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Una noche sin final por mei yuuki

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Notas del capitulo:

El siguiente capítulo es el último. :)

“Si Sarastro no siente a través de ti
el dolor de la muerte,
entonces ya no serás mi hija jamás.
Repudiada seas para siempre,
abandonada seas para siempre
¡Que se destruyan para siempre
todos tus vínculos con la naturaleza,
si Sarastro no perece por tu mano!”

La venganza del infierno hierve en mi corazón, La flauta mágica.

 

     Por fin hizo acto de presencia en Sindria, y en esta ocasión ocurrió durante las primeras horas de otra tarde común y corriente. De forma literal, rasgó el velo protector de la isla y con ello causó un estruendo de trepidantes dimensiones que conmocionó a quienes se encontraban en las cercanías del epicentro del impacto; el que fuese antes el magi del reino aterrizó en terrenos del palacio real para de inmediato abrirse paso hasta el imponente vestíbulo. Como si todo cuanto le rodeaba fuera de su propiedad y estuviese en pleno derecho de tomarlo. En primera instancia los guardias no supieron si debían detenerle o no, pues a la conmoción se le sumaba que no estaban del todo informados acerca de los entretelones de la partida de Judar y su calidad de persona no grata según el criterio de unos cuantos. De todos modos el susodicho fue más veloz que sus deducciones y el borg activo impidió que cualquiera de los presentes le pusiera una mano encima durante su entrada exenta de protocolos.

     ―¿Qué fue ese ruido y qué está sucediendo aquí? ―El verdadero señor de esos dominios irrumpió en la caótica escena poco después; le ahorraba así la molestia de buscarle. Siguiendo su voz el chico se dio la vuelta hacia el pasillo lateral, a tiempo para registrar cómo la expresión compuesta de Sinbad se transfiguraba en una de asombro e incredulidad al descubrirle allí.

     ―¿Pero cómo es que tú…? ―Ja´far, que venía a la zaga del Rey, se adelantó a este en tomar la palabra. Le dirigía una mirada hostil al recién llegado.

     ―¿Cómo es que volví? Volando, por supuesto ―repuso el joven, en tono distendido, a pesar de la situación a todas luces desventajosa para él de la que era partícipe―. Acabo de atravesar la barrera.

     Mantuvo sus ojos fijos en los de Sinbad mientras lo decía, e hizo ademán de acercársele. Pero al instante el hombre de cabello blanco se cruzó en su camino, y dado que para entonces ya había desactivado su borg, Ja´far fue capaz de frenar su avance al tomarle del brazo.

     ―Quizás nos hayas engañado una vez, pero no creas que se repetirá ―le dijo con acritud, encarándole. Emergía en él la faceta letal que alguna vez le definiera, ante un impávido Judar que se apresuró en librarse de su agarre con un solo movimiento―. No hay lugar en Sindria para espías de la organización como tú.

     Antes de que terminara de enjuiciarlo públicamente, Sinbad interrumpió el enfrentamiento de miradas silenciosas que se traían desviando la atención hacia sí.

     ―Volviste porque tienes algo que decir, ¿cierto? Te escucho, Judar.

     Frente a esto el semblante de Ja´far dejó en claro su desaprobación. Sin embargo, dio un paso atrás y no pronunció palabra mientras el magi se disponía a hablar. Imaginaba que sería uno más de los típicos desplantes del repertorio de Judar.

     No fue este el caso, para sorpresa de todos los ahí presentes.

     ―Eso es correcto ―comenzó en voz más bien baja cuando, a través de su aplomo, surgió una sombra de aflicción que se adueñó de sus lozanas facciones―. Si he venido hoy es porque soy consciente de mis errores y me arrepiento de habérselos ocultado, pero sabía que nunca me aceptarían si sabían que ellos solían controlarme. Todo lo que quería era empezar otra vez, en un lugar nuevo como este. Tú me salvaste e hiciste de mí tu magi, ¡pero aun así te fallé! ―Se llevó la diestra al pecho y cerrándola en un puño miró al Rey directamente. Los ojos arrasados en lágrimas y los labios trémulos componían una imagen desgarradora; más aun tratándose de él, lo que causó un sobresalto en su oyente―… Sé que no merezco tu perdón, Sinbad, y por eso aceptaré cualquier castigo que ordenes si permites que me quede. Comprendí que solo eso es suficiente para mí.

     Acabado su discurso se desplomó de rodillas a sus pies, como si colapsara bajo el peso de la culpa y la tensión emocional. Escondió el rostro entre sus manos. El silencio teñido por el estupor que le siguió fue total; en tanto Sinbad les indicó con un gesto a los confundidos guardias que los dejasen a solas, y seguidamente se inclinó sobre el desconsolado muchacho frente a él. Acarició su cabeza despacio, y cuando Judar levantó la vista le extendió su mano para que la tomara.  

     ―No importa lo que haya ocurrido en el pasado, Judar. Si en verdad has cortado lazos con la organización no te impediré quedarte, siempre te dije que podías permanecer conmigo si eso era lo que querías ―dijo dándole una gentil y compasiva sonrisa. Tal vez incluso aliviado de tener la posibilidad de ayudarle a resarcirse otra vez, y sin siquiera considerar jamás darle una negativa después de recibir tal muestra de franqueza; pues esa clase de mezquindad era impropia de él.

