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Una noche sin final por mei yuuki

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     La protección del borg se deshizo en torno a la paralizada figura de Judar. Contemplando absorto la escena de la cual había sido relegado a un segundo lugar, sus pensamientos se estancaron en la inmediatez del caos. Y para cuando abrió la boca ningún sonido brotó de ella.

     De todas formas, parecía no ser necesaria su intervención en la disputa.

     ―¡Sinbad…! ―Más desdén que sorpresa despertó el aludido en el par de miembros sobrevivientes de la organización, los cuales retrocedieron antes de ser alcanzados por la manifestación física de la mirada glacial que les estaba dirigiendo. Habían esperado su llegada, mas el hecho de que el magi se empecinara en luchar en solitario, hasta el punto de arriesgar en vano su propia integridad, les indujo a sospechar. La relación entre esos dos quizás no era tan sólida como el joven quería hacerla parecer.

     Sea como fuere, se prepararon para emprender la retirada; sabían que sería imprudente enfrentarles en sus actuales condiciones.

     ―¿Quién dijo que podían escapar? Si ya vinieron hasta aquí deberían quedarse ―dijo el Rey cuando advirtió sus intenciones. Empuñando su reluciente espada, nuevamente se alzó para perseguirles en las alturas, antes de que desapareciesen del todo entre las nubes. No obstante, el llamado del magi evitó que despegara cual flecha hacia su objetivo:

     ―¡Es-Espera! ¿Cómo llegaste hasta aquí? ―inquirió Judar con labios temblorosos, sin tener el valor de aproximársele. Las magulladuras producto de la batalla destacando en sus lívidas mejillas― Creí que estabas en otra de esas reuniones, quiero decir…

     Balbuceó tonterías temiendo encontrarse con sus ojos inquisidores. Otra vez pisaba la superficie de la tierra, pero era como si en su lugar se hundiera en aguas cenagosas. Se delataba con la torpeza de un novato, y supo que ni concibiendo embustes uno detrás de otro saldría bien parado esta vez.

     Al volverse hacia él, Sinbad le entregó una mirada indulgente que se abatió sobre su corazón. Para Judar significó la amenaza (sin ser tal) de mayor envergadura que había recibido en su vida, hasta la fecha.

     ―Supuse que ibas a verte con Al thamen uno de estos días, por ello te pedí que regresaras primero ―explicó su amante y rey sin, presentar aun el más nimio rastro de sorpresa o enfado en su voz―, entonces esperé y luego salí en tu busca, aunque me llevó más tiempo del que pensaba.

     En el mutismo posterior a su respuesta, Sinbad se desprendió de su equipamiento djinn sin dejar de observarle con tranquilidad; y entretanto Judar dejó caer la varita hasta entonces sujeta entre sus ateridos dedos, presa del vértigo que transformado en amargas nauseas subió después hasta su boca.

     ―¿Desde cuándo y cómo es que lo averiguaste? ―Eran preguntas vitales que tuvo que esforzarse en articular sin que le fallara la voz, y aumentara con ello su humillación. Sus dilatadas pupilas se habían nublado al asimilar el engaño en el cual cayó con tanta facilidad, precisamente mientras se creía el máximo artífice tras el telón de su vida junto a ese hombre.

      ―Desde que oí tu conversación con Yunan, esa vez en el bosque ―reveló Sinbad despertando una nueva oleada de sorpresa en su interlocutor. Su semblante se endureció al rememorar el consabido momento en que mediante el uso de Zepar, cuyo contenedor le permitía infiltrarse en la mente de otras criaturas, había sido capaz de ser testigo de la breve pero reveladora conversación entre dos magi tan distintos como lo eran Judar y Yunan, desde la rama del árbol en que se posaba su anfitrión. Tanto una casualidad como un acto con alevosía―. No esperé que estuvieras ligado a Al Thamen, pero después comprendí que era la única explicación posible para que un magi como tú hubiese caído en la depravación, y también la razón para no querer hablarme de tu pasado.

