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Una noche sin final por mei yuuki

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     Ese día recalaron en el puerto del reino de Sindria varias naves procedentes de distintas partes del mundo, evento cotidiano en la isla dada la habitual afluencia de turistas y su economía basada en el intercambio comercial con otras naciones; además del arribo de personas que por una u otra razón buscaban asilarse en su territorio. El sol lanzaba sus rayos con la intensidad esperable de un día estival sobre las aguas límpidas, y Judar observaba bostezando la ajetreada escena que le tocaba contemplar por sugerencia de Sinbad.

     «¿Por qué no vas con Ja´far mañana a recibir a los visitantes? Te aburrirás menos que estando aquí sin hacer nada». Aunque le resultaba tedioso por una infinidad de razones, acabó aceptando a regañadientes. El hecho de que se lo pidiera mientras le besaba el cuello influyó bastante en su pronta rendición, en esas circunstancias era probable que aquel hombre pudiera disuadirle de casi cualquier cosa si se lo proponía. Y ahora tenía que afrontar el arrepentimiento de esa tonta decisión por ser tan débil ante él desde que se volvieran amantes. Cambió de posición sobre la alfombra voladora que montaba a poca altura del suelo, mascullando en voz baja algo en su contra.

     Ja´far apenas le dedicó un vistazo antes de dar la bienvenida en nombre del Rey a las personas que descendieron de un barco pequeño que no parecía pertenecer a turistas acaudalados. Sus humildes ropas y el gran número de rostros abatidos entre sus filas reforzaban el aspecto de desamparo que exhibían en general.

     ―No es necesario que hagas ni digas nada, francamente no sé por qué Sin te hizo venir ―le habló en tono contenido en tanto el deprimente grupo terminaba de desembarcar―. Aunque sería preferible que bajaras de allí, llamas demasiado la atención.

     ―¿Y eso qué? ―inquirió el magi, mosqueado. Concordaba con el secretario en que tampoco comprendía el interés de Sinbad por verle involucrado en esas estúpidas actividades, pero como la mayoría del tiempo, su actitud le sacaba de quicio.  

     ―Estas personas son refugiados que han perdido todo lo que tienen en las peores circunstancias ―explicó procurando bajar aún más la voz, Judar tuvo que inclinarse hacia abajo para conseguir escucharle―, es mejor no hacer nada que pueda intimidarlos.

     Ja´far puso fin a la conversación tras esta frase. Volvió la vista al frente y se ocupó de su deber con la amabilidad y diplomacia que le caracterizaban, mientras Judar se alejaba raudo del foco de atención. Le provocaba nauseas semejante verborrea cursi que enaltecía la solidaridad y el mutuo entendimiento; apenas soportaba a Sinbad cuando empezaba con ese discurso y no estaba dispuesto a tolerar también el de su subalterno de poca monta. Permanecería acostado sobre su alfombra al amparo de un árbol, sin prestar atención hasta que todo acabara.

     ―¿Por qué se empeña tanto en mezclarse con estos perdedores? ―le preguntó a la nada con apatía. Descendió de la alfombra y apoyó los pies sobre el suelo de arena. Un sujeto tan excepcional como Sinbad podría hacer y obtener lo que deseara al instante. Con su poder sería más que factible aniquilar a quien fuera que se atreviera a desafiarlo y así expandir su territorio hasta que el mundo le perteneciera, no obstante prefería pasarse la vida dando refugio a exiliados y extendiendo acuerdos diplomáticos. Su proceder escapaba a su comprensión. Aunque si no fuese como es quizás no le habría sacado de aquel basurero y ahora no estaría allí como su magi.

      Se escabulló del puerto sin que Ja´far, quien seguía atareado y en esos momentos intercambiaba palabras con un par de oficiales de la guardia, se percatara de su ausencia. De cualquier forma su presencia allí era totalmente irrelevante e incluso molesta, según le dio a entender el hombre de cabellos blancos. Más tarde le transmitiría sus quejas en persona al idiota que planteó la idea. No había dado más que unos cuantos pasos por la calle aledaña al embarcadero cuando una perturbación a su izquierda seguida de un grito ahogado reclamó su atención. Se detuvo por un instante y miró por encima del hombro, algo extrañado.

     El rukh procedente de la joven pareja que le enfrentaba con semblantes contorsionados por la ira y el pánico era impuro en comparación al del resto de los transeúntes que llenaban la amplia calle. No era negro aún, pero estaba cerca de serlo. Judar estuvo seguro de no haberles visto en su vida, pero el aura que irradiaban casi le trajo recuerdos de sus tiempos al servicio de Al Thamen. Ah. Un presentimiento espantoso emergió desde el fondo de su pecho, fue como si una araña inmunda trepase por su tráquea.