     Le devolvió un mudo asentimiento y luciendo como si por un instante titubeara, el joven tomó su mano y con lentitud volvió a levantarse. Sin reparar demasiado en la mirada escéptica que le dirigía Ja´far, ahora el único testigo de lo que sucedía, volvió sus ojos hacia el monarca una vez más y le sonrió con gratitud. Un rubor de puro alborozo cubrió sus mejillas húmedas.

     Claro está que el asunto de la reincorporación de Judar a la vida en el palacio no era algo tan simple como para zanjarlo allí, sino que fue tema largamente discutido a posteriori entre el Rey y sus generales, y el cual levantó opiniones divididas. Además de dar fruto a diversas habladurías al desconocerse los verdaderos motivos de su partida en primer lugar, lo que solo serviría para empañar con más enigma y turbiedad la figura del díscolo magi a ojos ajenos. Con todo aquello de por medio, Sinbad cumplió su palabra y pronto Judar fue reinstalado en su antigua habitación; y como si el tiempo hubiese dejado de correr se vio rodeado por objetos propios que había dado por perdidos. Se le confirmaba de manera tangible que estaba de regreso, aunque todavía una sensación residual de irrealidad le embotara la cabeza. No iba a desprenderse del todo de dicha percepción hasta que averiguase hasta qué punto ciertas cosas habían cambiado tras su partida.     

 

     •••••

 

     ―Supongo que no esperarás que no pregunte dónde has estado todo este tiempo ―fue lo primero que le dijo Sinbad cuando estando oculto entre las ramas superiores de un árbol, Judar había fingido no saber que se encontraba justo a su lado desde hace unos momentos. Le relegaba el trabajo de empezar la conversación.

     ―Empiezo a hartarme de escuchar esa pregunta ―se quejó el magi después; estiró los brazos e inclinó el cuerpo a un lado para dejarse ver por él tanto como lo permitían las hojas y las primeras sombras del inicio de la noche―. Pero me sorprende que tú no lo preguntaras aún ¿Tan poco te importo ya? ―añadió con un poco de sarcasmo.

     ―Nunca ha sido sencillo obtener respuestas de ti, digamos que me he hecho a la idea de descubrir todo por mi cuenta ―contraatacó sonriéndole con la usual complicidad. El mohín agrio que vio dibujarse en el rostro de Judar precedió a la cascada de hojas que cayó sobre su cabeza cuando este dejó su escondite, descendiendo despacio hasta presionarse contra su espalda. No llegó a tocar la hierba con los pies descalzos.

     ―Por poco me olvido de que la mayoría del tiempo eres un idiota ―refunfuñó con el mentón apoyado en el hombro del Rey.

     ―¿Y dónde quedó ese lado suave que me mostraste antes? Era tan adorable, no alcancé a ver lo suficiente de ese Judar

     ―Oh, cállate, ni me lo recuerdes. No esperes que me humille más de lo necesario. ―Quiso apartarse de él, rechazando la evocación del recuerdo, pero Sinbad le retuvo desde los antebrazos y se volvió para poder mirarle. Su sonrisa se dulcificó al notarle avergonzado, la boca fruncida caprichosamente y un curioso nerviosismo dominando sus ademanes en el aire.

     ―Bueno, realmente me alegra que hayas cambiado de opinión desde esa última vez ―dijo y sin desperdiciar el tiempo, cubrió su mejilla arrebolada con una caricia―. Sé que no debió ser fácil y por eso lamento no haber hecho más por detenerte ese día.

     Judar se apresuró en abrir la boca pero la cerró tan deprisa como le acometió el impulso de decir algo. Cual fuera el pensamiento, lo despidió con una sacudida de cabeza y lanzó un resoplido. Era la primera vez que tenían ocasión de estar completamente a solas para hablar sin interrupciones de terceros desde su llegada hacía una semana, y sería una pena arruinar el ambiente tan pronto, aunque lo suyo no fueran las sutilezas y aquello el otro lo supiera bien. Permitió que la fresca brisa enfriara el remolino de preocupaciones que Sinbad veía agitarse en sus ojos y dejó de flotar.

     ―¿Qué más da? Me aceptaste de vuelta, así que eso ya no importa ―masculló restándole trascendencia al asunto mientras se rascaba la nuca.

     El otro hombre rio y le atrajo hacia su pecho en un abrazo, obviando que se encontraban en los jardines y por consiguiente las posibilidades de ser presa de miradas indiscretas no fuesen del todo remotas. Judar sintió que perdía las fuerzas para cualquier cosa que no fuera asirse a él; superado por la añoranza largo tiempo reprimida en su interior y delatado por los temblores incontrolables que le recorrieron.

     Pero como si una súbita idea atenazara su corazón, pasado un momento el cuerpo del joven se puso rígido entre los brazos que lo acogían. Después retrocedió, tomando a Sinbad por sorpresa, y entonces enfrentó su mirada extrañada con un simple encogimiento de hombros.

     ―En fin, te lo diré ―dijo con voz monocorde y semblante indiferente, rindiéndose―. Lo prometí antes de ese viaje, ¿no? Que te hablaría sobre el pasado aunque no merezca la pena.

     Era cierto, recordó enseguida Sinbad; aunque le había prometido tal cosa antes del quiebre y en total desconocimiento de que él ya estaba al tanto de su antigua conexión con Al Thamen. Por eso no imaginó que el chico tomara la iniciativa en desempolvar ese tema con tanta soltura. Sea como fuere, llevaba largo tiempo preguntándose al respecto e inclusive Yunan se lo insinuó la vez pasada que le vio; de manera que le sugirió que continuaran la conversación en la intimidad de su alcoba.

