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Una noche sin final por mei yuuki

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     Epílogo

     •

 

     Después del final, emergió el sol.

     Siguiendo la rutina que había adoptado desde poco después su llegada, Judar se dirigió a los campos de cultivo donde trabajaba la mayor parte de la población. Durante el corto trayecto su presencia no pasaba desapercibida; iba estirado cómodamente sobre la alfombra y masticaba una fruta silvestre mientras sobrevolaba los humildes tejados de paja que se elevaban sobre las viviendas. Con esta despreocupada actitud, respondía a los casi reverentes saludos con un seco asentimiento cuando le apetecía darse por enterado de que era objeto de sus miradas. Al menos sus costumbres ya no desataban el alboroto inicial; transcurrido un tiempo los lugareños dejaron de creer que utilizaría sus misteriosos poderes con el fin de hacer arder la aldea o para despojarlos de sus escasas posesiones. En el presente solo le expresaban gratitud.

     Al verle llegar a la zona, uno de los aldeanos que labraba la tierra se detuvo un momento para saludarle.

     ―¡Buenos días, Judar!

     ―Parece que todo va bien, ¿eh? No necesitarán demasiada ayuda esta vez ―comentó una vez que descendió a su altura y miró hacia el campo relleno de surcos.

     Cuando llegó allí, hacía dos o tres meses, la sequía les estaba consumiendo y apenas tenían el sustento suficiente para sobrevivir. Para él había sido fácil contrarrestar esa calamidad, y aunque el octavo tipo de magia no era su fuerte, consiguió también acelerar el proceso de la cosecha. Gracias a su intervención realizaban ahora de manera anticipada la segunda siembra del año, algo imposible de lograr bajo circunstancias normales.

     ―De momento solo nos falta mano de obra ―contestó el hombre en tanto con el dorso de la mano se secaba el sudor de la frente poblada de arrugas―, hace diez años no sería el caso. Como sea, dentro de poco necesitaremos que de nuevo invoques lluvias, si no te importa.

     No le importaba, aunque a la vez era consciente de que podría llegar a tornarse problemático fomentar una excesiva dependencia. Después de que la conversación muriera permaneció en el mismo sitio durante unos momentos, de cara al paisaje que por años creyó sumido en la devastación. Quizás fuese esta su tierra natal, pero nunca se convertiría en uno más de ellos. Su vida anterior se deshacía tras sus párpados, como las cenizas de la casa donde nació al ser arrojadas al viento y sepultadas en el olvido. Nada germinaría en el espacio marchito que persistía en su lugar.

     Fue más tarde, cuando Judar retornaba al sitio de su hospedaje temporal (una vivienda pequeña y abandonada, siendo lo segundo una consecuencia de estar a medio derruir) que tuvo lugar un inesperado acontecimiento. Un capricho repentino le había impulsado a caminar por las calles del pueblo en vez de regresar volando sobre la caída del crepúsculo, y debido a ello se topó casi de inmediato con el cúmulo de gente reunida cerca de la plaza. Una desagradable premonición, suscitada en parte por la experiencia, le hizo detenerse en seco. Desde el primer momento en que pisó la aldea, nunca perdió de vista la posibilidad de que le buscaran para ajusticiarle. Sin embargo, que lo esperara no implicaba que fuese a permitirles a esos bastardos hacer lo que les placiera. Esa historia no se volvería a repetir.

     Sin fijar la vista en ningún rostro, se hizo con la varita y caminó a zancadas con la determinación aglutinándosele en el pecho. Al verle, alguien entre los presentes le dirigió la palabra, pero no llegó a prestar oídos. Todo cuanto percibió fue cacofonía; obstáculos. Hasta que su visión se despejó y entonces fue como si escrutase un espejismo.

     Sus frenéticos pensamientos cesaron.

     El hombre que en ese momento conversaba con uno de los ciudadanos era inequívocamente extranjero; levantó la vista al advertir la aparatosa llegada de Judar. Sus afables ojos se ensancharon al encontrarle allí y la sonrisa que le brotó de los labios fue una que el joven no pudo corresponder.