     La mujer se soltó del brazo de su compañero y le señaló al tiempo en que se esforzaba por hablar, pese al temblor que le recorría el cuerpo de punta a punta.

     ―… ¡Tú! ¡Eres tú el que arrasó nuestra villa junto al ejército y a esos hombres con los rostros tapados! ―acusó, sus oscuros ojos entornados fijos en el petrificado Judar. Ropas sencillas y gastadas, equipaje justo y apenas necesario; eran parte del grupo de refugiados al que Sinbad, en su desmedida benevolencia, acababa de consentir dar asilo ―¡¿P-Por qué estás aquí?!

     ―Ustedes asesinaron a nuestras familias ―la secundó el hombre a su lado con la voz cargada de resentimiento, sin darle tiempo a decir nada―, ¿y ahora planean hacer lo mismo acá?

     Era cuestión de tiempo para que causaran un revuelo si continuaban increpándole de ese modo en mitad de la calle; de hecho, el magi oscuro ya podía advertir cómo unas cuantas miradas curiosas se le clavaban en la nuca y en el rostro. Su mundo y todo lo erigido sobre él se tambaleaban a un paso del caos. Por culpa de una insignificancia otra vez iba a ser despojado de todo. Cuando por fin había llegado tan lejos en su empresa, y de la manera correcta a ojos del resto.

     ―Cierra esa puta boca ―espetó con tono glacial. Dio un paso al frente, el rukh negro se convulsionaba ominoso a su alrededor, aguardando sus órdenes. Una esfera de magoi amenazó con materializarse en su mano, ante los ojos de la aterrada pareja. Para entonces sus rostros habían perdido cualquier rastro de color, incapaces de mantenerse compuestos delante de su mirada súbitamente turbia.

     Judar examinó ambos lados de la calle. No detectó signos de que hubiesen llamado la atención de forma irremediable aún. Se dirigió otra vez al par de individuos que tenía enfrente, y ellos por su parte retrocedieron por acto reflejo antes de siquiera escucharle hablar.

     ―Los mataré aquí y ahora.

 

      •••••

 

     Les arrastró hacia el solitario fondo de una callejuela próxima al mercado, no muy lejos de donde los encontró. Tuvo que amenazarles con exterminar al resto de las personas que habían arribado ese día a la isla junto a ellos, para evitar que empezaran a gritar. Quizás por el hecho de que ya habían atestiguado el tipo de cosas que solía hacer sin titubear, no intentaron resistirse y le siguieron con pasmosa resignación. O tal vez porque eran demasiado jóvenes y no tenían nada a lo que aferrarse, ninguna cosa les quedaba por la que luchar para vivir. Lástima para ellos que en cambio él sí tuviese demasiado que perder en esta ocasión. Estaba dispuesto a todo con tal de conservar su posición en el reino de Sindria, al lado de Sinbad.

     ―¡Detente! ―Suplicó aquella menuda mujer de cabello negro, desesperada. Corrió hacia su acompañante caído luego de que con un ligero movimiento de su varita, Judar lo estampara contra el muro. El golpe lo había dejado al borde de la inconsciencia― ¡No más, por favor! ¿Qué quieres de nosotros? ¡Ya se lo han llevado todo!

     El eco de su llanto rebotó entre las paredes, perdiéndose en el barullo lejano del exterior. Era tan fácil terminar con todo ahí mismo, asesinarlos y con ello el problema estaría resuelto, las historias de su vida anterior no llegarían a oídos de nadie en el palacio y no sería cuestionado debido a ellas. Sinbad no le rechazaría por haber formado parte de la organización que despreciaba casi tanto como amaba todo lo que había construido, por cometer actos como este.

      El aire se enfrió a su alrededor y a su espalda afilados carámbanos de hielo tomaron forma. Fluctuando en el aire todavía a medio solidificar, sus extremos apuntaron hacia la pared del fondo, donde el muchacho y la chica permanecían apostados sin esperanza alguna de escape. Empuñando la vara con firmeza, Judar preguntó, de pronto dubitativo:

     ―¿Todos… Todos los demás provienen del mismo lugar que ustedes? ¡Responde, mujer!  

     Ella negó, frenética y sobresaltada por su tono demandante, sin dejar de sollozar.