     Con aire taciturno, las manos en los bolsillos y la mirada extraviada en cualquier rincón, Judar permaneció de pie en medio de la habitación mientras él se servía un trago de la jarra que un sirviente le trajera con anterioridad. Tuvo que llamarle dos veces antes de que se diera por aludido y abandonara su momentáneo trance para mirarle, parpadeando.

     ―¿Quieres un poco? ―inquirió refiriéndose al vino sobre la mesilla, a pesar de saber que él no compartía su gusto por las bebidas alcohólicas y en cambio se decantaba por las frutas y los zumos derivados de ellas.  

     Judar observó la copa en su mano con fijeza, y al contrario de lo esperado, un instante después asintió a su ofrecimiento. Arrugó la nariz nada más beber el primer sorbo de la copa que se le tendió, gesto que por supuesto desprendió espontáneamente una sonrisa del hombre que le contemplaba.

     ―Deja mirarme como si fuese un cachorro abandonado ―espetó el magi de pronto con pesadez―, y aunque sea por unas horas, olvida las cosas que crees saber sobre mí.

     Dejó caer ese último comentario en una voz más baja y de forma apresurada, luego apretó los dientes al ser consciente de lo que había dicho.

     Incluso en el caso de no haberlo oído, Sinbad percibía lo difícil que era para Judar abordar aquel asunto; aun después de todo lo acontecido y de que en consecuencia su vulnerabilidad hubiese quedado expuesta ante él. Se le pasó por la mente disuadirle de continuar y cambiar el rumbo del encuentro, sin embargo tuvo el presentimiento de que sería una maniobra infructuosa ante la extraña resolución que emanaba: como si estuviese resignado a llevar a cabo una tarea que no podía evadir.

     ―No te voy a juzgar, pero tampoco es lástima lo que en este momento siento por ti.

     Con la frase todavía en el aire, instantes después, Judar elevó su copa de nuevo y decididamente bebió el resto del contenido de un solo trago que le hizo escocer la garganta. Ya estando vacía la apoyó con fuerza sobre la mesa y se acercó al rey desplegando una sonrisa petulante. Volvió a ser quien siempre había sido; al menos en el exterior.

     ―Dime, ¿ya encontraste un reemplazo para mí en tu cama? ―preguntó en tono burlón mirándole desde cerca, y sin esperar ninguna respuesta agregó después de manera displicente―: Nah, de seguro que sí, no pierdes el tiempo si se trata de mujeres.

     Fingiendo una sorpresa que no era tal, Sinbad arqueó las cejas apenas y siguiéndole el juego le contestó:

     ―Sueles quejarte de ellas pero en el fondo eres más celoso que ninguna, ¿no te he demostrado ya que estás equivocado? ―Atrajo su mentón con delicadeza y retiró con el pulgar una gota de vino que colgaba desde borde de su labio.

     ―No lo suficiente. ―Ladeó el rostro pero sus ojos todavía relumbraban con picardía― ¿Quién tiene celos? Soy un magi, el resto del mundo siente envidia de mí.  

     El primer beso lo sintió efímero, como si no le alcanzaran los sentidos para condensar y transmitir las emociones guardadas durante tanto tiempo. El deseo imbuido de desesperación empujaba su alma asesina contra él, y de repente tuvo las piernas enredadas en su cintura. La magia obró en su favor para concederle ligereza. La lengua de Sinbad eliminó el regusto amargo dentro de su boca, y entonces estuvo tentado a abandonarse en su abrazo; a dejarse manejar cual muñeco. Pero esa noche en particular no podía perder la cabeza sin más, porque de hacerlo no podría terminar lo que inició.

     En medio del ritual de quitarse ropas y piezas de metal, sobre el lecho, Judar se retrepó sobre sus rodillas. Con el insignificante choli negro salvándole de la completa denudes pero carente de vergüenza, le entregó un beso lento en tanto extendía las manos a lo largo de su espalda. La presión del leve filo de sus uñas arrancó de Sinbad un delicioso estremecimiento, y despertó también su curiosidad respecto al joven que él mismo se había encargado de instruir en las artes de la pasión; dispuesto a descubrir qué era lo que se proponía intentó abrazarlo con mayor ahínco, a lo que Judar reaccionó retrayéndose para recuperar la libertad de movimiento. Se lo permitió, y a cambio tuvo el deleite de observarlo resbalar por su pecho llevando consigo una media sonrisa, misma que fue olvidándose con cada beso que dejó tras de sí, hasta perderse en su entrepierna.

     ―Habría creído que hoy estabas más impaciente ―comentó el Rey con agrado mientras despejaba de cabellos negros la frente de Judar, el que dedicado a satisfacerle con la morada húmeda que era su boca, se embebía de su ser como si deseara adueñarse de esa parte de su cuerpo. Complementaba el acto con las caricias que sus manos habían aprendido a prodigar después de experimentarlas en la propia carne. Mas después de un tiempo se alejó por consenso tácito; antes de que el fruto de sus esfuerzos estuviera próximo a derramarse sobre sus rozagantes labios.

     ―¿Pensaste que solo tú puedes jugar? ―El muchacho irguió la espalda cual serpiente y abandonó la postura inclinada entre las vigorosas piernas de Sinbad. ―Tampoco soy el que era antes de irme.

