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Una noche sin final por mei yuuki

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     Evocaba con demasiada claridad las interminables horas que pasó en busca de refugio; de alimento con que aplacar su hambruna. Sin nunca avistar el final del túnel, por aquel entonces Judar daba tumbos como una cría caída de la camada prematuramente, y como tal, el destino se mostró con él inmisericorde. Desprovisto de velocidad y resistencia para huir, producto de una suntuosa vida anterior en que se limitó a depender por completo de la magia, podría incluso haber experimentado algo parecido al alivio cuando por fin fue capturado, sino fuera porque sus aventajados predadores lo arrastraron por los cabellos para barrer el piso con él. Casi enseguida la patada de alguien clavándosele en el estómago le hizo retorcerse en busca de aire.

     ―Con este estará bien por ahora ―dictaminó uno de ellos al echar una buena hojeada al chico forzosamente postrado sobre el suelo; la última presa de la jornada, también la más exótica.

     ―Quizá sea por el cabello y lo famélico que está, pero bien que podría pasar por una mujer ―dijo el hombre de mediana edad que le apresaba con firmeza, y luego soltó una risilla entre dientes―, con un poco de suerte algún tipo pagará un buen precio por él.

     Fue así como dejó atrás las calles para familiarizarse estrechamente con el interior de una jaula, por fortuna de manera temporal. En retrospectiva, no podía hacer más que enfurecerse y desear enterrar para siempre esa oscura y humillante época; lo que había estado haciendo con meridiana facilidad hasta el momento presente en que orillado por una serie de circunstancias ―y por qué no, falto de una buena dosis de prudencia― acabó regresando a aquel lugar relacionado con los hechos relatados.    

    La situación en el mercado de esclavos se salió de control en un parpadeo. Sobre el entarimado principal, el muchacho dispuesto para la venta experimentó un intempestivo arranque de ira, y pese a estar encadenado se revolvió violentamente contra el par de hombres que le custodiaban. Intentó lanzarse sobre la audiencia que contemplaba el espectáculo con morbo y curiosidad, mientras soltaba una sarta interminable de improperios dirigidos hacia alguien en concreto situado entre la multitud.

     ―¡Maldito bastardo hijo de puta, te mataré! ¡Aunque muera juro que acabaré contigo y todos tus…! ―Su mirada febril no dejó escapar a Judar en ningún segundo, el sudor bañaba su rostro mientras era sometido por los esclavistas para después comenzar a ser arrastrado fuera del ajado escenario entre golpes y gritos.

     Veloz como ave de rapiña, el joven magi se elevó en el aire y aterrizó después en el centro de aquel entramado. Se paralizó en el acto cualquier movimiento a su alrededor. De inmediato uno de los hombres a cargo de la subasta le increpó por estar allí, como era lógico que sucediera, pero en cuanto dio el primer paso en su dirección, Judar empujó su fornido cuerpo hacia atrás y le hizo volar más de tres metros sobre el público. Todo ello con tan solo señalarle con su vara plateada; acción que suscitó la primera alerta de pánico en los corazones de quienes fueron testigos de tal proeza. Escrutó con interés al esclavo que habiendo caído en la depravación, como pudo constatar al percibir desde cerca su rukh inequívocamente oscuro, le desafiaba con la mirada aun estando derribado de cara contra el suelo.

     ―¡Ya te recuerdo! ―Exclamó Judar, abriendo los ojos y enarbolando una mueca como quien visiona una epifanía― Tú y esa mujer intentaron delatarme con Sinbad ¿No? Has de tener muy mala suerte para acabar en un sitio como este.

     El joven restalló los dientes con ardiente furia. Aparte de los hombres que continuaban sujetándole con fuerza, unos cuantos individuos más se habían reunido sobre la tarima y creado un círculo en torno al intruso de misteriosos poderes y él. Desenvainaron cuchillos de considerable tamaño e intercambiaron miradas unos con otros; y ante el inminente peligro la audiencia retrocedió para después escabullirse lejos del lugar, dando así por finalizada la subasta de esclavos. Era de esperarse que en poco tiempo la milicia se hiciera presente, alertada por los mismos ciudadanos.

     ―Si no fuera por ti nada de esto nos habría sucedido ¿Por qué teníamos que ser nosotros? ―siseó con aversión, desconsolado― ¿Por qué nuestro pueblo? No es justo.  

