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Una noche sin final por mei yuuki

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     El magi avistó la isla del reino de Sindria que se alzaba en el horizonte al cuarto día de iniciada su travesía por mar. Era entonces apenas un trozo de tierra que marcaba la ilusoria separación entre el cielo y el océano, de otro modo indistinguible antes del declive del sol al atardecer. Conforme se acercaban pudo apreciar que lucía una forma cóncava, como si una coraza la rodease. Le trajo al pensamiento la imagen de un cascarón de huevo partido en dos.

     Como cabría de esperar, a esas alturas del recorrido ya se encontraba en el límite de su paciencia. Siendo alguien privilegiado por el rukh y por tanto capaz de desplazarse por los aires, un viaje prolongado como aquel desde el continente le resultaba tedioso en extremo. Habría deseado que algún otro monstruo de las profundidades les atacase, por muy débil que fuera, para tener un poco de entretenimiento. Sin embargo, se deslizaban sin ninguna prisa a través de olas mansas, envueltos en una apabullante serenidad.

     Una vez estuvieron a pocas millas de distancia, un detalle inexplicable acerca de la isla reclamó su completa atención. Entornó los ojos y aguzó la vista, intentando distinguir mejor aquella anomalía.

     ―Sin me ha pedido que te avise que llegaremos al puerto dentro de aproximadamente tres horas. ―La inoportuna voz de Ja´far desde su espalda le hizo respingar. Se volvió de inmediato, con la sensación de sentirse descubierto aun cuando solo escudriñaba el horizonte.

     En un arrebato infantil, sintió deseos de arrojarle a las aguas nada más verle, pero si hacía tal cosa no podría preguntarle acerca de lo que acababa de notar respecto a Sindria.

     ―Oye, ¿qué mierda es ésa barrera que cubre la isla? ―inquirió Judar cuando el otro se disponía a regresar por donde había venido, tan silenciosamente como antes.

     En primer lugar este le miró sin comprender a qué se refería; al cabo de unos momentos sus ojos oscuros se abrieron un tanto, al posarse detrás de Judar.

     ―Oh, por supuesto, al ser un magi eres capaz de verla. ―Se aproximó a la baranda, a un lado del joven. ―Es tal como dices, una barrera mágica creada por nuestra maga, Yamuraiha. Cubre por completo toda la isla, aunque normalmente no es visible para la gente.

     ―Conque una barrera… ―Le sobrevino un mal presentimiento sobre ella. Dirigió la vista otra vez en su dirección.

     ―Es capaz de identificar y repeler a cualquier ente hostil que trate de infiltrarse en nuestro país. Un excelente sistema de defensa, ¿no crees?

     Se abstuvo de responderle. Era evidente que aquel perro de Sinbad no le soportaba ni a diez metros. Qué afortunado, el sentimiento era recíproco. Ignoró el peso de su mirada lo mejor que pudo mientras pensaba cómo demonios sortearía la condenada barrera. Era lo bastante poderosa para ser vislumbrada desde allí; lo que indicaba que detectaría la malevolencia latente en él aunque no estuviese dirigida contra el reino mismo. ¿Qué ocurriría entonces cuando Sinbad descubriera que era un magi caído en depravación? Incluso si a pesar de todo autorizaba su entrada al país, sería un incordio dar explicaciones y ni hablar del revuelo que eso causaría. De un modo o de otro iba a enterarse, pero ésa era la peor ocasión posible para quedar en evidencia.

     ―Cómo si fuese a permitirlo, ¡maldita sea! ―masculló para sí. Ja´far ya se había escabullido de los alrededores, aunque poco le importó. Antes de que apareciera algún otro entrometido, fue a ocultarse al interior. Contaba con escaso tiempo para prepararse para el impacto.

 

     •••••

 

    Sinbad subió a cubierta poco antes de que arribaran al puerto. Atareado entre documentos concernientes al viaje que estaba por concluir, había permanecido durante todo el día en su cuarto privado. Los miembros de la armada se encargaban de los menesteres previos al desembarque; todo el mundo iba de un lado a otro. Esperaba encontrarse a Judar descansando en algún sitio en las alturas, ansioso ante la inminente llegada, mas no lo atisbó sobre el casco. Este hecho le dejó pensativo, si bien pronto se decantó por restarle importancia. Una semana conviviendo juntos y todavía no se acostumbraba a su irreverente personalidad. Pese a todo, recordaría aquel viaje de rutina como uno especialmente divertido.