     Se le colgó del cuello con la risa a flor de piel, parodiando la unión con un hipnótico contoneo de caderas. El hombre de cabellos púrpura tomó en sus manos las acaloradas mejillas y de ellas le sostuvo en alto la cabeza.

     ―Quizá, pero tu cuerpo siempre será el mismo.

     Arrasó con su boca el salar en que se hubo convertido la garganta pálida y elevó el burbujeo de aquella respiración. El corazón saltaba y era como si lo tuviese bajo la lengua, a su alcance para imprimir también en él la marca de sus dientes. No obstante, debió dejar correr pronto esta ensoñación en aras de reencontrarse con otros lugares no menos apetecibles de su ser. Le dio el consuelo justo a su excitación para hacer que los dedos recargados encima de sus hombros respingaran y que por sí mismo elevara las nalgas, solícitas para su placer. No sin antes deshacerse del último obstáculo que le privaba del total acceso a su cuerpo: prenda que cayó junto al extremo de la cortina dorada que envolvía la cama en un abrazo lujurioso.

     Con pericia ablandó el sendero haciéndole perder de a poco la lucidez. Le incitó a deshacerse en jadeos ásperos. Mientras estaba en ello, las rodillas de Judar perdieron fuerza sobre el colchón que le sostenía. Buscó refugio entre el cabello violeta en donde enterró sus dedos como garras, y en los labios que buscaban con insistencia su pecho huesudo. Más que en cualquier otro momento llegó a desear que la evasión inherente al acto sexual durase más que de costumbre; incluso anheló el dolor que, como el buen amante que era, Sinbad procuraba evitarle. Estaba ardiendo al fuego lento de su autocontrol y todo cuanto pedía era más leña sobre la pira. Y cuando finalmente llegó su turno, sucumbió sobre él empalmándose con parte de la brusquedad que hasta entonces había logrado reprimir. Impaciente, adormecido por el deseo.

     Sintió remecer cada una de sus fibras; Sinbad le apresó por la cintura creyendo que iría a colapsar. Le preguntó si se encontraba bien. Estaba listo para recostarle de ser necesario, pero Judar solo necesitó unos instantes de quietud para recuperar el aliento y el control de sí mismo. Entonces levantó el rostro e hizo lo que estimó mejor: morderle el labio inferior de buenas a primeras para que dejase a un lado tales necedades y le besara, pues estaba claro que su urgencia no era menor que la suya. El único malestar que pudiera sentir no era físico y para él no existía ningún bálsamo más que la cadencia compartida que iniciaron después. Las ondas fueron ascendiendo por su columna y le elevaron a un nuevo plano de gozo, sin impedimentos mentales que le anclaran a la racionalidad.

     Con los párpados caídos y la cabeza inclinada hacia atrás, empezó a reír de manera agitada entre los sonidos de satisfacción.

     ―¿Qué es? ―le preguntó el Rey, viéndole mecerse sin perder la sensualidad. El joven aminoró el movimiento y descansando los brazos alrededor de su cuello, encorvó su postura en ademán de recobrar la cercanía necesaria para mirarse a los ojos.

     ―¿Sabes? Yo me acuerdo bien ―dijo con voz sofocada, enardecida, arrastrando las palabras que se negaban a caer―. Ellos vinieron por mí cuando todavía era joven y no sabía usar la magia.

     Sinbad recibió su confesión con silenciosa perplejidad, y por un momento inclusive la excitación perdió terreno mientras interiorizaba su significado. Reaccionó ciñendo sus caderas con algo de fuerza, aunque fuese imposible para él rescatarle del recuerdo que le infundía aquella fragilidad y atarle al presente en que ambos existían como uno. Y sin embargo, yendo en contra de las probabilidades, Judar no se detuvo allí ni dio marcha atrás, sino que alzándose en sentido literal y metafórico continuó sometiéndose al placer y a la amargura. De forma entrecortada le fue revelando fragmentos de su alma, detalles insospechados; como si los suspiros hubiesen desbordado una presa dentro de su pecho y el camino hacia el orgasmo fuese también el de la expiación.

     ―... Pero ya no sé cómo me sentía antes de ser así, lo que era ser limpio ―murmuró por último, habiendo perdido poco a poco el valor tras culminar. Estando encogido en su regazo y bañado en el sudor compartido, fue consciente del espantoso desastre en el que se convirtió sin ningún esfuerzo, aunque dadas las alturas dejó volar la idea tan deprisa como le nació―. Maté a mucha gente y no puedo cambiar nada. Eso es todo.

     ―No es algo que hayas querido, Judar ―le dijo Sinbad con bastante convicción poco tiempo después, rodeándole con gentileza en un abrazo―. Fuiste también una víctima de la organización, pero decidiste dejar esa vida y eso es admirable.

     Esperaba de él una negativa, pero el joven se limitó a enfocarle dándole una mirada lánguida; sus ojos seguían un tanto vidriosos a pesar de que comenzaba a recuperar la compostura.

     ―Bueno, sería mejor que lo olvidaras ―respondió al final, en apariencia satisfecho, y enseguida se desprendió de él con cierta torpeza para acostarse debajo de las sábanas―, hablar sobre ello no hace diferencia, solo me hace sentir patético.

