnal, sino a su Familiar, Aysel y el Vampiro lo esperaba. Haría su trabajo y volvería.

Había ido con el objetivo de conseguir dos cosas: fondos para sobrevivir y discípulos.

Al principio había pensado en hacerse con más Familiares. La idea era simple. Entre más magia tuviera en sus manos, más poderosos sería, pero lo cierto es que la mayoría de los días tenía problemas siquiera para controlar el poder de Aysel, tanta magia corriendo por su cuerpo lo abrumaba, se acostaba y levantaba exhausto. Y mientras Aysel adquiría más confianza su magia aumentaba. El Vampiro no era consciente de la misma, su Familiar no le había comentado ningún cambio y él no había preguntado por temor a asustarlo.

Sino podía conectarse a más Familiares, tendría que conseguir discípulos leales a su causa. No tenía el valor para decírselo, pero Max jamás sería un Hechicero competente, ni siquiera promedio, su éter era casi inexistente.

Si existían humanos con magia propia, era casi seguro que también hubiera humanos sin relación con la nobleza capaces de producir éter.

Él mismo había pasado cientos de horas tratando de producir su propia magia sin recurrir a la de Aysel y aunque sus progresos fueron casi inexistentes al principio, sabía que si se concentraba lo suficiente podía utilizar la magia dentro de sí.

Lo más probable es que hubiera muchos, incluyendo la Familia Real que tuvieran la misma información que él, pero no podían arriesgarse a que la información fuera de dominio público. Por la mente de la mayoría de las personas la idea de un levantamiento ni siquiera pasaba por su mente, pero existía una pequeña parte cuya alma debía estar ansiosa de un cambio.

Pasó frente a una casa donde un silfo desnudo encadenada al poster miraba con tristeza a los transeúntes, por la forma en que respiraba y los horribles hematomas en su cuerpo no faltaba mucho para que muriera. Quizás un par de días. Tenía el aspecto de un muchacho de veinte años desnutrido, entre su gente ya era todo un hombre. Se acercó con la intención de sanar parte de sus heridas, pero entonces el muchacho cerró los ojos con cansancio y Zwein supo que era demasiado tarde, no tenía sentido, la Bestia se había derrumbado, salvarlo sólo extendería su sufrimiento.

Retrocedió y continuó su camino ajeno a cualquier gemido de dolor o suplica de ayuda.

El dolor de los humanos apenas le importaba, pero cada vez que veía a una Bestia sufrir era como si le apuñalarán.

Mostró el medallón que le acreditaba como Mago cada vez que le pedían identificarse, la mayoría de los Guardias se sorprendían al descubrir que era un Hechicero reconocido por el Gremio, suponían que se trataba de un joven trabajador de las minas que andaba fuera de su área o el hijo de un comerciante al que podrían extorsionar; exhibían una sonrisa nerviosa y le ofrecían una disculpa rápida. Era curioso como un pequeño pedazo de metal tuviera tanto poder. El medallón fundido en cobre era de color rojizo, una especie de cruz con un moño en la parte superior decoraba el centro, simbolizaba lo eterno, la magia siempre había existido en este mundo y siempre lo haría. Zwein lo consideraba una estupidez. Las cosas iniciaban y terminaban y la magia no sería la excepción.

La parte inicial de la ciudad donde vivían los rangos superiores de los militares era deprimente, casas viejas de madera a punto de caerse, tabernas apestosas, tiendas sucias, puestos callejeros insalubres, calles cubiertas de lodo. Cualquiera pensaría que un sitio regido por los militares sería un ejemplo de limpieza y orden, pero ya que se le prohibía a los hombres y mujeres llevar a sus parejas y sólo utilizaban ese lugar para dormir parecía tenerles sin cuidado el aspecto del sitio.

—Quiero ir a la prisión— le dijo a un cochero que esperaba junto a su carreta, le lanzó una moneda al hombre y subió al cochambroso carro tirado por una desnutrida Centaura. Supuso que el hombre lo tomó por alguien importante por la velocidad con que cumplió sus órdenes, sin siquiera discutir el precio.

Salieron de la ciudad en menos de una hora y emprendieron el camino a través de los pueblos y aldeas que se escondían tras la triste ciudad. Casuchas construidas con restos de basura y desperdicios.

La mayoría de esas personas habían venido desde otras Provincias con la esperanza de algo mejor y terminaron encerrados en un infierno peor del que provenían.

Ignoró sus suplicas de ayuda y pena, tenía un par de monedas en su bolsillo, pero no les servirían de nada. Sería como intentar vaciar el Mar de Arena sólo con las manos, él era sólo un hombre después de todo.

— ¿Viene desde muy lejos, Señor? — le preguntó el conductor, era lo suficientemente viejo como para que las arrugas se le marcarán en el rostro ajado por el sol y su ronca voz hablará de muchas historias vividas.