     No hacían falta más explicaciones para que el joven comprendiera lo que le decía, todo el tiempo creyó que si su antigua identidad salía a la luz sería repudiado, desdeñado por las tantas abominaciones en las que se vio implicado lo eligiera o no. Sinbad no estaba mirándole como si fuera un paria, pero su gesto serio e ilegible no le infundía mucha confianza. No podría reaccionar con propiedad, pero en medio de su catástrofe vio en ello el clavo ardiendo que necesitaba para asirse.

     ―Esa fue una jugada muy desagradable, Sinbad ―dijo arrastrando las letras de su nombre, perfilando una desconcertante sonrisa. Sus ojos estaban brillando de nuevo como si una hoguera alimentara su fulgor―, pero no me importa. Me has ahorrado el tener que decírtelo. Ahora que lo sabes puedes entender por qué debo destruirles. ―Acortó los pocos pasos que le separaban del otro hombre y se inclinó sobre él hasta que sus rostros enfrentados estuvieron por juntarse. ―Hagámoslo entre los dos; eres mi rey y además, sé que deseas lo mismo. Ya viste que yo solo no tengo oportunidad, pero contigo no tengo dudas de que lo lograremos, incluso si no caes por completo en la depravación…

     Sinbad no le empujó, no obstante para Judar fue igual que si lo hubiese hecho. Haciendo honor a su antiguo título de oráculo, el magi adivinó su porvenir en el instante en que la luz dorada de sus ojos vibró con consternación. El rukh se empeñó en secundarle a la par que su suspiro.

     ―No puedo hacer lo que me pides, Judar. ―Y le pareció que repetirían la trillada conversación, pero esta era la vez definitiva. El Rey de Sindria apretaba la mandíbula y el ceño al tiempo de romper sus ilusiones. ―No conozco tu historia con la organización, ni siquiera sé si estas sean tus verdaderas intenciones. Pero si lo que te preocupa es que vuelvan a intentar dañarte, te aseguro que no se los permitiré, eliminaré a sus enviados cuantas veces haga falta ―prometió con solemnidad, extendiendo una mano para sostener su rostro con la ternura que solía prodigarle y de esa forma apaciguar su temperamento―. Enfrascarte en una guerra no te hará sentir mejor; vamos a tratar este tema con calma cuando regresemos a nuestro país. Lo solucionaremos, encontraremos la forma.

     Con un golpe del dorso de su mano, Judar se quitó la suya de encima. El estallido de su cólera fue esta vez tan repentino que ni siquiera el astuto Rey lo pudo prever antes de que fuera tarde.

     ―¿Qué sabes tú sobre lo que yo necesito? ¿Te crees que puedes entender todo sobre mí nada más porque escuchaste a escondidas algo de lo cual no tienes idea en realidad? ―Su voz se tiñó de un áspero resentimiento con cada palabra que disparó contra él, enceguecido y herido aunque no tuviese derecho a sentirse así. ―Ni siquiera puedes confiar en mí lo suficiente para arriesgarte, ¿y quieres que viva en el lugar que has creado, como si nada importara? No puedo tan solo renunciar a esto, maldita sea, ¡no puedo hacerlo ni siquiera por ti! ―Exclamó cerrando las manos en puños que se agitaron a sus costados producto de la desolación que le aquejaba; Sinbad le tomó de las muñecas pretendiendo en vano tranquilizarle, sin saber que todo cuanto hacía surtía en Judar el efecto opuesto. Más que nunca hasta entonces le lastimaba su nobleza, su amabilidad era veneno derramado sobre su corazón y aquel resplandor le quemaba con la misma indolencia con que el astro extendía sus rayos sobre las arenas del desierto. Para alguien de su calaña ese falso consuelo era insoportable.

     ―No tiene que ser así, escucha lo que te digo ―intentó persuadirlo Sinbad otra vez luego de que se soltara de entre sus manos y le diera la espalda, en su voz se traslucía un dejo de impotencia ante la actitud obstinada del muchacho―. Déjame ayudarte, no estás solo en esto como piensas, Judar.

     Proyectándose más allá de lo que sospechara, sus diferencias elevaban una barrera frente a la cual no podía permanecer indemne. Un helado entumecimiento le reclamó y perdió las fuerzas para continuar iracundo como un volcán en erupción continua.