     La sonrisa cínica en el semblante de Judar se congeló y de forma lenta trocó en una máscara impasible. En su mirada afloró un ápice del desazón y el sobrecogimiento que, sin percatarse con exactitud de la causa, se adueñaron de su ser.

     ―¿Y a mí que me cuentas? ―dijo y le apuntó con la varita― Por supuesto que nada es justo, por eso lo hemos maldecido ―mencionó lo último no sin cierta carga de complicidad.

     ―Ya fue suficiente con ustedes dos, van a ver lo que les… ―A la par que le oyó, percibió el movimiento en su flanco izquierdo. Creyéndole distraído uno de los individuos se abalanzó en su contra, para al siguiente instante estamparse contra la impenetrable fortaleza que suponía el borg.  

     Podía concordar en que había sido más que suficiente.

     Elevándose una vez más ante sus estupefactas miradas, el magi desató un infierno helado sobre sus cabezas; tan repentino e inverosímil como una avalancha de la que nadie puede escapar. El rukh respondía con ferocidad ante su cólera; espoleado por la angustia y la ansiedad que le anegaban el alma con virulencia. Concentrándose en el grupo, arrasó el lugar hasta que ninguno de los esclavistas quedó en pie, hasta que los gritos cesaron y el silencio gélido y antinatural le causó molestia en los tímpanos. Solo entonces recuperó el control sobre sus emociones convulsas y logró detenerse, se secó lo mejor que pudo el sudor frío que le adhería el flequillo a la frente y apretando los puños para ocultar el temblor de sus manos entumecidas, descendió de nuevo sobre la ahora destartalada superficie de madera cubierta por hielo y sangre. Observó aquellos despojos que eran el resultado de su descontrol, y se aproximó al cuerpo del aturdido joven al que había evadido a conciencia durante el ataque.

     Él le encaró como si fuera la mismísima encarnación de la muerte pero a la vez se negara a rendirle pleitesía. Judar le ordenó al rukh deshacerse de los grilletes que todavía le apresaban, y estos volaron hechos trizas delante de sus ojos entornados.

     ―Me gusta tu mirada, parece que sí tienes algo de agallas a pesar de todo ―comentó y por un instante sonrió con prepotencia, antes de recobrar el gesto indiferente del principio―. Pero no estás a la altura para ser mi rey. Si tanto quieres vengarte, tendrás que hacerlo por tus propios medios.

     Le dejó allí con nada más que confusión y se marchó por aire, antes de que las autoridades descubrieran el estropicio en que se había convertido el pequeño mercado de esclavos debido a su ira. Un momento antes de partir le escuchó llamarle monstruo, y en su mente atribulada casi le concede la razón, pese a saber por descontado que otros seres eran más dignos acreedores del insulto antes que él. ¿Era entonces, inherentemente indistinguible de aquellos hacia los cuales profesaba tan inmenso resentimiento? ¿Si así era, entonces por qué Sinbad no le había repudiado en cuanto se develó su pasado y verdaderas intenciones? No ansiaba ahora una salvación que le fue negada cuando sí la quiso. Sin embargo, de pronto se sentía incluso más perdido y desarraigado que antes; como si por segunda vez hubiese aterrizado de sopetón en la tierra tras un largo sueño, con la añadidura del peso de unos pecados que entonces se negó a concientizar. Por vez primera en más tiempo del que podía calcular sintió miedo, y no frente a un enemigo externo.

 

     •••••

 

     Sinbad abrazaba la fuerte creencia de que cada evento que tuviera lugar en su vida (y en las de quienes le rodeaban) cabía dentro del complejo marco llamado destino; el cual le conducía hacia el porvenir más idóneo al tiempo en que paradójicamente le distanciaba de los demás. La responsabilidad derivada de saberse el único dotado de tal visión le había llevado a realizar grandes cosas, y aún estaba a medio camino de consumar su más grande ambición: traer al mundo una era de paz que traspasara las fronteras de su propio país y del tiempo que durara su reinado.

     Pero eso no le hacía ni mucho menos infalible; sobre todo desde la perspectiva de aquellos otros.