—Desde Ómicron— respondió Zwein—. Necesito trabajadores y escuché que es un excelente lugar donde conseguirlos a buen precio. Una vez las compras son tuyos. Casi como Bestias.

—Ya veo.

El hombre no volvió a hablarle, hacía lo correcto, ir de parlanchín en Kappa era igual a una sentencia de muerte. Stigma recibía grandes beneficios de esa Provincia, tenía infiltrados a miembros de su Ejército entre sus mismos ciudadanos y cualquier comentario en contra del gobierno era duramente castigado.

Además de por su tierra rica en minerales, Kappa era famoso por sus subastas. Prisioneros condenados a muertos de todo el reino eran enviados con el objetivo de ser vendidos o ejecutados. Había cuatro subastas al año, las fechas variaban y se anunciaban con semanas de anticipación. Comerciantes de todo el reino viajaban en búsqueda de mano de obra barata, una vez que adquirías un prisionero era igual a cualquier Esclavo, aunque sin magia, podías cortarlo, quemarlo o despedazarlo y a nadie le importaría. Si en un año el prisionero no era vendido en alguna subasta, entonces lo ejecutaban, un destino mucho más misericordioso en opinión de Zwein.

La nobleza despreciaba tal práctica, después de todo ya tenían a sus Bestias, pero los civiles gozaban con la idea de tener a una criatura a merced de sus caprichos.

Tales subastas eran terriblemente populares.

Las casuchas fueron reemplazadas por un paisaje yermo, al principio se topaban con alguna otra carreta o una desviación del camino que conducía a alguna mina, pero entre más se adentraban, la ausencia de vida se hacía más palpable.

Controlar el clima en una zona tan alejada no valía la pena y el mundo se mostraba tal cuál era, inhóspito y cruel, sin magia para disfrazarlo ni ocultar sus horrores debajo de la alfombra.

El paisaje yermo, desolado y seco invitaba a la muerte. Quizás un romántico encontraría belleza en la tierra ajada por el Sol y los raquíticos arbustos que crecían en medio de la nada, pero para Zwein era como la muerte en vida. El delgado techo de tela de la carreta apenas los cubría de los rayos de sol, tuvo la previsión de comprar suficiente agua en uno de los primeros pueblos y con un gesto invitaba a su acompañante a beber constátenme. El viejo no le desagradaba del todo y no quería que se desmayará. Sólo pararon veinte minutos para tomar un escueto almuerzo en base a pan y carnes secas.

—Ya casi llegamos, Señor— le dijo el hombre con los hombros encogidos—. Tendremos que pasar la noche por estos lares, no nos dará tiempo de regresar.

—Bien, compraré suministros en la subasta.

—No es necesario que gaste dinero en mí, Señor, yo…

—No pedí tu opinión.

Zwein casi había olvidado su verdadera personalidad, cortante, afilada, déspota incluso; Aysel lo estaba ablandando. ¡Cuánto lo extrañaba! Sus curiosos ojos habrían memorizado cada centímetro de esa tierra, inquieto por los secretos que guardaba en un pasado lejano.

La prisión— si es que a ese agujero inmundo se le podía llamar así— era una red de túneles clavados en la roca de una montaña. Los prisioneros, hombres y mujeres de todas las edades, muchos de ellos niños vivían hacinados dentro de la red de cuartos conectados entre sí. El lugar tenía espacio para que aproximadamente cinco mil personas cupieran con relativo espacio, pero por la escasez de cárceles en Stigma, la prisión de Kappa siempre tenía sobrecupo, en ese momento debían estar viviendo más de veinte mil personas en aquel reducido espacio. Les arrojaban comida y agua una vez a la semana y en ese simple acto depositaban toda la misericordia de la que eran capaces. El canibalismo no era una práctica inusual. Las personas no trabajaban, tan sólo a esperaban la muerte, natural o provocada, poco importaba. Un año era muy poco tiempo para que un Líder se levantará y en un sitio donde había que luchar por cada bocanada de aire nadie estaba interesado en ayudarse más que a sí mismo. La gente llamaba afortunados a los que eran comprados, pero Zwein pensaba que debían envidiar a los que morían durante los primeros días y escapaban de ese horror.

Cualquier crimen por muy pequeño que fuera podría llevarte a ese lugar, robar un pedazo de pan para sobrevivir un día más, agredir a algún comerciante, ser testigo de algo que no debías ver, una crítica al Estado dicha en presencia de quién no debías. Muchas de esas personas eran inocentes y a nadie parecía importarle.

El viejo se detuvo a unos metros de los cuartos donde los Guardias dormían y trabajaban, ya casi había anochecido.

Zwein bajo y le ordenó que lo esperará.