     ―Eres más estúpido de lo que pensaba, mi Rey ―contestó con tono apagado cuando se agachó para levantar su varita de la tierra reseca, observándola como si formara parte de un pasado lejano―. Ya me diste tu última palabra, ¿cuánto más quieres alargar esta conversación? ―Había sonado tan indiferente que estuvo cerca de abrazar el autoconvencimiento.

     Sinbad ya no le respondió. Tampoco hizo amago de detenerle cuando echó a andar fuera del descampado, dejándole atrás mientras se obligaba a no voltear para encontrarse con su mirada, a pesar de percibirla sobre sí, hasta que la distancia convirtió su separación en un hecho irrevocable.

 

     •••••

 

     Sin haberse detenido a considerar lo que haría, esa misma noche Judar se encontró volando sin destino sobre parajes remotos; pese a sentirse más cansado de lo aconsejable para aventurarse en una travesía de esas características y a tener el alma encogida y la mente aún conmocionada por el revés que acababa de sufrir. La apremiante necesidad de alejarse le había llevado a recoger sus cosas del hotel con premura tras su discusión con Sinbad, y a montar su alfombra como si otra cadena de infortunios le viniera siguiendo el paso. Sin elección o esperanza, huyó como era su costumbre hacer cuando el panorama se tornaba desfavorable.

     En más de un sentido, esta vez era muchísimo peor; y el frío pesándole sobre los hombros a la hora de echarse a dormir a la intemperie, una vez se vio forzado a detenerse por el agotamiento, se lo hizo notar más de lo que quisiera. No estaba preparado para una nueva pérdida tan grande ni quería enfrentar las propias decisiones que le habían labrado el camino hacia la ruina; menos aún concederles la razón a sus enemigos acérrimos, pero era tantísima su congoja que para el día siguiente reconsideró abandonar sus ambiciones y regresar con Sinbad para aceptar su compasión. Tal vez un día eso sería suficiente para calmar su sed, y sería entonces capaz de olvidar sus vivencias anteriores como si estas se redujeran al producto de un mal sueño. Pero en el presente su dolorosa desilusión le impedía cruzar el umbral tras sus sentimientos dispares, desprenderse del velo y rendirse ante el destino que rechazó. Carecía de la voluntad para hacerlo, de la fuerza y por qué no, también de las virtudes que tipos como el Rey idiota poseían, aunque en voz alta lo negara si se lo preguntasen.

     Irónicamente la organización no volvió a importunarle, fuese donde quiera que fuese. Si le mantenían vigilado lo hacían con la más absoluta discreción, y tampoco tenía interés alguno en molestarse para verificarlo. Le revolvía las entrañas caer en cuenta de que aunque fuera de forma transitoria, habían cumplido su cometido de separarle de Sinbad. Así era como después de todo siempre había sido su actuar: inmiscuirse en el momento preciso y dejar que su ponzoña horadara en las ya existentes grietas para terminar por resquebrajar cualquier defensa, una plaga silenciosa. En el pasado Judar también hubo sido participe de esta táctica, lo que aumentaba su malestar frente al hecho de haber caído en el ardid.

     Volando de pueblo en pueblo perdió la cuenta de los días transcurridos desde que dejara Parthevia. Estimó que entre quince y veinte; tiempo más que suficiente para que el Rey hubiese concluido los asuntos que le convocaban en dicho país y estuviera de regreso en Sindria, donde por más que lo desease él no podría regresar por culpa de la barrera protectora. Aunque en esos instantes se hallara más próximo a las tierras de oriente que a los mares del sur, considerarlo levantaba una nueva oleada de dolor. Solo le quedaba aferrarse a ésa patética excusa para mantener a raya su necesidad de verle, para en la medida de lo posible, menguar sus ansias de cometer otra locura.

     Se encontraba sumido en este dilema recurrente cuando aquel sujeto lo interceptó. Otra vez le atrapó siguiendo sus movimientos, acomodado desde lo alto, pero a diferencia de la ocasión previa, Judar ahora no tenía limitaciones ni motivos para contenerse.

