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LA BESTIA por Artemisa Fowl

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CAPÍTULO 9

Zwein se despertó con el cuerpo entumecido, sentía como si un caballo o automóvil lo hubiera atropellado, le dolían los músculos y articulaciones. Hacía al menos siete años que no dormía en un piso duro, amaba las superficies suaves y mullidas de una cama.

Se levantó del rincón en donde estaba acostado, observó a su familiar enterrado en una montaña de mantas. Zwein odiaba el frío; desde que su padre lo expulsó de su casa sin importar en donde se encontrara, siempre sentía que se congelaba. Esperaba que la comida y el calor hicieran sentir mejor a su familiar. Su propia magia se estaba agotando, lo necesitaría si quería enfrentarse a su padre y hermanos. Las bestias humanas, incluso las más poderosas, comparados con las Bestias más débiles, tan sólo contaban con una décima parte de su poder.

Escuchó el timbre sonar insistentemente.

Debía tratarse de su maestra, probablemente ya le hubieran llegado las noticias de su más reciente adquisición. Por un momento pensó en ignorarla, más luego recordó que necesitaría su ayuda. Muchos de los magos especialistas en curaciones no aceptarían su dinero a menos que Zenda interviniera. Atravesó las habitaciones de su elegante departamento, el decorado, los cuadros, los muebles, la alfombra, los azulejos, todo le molestaban, habría sido terriblemente feliz agarrando un mazo y destruyéndolo todo hasta hacerlo polvo. Su casa, sus pertenencias, hasta su ropa fueron un regalo de su maestra el día en que aprobó el examen de mago ante el gremio. La única parte que a él se le permitió decorar fue la habitación donde dormía, austera, simple, gris y donde pasaba la mayor parte del tiempo.

Abrió la puerta encontrándose con su Maestra elegantemente ataviada con un vestido azul de volantes, detrás de ella su familiar, Darío, una bestia humana que la seguía a todos lados, a la que jamás se le ocurriría desobedecer a la mujer que adoraba ni siquiera en el pensamiento.

La bofetada sin preludio, fuerte y directa que Zwein recibió de su Maestra apenas la miró a los ojos resonó en el silencio del pasillo vacío, no le dolió, ni siquiera le molestó; en realidad ni siquiera le tomó por sorpresa; aunque suaves y rápidos, casi indoloros, su Maestra era una firme creyente en los correctivos físicos para mantener a las bestias bajo control y por muchos logros que conquistará él jamás dejaría de ser una Bestia.

— ¡Me desobedeciste! — advirtió alzándose sobre sus tacones. Su voz chillona que generalmente modulaba con elegancia le taladraba los oídos cuando la escuchaba—. Te advertí que no tomarás a ningún vampiro u hombre lobo y es lo primero que haces.

Zwein se encogió de hombros, bajó la cabeza y recibió con gusto la sonrisa que Darío le lanzó sin que su Maestro lo viera.

Tarde o temprano a Zenda se le acabaría el aire, se cansaría de gritar, se encogería de hombros y pasaría a hablar de temas más prácticos.

Su maestra era una mujer que predicaba las bondades de mantener la calma, intentaba seguirlas con todo su ser y creía hacerlo, pero al igual que muchos mortales llegaba un punto en que simple y llanamente enloquecía. Sólo debían dejarla ser y volvería a la normalidad. Zwein no la culpaba, Zenda luchaba contra cosas que no comprendía e intentaba erigirse en jueza absoluta de la verdad, pero ella jamás había experimentado en carne propia la tortura y el desprecio de aquellos que debían protegerla.

Zwein le agradecía lo que había hecho por él, sin embargo, no la odiaba ni amaba.

—Lo devolveremos— finalizó tras su larga perorata su maestra—. Tengo suficientes contactos en La Academia como para que acepten cambiarlo por cualquier otro familiar que elijas. Prepáralo Zwein, nos marchamos en media hora o cuando lo tengas listo.

Recordó lo hermosa que le había parecido la primera vez que la conoció, con su vestido dorado, su diadema de diamantes, su cabello castaño. Casi como una Diosa y lo inmundo e insignificante que él se había sentido a sus pies, rodeado de cerdos, peor que una mota de polvo, sabiendo que le faltaba muy poco para morir. Lo extraño que fue cuando al otro día, la misma extraordinaria dama lo tomó de la mano, le sacó de ese lugar y le explicó que ella sería su maestra y él su familiar. Él comprendió que nunca serían iguales, jamás podría mirarle al rostro, hablarle o respirar en su presencia sin sentir vergüenza. Ella sabría quien era y de donde venía, lo repulsivo y antinatural de su mera existencia. No obstante, esa preciosa mujer lo baño, le vistió, lo alimentó y durante un año no le pidió nada, sólo le recordó como volver a convertirse en  un ser  humano nuevamente. Zwein jamás le desobedeció, ni con la mirada. Hasta ahora. Si en ese instante alguien le hubiera preguntado porque lo hacía, él habría respondido que no lo sabía.

—No— afirmó con fuerza.

— ¿Qué dices?

—No lo haré. El vampiro…Aysel se queda conmigo. Lo necesito.

—No estás preparado para un vampiro. Eres poderoso, pero joven. Te destruirá— replicó con frialdad Zenda.

—No queda en mi nada que destruir.

Zenda le lanzó una mirada desafiante primero, incrédula después, triste al final, giró sobre sus talones y abandonó el departamento sin agregar más.

 

 


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