     ―Si lo sabías desde antes ¿Por qué no nos dijiste que Judar era un infiltrado de Al Thamen, un traidor? –Indignado, Ja´far le increpó luego de que el magi desapareciera durante el viaje y Sinbad le revelara los motivos detrás de sus acciones. No quería creer que su Rey le hubiese permitido campar a sus anchas durante todo ese tiempo sin ninguna precaución ni confiarle a él semejante información crítica. Tal temeridad les podría significar devastadoras consecuencias― ¡Te dije muchas veces que creía que él no era de fiar y tú me aseguraste que eran ideas mías, que lo tenías todo bajo control!

     ―Lo supe hace no mucho tiempo, y de habértelo dicho habrías intentado matarlo ―se excusó, demasiado calmado dada la gravedad de la situación―. Entonces no hubiese podido averiguar lo que tramaba.

     ―Debería matarte a ti por irresponsable ―repuso al borde de la exasperación, inconforme con la explicación recibida.

     No era secreto para él la verdadera naturaleza de la relación que había mantenido durante todo ese tiempo con Judar, la cual distaba mucho de ser meramente la de un rey con el magi a su servicio. No se esmeró por ocultarlo en primer lugar, pero como cualquiera de sus subordinados, Ja´far se mantenía al margen y procuraba mirar en otra dirección. A no ser que ocurrieran eventualidades como esta, claro está, y se viera en la obligación de reprochárselo.

     ―¿Y qué piensas hacer? Escapó pero quién sabe qué cosas habrá hecho hasta ahora sin que ninguno de nosotros se enterara, a pesar de todo el tiempo que pasabas con él.

     ―Judar no estaba en buenos términos con la organización, incluso parecía que les traicionó para pasarse a nuestro lado. ―Se interrumpió de manera repentina y apretó los labios al notar que lo estaba justificando, negó para sí mismo y continuó―: No creo que por su cuenta vaya a intentar nada en nuestra contra. Al menos por lo pronto.

     No se había permitido titubeos ante el rictus escéptico que le dio Ja´far, aun cuando todo lo que soltaba fueran medias verdades y puras conjeturas. Compartía su preocupación, pero esta misma palidecía en comparación con el otro malestar que le dejó la amarga partida del muchacho. Nada de cuanto había hecho fue suficiente para retenerlo y satisfacer su codicia.

     ―Sí por algún motivo llegara a regresar, debes expulsarlo de inmediato, Sin ―le exhortó al final, buscando su mirada elusiva; persiguiendo el profundo sentido del deber que en él habitaba―. No vuelvas a permitir que alguien dañino como él llegue tan lejos.

     Sin embargo, no creía entonces que Judar quisiera volver luego de lo ocurrido, teniendo en cuenta su orgullo y testarudez. No había sido la mejor manera de desprenderse de las máscaras, y en consecuencia ese desenlace fue irremediable. Ahora no sabía si tomar al magi corrupto como un ente potencialmente peligroso, un posible traidor; como uno de sus fracasos o tan solo considerarlo otra irrefutable prueba de lo que ocasionaba la maldad de la organización. Había pretendido rescatarlo de un pasado que desconocía, pero este se hallaba fuera de su alcance, alejado de toda posibilidad de resarcir, lo cual continuaba haciendo mella en su fuera interno.

     Le quería, pero a pesar de ello la vanidad no le dejaba ver cuánto pesaban en realidad sus sentimientos sobre sus ideas autocomplacientes. Tomarle bajo su cuidado había sido una decisión egoísta, como tantas otras también recubiertas de altruismo. Hacerle su amante no hizo más que prolongar ese capricho y a su vez, alimentó dentro del chico esos sueños de venganza imposibles de ahuyentar.

     ―Así que él decidió no volver, después de todo ―observó Yunan tras un rato en que se habían mantenido en completo mutismo, ignorándose el uno al otro. Permanecía sentado sobre la balaustrada, de cara hacia la noche.

     A su espalda, Sinbad dejó pasar un momento antes de responderle con un deje de fastidio.

     ―Estaría bien que dejaras de colarte en mi palacio cada vez que te apetece.

     ―Eso suena como si me presentara aquí muy a menudo. ―Giró el rostro para mirarlo y cruzó los brazos. ―La vez anterior procuré que no ser visto, pero aun así te las arreglaste para descubrirme y espiar nuestra conversación ¿No deberías fingir estar al menos un poco sorprendido?