     Con una leve sonrisa, Sinbad le siguió y se tendió a su lado. Besó su coronilla hundiendo la nariz en la mata de cabello revuelto, pegó su pecho a la espalda que le enfrentaba y buscó su cintura en la oscuridad. Cayó dormido casi enseguida, cómo pudo percibir Judar en su respiración ligera y debido al cese de las caricias sobre su piel. Por el contrario, él permaneció insomne, observando la luz de las lamparillas perecer de forma lenta del otro lado del dormitorio. Innumerables cuestionamientos le invadieron durante el transcurrir de aquellas tortuosas horas en las que ni siquiera se movió; hasta que redescubrió la determinación que le había conducido hasta allí, la que como una ventisca despejó sus dudas. Se deslizó bajo el brazo que le ceñía y se incorporó, para luego proceder a recoger sus ropas y joyas dispersas por el piso.   

     ¿Qué podría considerarse digno de admirar en el acto de huir? Su vida era una sucesión interminable de fracasos que desembocaban en este callejón sin salida; si lo hubiese admitido antes, incluso a costa de su orgullo, se habría evitado algunos padecimientos. El ser humano es una criatura estúpida que se empecina en buscar su propia ruina, resolvió. Además, él como magi no encarnaba la excepción que podría haber creído que existía al darse aires de superioridad. Desde el principio su única valía había sido también su condena, y dado que no podría vivir con esa certeza atroz, debía depositar su rencor en cualquier ente más allá de sí mismo.

     Sujetando con excesiva fuerza la varita que siempre traía oculta, se plantó junto a la cabecera, en donde pasó varios minutos que no llegó a percibir. La sinfonía del rukh elevó su intensidad ante sus simples pensamientos, como aves mensajeras de infortunios hicieron resurgir la remembranza de su retorno a la organización.

     ―Aunque seas tú, no puedes solo regresar después de todos los problemas que has causado. ―Mientras daba unos pasos a su alrededor, Gyokuen se lo dejó en claro en cuanto se presentó ante ellos tiempo atrás―. Deberás, al menos, demostrar tu lealtad y lo útil que puedes ser. Ya que no aprendiste la lección hasta ahora.

     ―¿Qué demonios quieres que haga? Siempre te fui útil, eso no debería estar en duda.

     Había girado sobre sus pasos para volver a encararla, pero ella se le adelantó y desde atrás apoyó la mano en su hombro. Se inclinó sobre él y le dijo, como si le confiara un secreto:

     ―Tuviste éxito en tu plan de seducir a Sinbad, ¿no sería lamentable dejar que tus esfuerzos se desperdiciaran? ―Un trepidante escalofrío le petrificó ante la incertidumbre creciente que precedió el anuncio, presintiéndolo― Así que regresarás a Sindria y cuando él baje la guardia contigo, lo asesinarás. Traernos su cabeza será tu nueva misión, así como la prueba de que en verdad le has traicionado.

     No estuvo en posición de negarse, no si pretendía que aquella mujer y su grupo volvieran a pensar en él como alguien a quien podían utilizar y le incluyeran en sus conspiraciones. Rebajarse y fingir obediencia hasta que encontrase un nuevo candidato a rey junto al cual destruirles desde dentro: no era otra más que esta su intención. Por ello estaba aquí ahora, con los ojos inyectados en sangre tras noches en vela y la respiración entrecortada; dispuesto a convertirse en un ser todavía más infame. Después del arrebato de sinceridad que le poseyó esta noche, supo que no podía retrasar más lo ineludible; además, ellos esperaban resultados. Incluso cuando este pecado en particular le atormentaría mientras viviera, lo que no sería castigo suficiente. Nadie iba a otorgarle el perdón sin importar cuánto arrepentimiento pudiese acumular. 

     El rukh respondió a su llamado y el poder se concentró en la punta de su arma mágica. En circunstancias normales jamás sería tan sencillo matarle, debía procurar ser veloz y tomar esta oportunidad antes de que se esfumara. A merced de la inconsciencia y sin sus contenedores de metal, la vulnerabilidad humana al fin opacaba su resplandor; Judar pensó en que quizá no sería el primero en sucumbir de esta trágica manera. En todas las épocas abundaban los traidores, y en la actual parecía hasta apropiado para él serlo hasta la muerte.

     Parte de la culpa recaía en Sinbad por confiar en él hasta este punto, se justificó, en busca de cualquier asidero al que sujetarse para no flaquear. A pesar de ello, le tembló la mano al señalar su corazón desprotegido. El aire estaba gélido de un modo antinatural en Sindria cuando tomó la siguiente bocanada, bajó la vista por un solo instante, y sucedió.

     Ahogó una exclamación de sorpresa. El hechizo que tenía en curso se le fue de las manos y erró su objetivo al soltar la varita. La corta hilera de afilados carámbanos de hielo salió despedida pero terminó impactándose contra el cabecero tallado. Durante su momento de vacilación, Sinbad había sujetado su muñeca con fuerza y en consecuencia la trayectoria terminó desviándose. Tan deprisa que Judar no pudo reaccionar.

     ―Ya veo porque de pronto hace tanto frío aquí ―dijo Sinbad mirando el estropicio sobre su cabeza―. El hielo es muy inconveniente.

     Judar no fue capaz de salir del estado de turbación en que se encontraba hasta pasados varios segundos.

     ―Así que fingías dormir ―acusó en tanto le escrutaba de arriba abajo con molestia.

     ―No exactamente, pero digamos que no eres el primero que intenta matarme mientras duermo.