     ―Somos de distintos lugares, nosotros nos unimos a ellos porque oímos que el Rey Sinbad aceptada todos por igual y…

     Chasqueó la lengua, interrumpiéndola. Era todo lo que necesitaba saber, aunque eso realmente no podía asegurarle que no hubiesen más tipos deambulando por las calles de Sindria que pudieran reconocerlo a raíz de una experiencia similar. Y todo gracias a las jodidas políticas sociales de su Rey. Debería haber anticipado que algo así podría surgir de aquel disparate.  

     Tras su orden, los helados proyectiles volaron a toda velocidad. A su paso el aire siseó, y en menos de dos segundos se encajaron inclementes contra el muro de adobe, levantando una densa nube de polvo. Si no cedió por completo se debió a que estaba respaldado desde el otro lado por una sólida muralla de piedra, perteneciente a una construcción contigua.

     ―Dejarán este país en el primer barco que zarpe ―les ordenó a ambos jóvenes que, milagrosamente ilesos y conmocionados, le escuchaban entre toses―; de lo contrario antes de matarles me aseguraré de hacerles pasar por un calvario que ni imaginan, y será lo mismo para el resto de la escoria que llegó hoy. Tampoco le dirán a nadie sobre mí, ¿entendido? O donde sea que vayan les encontraré.

     Se marchó de ahí volando, de manera literal, después de escucharles asentir en apenas unos murmullos temerosos. No se detuvo hasta alcanzar una altura considerable, y entonces desde lo alto echó un vistazo sobre la ciudad. Bien podría haber sido descubierto por Ja´far y habría sido su fin; sería imposible evitar que se lo dijese a Sinbad a no ser que se deshiciera de él, y aunque la idea de hacerlo no le generaba conflicto, un paso en falso y también estaría cavando su propia fosa. Eso sin tener en cuenta que la situación podía repetirse en caso de que alguien más le reconociera, y que todavía debía asegurarse de que esos dos en verdad abandonaran la isla. Tal parecía que hiciese lo que hiciese nunca podría librarse de la amenaza ligada a su antigua vida, que como una guillotina, se cernía sobre su cuello. El inexorable flujo no iba a consentir que un ser profano como él escapara exento de castigo, y sin embargo no le importaba en lo más mínimo ésa absurda justicia. La rechazaba y e iba combatirla hasta su último respiro.

 

     •••••

 

     Judar no se equivocó en suponer que Ja´far no se percataría de que se había esfumado del lugar: el diligente hombre no se acordó de él hasta que terminó de encargarse de supervisar el recibimiento de los recién llegados, cuando tocaba regresar al palacio y dar cuentas a Sinbad. Le traería sin cuidado lo que hiciera el escurridizo magi sino fuera porque cualquier desliz que cometiera sería su responsabilidad; aun así tuvo que rendirse en su búsqueda después de no avistarlo por los alrededores del puerto. Conociéndole deducía que para entonces ya habría volado a algún sitio fuera de su alcance.

     ―Puede regresar por su cuenta, de todas formas ―se dijo, aunque sería mentira afirmar que le aliviaba. Judar era para él motivo persistente de preocupación y stress desde que a su señor se le ocurriera acogerlo en el palacio como uno más de los suyos. Comprendía sus razones detrás de esta decisión y no lo cuestionaba, sus poderes y valía como magi no dejaban lugar a discusión respecto a lo útil que podía llegar a ser para el reino, y no obstante, su personalidad se contraponía con todos los beneficios que podía llegar a representar tenerlo como parte de su casa. Yendo quizás demasiado lejos, de manera instintiva era incapaz de confiar en él incluso después de todo el tiempo transcurrido desde que le conociera; asimismo intuía que Sinbad tampoco depositaba en él demasiada confianza, incluso cuando no se lo había dicho con esas palabras. Percibía un dejo de inquietud cada vez que estaba cerca del joven, un presagio nefasto que nunca llegaba a disiparse ni a –todavía– consumarse. Y es por eso que era en extremo cauteloso con él.

     Antes de que se marchase junto a la escolta que le acompañaba, ocurrió algo que le retuvo por unos momentos más. Delante de él pasaron dos personas que reconoció como parte del grupo de exiliados con los que antes se reunió, retornaban al embarcadero con inusitada prisa; al extremo de por poco tropezar con quien se les cruzara. Retrocedió un paso para evitar chocar con ellos, y les siguió con la mirada hasta que se detuvieron frente al oficial encargado del embarque y desembarque de los barcos de mercancías atracados. Entornó los ojos, no dudo en acercarse a ver qué era lo que estaba sucediendo.