     ―Estoy seguro de que previste esa posibilidad cuando se te ocurrió involucrarte, y en cualquier caso tenía derecho a saberlo ―replicó volviendo el rostro hacia él también―. ¿Qué tanto sabes sobre su pasado, Yunan? ―Le preguntó, aunque no esperaba respuestas sinceras de su parte― Imagino que es su culpa el que hayan ahora tantos calabozos dispersos por el mundo, así como también la tuya.

     ―He retirado más de los que levanté, incluso tratándose de los suyos. Qué manía la tuya de culpar a los demás. ―Yunan soltó un suspiro, falsamente agraviado por su acusación―. Pero no te diré lo que quieres saber; eso debes preguntárselo a Judar. Sería injusto para con él revelarle sus asuntos a un chismoso como tú, Sinbad. Con una vez ya fue suficiente.

     ―No quiero ser llamado chismoso por ti, y si es todo lo que venías a decir puedes marcharte de una vez. No te seguiré escuchando.

     Hizo ademán de retirarse, en tanto Yunan se levantó, y suspendido en el aire le dijo:

     ―Pero es extraño que no haya vuelto aún. Dudo que siendo tan obstinado como es haya escuchado lo que le dije.

     ―¿Qué cosas estuviste diciéndole, si se puede saber? ―Esta vez su irritación fue evidente. Le encaró exigiendo una respuesta clara; el hombre retrocedió, su pálida silueta elevándose hacia la oscuridad de la noche.

     ―Deberías buscarlo antes de que se meta en verdaderos problemas ¿No es tu magi acaso?

     ―Incluso aunque todavía lo fuera, de ningún modo puedo dejar todo e ir tras él. ―Se masajeó el fruncido entrecejo. Yunan estaba logrando que verbalizara lo que llevaba quitándole la tranquilidad desde hacía tres meses cuando el joven se fue, como siempre que se veían, se las ingeniaba para provocarle―. No es mi prioridad; este país lo es y Judar solía ser parte de la organización, tampoco puedo ignorar eso.

     ―Lo sé. No podemos salvar a todo el mundo, ni siquiera a nosotros mismos en demasiadas ocasiones. ―Fue capaz de ver cómo una sonrisa desganada se dibujaba en sus labios, antes de que su cuerpo entero fuera abrazado por las sombras―. Creo que a su manera de ver las cosas, Judar lo acepta también. Aunque no lo creas.

     Toda pieza y fragmento eran imprescindibles para componer el presente y construir el futuro que deseaba, por eso había aprendido a sobrellevar la carga de los sacrificios cometidos a la fecha. Judar no podía encarnar la excepción a la regla, porque si lo fuese no le habría perdido con tanta facilidad; se recordó así mismo en vano, a falta de poder conciliar el sueño luego de la inoportuna visita de Yunan. No habría permitido que las desavenencias les separaran y condujeran al muchacho devuelta a la perdición. De ser así, el aciago regusto del arrepentimiento no le acosaría en esas horas muertas.

 

     •••••

 

     ―Escúchame con atención, Judar.

     Durante una de las primeras noches que pasara en manos de Al Thamen, mientras una de las sirvientas se ocupaba de cepillar su largo cabello antes de dormir; Gyokuen se había dirigido a él con el acostumbrado tono meloso que solía usar cuando le hablaba como la usurpadora del lugar de su madre que en realidad era. Al enfocar aquel pretencioso rostro, los ojos del aludido se detuvieron en la sonrisa oscura con la cual por desgracia, comenzaba a familiarizarse.

     ―Lo que has conocido hasta ahora no tiene importancia ni valor. Naciste en el lugar equivocado y debido a ello fuiste menospreciado por seres débiles e inferiores. ―Azuzado por el poder que emanaba su voz, tanto el rukh negro dentro de sí como el que gravitaba a su alrededor emitió una penetrante vibración que podía compararse con el gruñido de una bestia al ser despertada de su letargo, y como resultado sacudió sus emociones. Cada día reabría las heridas para bañarlas con hiel, ritual imprescindible para su total alienación. ―Esos recuerdos pronto se volverán borrosos y los olvidarás, ya que es un hecho que nunca se repetirá algo así. El mundo entero aguarda por ti, por nuestro magi.