     ―Al fin te veo, Judar.

     Sin comprender todavía lo que sucedía, Judar parpadeó de manera enérgica al oír su voz. Experimentó una fuerte opresión en el pecho y la respiración se le antojo dificultosa. El rostro compungido, sin color. Era un absurdo, pero de pronto sintió una especie de anhelo hacia el escenario hipotético que había anticipado.

     ―¿Por qué… ―soltó con aspereza, haciéndose oír por sobre los cuchicheos de la gente. Su expresión se fue agriando al fijarse en los dos sujetos detrás de Sinbad, Ja´far y Masrur; sus infaltables acompañantes― han venido? 

     ―¿No es obvio? Todavía tenemos muchos asuntos que tratar.

     La mirada entrañable que le había dado previno una posible tergiversación de sus palabras. Le hizo sentirse perdido, aunque no fuese esa su intención. Rompió el contacto visual de un brusco movimiento.

     ―¿Y ustedes qué están mirando? ―Le gritó entonces al populacho― ¡Lárguense! Esto no les incumbe.

     La multitud se fue dispersando entre murmullos y miradas fugaces hacia uno y otro de los involucrados. Sinbad agradeció efusivamente al hombre que al parecer les había dado las indicaciones necesarias para llegar hasta ahí, desde las afueras. Judar cruzó los brazos para recobrar el porte altanero y les ignoró como si nada de aquello guardase relación con él.

     ―Entonces esta es tu ciudad natal ―le dijo Sinbad con cierta nota de admiración, en tanto echaba un vistazo al rústico panorama.

     ―¿Qué te sorprende? No hay nada interesante, así que deberías irte deprisa.

     ―No vayas tan rápido, que no fue tan fácil dar con este lugar ―dijo sin inmutarse, luego le sonrió con algo de malicia―. Las pistas que obtuve de ti no eran muchas, tampoco.

     A Judar se le trabó la lengua. A falta de elocuencia le dirigió una mirada que fue tan dura como esquiva.

     ―Pierden el tiempo, aunque me da igual ―espetó con displicencia una vez que superó el lapsus―. Ya no me interesas más, Rey estúpido.

     Se fue nada más soltar esta declaración. Considerándolos menos que el aire, no volvió a reparar en ninguno de los otros dos hombres al pasar entre ellos. Su orgullo le impidió remontar el vuelo para alejarse más deprisa. Sinbad se le quedó mirando hasta que Masrur interrumpió el silencio y distrajo su atención:

     ―Entonces, ¿piensas seguirlo? ―Señaló con un movimiento la silueta ya distante.

     ―Todavía no, tal vez será un poco más difícil de lo que pensaba. ―Contrario a sus palabras, no parecía decepcionado. Una negativa tajante como recibimiento era lo mínimo que podía esperar de parte de Judar; ya tendría mejores oportunidades para ablandar esa ácida coraza exterior suya.

     ―Ya has visto su reacción; simplemente deberíamos marcharnos ―intervino Ja´far, tras lo cual entornó con fastidio sus sagaces ojos negros―, y entiende de una vez que venir hasta acá fue una locura.

     ―Solo van a ser unos días ―aseguró el Rey de una forma demasiado despreocupada para el agrado de Ja´far―. No en vano te prometí que este sería el último sitio que visitaríamos.

     El hombre exhaló el aire con pesadez. A pesar de ello su siguiente afirmación fue categórica:

     ―Y has de cumplir con tu palabra aunque ese chico no te escuche.  

 

     •••••

 

     Incluso cuando se sentía amenazado, no tenía sentido para él volver a huir; menos tratándose de un lugar tan recóndito como lo era aquel asentamiento perdido entre montañas, con un número de habitantes que no hacía más que decrecer cada año. Desde cualquier perspectiva, era el sitio idóneo para esconderse del mundo. Bajo esa misma suposición Sinbad había dado con su paradero. Otro signo inequívoco de la maldición que le impregnaba hasta la médula.