     ―¿Hay algún problema? ―preguntó. Por lo que había alcanzado a oír de la conversación ya tenía una ligera idea, aunque no imaginaba el porqué. A su intervención, tanto el hombre como la mujer se callaron de súbito.

     ―Señor Ja´far ―el oficial se dirigió hacia él―, estas personas dicen querer irse en el siguiente barco que zarpe con destino a Reim o Balbadd, aunque acaban de llegar hoy. Les he dicho que el siguiente barco de pasajeros no zarpará hasta mañana antes del mediodía, pero insisten en querer marcharse lo más pronto posible incluso si es en el mismo que les trajo.

     Confuso por lo que se le decía, de nuevo los observó. Temerosos, ambos desviaron la mirada rehuyendo su escrutinio.

     ―¿Por qué desean irse tan de repente? ―inquirió viéndoles de forma alternada― Ya se les informó que se les proveerá de una vivienda temporal hasta-

―Ya lo sabemos ―le cortó levantando la voz el joven que no tendría más de veinte años o quizás un poco menos. Pese a su ímpetu inicial, pareció dudar. Apretó la mano de su compañera y continuó, con la mirada baja, visiblemente nervioso―, pero no podemos quedarnos… Agradecemos a su majestad el Rey Sinbad por recibirnos y lamentamos las molestias, nos iremos mañana si es que no hay alternativas para hacerlo hoy.

     Algo no iba bien. No era normal que un par de exiliados quisieran marcharse el mismo día en que llegaron, después de un viaje tan largo como el que acababan de tener. No podía recordar que hubiese ocurrido nunca una situación similar, eso sin agregar la actitud sospechosa que manifestaban. No era la usual renuencia por el hecho de hallarse en un país desconocido; Ja´far tuvo la inequívoca suposición de que algo se estaba fraguando justo ahí, delante de sus ojos.

     Siendo así, no podía quedarse sin hacer nada al respecto.

     ―Debo insistir, ¿pasó alguna cosa que les haya hecho querer abandonar Sindria? ―presionó. Solo obtuvo silencio y un breve intercambio de miradas, un instante de duda que le daba una posibilidad―. No tienen que decírmelo si no quieren hacerlo, pero pueden tener una audiencia con su majestad y contarle directamente. Sea cual sea el problema, si está en su poder les aseguro que hará lo posible por ayudar.

     Vislumbró en sus miradas la lucha interna que compartían, la sombra del miedo les impedía aceptar su propuesta. Ja´far volvió a insistir antes de que pudieran negarse de nuevo.

     ―No tienen nada que temer, aquí no serán perseguidos por nadie. Pero si de todos modos quieren irse, pueden hacerlo mañana por la tarde, después de la audiencia.

     ―De acuerdo ―dijo de pronto la mujer, dejando estupefacto al joven a su lado―, nos reuniremos con el Rey Sinbad.

     ―¡Sabes que si hacemos eso, entonces… ! ―le reclamó el muchacho, alterado, intentando hacerla entrar en razón y cambiar de parecer.

     ―¿Y qué más da? Después de esto no tenemos ninguna oportunidad, de todas formas.

     Les hizo saber que era ésa era le decisión correcta y se despidió después de indicarles que se presentaran a la mañana siguiente en el palacio para reunirse con el Rey. Los siguió con la mirada por un tiempo, incapaz de desprenderse aquella incomodidad de encima, la sensación de que algo se le escapaba. Al día siguiente la situación se aclararía, y de ocurrir alguna eventualidad, se encargarían de ella.

     Judar eligió ese preciso momento para aparecer. Levitando, descendió desde la alta copa de un árbol tomándole por sorpresa. Para entonces había dejado atrás el puerto y al par de jóvenes hacía varios metros y ya no se les avistaba. Estaba a punto de abordar el carruaje devuelta al palacio.

     ―¿Volverás también? ―preguntó con la mano sobre la puerta, aunque tal como pensó que haría, el magi se rehusó. Pasó de largo sin decirle nada más, tenía el ceño contraído y la boca torcida, como si estuviese mirando algo que le causara un intenso malestar― Oye, ¿Judar? ―le llamó, extrañado por ese cambio tan repentino.

     ―Dile que después lo veré.

     ―¿Ah?

     Luego de decirle eso echó a andar entre la muchedumbre, su larga trenza la última en desaparecer por completo.