     En aquellos instantes sus sentimientos en conflicto no le dejaron pronunciar palabra. No obstante, ahora lograba comprender que ni siquiera en el presente podría negar por completo tales afirmaciones. De haber nacido en otro lugar y en otro momento quizás su vida no estaría marcada por el infortunio; se aventuró a reflexionar pese a que odiaba autocompadecerse. Si pudiese olvidar, tal vez no sería esclavo de sus propios rencores. Agazapado en un rincón cercano al fuego, se preguntó cómo se sentiría de vivir bajo el velo de la ignorancia más absoluta, ¿sería más libre de lo que ahora es? Tal vez de sí mismo, pero en definitiva no lo sería de la organización ni de Gyokuen Ren. En un sentido metafórico, no sería menos desgraciado de lo que fue al ser despojado de la magia y de su consciencia cuando cayó bajo el influjo del hechizo.

     Las voces alegres de la comunidad alrededor de la fogata le hacían sentir más ajeno al momento si es que era posible, sentir similar al que experimentase en Sindria durante sus primeros tiempos viviendo allí. Mas ahora estaba de paso entre estas gentes, y su intención era pasar desapercibido hasta que olvidaran su presencia.

     Comenzando a sentir la pesadez del sueño nublarle los sentidos, se dispuso a levantarse para irse a dormir. Pero cuando estaba en ello, la voz de alguien le distrajo e hizo volverse sobre su espalda.

     ―He oído que te irás mañana por la tarde, ¿es eso cierto?

     Por poco sobresaltado por la sigilosa presencia de la anciana cuyo único ojo abierto le escrutaba como de costumbre, Judar asintió con pocas ganas antes de responder:

     ―Al fin les dejaré en paz, vieja ¿No te hace feliz? Iré a encargarme de mis asuntos.

     ―Sabes que puedes quedarte con nosotros el tiempo que quieras, Judar ―repuso la mujer negando despacio con un gesto―. No importa que cosas te esperen más allá de las montañas, seguro seguirán allí cuando estés listo para hacerles frente.

     ―Ya he decidido que es lo que haré, no necesito pensar nada más ―replicó el joven en tono de contrariedad. Empero, volvió a tomar asiento en su lugar, encima de un tronco seco sobre la hierba―. Y deja de mirarme como si el rukh fuera a decirte otra cosa.

     La tribu de los Kouga. Un clan cuya extensa historia era completamente desconocida para Judar hasta el momento en que se tropezó con su aldea ubicada en la meseta de Tenzan; cuando estando agotado, después de varias noches sin dormir, no le quedó de otra alternativa más que detenerse si no le apetecía sufrir un accidente mientras volaba hacia un destino lo más lejano posible, sumido en la inconsciente búsqueda de un sitio donde nadie le conociera. En medio de las vastas llanuras fue recibido con el temor y la desconfianza que suscitaba donde sea que se dejara ver. Pero tal era su estado mental después del suceso en el mercado de esclavos que no habría sido en absoluto extraño que se enzarzara en una nueva disputa y ocasionara otra tragedia que lamentar; de no ser porque alguien intercedió de tal guisa que pudo apagar, aunque fuese momentáneamente, la flama que traía encendida en la cabeza y consumía sus pensamientos.

     ―Joven forastero ¿Quién eres y de dónde has venido? ―Fue esa mujer anciana de baja estatura quien se abrió paso entre los miembros del clan, para de inmediato hacerlos guardar silencio. Rodeaban a Judar en actitud defensiva encerrándolo dentro de un círculo: así había sido desde que descendiera desde lo alto del ocaso al ser incapaz de mantenerse sobre su alfombra durante más tiempo. ―El rukh se acumula y llora alrededor de ti, tan denso y ennegrecido como la niebla y los nubarrones en una noche de tormenta. ―Sostenía un báculo y en su ajado rostro solo uno de sus ojos estaba abierto, mismo que parecía estar a punto de abandonar la cuenca mientras observaba de hito en hito al magi que tenía enfrente; en desventaja numérica pero en ningún caso indefenso. ―Nunca antes vi algo así ―agregó en un susurro reverente, asombrado.

     No era frecuente para él cruzarse con personas que poseyeran la habilidad de ver el rukh, y menos aún era hacerlo con individuos que le contemplaran con semejante mezcla de inquietud y clemencia; como haría alguien decente frente a un alma atormentada. Le asoló un ramalazo de repugnancia hacia sí mismo, dejándole azorado e incapaz de aguantar el escrutinio de ese enorme ojo que parecía bucear entre los recovecos de su existencia. Terminó por entornar y desviar la vista.