     ―Bienvenido de vuelta, su majestad. ―Parte de la guardia real y el resto de sus ocho generales le recibieron nada más atracar en tierra firme. Correspondió a sus saludos y se quedó por unos minutos a intercambiar palabras con aquellos.

     ―¿Y ese chico, quién es? ―Llamó su atención Pisti, de pronto la joven rubia observaba con curiosidad hacia un punto lejano detrás de su espalda. ―No recuerdo haberle visto antes y no va vestido de oficial.

     Como pudo comprobar tras voltearse en la dirección de su mirada, se trataba de Judar. El joven magi venía caminando por el muelle sin prisas y se dirigía al grupo encabezado por él. Había sido el último en descender de la enorme embarcación.

     ―Se los presentaré; es desde ahora un invitado especial en Sindria ―anunció, suscitando el interés de sus oyentes―. Su nombre es Judar y es un magi.

     Por su parte, mientras se acercaba al variopinto grupo con el que charlaba Sinbad, el muchacho supuso que este les estaría hablando sobre él; las miradas de abierto asombro y expectación que le dirigieron después le confirmaron que aquel Rey estúpido ni siquiera se molestó en esperarle para revelar su identidad a los cuatro vientos. Solía deleitarle ser el centro de atención y ser admirado donde quiera que fuera, y esta vez no sería la excepción si no fuese porque su humor venía arrastrándose por los suelos cual sombra tras su regia figura. La causa no era otra sino la jodida barrera, un peligro inesperado que por poco echa por tierra todos sus planes respecto a Sindria y su soberano. Había logrado burlarla al envolverse a sí mismo en una membrana de luz, encerrando dentro de ella al menos una parte del rukh oscuro que su cuerpo emitía y atraía de forma constante. Sin embargo, tuvo la certidumbre de que eso solo fue efectivo porque se encontraba oculto dentro de un barco infestado por el rukh blanco de Sinbad y sus sirvientes. Ninguna barrera impuesta por un mago de cuarta resistiría uno de sus hechizos, pero dado que le era imprescindible ingresar al país sin dejar al descubierto su pasado, se limitó a contenerse y aguardar como si fuera un polizón.

     Y ahora al fin estaba allí, en el paraíso perdido levantado por un hombre en medio de mares cuyas aguas albergaban monstruos. En apariencia apartado de toda civilización. Que sonara tan irreal y absurdo lo hacía el doble de atractivo desde su torcida perspectiva, y algo muy similar sucedía con su Rey.

     El exótico paisaje distaba de la imagen que Judar tenía de una ciudad costera común y corriente; se dio cuenta de ello nada más se adentraron en las calles tras la ronda de presentaciones entre los que eran también contenedores familiares de Sinbad y él. Variedades de especies que desconocía, calles estrechas y enrevesadas telarañas de viviendas que se extendían en una formación ascendente que recordaban a una estructura piramidal, mientras en lo alto se erguía majestuoso el palacio real de Sindria. El rukh zumbaba con entusiasmo por todas partes dentro del hervidero de vida que comprendía el bazar atestado de gente. Bajo la calidez del sol de media tarde el espectáculo cotidiano le inspiró toda clase de pensamientos: tal vez si hubiese conocido a ése hombre varios años antes, cuando su mentalidad y vida aún eran otras, todo podría ser diferente. Entonces todavía compartiría la esperanza que parecía conectar a esa ingente cantidad de individuos de culturas y orígenes tan diversos que desfilaba ante sus ojos. Y no sería un vacío gélido lo que carcomería los fragmentos de su alma porque no habría tales para empezar. 

     Turbado por lo que pudo ser y no fue, casi choca contra Sinbad que caminaba unos pasos por delante. Masculló una maldición, molesto consigo mismo. No tenía caso perder el tiempo con inútiles cuestionamientos y tampoco era su costumbre dejarse llevar de esa manera.

     ―¿Pasa algo? ―Le preguntó el Rey mirándole de reojo cuando lo alcanzó. Judar solía pensar en él como un idiota, pero lo cierto es que poseía una percepción más aguda de lo resplandeciente que eran sus sonrisas.

     ―Nada de nada. ―Su boca se frunció hacia un lado. ―Este tipo de lugar definitivamente se adapta a un Rey como tú ―añadió mordaz, sin preocuparle que otros le oyeran.

     ―Me alegra que te guste.

     ―No he dicho que lo haga.