 

     •••••

 

     Se había equivocado de modo rotundo al dejarlos vivir, y ni siquiera sabía por qué se los permitió. Ahora estaba de nuevo en aprietos por culpa de ese absurdo momento de misericordia; si los asesinaba estaba seguro de que el entrometido de Ja´far sería capaz de investigar el asunto a fondo, e incluso aunque no pudiera relacionarlo con aquel miserable par, estaría más alerta respecto a lo que sucediese a su alrededor de lo que ya solía estar. Su desconfianza engendraría más sospecha y esta podría transmitírsela a Sinbad. No podía lidiar con ello mientras se cuidaba de no ser descubierto por extranjeros, tarde o temprano se le iría de las manos.

     Se masajeó el rostro en medio de la oscuridad, contemplando entre sus palmas la derrota venidera que por la mañana le alcanzaría si es que no hacía algo para torcer la situación. Lo suyo no era urdir enrevesados planes ni preocuparse de las consecuencias, sino otorgar el poder necesario para llevarlos a cabo y asegurar la victoria. Ojalá tan sólo pudiera eliminar todos aquellos malditos obstáculos con la magia del rukh.

     De repente sintió que le acariciaban la espalda desnuda. Enredándose entre las espesas hebras de cabello suelto, los dedos de aquel hombre subieron con lentitud hasta su blanquísimo hombro. Se forzó a dejar a un lado tales ideas pesimistas.

     ―¿Qué te impide dormir? ―Oyó que le preguntaba Sinbad con voz somnolienta― Es la primera vez que te veo pasar la noche en vela.

     ―Apenas si me estás viendo ―se burló, girándose hacia él. En efecto, la claridad que precedía al alba irrumpía débilmente en la habitación, dejando su expresión ensombrecida.

     ―Lo suficiente, el resto lo imagino. ―Sin levantarse, tomó un mechón de su cabello.

     ―Tuve una pesadilla ―agregó el magi. Se recostó sobre su pecho, recargando la mejilla sobre sus manos juntas.

     ―¿Acerca de qué? ―con suavidad, el Rey comenzó a tallarle la coronilla. Judar cerró los ojos antes de hablar.

     ―El fin de todo, llegando a mí de la nada ―explicó con abstracción. Estiró las piernas entre las sábanas revueltas, hundiéndose en un reconfortante sopor―. Y no puedo escapar por mucho que lo intente.

     Sinbad meditó sus palabras antes de contestarle. Descansó el brazo alrededor de su cintura.

     ―Si no puedes huir, ¿no es mejor enfrentarlo? Siempre podría venir algo bueno después de eso.

     ―O algo mucho peor. ―Sonrió, aunque en el fondo no pudo evitar concordar con él. Quizás todavía quedaba una alternativa que pudiera tomar.

 

     •••••

 

     Como habían acordado la tarde anterior, por la mañana se presentaron en el palacio los dos forasteros que se suponía iban a asilarse en Sindria. Tendrían una audiencia con el Rey y le explicarían las razones tras la decisión repentina de abandonar la isla, pensaban revelarle la verdad sobre aquella terrible criatura con la que se habían cruzado en sus tierras; no pretendían guardarse nada. Con este propósito, fueron conducidos por guardias hasta un vestíbulo en uno de los edificios, y después de un breve lapso les hicieron pasar a través de unas enormes puertas dobles, encontrándose con el espacioso salón en el que solía recibirse a los visitantes. Al fondo del mismo el monarca les aguardaba desde su trono, y cerca de él se encontraba el joven que portaba una kuffiya alque poco antes habían conocido. El llamado Rey de los siete mares era joven y de atractivo aspecto, tal como habían llegado a saber por medio de los rumores que corrían sobre él. Se aproximaron por la alfombra de un color rojo contrastante con las blancas paredes de mármol hasta situarse delante de él, y después de darle una respetuosa reverencia e intercambiar los saludos correspondientes, Sinbad empezó a hablar.

     ―Ya se me ha informado acerca de lo que sucedió ayer, pero me temo que yo tampoco lo comprendo ―hizo una pausa y les miró con mayor atención―. Ustedes forman parte del grupo de personas que admití recientemente en mi país dadas sus circunstancias atenuantes, ¿por qué motivo cambiaron de parecer al llegar hasta aquí?

     Con palpable nerviosismo, el hombre comenzó a hablar.

     ―Su majestad, ayer después de que salimos del puerto, nosotros… –levantó la mirada hacia él, y en ese instante preciso toda la determinación acumulada se desvaneció de su cuerpo, como ahuyentada por la fuerza de un huracán. Su mandíbula se trabó y sus ojos parecieron estar por salírsele de las cuencas.