     ―¿Vienes para recibir la paliza que te debo? ―Sin más introducción, el joven magi se elevó desde el tejado de la modesta vivienda, en el cual se había detenido para descansar, hasta situarse justo a su altura. Yunan, sentado encima de su báculo de madera, le contestó despacio en tono carente de hostilidad, después de analizarle con la mirada durante unos instantes:

     ―Parece que estás pasando por una situación delicada.

     Judar torció el gesto y a la par sus ojos se aguzaron, anegados por el rencor.

     ―Tienes la cara para aparecerte frente a mí como si no estuvieses implicado, viejo. Cualquiera diría que tienes prisa por morir.

     ―Supongo que te debo una disculpa por eso ―repuso el hombre esbozando una expresión compungida e incómoda―, realmente no fue mi intención dejarte en evidencia con Sinbad. No estuvo bien que me entrometiera.

     ―Serás idiota si estás pensando que me lo voy a creer. ―Resoplando exasperado, buscó su varita dentro del choli blanco que siempre portaba. ―Al menos tendré la oportunidad de patearte el trasero.

     ―Pelearé contigo si así lo quieres, pero no aquí. Pondríamos en peligro a estas personas ―convino Yunan refiriéndose a la aldea que se extendía a sus pies, sabía que no le haría entrar en razón de otra manera―. ¿Qué te parece si mejor vamos a otro lugar?

     ―Demasiada molestia ―gruñó Judar arrugando la frente con impaciencia luego de una pausa―, y no es como si me importaran.

     ―Tampoco sería bueno ser interrumpidos de nuevo, ¿no crees? Aún más considerando lo cerca que nos encontramos de cierto país.

     Era innegable que estaba en lo cierto. En acto reflejo, el muchacho barrió furtivamente los alrededores con la mirada, a un tiempo alerta y fastidiado, ahora por una distinta razón. Estaba más que harto de los tipos con ínfulas de omnisciencia.

     ―No estoy escondiéndome de nadie. ―Se rindió ante el absurdo impulso de replicar. Sin embargo, tomó la delantera para abandonar la pequeña zona rural y dirigirse en dirección hacia el sur y las despobladas llanuras.

     Volvía a estar en plena forma una vez fuera de Sindria, rodeado de rukh negro cual si fuera la primera vez que abrazara la corrupción. Aun así, había descubierto que el exilio no podía considerarse auténtica libertad; no existía placer ni realización que compensara tener el alma dividida y mermada por los remordimientos. Ni siquiera luchar contra alguien tan poderoso como lo era Yunan, cosa que en otros tiempos hubiese ahuyentado su frecuente desidia, le brindaba la satisfacción esperada. No se entendía así mismo, o más bien no quería hacerlo. Prefería seguir andando en círculos aunque eso lo convirtiera en el más grande de los idiotas, en el más desesperanzado entre los seres escogidos.

 

     •••••

 

     ―Este agujero apesta, ¿cómo es que puedes vivir en este del fin del mundo?

      Judar profirió aquello importándole poco su condición de invitado en dicho lugar, arrugando el ceño con desdén. Mientras se ocupaba de servir té en la taza delante del hombre más joven, su anfitrión le contestó con parsimonia:

     ―En realidad es un sitio estupendo, hay tanto espacio como tranquilidad. No podría pedir más.

     ―Eso si es que eres un ermitaño, como al parecer es tu caso, viejo.

     Contrario a las observaciones del magi de cabellos oscuros, la pequeña vivienda de madera ubicada al fondo de la gran falla que dividía el continente en dos era confortable además de cálida. La decoración y el mobiliario eran igualmente rústicos y austeros; todo ello recreaba un ambiente hogareño que se respiraba nada más cruzar la puerta de entrada. En cambio para Judar, cuyo tiempo libre solía pasarlo retozando bajo las nubes, resultaba sofocante la idea de levantar y habitar una cabaña donde ni un mísero rayo de luz penetraba las tinieblas del abismo. Rebasaba su imaginación y escasa tolerancia.