     Tuvo la osadía de mostrarle una sonrisa frívola al decirlo. Se levantó de la cama sin soltarle, a pesar de los desesperados intentos del magi para que le dejara ir.

     ―¿Ellos te pidieron hacerlo, verdad? ―Inquirió acortando los pasos que el chico retrocedía.

     La luz mortecina a su espalda le permitía ver con la suficiente claridad el rostro lívido de Judar, el cual lucía distorsionado por una inconmensurable angustia y frustración. Tuvo la pretensión de tomarle por los hombros; pero antes de que siquiera pudiese tocarlo con su otra mano el aire entre los dos pareció vibrar, y con un destelló fue repelido y obligado a retroceder.

     Lo observó dándose cuenta de que en efecto, Judar había utilizado la coraza mágica que todos los magos poseían para expulsarle de su espacio personal.

     ―Sí, es tal como piensas, estoy aquí para matarte ―contestó el joven desde el interior del borg, y entonces hizo algo que el otro no esperaba: llevándose la mano a la parte trasera del pantalón negro hizo aparecer en escena una daga, con la que no tuvo reparos en apuntarle a falta de varita y sin importar lo deshonroso que le resultaba recurrir a esos métodos―. Cuando me largué entendí a qué te referías. Tú no puedes darme lo que quiero, Sinbad. Esto es lo único que puedo hacer.   

     ―¿Debo dar por hecho que todo lo que me dijiste fue parte de tu acto?

     Su pregunta hizo titubear al joven, que consciente de ello, se conformó al final con sonreír con suficiencia para cubrir su debilidad.

     ―No malinterpretes, lo que te dije sobre mí es cierto –respondió sin evitar su aguda mirada―, pero ya lo he enterrado así que puedes ahorrarte la lástima. Aunque pensándolo bien, fue gracias a esa indulgencia tuya que llegué tan lejos.

     Fueron cambiando lugares lentamente, con cautela ante los movimientos del otro. Judar sabía que su inexorable derrota vendría cuando se hiciera con uno de los contenedores metálicos, pues sin su instrumento para canalizar el rukh sus posibilidades eran nulas. Podía olvidarse de la victoria limpia a la cual aspiró.

     ―Lo hiciste, pero en ese momento dudaste ―dijo Sinbad. Atestiguaba su conflicto interno―. No creo que en realidad quieras esto. Pero sí es así, puedes intentarlo. Ven a mí con todo lo que tengas.

     ―¿Crees que no soy capaz, es eso? ―Preguntó de vuelta el chico, fastidiado. ―No fallaré por segunda vez.

     Era estúpido caer en su provocación, sin embargo cuando Sinbad extendió los brazos invitándole a proseguir, estando desnudo y desarmado frente a él, sintió como si una sombra se abatiese sobre sus ojos; un espectro oscuro y letal cuyo zumbido no cesaría. Dejándose conducir por su influencia y fingiendo que el Rey era el culpable de todas sus tribulaciones, deshizo el borg y se lanzó contra él, buscando clavar en su pecho aquel puñal que Gyouken pusiera en sus manos.

     Pero ocurrió lo que temía. Sinbad frenó sin demasiado esfuerzo su ataque frontal, aun si se hirió la palma con la hoja y la sangre le salpicó. Rodeó su mano y la fuerza que Judar imprimía fue debilitándose después de los primeros instantes, cuando debió darse por vencido ante lo evidente. Era imposible para él superar al monarca en fuerza física; todo cuanto conseguía era humillarse así mismo. La daga cayó entre ambos y de la misma forma el muchacho se quedó inmóvil, contemplando languidecer su brillo sobre el suelo en penumbras. El deseo de morir cimbreaba en su cabeza a cada latido. Semejante cosa nunca se le había antojado con anterioridad.

     ―Judar… ―pronunció Sinbad, su voz teñida con la misma aflicción que era visible en sus ojos entornados al mirarle, una que el joven no quiso enfrentar. Sino fuese porque todavía sostenía en alto el brazo que le había atacado, este ya habría caído laxo al costado de Judar, al extinguirse su ímpetu. Sin soltarle, lo dejó descender con lentitud.

     ―No quiero esto ―espetó con amargura, oscilaba entre el dolor y la cólera―. Así no es cómo tenía que ser.  

     ―Podemos cambiarlo ―dijo el otro y el joven soltó un suspiro doliente.

     ―¿Cambiarlo? Ya hablamos de eso antes y ahora sabes el tipo de monstruo en el que me convirtieron ―se alejó un paso y deshizo el cálido agarre de su mano; le encaró y otra vez sus ojos brillaban de manera infernal, como si sangre en lugar de lágrimas los hiciera resplandecer―. Deja de pretender que puedes solucionarlo todo, Rey estúpido.

     Dejándole con la palabra en la boca y el corazón estrujado, Judar se escurrió de su alcance y se apresuró a recuperar la varita, entonces de un brinco desapareció por la enorme ventana de la habitación. Huía de nuevo como un pusilánime y ni siquiera podría negar que lo fuera después de carecer del valor para tomar su vida; para desterrar esos inservibles sentimentalismos que ahora le coartaban como cadenas. Desde el fondo de su alma dividida en dos se arrepentía de haber abierto la boca para exponerse de aquella forma ante alguien. De solo recordarlo le sobrevenía la necesidad de azotarse la cabeza contra un árbol.