      El mismo muchacho de vestimentas negras que había estado a punto de asesinarles hace menos de un día, el causante de la destrucción de su pueblo, abandonaba la sombra de una columna cercana, y sin prestarles atención, caminaba con soltura hasta apostarse en el flanco derecho del Rey Sinbad. Se apoyó de forma superficial contra el respaldo del trono, desde donde les contempló con sus diabólicos ojos escarlata. El pavor que les inspiró ese delicado rostro fue tal, que por un momento olvidaron incluso el lugar en el que se encontraban y lo que pensaban hacer ahí.

     Su cambio no pasó desapercibido por Sinbad, así como tampoco lo fue para Ja´far que con atención observaba la escena desde su izquierda.

     ―¿Qué ocurre? ―Inquirió al ver que el hombre ya no continuaba con su explicación y la joven a su lado tampoco parecía dispuesta a decir algo.

     ―Tal vez se mordió la lengua ―intervino el chico a su lado, cruzando los brazos sobre el pecho. Los brazaletes que portaba se agitaron con el ademán, emitiendo destellos que les hicieron estremecer por los recuerdos suscitados.

     ―Él… ¿Por qué? ―balbuceó la mujer, refiriéndose al hombre junto al Rey― No lo entiendo.

     ―¿Se refiere a Judar, señorita? ―dijo Sinbad, volviendo la vista hacia el muchacho cuyo brazo casi le rozaba― Él es mi magi. No se preocupen por él, suele estar presente en estas ocasiones, aunque no sea ése su verdadero deber.

     ―Si involucra a este reino también me involucra a mí, ¿no? ―añadió el recién mencionado de forma retórica, sin quitarles la vista de encima. El verdadero significado de la sonrisa que reveló solo fue percibido por sus dos indefensos espectadores.

     ―Entonces, por favor continúe con lo que estaba diciéndome hace un momento ―volvió a insistirles el Rey.

     Sobrecogidos por la explicación que les dio respecto a la presencia de Judar, fueron incapaces de soltar palabra. Como si una energía monstruosa les aplastase contra la alfombra, enfrentaron la horrorosa verdad de que habían caído de bruces en una trampa al acudir a ese sitio. Eran como ratas dentro de un pozo de serpientes, a punto de ser devoradas vivas.

     ―Nosotros… Nos equivocamos ―se rectificó el joven, el sudor frío deslizándose por su frente mientras procuraba fijar la vista en cualquier lugar lejos del demonio instigador. Notaba la garganta cerrársele aun cuando el Rey todavía no ordenaba su muerte―, no debimos venir en primer lugar. ―Tragó saliva, sus palabras sonaban demasiado altas e inseguras dentro del salón sumido en el silencio―. Nada sucedió entonces, pero no podemos quedarnos aquí. Iremos a otro lugar más cercano a nuestro país de origen.

     ―Queremos volver un día a nuestro hogar, aunque por ahora sea imposible ―dijo a su vez la muchacha, intentando sonar convincente a oídos del Rey. Pero dada la forma en que los observaba, no parecía ser este el caso.

     ―¿Están seguro de esto? Si hay algo más que quieran agregar, les aseguro que no saldrá de estas paredes.

     ―Lo estamos, su majestad. No hay nada que nos quede por decir ―retomó la palabra con mayor decisión el joven, deseando salir de allí cuanto antes posible―. Lamentamos mucho haberle hecho perder su tiempo con todo esto, y ruego que nos disculpe, pero deseamos marcharnos en el barco que saldrá hoy al mediodía. Ha hecho mucho por nosotros y siempre se lo agradeceremos, pero debemos irnos.

     Con una expresión circunspecta que no dejaba entrever nada, Sinbad dio fin a la reunión.

     ―Está bien, pueden retirarse, pero si es que alguna vez cambian de parecer y desean volver, este país estará abierto a recibirlos.

     Dejaron el recinto luego de recibir su permiso, desde su ubicación Judar observó con satisfacción cómo desaparecían más allá de las puertas; la premura que llevaban le hizo pensar que temían que alguien fuera en su persecución en caso de no darse prisa. Y no estaban demasiado equivocados, comprobaría con sus propios ojos que dejasen la isla, y si no lo hacían les hundiría en lo profundo del océano donde nadie les encontraría jamás. O tal vez lo hiciese de todas maneras antes de que pudieran abordar el barco, solo para cerciorarse de que nada más fuese a ocurrir.

     ―Es obvio que algo estaban ocultando, no debiste dejarles ir tan pronto ―manifestó Ja´far con disconformidad, rompiendo la quietud la del momento.

     ―Es muy probable, pero no podía retenerles contra su voluntad ni hacer de esta reunión un interrogatorio ―reconoció Sinbad―, más si no tenemos la certeza de que tuviese que ver con Sindria.