     Como era lógico, Judar pretendía ignorar su existencia hasta que se marchara; no contaba con que el Rey adoptaría la misma actitud hacia él y mantendría las distancias durante los siguientes dos días. No intentó volver a acercársele, y de no ser porque escuchó a hurtadillas cierta conversación entre un grupo de mujeres que colaboraban con el trabajo de los campos, habría creído que ya ni siquiera estaba en el pueblo:

     ―¿Se enteraron? El hombre que ha venido buscando a Judar no es otro sino el rey de Sindria. ―La que sacó el tema mientras tomaban un descanso fue una joven cuyo entusiasmo reflejado en su aguda voz no procuró disimular.

     ―¿Y dónde queda eso? ―Había preguntado la menos informada de sus compañeras, una mujer mayor.

     ―Al parecer es una isla de los mares del sur ―le contestó otra.

     ―¡Es muy guapo! Lo he visto en la calle cuando venía hacia acá y quedé prendada.

     ―Sigo sin creerme que gente como ellos venga a este fin del mundo. Ni siquiera tenemos una posada en condiciones.

     Era como si no fuese él su motivo para continuar allí. Le irritó a sobremanera; lo que le llevó a querer hacerse notar bajándose del árbol donde había estado tomando una siesta, justo delante de sus narices. Dado que hacía más calor que de costumbre no volvería a conciliar el sueño, aun si no le estuviesen importunando con sus chismes.

     Miró cada uno de sus rostros ahora congelados por la sorpresa, y quitándose unas cuantas hojas que tenía adheridas al cabello, les preguntó:

     ―¿Dónde es que se está quedando ese Rey idiota? Díganmelo ahora.

     Le hicieron saber que Sinbad y sus camaradas se hospedaban en la casa de un anciano que nunca en su vida había visto semejante cantidad de monedas de oro como la que le ofreció. Era la nueva comidilla de la aldea; todos querían acercársele y saber respecto a tan ilustre forastero. Y a su vez, mientras Judar había estado rehuyendo el contacto lo máximo posible, el Rey confraternizaba con la gente cual si fuera ese un viaje de placer.

     No necesitaba comprender sus acciones para sentirse insultado; de manera que partió en su búsqueda con la mente vuelta un hervidero de pensamientos destructivos. En el lugar señalado encontró a Ja´far antes que al Rey. Ensimismado, el hombre barría el polvoriento camino delante de la casa con minuciosidad. De improviso Judar aterrizó enfrente de él, acción que por supuesto le sobresaltó e hizo dar un paso atrás.  

     ―Así que has venido ―observó Ja´far carente de entusiasmo al reparar en su rostro; lo dijo como si se tratase del cumplimiento de una profecía. Judar arqueó las cejas y espetó de forma prepotente antes de que el hombre pudiera agregar algo más:

     ―Ahórratelo y quítate del camino, ¿quieres? No me hagas patearte el trasero.

     ―Hasta ahora me abstuve de ponerte en tu lugar por respeto a Sin, pero ya no me callaré mientras veo cómo te aprovechas de sus buenas intenciones ―repuso, desafiante―. Si ibas a huir durante la noche para esconderte aquí como una rata, jamás debiste regresar.

     Judar le miró desconcertado. Estaba preparado para recibir todo tipo de recriminaciones y ataques por parte de aquel sujeto, pero algo en su discurso no terminaba de encajar. Si estuviese al tanto de las circunstancias que propiciaron su huida de Sindria no estaría diciéndole precisamente esas palabras.

     ―Así que en realidad no tienes idea de nada, pecas ―concluyó con un bufido mordaz y la barbilla en alto. Su interlocutor no vaciló y continuó hablando como si no le hubiese escuchado.

     ―Lo que sí tengo claro es que Sin se preocupa por ti lo suficiente como para venir a buscarte hasta este lugar, y no creo que lo merezcas. No sé qué pretendes pero ya has causado suficientes conflictos.