     ―Si no lo hiciera ya habrías empezado a quejarte sobre cada cosa a la vista ―repuso en el mismo tono burlón.

     Judar le observó arrugando las cejas.

     ―¿Así que pretendes conocerme después de tan poco tiempo? Qué arrogante de tu parte.

     ―Más o menos, cualquiera que pasara un solo día contigo podría deducirlo con facilidad.

     ―¿Qué demonios significa eso? ―Saltó de inmediato. Sinbad se echó a reír ante su simpleza.

     ―¡No te rías, maldita sea!

     ―¿Qué, cuál es el chiste? ―De pronto se entrometió Sharrkan, el espadachín del grupo, según creyó recordar.

     ―¡Sí, cuéntanoslo! ―Pisti le secundó mirándoles de forma alternada.

     ―Judar me comentaba lo mucho que le ha gustado Sindria hasta ahora.

     ―¡Yo no he dicho tal cosa! ―Los colores se le subieron al rostro debido a la irritación. De repente quería golpearlos a todos, en especial a Sinbad.

     ―Qué tierno de tu parte, Judar.

 

     •••••

 

     ―Necesitaré un báculo o una vara, lo que sea. Y ropa. No pienso vestirme igual que todos tus criados. ―Solicitó, o para ser más precisos, exigió el joven una vez instalado en el palacio y hallándose de pie frente al espejo de la enorme habitación que le fue asignada. Esta se situaba en la llamada Torre Sagitario Verde; la cual estaba reservada al hospedaje de invitados especiales y visitas de corte diplomático. Sinbad le había acompañado hasta allí luego de que todos se dispersaran en pos de retornar a sus obligaciones regulares, pues ambos tenían asuntos que tratar. Desde detalles triviales como la falta de posesiones personales de Judar, hasta los temas más trascendentales como cuál iba a ser su papel a desempeñar durante su permanencia en Sindria.

     Tras darle un par de concisas indicaciones, el monarca despidió a la sirvienta que les había conducido hasta el cuarto. Se cruzó de brazos e inclinó la cabeza. Ese chico, de donde quiera que haya salido, estaba completamente mimado y daba la impresión de estar más que acostumbrado a rodearse de toda clase de lujos; por muy tosca que su actitud fuera. Una criatura desconcertante y algo salvaje. 

     Judar era un reto que esperaba sosegar y mantener dentro de sus dominios. Riesgo controlado.

     ―Te traerán luego lo que necesites. ―Se detuvo a su lado y buscó el reflejo de sus ojos inquietos. ―Pero si prefieres elegir tú mismo, entonces-

     ―Claro que prefiero elegir todo yo mismo. ―No tenía inconveniente en robarle las palabras una y otra vez.

     ―… En ese caso te daré un sello oficial para que puedas obtener lo que necesites en las tiendas de los alrededores.

     ―¿Hablas en serio? ―Se volvió hacia él, sin dar crédito a un ofrecimiento tan generoso― ¿Lo que yo quiera?

     ―Lo que necesites ―rectificó Sinbad y enseguida se aclaró la garganta. Se reprendió en silencio por darle tal opción, pero ya era tarde para retractarse.

     El chico se encogió de hombros y le sonrió a su imagen en el espejo. A punto estaba de añadir otra cosa cuando de manera intempestiva, el Rey se posicionó a su espalda y le sostuvo por los hombros. Mientras aquel hombre se inclinaba sobre él, no acertó a hacer nada excepto quedarse tan quieto como un pilar y parpadear en confusión.

     ―Ahora que lo pienso, creo que un atuendo del estilo de medio oriente se vería bien en ti ―observó, regresando a los inmutables ojos escarlata tras una ojeada a su figura―. De seguro serías muy popular.

     ―¿Popular? ―No captaba el sentido de sus palabras. Tal vez esto se debiera a que su presencia y el calor que su cuerpo irradiaba contra el suyo mediante el roce le distraían. Ni mencionar la imagen que componían sus rostros demasiado juntos en el efímero reflejo. La insinuación de sonrisa que se formó en los labios de Sinbad implicó una fugaz exaltación en el rukh que le rodeaba; así como percutió también en su corazón.

     ―En Sindria abundan las mujeres hermosas, tendrías muchas oportunidades de… ―Judar se había dado la vuelta para entonces. Se apartó propinándole un empujón.

     ―No me interesa ―le cortó de modo tajante―. Si vas a empezar a divagar, mejor hablemos de si me aceptarás o no como tu magi. No intentes evadir el tema, Sinbad. ―Hizo énfasis en la última parte.