     Frenético por esfumarse de la faz de la isla, se abrió paso a través de la barrera tan deprisa como le fue posible, apenas reparando en sus actos y menos aun en los alrededores. Sintió como si hubiese sido arrastrado dentro de una pesadilla de la cual no conseguía huir, y la analogía le causó un acceso de nausea al retrotraerle a las veces en que experimentó horrores similares en la vida real; tanto que debió detenerse en medio del aire cerca de un islote hasta que menguaran, a riesgo de quedar expuesto por más tiempo. Al menos esta vez tenía consciencia de sí mismo y ya no era más un crío indefenso; se forzó a pensar mientras enterraba las uñas en su mano apretada.

     ―¿Por qué me sigues, viniste a matarme? ―escupió, sin la necesidad de darse la vuelta para comprobar a quien pertenecía la imponente presencia que hizo revolotear el rukh y el aire de igual forma― No te culpo, también lo haría de estar en tu lugar.

     Sinbad, que apenas había tenido tiempo de vestirse y recoger los contenedores metálicos antes de volar tras el rastro de Judar, deseó más que nunca sacudirlo. Su vida sería en parte más sencilla si con ello bastara para hacer entrar aunque fuese un atisbo de razón dentro de aquella obstinada cabeza.

     ―Lo menos que puedo hacer es intentar que no vuelvas con la organización ―confesó con suma seriedad y también molestia, haciendo caso omiso de su comentario―. Ahora veo que entonces debí haberte retenido aunque fuera en contra de tu voluntad.

     El muchacho pegó un respingo y se volteó al instante, el rostro crispado por el enfado que afloró en él al escucharle decir eso.

     ―¿Te crees que puedes someterme a tu mandato por la fuerza? ―siseó― Ni siquiera esos viejos pudieron hacerlo por siempre.

     ―Pero continúan utilizándote hasta este momento ¿Puedes decirme cuál es la diferencia? ―le interpeló sin variar su tono, suscitando una negativa menos vehemente que las anteriores.

     ―Fue mi decisión ―contestó Judar, sin aliento, como si estuviese harto de discutir tantas veces el mismo asunto. Entrecerraba los ojos hacia el océano―; esta vez es algo que yo elegí, ¿por qué demonios no lo entiendes? Ya te he dicho que…

     ―¿Qué no tienes otra salida? Es lo que te empeñas en creer, pero sabes que no es así ―lo interrumpió de manera apremiante, reduciendo la distancia en tanto el otro se encontraba desprevenido―. Todavía no es demasiado tarde, terminemos con este problema, Judar.

     La ironía de esto le hizo sonreír de mala gana, bajó la vista y se alejó un palmo de él.

     ―No te olvides de que iba a matarte mientras dormías.

     ―Y eso, en mi opinión, no va contigo en absoluto ―señaló con mordacidad, obviando la gravedad del asunto en cuestión―. Pero reconozco que fue un buen intento.

    El magi estaba a punto estaba de reaccionar a su arrogante comentario cuando notó el primer indicio de una perturbación procedente del rukh negro. Se le erizó la piel y anticipó lo que acontecería al envolverle aquel enjambre de oscuridad, el cual desde su espalda se acrecentaba conforme pasaban los segundos. La seguridad que su poder le infundía hasta entonces fue reemplazada por la sospecha de una amenaza latente.

     «Así que fallaste, ¿qué planeas hacer ahora para arreglar esto?». Se le heló el alma y su expresión se contrajo, muy a su pesar. El resultado de su imprudencia; debió tener siempre presente que no lo dejarían a sus anchas y le vigilarían con cuidado hasta que completara su cometido. «Es tu última oportunidad, Judar, o todo se habrá acabado para ti».

     Expectante a sus reacciones, Sinbad no se perdió detalle de la alteración repentina que afectó al muchacho. Algo sucedía más allá de lo que sus ojos eran capaces de ver. Le llamó, extrañado, y al no recibir contestación de ningún tipo quiso volver a aproximársele.

     En un parpadeo el chico lanzó un ataque no muy potente en su dirección; advertencia en forma de destello mágico que cortó el aire salado y a la que le siguió su voz contenida.

     ―Mantente lejos. ―Se llevó una mano a la cabeza y revolvió sus cabellos de manera compulsiva, intentando pensar con claridad entre tantas dudas―. No pienso hacer lo que me pides.

     No supo si se lo decía a Sinbad o a la voz traída por el rukh, hiciese lo que hiciese significaría su pérdida. Podría destruirlo a él y a Sindria para aplacar con sangre la impía necesidad que irradiaba dentro de su pecho con cada pulsación descontrolada; no obstante, no podía eludir al otro lado de sí mismo que le enrostraba sus propias faltas y se resistía frente a esta rendición. Quería ahogarse en el más profundo de los silencios hasta dejar de sentir.

     Un fuerte viento traspasó de pronto las fauces oscuras que parecían querer devorarle, dispersándolas en el acto y esclareciendo su visión. Por consiguiente, la cacofonía de voces que le acosaba perdió potencia. Levantó la vista, demasiado confuso y exaltado para alegrarse de la súbita tregua y tomar un respiro. Con la mano extendida en su dirección, Sinbad dispersaba la pantalla de rukh que les separaba; y no solo eso, sino que parte de aquel volaba en su dirección y gravitaba cerca de su cuerpo cubierto por el djinn de aire, Focalor, del mismo modo que ocurría con el de color blanco.