     ―Es cierto, pero…

     El magi quiso rodar los ojos ante las reservas de Ja´far. Era una verdadera lástima que no pudiese deshacerse también de él, sería mucho más fácil persuadir a Sinbad de que considerase sus planes si no tuviese pegado sobre sí a aquel tipo como si fuera su sombra. Era un maldito dolor en el trasero.

     ―¿Por qué le dan tanta importancia a esos idiotas? Es mejor que se hayan ido ―dijo Judar, dirigiéndose sobre todo al monarca―, ni siquiera apreciaron tu buena voluntad. No merecen que les des atención.

     ―Bueno, no podemos hacer más que dejar el tema por ahora ―concluyó el rey con resignación, apoyando el rostro sobre su mano cerrada.

     Sintió la mirada reprobatoria de Ja´far sobre sí, pero ni siquiera le miró. Todo había salido a su favor, y el resto carecía de importancia. Enfrentar a sus oponentes, tan débiles que fueron abatidos por su mera presencia, fue una medida desesperada que no creyó que en realidad fuese a funcionar. Había estado preparándose para lanzarlo todo por la borda y atenerse a los resultados; le alivió de manera inconmensurable que no sucediese así.

 

     •••••

 

    Los días siguientes los pasó en calma, si bien intentaba evadir la preocupación que había anidado en su interior a raíz del incidente. No estaba dispuesto a vivir con el miedo de ser encontrado, le exasperaba la idea, además tenía otros asuntos más trascendentales a los que dedicarse en lugar de sumergirse en la paranoia.

     ―¿En serio no me pedirás que haga nada? ―La pregunta se le escapó en una oportunidad en que se encontraban a solas junto a uno de los balcones que daban hacia los jardines del palacio. Le hacía compañía en uno de los descansos que se tomaba Sinbad de sus aburridos deberes administrativos.

     ―Quizás no estaría mal intentar algunas cosas nuevas ―le dijo el Rey, pensativo. Le dirigió una larga mirada que dejó en claro los derroteros que tomaron sus pensamientos con esa pregunta.

     ―No me refiero a esa clase de cosas, Rey estúpido y pervertido. ―Le dio la espalda al paisaje y se apoyó contra la balaustrada, las mejillas momentáneamente teñidas de rubor. ―Hablo de cosas que solo yo puedo hacer. ―Hizo una pausa, dudando entre decir o no lo siguiente. ―Utilizar mi poder de magi y acabar con ese grupo que antes me mencionaste, Al Thamen, por ejemplo.

     Sinbad lo miró con fijeza por unos instantes. Aún sin responderle, invadió su espacio personal y tomó su mentón para girarlo hacia él.

     ―¿Qué haces? ―preguntó Judar, entornando los ojos.

     ―Es de esas raras ocasiones en que pones una expresión tan seria sin estar enfadado ni aburrido ―comentó con una sonrisa interesada―, en verdad debes haber estado pensado en esto.

     ―¡Claro que lo he hecho! ―Volvió el rostro, despectivo― Y es que estoy hablando en serio, quiero saber si planeas hacer algo así.

     ―No es tan fácil, no son un enemigo al que puedas enfrentar tú solo directamente y vencer. No es lo que estás imaginando.

     ―¿Ahora me subestimas? ―Aunque sabía eso mejor que nadie; la experiencia de haber fracasado seguía fresca en su memoria.

     ―No es eso, Judar ―suspiró y desvió la vista de nuevo al exterior―. Les derrotaremos a largo plazo, pero no podemos enfrascarnos en una guerra cualquiera porque ahí es donde radica su trampa. El caos solo engendra más caos y eso es lo que buscan. Seguir adelante y fortalecernos hasta que aparezca la oportunidad es la mejor alternativa, ya te lo he dicho.

     Era la convicción reflejada en sus ojos y que se translucía en su voz la que derrumbaba los argumentos de Judar, impidiéndole siempre llegar más allá de ese punto en sus conversaciones. Al inicio solía irritarle hasta sacarle de quicio, pero con el tiempo y mientras se volvía más unido a él esa ira primigenia comenzó a desvanecerse. Y ahora solo hacía vacilar su corazón y le infundía una tristeza apabullante de la cual ignoraba su origen.

     ―¿Cómo puedes pensar así? ¿No se supone que los odias tanto como para querer aplastarlos y verlos muertos más que a nada? ―espetó, apretando los dientes y levantando cada vez más la voz sin percatarse― ¡No lo entiendo, Sinbad! No te entiendo a ti.