     ―Es su problema ―dijo entonces, apretando la mandíbula. De pronto se sentía incómodo, como si estuviese siendo acorralado por él aunque se suponía que la situación era al revés―; solo quiero que todos ustedes se marchen y me dejen en paz. Olvídense de que existo.

     Ante esto Ja´far se quedó observándolo con extrañeza, sin dar mucho crédito a esta renuncia voluntaria. Para cualquiera que haya sido testigo de la terquedad de Judar resultaría difícil de creer. Al final viró el rostro hacia un lado y suspiró, como si se rindiese de intentar leer sus verdaderas intenciones.

     Se apartó de Judar en silencio. Antes de retirarse, le dijo dándole la espalda:

     ―Adelante. Espero que al fin se decepcione de ti, será lo mejor para todos que esto acabe.

     Pero Judar ya no estaba tan convencido; descubrir que incluso tras tantas vicisitudes Sinbad no lo había delatado con su gente le embargó de dudas. Se sintió molesto con el hombre por un motivo diferente del que le impulso a buscarle en primera instancia; y peor aún, fue abrumado por emociones que llevaba tiempo pretendiendo silenciar. En cualquier caso, prefirió irse antes de nuevamente perder el control sobre sí mismo estando en su presencia.

     ―Ja´far, acaso… ―Esa fue su intención, empero la oportunidad se le escapó deprisa en cuanto Sinbad cruzó el umbral de la puerta con la palabra en la boca y le encontró allí, mirándose las manos con impotencia bajo el sol de la tarde; un ave desorientada que había olvidado como volar. En un instante, los ojos del hombre se encendieron con agrado―, para ser tú quien vino a verme, pareces sorprendido.

     ―¿Por qué no les has dicho que intenté matarte? ―La pregunta salió disparada de sus labios, como si durante largo tiempo hubiese estado pugnando por salir desde el fondo de su garganta. Se obligó a encararle y pudo verlo ladear la cabeza en signo de reflexión.

     ―Habría sido problemático explicarlo todo, y tampoco tenía la certeza de que no te habían vuelto a capturar. Quise encontrarte y asegurarme de que estabas bien.

     ―De verdad que eres idiota ―espetó Judar con profundo fastidio, se pasó la mano por los cabellos de la nuca―, ¿por qué haces todo esto, esperas que te lo agradezca?

     ―Preferiría que volvieses a Sindria en lugar de eso, ¿lo considerarás?― sonrió mientras se le aproximaba.

     ―Oh, ya entiendo, así que es un chantaje ―soltó Judar después de pensárselo un momento, cambiando su enfoque a uno malicioso―. Anda, cuéntame qué piensas hacer si me niego; ¿les contarás a todos aquí sobre la horrible persona que soy?  ―con las manos en la cintura, se inclinó hacia su rostro― Hombre, si querías pelear solo tenías que decirlo, estoy más que dispuesto a-

     ―Ya veo que pretendes seguir distorsionando cada una de mis palabras ―respondió el Rey con hastío ante su actitud burlona―, ¿tanto le temes a la organización que ni siquiera puedes enfrentar la realidad?

     Judar retrocedió y apartó la vista hacia el suelo con una mueca que dejaba al descubierto sus blancos y entonces apretados dientes.

     ―No les temo, esos imbéciles me traen sin cuidado.

     ―¿Entonces qué es?

     ―Te lo dije: ya no me interesas, ¿qué tengo que hacer para que te quede claro?

     ―Podrías empezar por decirme la verdad, aunque no sea un hábito para ti.

     ―¡Estoy diciéndote la verdad! ―refunfuñó, agitándose frente al otro hombre― Todo lo que haya pasado entre nosotros me importa una mierda, vete de aquí y sigue con tu vida aburrida.