     Escrutó con apatía su reflejo dentro del líquido recién vertido. De alguna manera había acabado haciendo una parada en aquel recoveco dejado de la mano de cualquier dios luego de su contienda con Yunan, la cual resultó en empate hasta que perdió el interés. Pese a que todavía le guardaba tanto resquemor como al principio, había pensado que no le vendría mal averiguar más acerca de aquel excéntrico sujeto, a falta de mejores ideas para rechazar su ofrecimiento y dado el cansancio que cargaba el día anterior.

     ―Pero en este sitio el aislamiento es completo, mayor incluso que el proporcionado por la barrera de Sindria. No debes preocuparte por la posibilidad de ser espiado por alguien mientras estés aquí ―dijo de manera significativa el hombre frente él, adelantándose a sus pensamientos. Judar chasqueó la lengua de forma audible al tiempo que una de sus cejas se elevaba sobre el límite de su paciencia.

     ―¿Y eso te incluye? Porque el único que ha estado acechándome eres tú. ―Le señaló con la punta de una cuchara.

     ―Me enteré de lo sucedido entre ustedes y pensé que era tiempo de retomar nuestra conversación de antes ―se explicó Yunan con simplicidad―; aún debo darte una explicación.

     ―Ya me sé lo que dirás: te preocupaba que alguien como yo se involucrase con el Rey estúpido, por eso dejaste este agujero para aparecerte en donde nadie te llamó y ser una verdadera molestia. ¿Querías, de esa manera, ganarte el favor de Sinbad? En ese caso no deberías estar hablando conmigo, anciano, sino con él.

     No esperaba ser tratado de ninguna forma que no fuese como un ente indeseable, la condescendencia no funcionaría con él, si es que ese era el plan de ese magi de aire taciturno.

     Con la actitud inalterable de quien posee la sapiencia para afirmar que todo puede solucionarse mediante la palabra, Yunan corrigió sus conclusiones sin titubear:

     ―Es cierto que no imaginé que te aliaras con alguien como Sinbad teniendo en cuenta tus lazos con la organización, ya te lo dije antes. ―Judar se vio en la necesidad de rodar los ojos dentro de las cuencas al escucharle hablar como si le conociera de toda una vida. ―No podía saber qué te proponías, pero de todas formas era algo preocupante, aunque no por lo que crees.

     ―¿Entonces cuál es tu maldito problema?

     ―En la actualidad hay tantos candidatos a rey que nadie puede saber lo que sucederá a partir de ahora, e incluso sin un magi él ya es demasiado poderoso ―dijo y tras sus palabras emergió una sonrisa resignada, apenas definida sobre sus labios―, de algún modo me asusta. Y honestamente, eres quien más puede salir perjudicado de todo esto, yo no me preocuparía tanto por Sinbad.

     El muchacho se habría burlado de semejante postura sin pensárselo dos veces de ser otra la situación. No obstante, permaneció callado; sin poder abstenerse de reparar en los hechos que le habían arrastrado hasta esa estancia diminuta. Había errado al asumir que podría manipularle como quisiese, y en consecuencia fue el único que salió perdiendo.

     ―Es nuestro destino inevitable elegir reyes y esa responsabilidad determina el curso de nuestras vidas, para bien o para mal.

      Cómo si necesitara escucharlo, casi espetó en voz alta, pero Yunan no le prestaba más atención que a las motas de polvo o a las grietas en la madera bajo sus dedos. Su reflexión fue más un recordatorio para sí mismo que una sentencia dirigida a su impaciente huésped. Entonces le enfocó de nuevo y Judar deseó golpearlo.

     ―Ya sé que no me incumbe, ¿pero qué piensas hacer ahora que todo salió a la luz, volverás de inmediato con Sinbad? ―le preguntó de súbito con genuino interés, borrándose de su rostro toda gravedad.

     ―Si sabes que no lo hace, entonces no deberías ni molestarte en preguntar.

     El joven se levantó de la mesa sin apenas haber tocado la taza con té, haciendo ademán de marcharse lo más pronto posible.

     ―En caso de que no tengas donde ir puedes quedarte aquí por un poco más tiempo, no sería problema ―ofreció el otro hombre, ajeno a las intenciones del muchacho. Incluso feliz ante la idea de tener compañía después de tanto tiempo viviendo en absoluta soledad, aunque fuera pasajera y se tratase de alguien tan arisco como Judar era con él.