     ―No lo hago ―repuso con sinceridad. Su repentino desplante le tomaba por sorpresa; ahí estaba otra vez la cualidad impredecible de Judar―, pero no hay necesidad de apresurarse, acabamos de llegar hoy. Todavía debes conocer este país y formarte una mejor idea de lo que te gustaría hacer a partir de ahora.

     De nuevo con esa absurda cháchara. ¿Cómo le hacía entender a ese estúpido que él no requería de consideraciones frívolas como ésa? No escuchaba más que a su propia voz. Iba a ser un auténtico fastidio penetrar en sus defensas y llegar a influir en él.

     ―Y me retiro, tengo muchas cosas de las que encargarme. ―Aprovechándose de sus desvaríos, se dirigió hacia la puerta entreabierta. ―Si necesitas algo, pídeselo al servicio. Te enviaré el certificado con el sello más tarde.

     ―¿A dónde piensas que vas? ―le increpó― Esta conversación aún no termina.

     ―Entonces vamos a dejarla en pausa por ahora, Judar ―dictaminó con calma absoluta, pero sin dejar lugar a réplica. Esa mirada resuelta que por un lado le enfadaba y por otro ejercía en él cierto grado de fascinación―. Nos vemos más tarde.

     Este sujeto poseía el don de desesperarle. Cuánto hubiese deseado arrojar una estaca de hielo sobre su cabeza, pero ni una mísera vara tenía. Tostar con algunos relámpagos las bellas paredes de mármol sonaba igual de divertido. El éxtasis desprendido de la destrucción era algo que extrañaba del tiempo anterior a su encuentro con Sinbad.

     Embebido de ansias reprobables, se dejó caer de espaldas sobre el lecho surcado por más seda de la que cualquier plebeyo soñaría con adquirir en media vida. ¿Conocer el país, formarse una perspectiva mejor? Para desempeñar su papel de magi respecto al Rey y el estado nada de eso era indispensable. Traer prosperidad a los aliados y calamidad para los enemigos; arrasar con amenazas inminentes cuales mosquitos era la clase de trabajo para el que fue educado. Se trataba de un estilo de vida que disfrutaba bastante. Y no obstante, estaba allí, en el núcleo mismo del remanso de paz terrestre más absoluto que jamás había conocido. El sueño de alguien hecho ciudad.

     ―Conque popular, ¿eh?

 

     •••••

 

     La celebración de festivales era costumbre establecida en el reino de Sindria. La frecuencia dependía enteramente de los ataques esporádicos de temibles criaturas marinas dentro de su territorio y su posterior caza pública; todo el proceso resultaba en un llamativo evento que atraía turistas a la isla y enorgullecía a sus ciudadanos. Era una experiencia por la cual valía la pena el largo viaje hacia esos parajes poco explorados por el resto del mundo.

      Esa noche era una de festival. La atmósfera de júbilo y disipación envolvía el ambiente de las calles decoradas con colores y exuberantes adornos, iluminadas por el fuego de incontables antorchas hasta donde abarcaba la vista. Embargaba a la creciente multitud congregada en ellas y a los propios oficiales del palacio real.

     ―No he visto a Judar desde la mañana ―le comentó Ja´far a su Rey, se encontraban en medio de la celebración. La música y las risas de sus allegados, en especial de un Sharrkan casi ebrio, por poco impiden que le escuche―. Me preocupa lo que pueda estar haciendo.

     ―¿Judar? ―inquirió una de las muchachas que se sentaban en el regazo del Rey, mirándole con ojos empañados de embriaguez y adoración. Sinbad sostuvo su delicada barbilla y le sonrió de forma seductora.

     ―El joven que esta mañana derrotó a la bestia, ¿lo recuerda, señorita? ―La mujer vestida con un ligero traje de bailarina se distrajo buscando en su memoria; ocasión que aprovechó otra de las doncellas para deslizar sus brazos en torno al cuello del monarca, celosa de la atención que recibía aquella.

     ―Sin. ―El mero tono anticipaba la pérdida de los estribos. Sinbad captó de inmediato la advertencia y se resignó.

     ―Si me disculpan, hay algo que debo discutir con Ja´far.

     ―Pero su majestad… ―La renuencia a dejarle ir fue compartida.