     La conversación se estaba estancando del mismo modo en que sucediera en otras ocasiones, aunque para Sinbad era evidente que algo había cambiado dentro del iracundo muchacho; lo demostraba el simple hecho de que eligiera continuar con la vida anodina que llevaba en el pueblo, incluso si era algo temporal. Él tampoco era el mismo, y si quería recuperar a Judar no era porque buscara hacerse con su poder. Con delicadeza asió sus brazos para girarle y así ser capaz de observar sus ojos en profundidad. Tuvo presente que dadas las circunstancias la probabilidad de ser repelido por su borg era bastante elevada; no obstante, eso no ocurrió. Judar temblaba como si otra vez estuviese a punto de estallar en cólera; la cabeza inclinaba hacia abajo, los puños apretados. Con el tono de voz almibarado que solía abrirle cualquier puerta, el Rey le pidió que le encarara.

     ―¡No puedo regresar! ―exclamó de pronto Judar con la voz rota, derrotado. Negaba con la cabeza sin parar; sus rodillas cedieron y se deslizó hacia el piso de tierra, siendo acompañado por Sinbad puesto que no le soltó―. Soy inservible para cualquier cosa que no sea destruir y por primera vez no puedo soportarlo. ¡Jamás seré libre, incluso si todos ellos desaparecen de este maldito mundo!

     Lo deseara o no, terminó siendo contenido por los brazos de Sinbad. En medio de su desborde de emociones ese abrazo fue su único asidero para no ser arrastrado más profundamente dentro del vacío de su angustia.

     ―En eso te equivocas, Judar ―le dijo Sinbad después, queriendo consolarlo―. Estás ayudando a estas personas con tu poder sin pedirles nada a cambio, y lo mismo hiciste todo el tiempo que estuviste en Sindria. Puedes hacer mucho más que solo destruir y nadie puede impedírtelo.

     ―Siempre convences a todos de creer lo que quieres que crean, ¿piensas que puedes hacer lo mismo conmigo? ―contestó Judar con la sombra de una sonrisa melancólica una vez recuperó algo de calma, pasado un rato. Para entonces dejó de refugiarse en su pecho.

     ―Eso quisiera, aunque hasta ahora no ha estado funcionando. ―No tuvo reparos en acariciarle la mejilla.

     Luchando contra nadie más que consigo mismo, el joven apretó los ojos. Le dolía saber que era esa la última caricia suya que recibiría. Instantes más tarde se puso en pie y aumentó a propósito la distancia entre los dos.

     ―Ya fue suficiente; sería una asco que alguien viera todo esto.

     ―Podemos ir a otro lugar donde no nos puedan interrumpir ―dijo y se adelantó hacia él, mas enseguida Judar lo detuvo.

     ―No. Eso es todo, no sigas insistiendo ―le pidió, sintiéndose abatido al decirlo―. No iré contigo, respeta mi decisión, Sinbad.

     La seriedad poco común en su tono de voz debió hacerle comprender que era un hecho definitivo; y así lo demostró su semblante taciturno cuando Judar hizo ademán de darse la vuelta para retirarse sin mayores despedidas ni aspavientos. Ni siquiera quería pensar en la amargura del recuerdo que compondría este día en el futuro.

     ―No le contaré a nadie ninguno de los hechos que me confesaste esa noche, ni lo que pasó después. ―Se sobresaltó al escucharle asegurar, tuvo que mirarle por el rabillo del ojo. ―Jamás lo haré, incluso si no volvemos a vernos. Aunque de verdad espero que no sea así.

     ―… Como quieras ―dijo, pero no escondió de él la sonrisa desganada que le inspiró.

 

     •••••

 

     Pasó los dedos con indolencia por sobre la piedra cubierta de polvo que, a modo de lápida, coronaba una de las tantas tumbas toscas del cementerio. No le apetecía ser descubierto como el antiguo habitante que una vez fue, por lo cual en lugar de indagar entre los aldeanos optó por revisar una a una las inscripciones en ellas hasta dar con la indicada. Por fortuna para Judar, el territorio del cementerio era reducido dadas las características del pueblo e inclusive algunas de las sepulturas más arcaicas habían desaparecido; gracias a ello fue capaz de dar con su objetivo el mismo día que se lo propuso. El nombre de los que fueron sus padres perduraba allí, bajo el peso de los años, y como si pudiese albergar alguna duda en la parte inferior les acompañaba otro más. El nombre que había abandonado tras desaparecer.