     ―No les importa a ustedes quien sea yo. ―Había espetado con dureza en tanto daba un paso atrás; algo se estremecía dentro de su pecho―. Me iré, olviden que estuve aquí.

     ―Si necesitas un lugar para descansar eres bienvenido a quedarte. ―Ofreció entonces la anciana, de improviso, para sorpresa suya y de quienes atestiguaban con cautela la escena―. La noche está al caer y no pareces estar en condiciones de continuar tu viaje.

     ―Pero Baba, no sabemos qué clase de-

     ―Está bien, Dolge. Nuestro clan no da la espalda a aquellos que lo necesitan ―Acalló con suavidad la réplica de uno de los jóvenes a su lado, y acortando unos cuantos pasos en dirección al magi, volvió a dirigirse a él, esta vez desde más cerca―. ¿Qué dices? No haremos más preguntas si no quieres contestar.

     No halló intenciones ocultas tras su oferta. Descubrió enseguida que acababa de poner sus profanos pies sobre un pedazo de tierra a salvo de cualquier rastro de corrupción, donde incluso el aire lo sentía más ligero que en otras localidades. Estaba tan cansado de todo que este hecho no le preocupó ni siquiera una pizca.

     ―… Me marcharé al amanecer.

     Esa era su intención, empero, de eso ya habían transcurrido dos semanas. Dado que no tenía en mente un lugar específico hacia dónde dirigirse tras su partida, le fue fácil perder el ímpetu una vez que estuvo sereno y se permitió bajar las defensas frente a los simples aldeanos. A pesar de sus reservas y curiosidad hacia él, estos le habían acogido como si fuese uno más entre los suyos después de que la vieja líder, Baba, dictara la última palabra aquel primer día. La misma anciana le trataba con demasiada camaradería, obviando su hosco comportamiento y como si ya no advirtiese el horror que percibiera en él nada más conocerle, o derechamente no le diera ninguna importancia. Judar no veía lógica alguna detrás de tanta generosidad desinteresada; confiar de ese modo la mayoría de las veces significaba un error que traería nefastos resultados, una estupidez que no merecía el riesgo. Podía imaginar que ahora en Sindria pensarían esto mismo acerca de él. No merecía ser bien recibido en ningún sitio y esa era su asquerosa realidad.

     Sucumbiendo ante esta triste sentencia, el semblante de Judar se apagó. Pero entonces Baba volvió a hablarle haciéndole desviar sus ojos de los acontecimientos pasados, que como espectros parecían emerger desde las flamas delante de él. Había permanecido en silencio evitando interrumpir su debate privado; hasta que advirtió su decaimiento, a pesar de no poder verle como tal.

     ―Ahora sé que eres un mago poderoso, pero todavía eres muy joven, niño. Nadie te reprochará si te sientes solo o confundido.

     ―No soy ningún niño, vieja ―refunfuñó el muchacho y torció el gesto con más pesadumbre que irritación―. Tampoco soy un debilucho como todos ustedes, y en cualquier caso no dirías eso si me conocieras aunque sea un poco. Ni siquiera me habrías permitido quedarme aquí.

     ―Quizá no conozca al Judar de otros tiempos, pero sí que conozco al que está ahora frente a mí: al chico malhumorado que ha compartido con nosotros durante estos días ―le contradijo ella mostrándole una sonrisa afectuosa―. Es él quien me agrada, y estoy segura de que allá afuera habrá quienes estén de acuerdo conmigo.

     ―No sabes lo que dices ―espetó sintiéndose un tanto avergonzado para luego revolverse en su sitio y rascarse la nuca―. ¿Por qué insististe que me quedara? Aun cuando viste el rukh negro. Solo eso debería bastar para aterrar a cualquier persona normal.

     Aunque no pudiera ver nada aparte de las aves del rukh agitándose en el vacío infinito, la anciana dirigió su ojo hacia el resto de sus allegados los que sin reparar en ambos, intercambiaban charlas y risas entorno a la hoguera. Luego se volvió hacia Judar otra vez.

     ―Porque pude notar cuánto sufrías ―contestó con un ligero suspiro―. Y entonces sentí que era lo correcto hacerlo, chico del rukh.

     Tal convicción le perturbaba; odiaba que le hicieran sentir como si fuera un impostor, algo que ni siquiera experimentó al engañar a todos los que le rodeaban cuando se convirtió en el magi de Sinbad. Algún cambio tuvo lugar en su persona desde entonces y no podía decir que le gustase, solo servía para dificultarle más el retomar el rumbo de su vida.