     ―Volveré enseguida, esperen por mí. ―Les guiñó un ojo y las mujeres se deslizaron de su lado a regañadientes. Mientras se levantaba del diván de terciopelo rojo que los cuatro compartían, Ja´far se aclaró la garganta aunque solo volvió a pronunciarse una vez que estuvieron lejos del centro de todas las miradas.

     ―Te lo tomas demasiado a la ligera, Sin.

     ―Eres tú el que se preocupa en exceso ―replicó y paseó la mirada complacido por los alrededores―. Debe estarse divirtiendo en algún lugar, como todos.

     El secretario de estado negó con la cabeza.

     ―Es extraño que no le hayamos visto hasta ahora. Sin, sé que es un enorme beneficio para Sindria contar con su poder ―empezó a decirle lo que tantas veces había pensado para sí mismo―, pero hay algo en él que no me gusta. No puedo explicarlo, es solo que no me inspira confianza. Con todo, sabes que respetaré tu decisión de hacerlo tu magi si eso es lo que quieres. ―Al no obtener respuesta alguna después de unos segundos le dirigió una mirada entre confusa y molesta. ―¿Me estás escuchando?, ¿qué es lo que tanto estás mirando si se puede saber?

     Siguió la dirección de su mirada, ceñudo, y entonces halló el motivo de su ensimismamiento.

     Tras descender del cielo estrellado, Judar se abría paso entre la muchedumbre de camino a los amplios escalones de granito que daban a la entrada del palacio; lugar en que ambos se encontraban. Iba enfundado en un atuendo que ninguno le había visto usar jamás. Un choli*  de colornegro cubierto por un manto blanco que dejaba a la vista su abdomen, además de unos holgados pantalones a juego. Mantenía la costumbre de ir descalzo; aunque esta muestra de sencillez la compensaba portando una gruesa gargantilla que engarzaba un rubí con forma oval y relucientes brazaletes que cubrían desde sus muñecas hasta sus pálidos antebrazos. Había atraído bastantes miradas curiosas con tan vistosa entrada, pero parecía más concentrado en morder la brocheta de carne que traía en una mano.

     Sinbad parpadeó anonadado cuando lo tuvo ante sí. No le pasó desapercibida la forma en que sus grandes ojos destacaban más de lo usual al estar perfilados con maquillaje púrpura. Sus pestañas, negras como la obsidiana, reforzaban el efecto. Por un instante no pudo reconocerle y sus cejas se alzaron de manera inconsciente.

     ―Judar. ―Le llamó la voz de la prudencia y la razón. ―¿Dónde estuviste todo el día?, ¿y de dónde se supone que has obtenido esas joyas?

     ―¿Ah? ―El joven desvió la vista hacia Ja´far. ―Son regalos de nuestro Rey. ¿De dónde más iba a sacarlos? ―La sonrisa que le extendió fue una de malicia pura.

     ―¿Fuiste tú?

     ―¡Yo no se las di! ―Se defendió aunque no tuvo idea de por qué. De pronto se sentía mareado y no supo si podía atribuírselo al alcohol.

     ―Me dijiste que podía comprar lo que quisiera, ¿ya lo olvidaste?

     ―Se suponía que serían los objetos más necesarios ―corrigió.

     ―Siendo un Rey no deberías ser tacaño.

     ―¿Qué?

     ―Ya veo ―suspiró con gran alivio Ja´far. Catastróficas ideas acerca de robos y similares actos criminales habían pasado a toda velocidad por su mente. Al menos por esa noche quedaba descartada la posibilidad de un desastre―. Pero no debes hacer simplemente lo que quieras por tu cuenta.

      ―No me interesa tu opinión, pecoso. Métete en tus asuntos ―espetó y seguido a ello dio una mordida al trozo de carne que colgaba de su brocheta.

     La mirada del hombre se le clavó cual daga de acero y se abstuvo de volver a dirigirle la palabra.

     ―Me adelantaré ―le habló en cambio a Sinbad―. Por una vez intenta no beber más de la cuenta.

     Y con él desapareciendo entre la gente, se encontraron solos en mitad del barullo compuesto por voces y música. Judar tomó la palabra mientras continuaba comiendo, sin prestarle mucha atención al Rey o al entorno.

     ―Harías bien en darle vacaciones. Es eso o quizá está estreñido.

     Sinbad profirió un bufido en un intento por contener una carcajada. Imprevisible y ladino Judar, lo había agarrado desprevenido esta vez.