     Encontrar su propia tumba no era algo que esperara y casi le hizo reír; en cualquier caso era lógico que lo dieran por muerto después de lo que sucedió, aunque prescindieran del cadáver. Le habían hecho un favor al incluirle. Se sentó en la tierra cubierta de hojas y apoyó la espalda contra la superficie fría y un tanto irregular de la piedra. Recogió las piernas y perdiéndose en la vista lejana de las montañas y en el silencio de la naturaleza que no era tal, dejó su mente divagar. El impulso que le llevara hasta ese lugar desolado se extinguió. Durante años había evitado pensar en su pasado limitándose a acumular amargura, y ahora que lo había desenterrado por completo se enfrentaba a nada más que insatisfacción. Le hubo conferido demasiado poder al horror que anidaba en sus recuerdos; siempre se dedicó a huir del dolor, y ya no quedaba nada a qué temerle. Ni siquiera había sido capaz de vengarlos…

     El ruido no cesaba y acabó por sobresaltarle al subir su intensidad. Aletargado, se talló los ojos repetidas veces en tanto luchaba por ubicarse. Avistó el descampado y rememoró que se encontraba en el cementerio, que había ido hasta allí para ver la tumba de su familia. Se puso en pie de forma brusca; ¿cuánto tiempo había dormido? El sol ya casi se escapaba tras las montañas. Y aunado a eso el rukh no dejaba de fastidiar; aunque aparte de él no percibía la presencia de nadie en aquel sitio que pudiera estar influenciándolo.

     Entonces fue consciente de que ese era el supuesto día en que Sinbad por fin dejaría la aldea. No estaba dispuesto a aceptarlo, pero no era casualidad que hubiese escogido aquel momento en especial para retirarse al cementerio; se negaba a verlo por temor a lo que pudiese suceder. A lo que sentiría cuando desapareciera otra vez fuera de su alcance. Pensarlo ahora en soledad añadió el peso de la culpabilidad por la propia cobardía; un arrepentimiento tan visceral que bastó para quebrantar el hechizo del autoengaño. Fuego le atravesó el corazón; creyó que estaba a punto de convertirse en un montón de cenizas destinadas a ser barridas por el viento, y mientras el martirio proseguía, el estúpido rey estaría navegando sobre mares tan inconmensurables como lo era su ignorancia.

     ―¿Qué me esperaría hasta que cambiara de idea? ¡Patrañas! ―Derrumbarse de esta forma estaba volviéndose una costumbre, una que aumentaba su patetismo. Ni siquiera podía dejarse cegar por la ira como antaño. Enterró los dedos en la tierra reseca y con saña la removió, mas el rukh no le dejaba lamentarse en paz; el agudo repiqueteo zumbaba en sus oídos como si un enjambre de insectos hubiese decidido pasarse la noche sacándole de sus casillas. ―¡Ah, malditos sean, váyanse a la mierda! ¡Renuncio! ―despotricó a la vez que se levantaba y arrojaba un puñado de tierra al aire. No se percató de que alguien aguardaba cerca hasta que el individuo se quejó.

     Pestañeó primero con perplejidad y después con enfado.

     ―¡¿Tú?! ―A pesar de su airado tono, en realidad temía creer lo que estaba viendo. Le surgió la aprensión de que no fuese real― ¿qué se supone que estás haciendo todavía  aquí?

     Sacudiéndose la tierra que le cayó encima, Sinbad le observó contrariado. No era el caso que hubiese pretendido sorprenderlo acercándose a hurtadillas, sino que la completa abstracción de Judar le impidió oír sus pasos.