     Alterado como estaba, vio sonreír al otro hombre con pesadumbre luego de que la sorpresa se diluyera de su rostro. Soltó un bufido y miró hacia los hermosos jardines del palacio, buscando una escapatoria.

     ―Hay cosas mucho más importantes para mí que el rencor personal que pueda guardarles. ―le tomó por la cintura y le hizo volverse otra vez. ―Mi país, mi gente, y eso te incluye a ti también. Tú y todas esas cosas son irremplazables, antes que cualquier venganza.

     Judar inspiró hondo, la cabeza gacha y los hombros caídos en señal de derrota. Sus manos vueltas puños sobre el pecho contrario. No podía asimilar el peso de sus palabras, lo que le hacían sentir. Un remolino de necesidad y desesperación le embargaba, se le empañaron los ojos hasta que debió refugiarse en el interior de sus párpados. Era probable que Sinbad sintiera lástima por él, una lástima inmerecida y trágica que le llevaba a sostenerle después de conducirle hasta la linde entre la dicha y el caos. Quizás no le dejara caer pero tampoco le permitía huir.

     El Rey tuvo el doloroso gesto de besarle la frente. En sus brazos Judar se sintió empequeñecido.

 

     •••••

 

     Desde la gruesa rama de un árbol, envió al suelo con indolencia un fruto a medio comer. Todavía se sentía considerablemente abrumado, tanto que le inhibía el apetito. Con intenciones de olvidarse de su reciente conversación con el monarca, se había retirado hasta el límite del bosque, lejos de la ciudad y por ende también de su exorbitante y ruidosa concentración de rukh. De nuevo se escondía como el fugitivo que era en realidad; pensarlo le sonsacaba una sonrisa cínica. Si no existiese riesgo, dejaría también la isla. Pero fuera de aquella barrera podría ser detectado por algún miembro de la organización y Gyokuen se enteraría de que estaba residiendo en Sindria, lo que resultaría catastrófico desde donde se le viera. Solo imaginárselo le causó un escalofrío.

    Lo cierto es que a pesar de lo que había dicho, Judar todavía no se encontraba preparado para tener otro encontronazo con ella, contase o no con el apoyo de Sinbad en el hipotético caso de que se produjera dentro de poco. La escasez de rukh negro en el país le limitaría durante un enfrentamiento, y la vida misma allí le invitaba a dormirse en los laureles. A veces todavía creía estar inmerso dentro de una frágil ilusión.

     Una fuerte brisa se levantó de improviso, removiendo las hojas sobre su campo de visión. Esto por sí solo no fue lo que le instó a incorporarse de un saltó y a bajar a toda velocidad, escrutando el verde manto de vegetación a su alrededor además del cielo, sino la forma en que el rukh se arremolinó como si hubiese sido convocado mediante la intervención de alguien. Era tal cual había imaginado; al cabo de unos momentos le localizó suspendido en el aire, cerca de uno de los árboles de mayor altura.

     ―Pretendía observarte un poco más, pero ya que me has encontrado… ―dejó la frase inconclusa. El intruso vestía un traje verde que con facilidad le ayudaría a pasar inadvertido en un bosque como ése de haberlo intentado en serio; usaba un sombrero de igual color bajo el cual resbalaba por sobre su hombro una trenza rubia. Judar no lo conocía, pero con tan solo verlo pudo estar seguro de que aquel sujeto no pertenecía a la organización. No obstante, por la forma en que el rukh se manifestaba ante su presencia solo se le venía a la mente una posibilidad.

     Sacó su varita antes de escupirle:

     ―Has de morirte de ganas de ser apaleado si has venido a buscarme. ―Se elevó hasta su altura sin darle tiempo al recién llegado de descender hasta el suelo. ―Te haré el favor y después me dirás quién carajos eres. ―Sonrió, no había forma de que desperdiciara la oportunidad de una batalla.

     El desconocido hizo una ligera mueca ante su hostilidad, se cruzó de brazos y le miró directo a los ojos.

     ―No vengo a pelear, mi intención es conversar contigo. Tengo algo que preguntarte, Judar.

     Le fastidió que le llamara por su nombre de buenas a primeras cuando él aún no confirmaba su identidad, y así lo dejó ver en su expresión. El otro continuó hablando, y lo que entonces dejó caer, con el mismo tono de voz taciturno, le hizo dejar a un lado ese detalle:

     ―Siendo el magi de Al Thamen, ¿Cómo conseguiste infiltrarte en Sindria y qué pretendes hacer aquí?


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