     Casi se olvidaba de la otra cara del Rey; la sombra bajo su luz enceguecedora.

     ―Ya basta de todo esto.

     ―¿Qué, al fin vendrás con todo contra mí? ―contestó, pero ya no fue capaz de imprimirle animosidad alguna a sus palabras.

     Acababa de reactivar su borg cuando una violenta ráfaga pasó justo a su lado, casi rozándole. Se hizo a un lado por inercia, pero cuando miró otra vez a Sinbad, agraviado y listo para devolverle el golpe, cayó en cuenta de lo obvio de la situación: el Rey no le miraba a él. Sus ojos estaban fijos de manera implacable sobre un punto situado a su espalda, hacia el aparente vacío envuelto en las tinieblas del rukh. De inmediato se volteó para comprobar el panorama que enfrentaban. Entonces avistó las figuras que cuales fantasmas, se suspendían en el aire, algunas a corta distancia mientras que otras a unos metros sobre sus cabezas. El mensaje fue lo bastante contundente para hacerle rechinar los dientes y aferrar la varita como si recién recordase que la portaba. Aquel asunto no les concernía en exclusiva a los dos.

     Venían con la intención de recordarle cuál era su lugar, queriendo forzarle a obedecer las órdenes de su dueña.

     ―La barrera está rota ―repuso Sinbad, calibrando el riesgo y el número de enemigos a su haber―. No podemos permitir que pasen más allá de aquí.

     Judar necesitó de unos segundos para procesar que en efecto, se estaba dirigiendo a él.

     ―¿En serio esperas que te ayude con esto? ―Inquirió, mirándole entre rápidos parpadeos, descolocado por su ocurrencia.

     ―Bueno, fuiste tú el que le hizo un agujero al salir corriendo de ese modo tan descuidado.

     ―¡Deberías pensar en mí como el enemigo! ―le exhortó, golpeándose el pecho― ¡Deja de decir tonterías y atácame!

     Contrario a su estado de agitación, Sinbad le contempló durante un momento con una tranquilidad y melancolía que no deberían permitirse en aquellas circunstancias.

     ―No voy a hacerlo, y aunque me gustaría que fuese así, tampoco te obligaré a que elijas mi lado ―sentenció―. Voy a eliminarlos con o sin tu ayuda, antes de que lleguen refuerzos.

     Se tragó su diatriba en ciernes cuando después de una pausa, el hombre volvió a hablarle.

     ―Quiero que una vez más pienses por ti mismo y tomes una decisión. Sí, no puedes cambiar lo que ya pasó pero ese no es el final para ti. No fue en vano que sobrevivieras.

     Se vieron arrastrados al conflicto, de modo que perdió la oportunidad de preguntarse si eso podría merecer la pena. Hasta la traición primigenia, nunca había tenido control sobre su vida, y no creía que Sinbad o cualquier otro sujeto pudiera entender de verdad lo que ello significaba. Sin embargo, mientras le veía luchar contra sus secuaces, sin escatimar en protegerlo también a él, alguien patético que naufragaba en la indecisión, redescubrió que no le odiaba y que nunca podría hacerlo. Quizás todo lo demás había cambiado, pero ese tipo seguía siendo todo lo que podría desear; fuera o no candidato a rey. Todo lo que no podría tener.

     Sinbad miró de reojo hacia la isla, aunque no creía que se le hubiese escapado ninguno de aquellos hombres para cruzar el perímetro. Seguían apareciendo aun cuando ya había aniquilado a varios, eran como moscas escurridizas. Le enfermaban; mientras las cosas continuaran de ese modo Judar nunca sería libre de su maleficio. Al mismo tiempo le impedirían a él llegar hasta su corazón. Cuando se disponía a encargarse de otro más, una lluvia de hielo interceptó a su oponente desde el lado opuesto. Mientras pensaba en él, Judar se le había adelantado, y no conforme con limitarse a eso les envió un poderoso ataque detrás de otro.

     ―Te cubriré ―le dijo este por encima del hombro al haber captado su atención―, has lo que tengas que hacer.

     En medio del desastre que él mismo causó, Judar experimentó una inesperada sensación de sosiego. Gyokuen no volvió a hablarle y estaba bastante seguro de que ella habría oído todo en tiempo real desde la comodidad del palacio que había convertido en su nido de víboras, y eso no le provocaba más que satisfacción. Dicha pasajera. Incluso si muriese conservaría la sonrisa, pero ese no iba a ser el caso porque peleaba codo a codo con Sinbad y juntos no eran menos que invencibles. Aunque fuese solo por instante, quería brillar más que las estrellas y ser admirado por él. Desplegó su poder y se envolvió en la ilusión embriagante de que le era imprescindible, hasta que él último de sus enemigos desapareció.

     Sindria estaba a salvo gracias a su esfuerzo conjunto. Tras haber distinguido luces que se acercaban a ellos desde la isla, el Rey se volvió hacia Judar con un gesto afable y complacido.

     ―Debo volver, ¿supongo que también vendrás…?

     Pero solo escuchó el silbido del viento y el clamor del océano a su alrededor. Empezando a preocuparse, buscó con la mirada en todas direcciones. No le encontró por ninguna parte y cayó en cuenta de que estaba solo en medio de la negra inmensidad. Durante los breves momentos en que le perdió de vista después de la batalla, Judar se había desvanecido en la profundidad de la noche.


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