Se dirigió a la entrada y mostró su medallón, pidió hablar con el Mago a cargo. Una joven de aspecto dulce y mirada tierna salió a recibirlo y lo hizo pasar a su oficina, un brillo de reconocimiento brilló en sus ojos al escuchar su nombre, pero si lo reconoció como Bestia humana no realizó ningún comentario al respecto.

Con su frágil figura ella parecía fuera de lugar en ese sitio, pero algo en la cadencia de su voz convenció a Zwein de que ese lugar era perfecto para ella. El olor a muerte y sufrimiento la atraían como una sirena al agua.

—Quiero comprar al prisionero llamado Ade Kanaan— pidió sin mostrar gran interés, pero tampoco indiferencia.

— ¿Alguna razón en especial, señor Apology? Debo decir que es bastante raro que un Mago venga desde tan lejos por un prisionero humano.

—Mis razones no lo competen, pero quiero un sirviente fiel y no soy un hombre dotado de gran paciencia. Prefiero entrenar a un esclavo hasta la muerte que lidiar con el descaro de un sirviente pagado.

La respuesta pareció satisfacerle, la mujer le sonrió dulcemente.

— ¿Pero por qué él? ¿Por qué no cualquier otro?

—Es un prisionero famoso y yo soy un hombre excepcional, confieso que disfrutó llamando la atención—. Le sonrió con complicidad—. Ade mató al hombre y la familia que lo acogió desde niño. El crimen conmocionó tanto a la población que la noticia traspasó las fronteras de Tau. Será divertido romperlo y no sentiré culpa. Después de todo sigo siendo un niño caprichoso ansioso de un juguete nuevo.

La mujer sonrió satisfecha con la respuesta. Tan banal como era, muchos nobles eran conocidos por sus excentricidades y como miembro de una familia menor ella debería saberlo.

—Pediré que se lo traigan.

Zwein esperó casi dos horas antes de que la mujer regresará acompañada de dos Guardias que sostenían a un hombre de piel negra, sus ojos oscuros como la noche miraban con ferocidad a sus captores. Su cuerpo musculoso en otros tiempos era una colección de cicatrices en la piel magra, pero lo más llamativo era su rostro, la ausencia de nariz en un mosaico de rasgos atractivos y fuertes provocaban un shock inicial en quién lo viera.

— ¿Todavía tiene interés en comprarlo? — preguntó la mujer con un dejo de diversión en su voz.

—Más que nunca.

— ¡Por favor, por favor señor! — le dijo el hombre con una voz mucho más suave y sumisa de lo que su mirada hablaba—. ¡No me compré a mí, salvé a los niños! ¡Sálvelos!

El sonido de la bofetada que la mujer le dio al hombre resonó en la habitación quién había empezado a llorar y gemir, pero no a causa del dolor.

— ¡Son tan jóvenes! ¡Sálvelos! ¡Si se quedan aquí, morirán! ¡Sálvelos!

— ¿Hablas de tus hijos?

— ¡Son tan pequeños e inocentes! ¡No merecen estar aquí! ¡Por favor!

Las súplicas se habían transformado en gritos angustiosos.

— ¡Sálvelos! ¡Por favor! ¡Haré cualquier cosa por usted!

—Parece que tiene mucho trabajo por delante— comentó la mujer apartando un mechón de su cabello—. Amordácenlo antes de que me de dolor de cabeza.

—Los quiero—. Exclamó Zwein a sabiendas de que no estaba actuando racionalmente—. Creo que podría ser divertido entrenar sirvientes desde tan pequeños. Los compraré.

—Vaya, señor Apology— la mujer dio un par de palmadas divertida—. ¿No sabía que tuviera un gusto por los niños? Pero no sería mejor conseguir a un enano, son tan resistentes, sanan tan rápidamente.

Zwein tragó la bilis que subía por su garganta mientras respondía con una sonrisa sucia.

—La carne humana es única, la rompes y no vuelve a sanar. Hay algo hermoso en destruir las cosas, ¿no lo cree?

—No podría estar más de acuerdo. Ahora si me disculpa, mandaré a traer a los niños.

No evadió la mirada repulsiva con que el hombre le miró. Se cortaría ambas manos antes que tocar a un niño o a cualquier ser en contra de su voluntad, pero eso no era algo que otros debieran saber.

—Los esperaré afuera— salió de la asfixiante habitación, incapaz de soportar el llanto ahogado del hombre y las miradas de complicidad que los Guardias le ofrecían.

Necesitaba aire, escapar, aunque fuera un segundo de sus propias decisiones que cada día lo arrastraban más profundo a un abismo del que nunca podría escapar.

Notas finales:

He estado pensando y en la mayoría de las historias cuando quieren iniciar una Revolución o algo así, los personajes principales ya llegan cuando todo esta formado, pero iniciar todo de cero es mucho más complicado de lo que pensé.

Bueno, gracias por leer, saludos…


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