     ―Después de lo que acabo de escuchar creí que te alegrarías de que te buscara para despedirme ―contestó, y el rostro del joven se puso tan candente como sus ojos entrecerrados―. Una lástima que me retrasara tanto y oscureciera, tendré que tomarme un día más.

     ―Tu estúpido ministro te matará cuando te encuentre.

     ―No tendría que lidiar con su ira si no te comportases como un mocoso.

     El rictus de Judar se arrugó; sin embargo el ímpetu le abandonó progresivamente. Su expresión se tiñó de melancolía y evidenció la desesperanza que traía a cuestas.

     ―¿Entonces por qué no te rindes? ―quiso saberse dueño de su lástima; la única lógica a la que podía aspirar― ¿Por qué eres tan persistente cuando no me necesitas? Un Rey como tú debería querer matar a un magi que no puede controlar.

     ―Aun no lo entiendes ―comenzó Sinbad antes de avanzar un paso e inclinarse hacia él. Este gesto provocó que el muchacho retrocediera, arisco, hasta que sintió contra su pierna la lápida olvidada―: no necesito al magi oscuro ni al oráculo, yo te quiero a ti, Judar. Al que fuiste y al que eres. No llegaría tan lejos de no ser así.

     Sonaba ridículo para el joven, pero como siempre que el Rey proclamaba un hecho, cualquier indicio de vacilación en su actuar era inexistente. La fuerza de su certidumbre solía dejarle anonadado, indefenso. Pensó en la bruja de Gyokuen; como ella, él también era un traidor, ¿no creía que pudiese volver a apuñalarle por la espalda? Aquel hombre parecía burlarse de sus temores. Lo que hizo a continuación bastó para confirmárselo.

     Le besó con una suavidad que contravenía su determinación, concediéndole la oportunidad de rechazarle si así lo deseaba. Para Judar, que siempre fue dado a dejarse llevar por pulsiones abruptas y ahora estando en su momento de máxima vulnerabilidad, abstenerse habría sido equivalente a no beber del agua ofrecida después de una larga caminata a través del desierto. Las partículas del rukh de Sinbad no le desmentían, lo que por algún motivo incrementaba su angustia. ¿Cómo podría continuar respirando luego de esto?

     ―Entonces esa es tu elección ―pronunció con labios húmedos una vez se distanciaron. Le escrutaba renuente, buscando desesperadamente una respuesta afirmativa en su mirada―. Quizás sea un error del que te arrepientas.

     ―Si temiera a los errores nunca habría llegado hasta donde estoy. ―Mientras le hablaba, Judar cedió poco a poco como si le fuese imposible permanecer en guardia por más tiempo; entonces Sinbad rodeó con ternura su cuerpo macilento y tembloroso. ―Déjame sostenerte de esta forma cada vez que caigas; y el veneno que te consume, compártelo conmigo.

     Recargó la cabeza en su hombro y cerró los ojos, pero no halló dentro de sí palabras para responderle. El entorno le hacía remontarse a otros tiempos y se preguntó que habría pensado de verse con ojos distintos, si habría llegado a conocerle de haber crecido allí. Tenía que desprenderse de esos remordimientos.

     ―Esta es la tumba de mis padres ―dijo, soltándose de él para señalársela con un gesto lánguido―, y hasta ahora también fue la mía.

 

     •••••

 

     Más allá de las apacibles montañas el tiempo proseguía su avance intransigente y Ja´far se encargó de hacérselo entender a su Rey después de su inaudito retraso, como lo llamó una vez que se reunieron con él. Tenía asuntos urgentes que atender en el reino y era preciso que regresaran sin perder un solo día más. Judar mentiría si dijera que no se lo pasó en grande viéndole sufrir a manos de su subalterno; pero la diversión terminó en cuanto se acordó de que él también habría de enfrentarse a un cúmulo de personas a las que no les caería en gracia su retorno a Sindria. 

     Ahora sin engaños, se ganaría su lugar. Otra vez.