     ―Eres tú quien lo provoca ―le reprendió, conservando la compostura―. Si dejaras eso estoy seguro de que ambos se llevarían bien.

     El magi refunfuñó en claro desacuerdo y sacudió la cabeza de manera enérgica. Se dio la vuelta y lanzó el largo palillo al suelo.

     ―Esta charla me aburre, guárdate los sermones para después ―dijo con desdén mientras echaba a andar calle abajo con las manos dentro de los bolsillos.

     Por una razón u otra, Sinbad decidió seguirlo a sabiendas de que en la dirección opuesta aquellas bellas jóvenes y sus generales lo esperaban. Bueno, tal vez estos últimos no tanto, pero no era como si eso importase. El cabello trenzado de Judar danzaba delante de sus ojos, casi etéreo, cada vez que iba de un puesto de comida a otro según su atención era reclamada. Este entusiasmo despertaba cierta ternura en el apuesto Rey.

     ―No creí que en verdad considerarías mi sugerencia sobre tus ropas ―le comentó cuando por fin interrumpió su peregrinaje para tomar un descanso. Se detuvieron en un lugar algo apartado; una apertura en las afuera que daba a una porción de mar.

     ―No lo hice ―negó, arrugando el gesto―. Tomé lo que quise de cuanto vi, nada tiene que ver contigo.

     ―Sí eso dices… ―Dejó la frase en el aire. Se fijó otra vez en la delgada figura del muchacho; iluminada ahora solo por la caricia ligera de la luna. ―De cualquier forma se ven realmente bien en ti. Mejor de lo que habría imaginado.

     El rostro de Judar se congeló al oír su cumplido. Palabras que le habían sido dichas en otra vida ahora regresaban a él para precipitar imágenes contra sus ojos que contemplaban el mar. Y sin embargo, cuando desvió la vista hacia el hombre y su mirada de curiosidad en ciernes, estas se desvanecieron como los fantasmas que eran.

     ―Ya lo sé ―dijo con el orgullo inflado, olvidando por completo sus divagaciones.

     Sonriendo para sí, el Rey bebió el contenido sobrante de la copa de vino que se trajo de uno de los puestos. Una semana había transcurrido desde que el magi se les uniera; tiempo en el cual permaneció más atareado con asuntos oficiales de lo que desearía. Apenas le había visto durante las comidas y en sus ratos libres; hasta ese mismo día en que una de las bestias marinas invadió el puerto y tal como sucedió durante el viaje, Judar se lanzó al ataque por su propia iniciativa, antes de que pudiera dar la orden a uno de sus generales.

     Había aniquilado a la criatura de forma impecable. A diferencia de la primera vez en que la sangre salpicó por todos los rincones, ahora su lluvia de helados proyectiles se dejó caer con precisión sobre la víctima de turno, al compás de su nueva vara. Se movía en las alturas como un ave de rapiña. Los testigos quedaron encantados con el espectáculo y no paraban de preguntar por la identidad de aquel muchacho de prodigiosos poderes. También Yamuraiha estaba extasiada de contemplar al fin las capacidades del nuevo magi en todo su esplendor.

     El explosivo estruendo procedente de los fuegos pirotécnicos despedidos en el epicentro del carnaval le dispersó las ideas. A su lado Judar dio un pequeño salto debido a la sorpresa; pero al darse la vuelta y ver de lo que se trataba quiso partir de inmediato a presenciarlo de cerca.

     ―¡Ah! ¿Qué demonios estamos haciendo aquí? Nos lo vamos a perder ―Se quejó de manera escandalosa.

     Sin embargo, el Rey le detuvo de avanzar sosteniendo su brazo sin ejercer fuerza. Pensar en la caza de la mañana y en Yamuraiha le hizo recordar algo más importante que cualquier festividad.

     ―Espera, Judar ―le pidió con súbita seriedad―. Hay algo de lo que debo hablarte.

     ―¿Qué? ¿Y tiene que ser ahora? ―Se removió, ansioso y confundido.

     Era quizás un pésimo momento para abordarlo, pero la necesidad de hacerlo apelaba más a su instinto que a la lógica. Los caminos se vislumbraban ante él y debía dar un paso al frente y elegir.

     ―No puede esperar ―dijo y le soltó despacio.

     ―Entonces solo dilo, que se acaban. ―Su boca se fruncía de la impaciencia.

     Sinbad se aclaró la garganta y tomó la senda que escogió.

     ―Sé que has caído en la depravación.

 

Notas finales:

Gracias por leer^^


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