     ―A diferencia de ti, tengo muchas cosas que hacer en el mundo exterior antes que convertirme en un ermitaño ―contestó ladino, si bien su tono fue algo menos hiriente esta vez, pues se encontraba lo bastante descolocado ante tanto despliegue de cordialidad para infundirle el acostumbrado veneno―, así que paso. Una noche fue más que suficiente.

     ―No deberías precipitarte ―aconsejó Yunan al prever el curso de sus intenciones―, ahora que eres libre de cualquier atadura, ¿por qué no intentas continuar viajando por tu cuenta antes de tomar una decisión definitiva? Deben haber al menos unas cuantas cosas que desees ver por ti mismo.

     ―Deja de pretender darme consejos, ¿quién te crees que eres? ―masculló cansado, apresurándose en salir― Ya deja de meterte en mi camino cada vez, no te lo advertiré de nuevo. Y ahora muéstrame cómo demonios salir de esta fosa.

     Si quisiera recibir monsergas hubiese permanecido junto al Rey, o quizás incluso del lado de la organización, en primer lugar. Al final le surgieron más interrogantes respecto al otro magi de las que tenía cuando descendió hasta esa tierra inhóspita; aunque ninguna lo bastante trascendental como para esmerarse en buscarle respuesta más allá de lo que obtuvo. Tenía prisa por retomar su andanza sin rumbo definido. Mientras pudiera continuar, detenerse no le aportaría nada.

     ―Hagas lo que hagas, que la guía del rukh te acompañe, Judar.

 

     •••••

 

     Quizás se hubiese desviado del camino decenas de veces, pero todavía necesitaba un rey, y si aquel no podía ser Sinbad entonces habría de escoger a otro. Malhumorado por causa del insomnio y el resonar incesante del rukh, Judar lo reconoció al levantarse por la mañana; para la tarde recorría una ciudad cuyos recuerdos no eran para él los mejores. En esas calles había sido tratado como un vulgar esclavo, aunque en ellas también tuvo lugar el inicio de su sueño más inolvidable. Su pecho se resentía de solo pensarlo como un suceso lejano y por lo tanto caduco, ¿pensaría el estúpido Rey en él como un error que ahora ya formaba parte del pasado, del que no deseaba volver a tener noticia? En el fondo debió darse cuenta de que era mejor deshacerse de alguien tan problemático, y es por eso que no había ido tras él cuando le dejó. El amor era un sentimiento sumamente mezquino en ocasiones, envenenaba el corazón de amargura y el rukh una vez reluciente podía llegar a tornarse tan oscuro como las aves del mal que siempre le habían acompañado, sin mediar intervención de terceros.

     ¿Qué le motivó en realidad para regresar hasta ese sitio inmundo? Allí no hallaría lo que andaba buscando. Alguien fuerte, un individuo que cumpliera con sus expectativas y al mismo tiempo fuese fácil de manejar; no la escoria que le dirigía miradas recelosas cuando hacía uso de su poder, aquellos incapaces de salvarse a sí mismos al presentarse cualquier amenaza, hicieran lo que hicieran. Pero ahí estaba, y mientras se abría paso entre la gentuza para avanzar hacia el centro de la ciudad, fue notando con mayor claridad la presencia del rukh negro que revoloteaba en el ambiente caluroso; la senda que dibujaba para él cual hilo desenrollado de su madeja. Una situación familiar de la que nunca parecía ser capaz de huir. Olvidándose del entorno; y suprimiendo la inquietud y la aversión despertadas por igual, se entregó a la persecución de tan notoria señal de peligro.  

     Fue como internarse en un viaje temporal aun cuando no existiera magia en el mundo capaz de lograr tal cosa. Una vez allí, se vio así mismo sobre el plató principal donde humanos en lugar de objetos eran subastados, a punto de caer, aunque en esta ocasión no había nadie que le detuviera de ser tragado por la degradación, de ser consumido y unificado con esa realidad que no era otra sino la suya.

     Esto es lo que eres y serás. La mirada vacua del esclavo le enfrentó como si escuchara sus pensamientos y percibiera su desesperación por sobre el barullo. Entonces destelló en reconocimiento.


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