     ―Lamento que tuvieras que despedirte de todos tan deprisa ―le comentó Sinbad un día después de que embarcaran rumbo a su país―, es comprensible que necesitaras más tiempo.

     Judar se volvió para mirarle con incredulidad. Se levantó de la silla desde donde contemplaba el exterior nocturno a través de una pequeña ventana.

     ―¿Dices eso después de todo lo que hiciste para que convencerme de venir? Tiene que ser una broma.

     ―Por supuesto que me alegra tenerte de vuelta, pero no puedo evitar pensarlo después de ver cuanto llegaron a apreciarte. ― Asió su mano y acarició su palma con las yemas de los dedos.  

     ―No me necesitan ―dijo con una sonrisa vacía, quizá triste―. Ya hice suficiente por ellos, es mejor que me olviden.

     ―No creo que eso pase tan fácilmente.

     Tras aquello Sinbad le aseguró que siempre podrían hacer visitas esporádicas; se lo propuso a pesar del riesgo que suponía dado el lugar donde se hallaba emplazada la aldea, tan cerca de los dominios del poderoso imperio Kou. Era un gesto dulce, pero Judar al fin podía decir que estaba listo para el adiós definitivo a su antiguo hogar, sin pesares ni rencores.

     Transcurrieron así largos meses desde su renacimiento, hasta cumplirse el primer año de establecerse, ahora sin interrupciones, junto a su Rey. Quizás no lo mereciera, pero si estaba en su poder prolongar esos días hasta la eternidad no se arrepentiría de hacerlo. No por nada contaba con el suficiente poder para asegurarse de que nadie pudiera arrebatarles algo.

     Fue en aquel entonces cuando tuvo lugar un encuentro que no habría podido prever.

     ―Y, ¿quiénes se supone que son? ―Inquirió Judar con un tono que denotaba el poco interés que tenía mientras bajaba por las escaleras del palacio. Sobre sus hombros y el choli negro colgaba abierta la túnica de lino que era estampa de los funcionarios de Sindria.

     ―Si no hubieses estado dormido en la reunión sabrías que son emisarios de Balbadd ―le reprendió Ja´far, dos escalones por detrás de él―. Ya es hora de que seas más responsable.

     ―Bah, los asuntos aburridos te conciernen a ti, de cualquier manera. Mi trabajo es más importante.

     Se reunieron con Sinbad y Masrur en la salida y juntos partieron rumbo al puerto. En lo que duraba el trayecto, el Rey le indicó mediante susurros que estuviera atento respecto a aquellos visitantes y le hiciera saber cualquier cosa que notara; dado que era algo que solo él podía hacer. Tal orden despertó la curiosidad de Judar, no obstante no se trataba de una amenaza como llegó a pensar en primera instancia. Era algo más; lo supo por instinto nada más llegar y aproximarse.

     No oyó las palabras protocolares de bienvenida de Sinbad para los recién llegados; toda su atención se vio volcada hacia uno de los dos sujetos frente a él. No le faltó mucho para soltar una exclamación, y pudo darse cuenta de que aquel desconocido compartió su sorpresa.

     ―Este es Judar, magi de Sindria ―Sinbad le presentó. Presionó la mano contra su espalda haciéndole reaccionar―. Judar, ellos son Alibaba y Aladdin. Y, según me han dicho, él también es un magi.

     Iba a exigirle explicaciones al Rey más tarde.

     Todavía asombrado, estrechó la mano del chico de menos edad con más fuerza de la necesaria. Le miraba con extrañeza; pero aun así el llamado Aladdin acabó por sonreírle.

     ―Mucho gusto, Judar-kun.

Notas finales:

La escena final está basada en una viñeta que aparece en el capítulo 214 del manga, respecto a "los mundos paralelos" al principio de la historia de Alma Toran. La amé desde que la vi, y desde que nació la idea de este fanfic siempre apunté a basar en ella parte del final. Después de mucho tiempo escribiendo y editando esta historia, me alegro de haberlo logrado. Eso sería, y gracias a todos por leer. Nos vemos en otra. :)


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