     Como tenía previsto, al siguiente día dejó la aldea de los Kouga para siempre, pero no sin antes confiarles una advertencia que esperaba tomaran en consideración para la posteridad:

     ―Si un día se aparece por aquí alguien con la misma aura que yo, deben escapar mientras puedan. ―Esperaba que al menos Baba le comprendiese, y por la seriedad que adoptó su semblante pudo percibir que era el caso―. Allá afuera existen tipos con los que no les serviría de nada luchar, si quieren sobrevivir, claro.

     Al despegarse del suelo para fundirse con el insondable paisaje, se desprendió de toda nostalgia y recobró la claridad. Incluso la melodía del rukh, otrora musa que influenciara la dirección de sus pasos, disminuyó el volumen de su voz hasta superponerse con el viento y perderse entre las nubes.

     A partir de entonces visitó unos cuantos lugares más; sitios que por una razón u otra pesaban en su memoria a falta de lugar en su consciencia. Como un fantasma se internó en villas extintas y ciudades conquistadas por imperios a los que un día sirvió, y procurando no ser visto absorbió la energía oscura producto de aquella decadencia. Entendió que nada de lo que veía conduciría jamás hacia algo; si es que acaso todo formaba parte de un ciclo interminable de calamidades que no comprendería aunque se esforzara por mirar hacia el gran esquema desde una perspectiva más amplia. Aun así, habiendo experimentado ambos lados de la balanza del caos siempre preferiría ser perpetrador antes que víctima. Sin embargo, todavía no estaba satisfecho; su corazón seguía ardiendo en deseos y sentimientos alejados de la virtud.

     En medio del océano, la isla del reino de Sindria lucía tan bella y pacífica como la última vez que la avistó. Era un punto luminoso que sobresalía entre las aguas negras y el firmamento estrellado; igual como Sinbad lo hizo una vez en la oscuridad de su noche. Si en vez de hacer de esta su última parada hubiese vuelto allí apenas un mes antes, era casi seguro que se habría entregado a sus impulsos y quebrado la barrera como si fuese cristal. Y aunque mientras la observaba desde la distancia todavía fantaseara con hacerlo, era ahora plenamente consciente de que nunca podría ser parte de esa resplandeciente utopía, pues ni toda su magia sería suficiente para dar marcha atrás en el tiempo y deshacer lo que una vez fue consumado. A diferencia de Yunan o algún otro magi él nunca podría contemplar el mundo con ojos limpios de impurezas, había muerto en vida y solo podía aferrarse a la corrupción y a los sentimientos de los que aquella maldición se cebaba si pretendía seguir empeñado en subsistir. Los días de luz que había vivido junto a su Rey no fueron más que un espejismo; una breve pausa durante la tormenta constante y creciente. Los dejó ir con las corrientes marinas antes de retirarse, justo a la alborada.

 

     •••••

 

     Tras la señal emitida por medio del rukh, espesas sombras se levantaron y envolvieron el cuerpo de Judar hasta hacerlo desaparecer de la superficie. Cerró los ojos en tanto la consabida sensación de vacío le acometía, y el sonido mismo se extinguió dentro del capullo de oscuridad. Al abrirlos de nuevo, ya se encontraba tendido sobre las baldosas blancas del santuario, en el indudable centro de la asamblea. Enseguida se irguió y fijó sus ojos al frente, adoptando el aire desenfadado que enmascaraba sus pensamientos.

     La atmósfera cuya quietud se rompió con su llegada se plagó de murmuraciones que pasó por alto. Cesaron en cuanto la mujer que presidía la congregación fue a su encuentro desde la parte delantera del recinto y tomó la palabra para dirigirse a él.

     ―Supongo que no vienes hasta aquí con una nueva declaración de guerra. ―Gyokuen no se mostraba en absoluto extrañada con su súbito llamado y aparición, al igual que siempre, portaba la dignidad de una reina. ―Ni tú serías tan tonto, ¿o me estoy precipitando?

     Judar no se molestó en replicar. Como si aceptase su silencio como contestación válida, al cabo de un momento de mutua apreciación, ella le extendió la mano y con suavidad acunó su mejilla.  

     ―Sé bienvenido a casa, Judar.


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