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Una noche sin final por mei yuuki

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Notas del capitulo:

Esta historia está terminada en borrador, por ende las actualizaciones no se tardarán.

     Si bien se esperó algo parecido cuando Judar proclamó que podía serle de alguna utilidad, también era cierto decir que su revelación le dejó atónito. Los magi se hallaban en la cúspide de la escala de personas dotadas con el don de manipular la magia y comunicarse con el rukh; partículas que componían el mundo y otorgaban vida a todo lo existente en él. Encarnaban un mito y su número era en extremo reducido. Encontrar la aguja dentro del pajar a la primera oportunidad era más verosímil que cruzarse con uno de los elegidos por el rukh de manera fortuita, como le sucedió con este joven.

     No obstante, el Rey Sinbad de Sindria, conquistador entre conquistadores de celdas; alguien cuyas proezas a lo largo y ancho de los siete mares inspiraban leyendas no podía descartar del todo la posibilidad. Si era posible atribuírselo al destino, tendría sentido para él. No por nada desde siempre había podido advertir cierta convergencia, invisible para los otros, en la sucesión de los acontecimientos a lo largo de su vida.

     ―Sin, te recuerdo que estamos en una visita diplomática. Has gastado la mitad de los viáticos en comprar y liberar a estos esclavos ―le había reprendido entonces Ja´far, en voz baja pero no menos crispada. El médico que buscaron a pedido suyo acababa de marcharse tras examinar a Judar. Este continuaba inconsciente, pero según el diagnóstico que les dieron, se debía a un excesivo agotamiento y escasa alimentación; algo esperable de alguien en situación de esclavitud― ¿A qué ha venido esto tan repentinamente? Dame una explicación.

     Sinbad se limitó a echar una ojeada al pálido rostro del chico que yacía sobre la cama y a encogerse de hombros.

     ―Tan solo sentí lástima por él, y ya que estaba en mi mano liberarlo en lugar de que alguien más lo comprara, decidí hacerlo. ―Se trataba de una verdad a medias.

     No comulgaba con la esclavitud de seres humanos bajo ningún concepto, pero Judar en concreto había llamado su atención. El insondable vacío de sus ojos penetró su corazón en forma de inquietud, una espina que no pudo ignorar. Salvarle sirvió para apaciguarla.

     ―Hay muchos como él, no terminarías nunca si te detienes cada vez que te lamentas por alguno de ellos. ―Su fiel amigo continuó quejándose un poco más, antes de resignarse hasta que ocurriera el siguiente incidente, como era la costumbre.

     Los mismos ojos que le habían orillado a salirse de su camino, en el presente le miraban de modo distinto. Una flama oscura se fundía con el fondo escarlata. El desamparo sustituido por un velo ilegible pero a la vez invitador. ¿En verdad era aquel el mismo chico que había rescatado del mercado de esclavos dos días atrás?

     ―Dices ser un magi.―Tomó la palabra luego del lapso de mutismo que siguió a la propuesta de Judar. ―Pero me parece difícil de creer que uno de ellos acabara siendo prisionero de cazadores de esclavos. Y si es así, ¿cómo es que perdiste tus poderes?

     Judar giró los ojos e hizo una mueca de fastidio. Ese era un tema que debía evadir a cualquier costo, pero si quería conquistar la confianza de ese Rey tendría que entregar respuestas aceptables a sus preguntas. En su mente lanzó múltiples maldiciones.

     ―Detesto admitirlo, pero no pude hacer nada, ¿de acuerdo? ―contestó, molestó― Hasta hace poco tiempo ni siquiera podía pensar, pero ya me recuperé ―volvió a asegurar. Agitó la mano y le señaló con altivez―. Puedo demostrártelo ahora mismo si deseas, y no creas que no noté que ahora mismo cargas con siete contenedores de metal. No eres en absoluto una persona corriente.

     Sinbad tuvo que admitir que por lo menos aquel atrevido muchacho contaba con más conocimientos que el promedio. Con todo, eso no quitaba que todavía sobraban dudas por aclarar antes de llegar a cualquier tipo de acuerdo.

     ―Aún no me has dicho qué fue lo que te sucedió para terminar en ese estado. ―Insistió. Judar se dio la vuelta y pasó de largo, se dejó caer a los pies de la cama antes de volverle a hablar.

     ―Intentaron matarme ―soltó de repente. No era una mentira en su totalidad pero tampoco un fiel reflejo de lo ocurrido―. Pero matar a un magi no es nada sencillo y fracasaron. Fin de la historia. ¿Aceptarás o no que me una a ti?

     ―Sí que eres impaciente ―observó Sinbad, alzando una ceja.

     ―Te esperé toda la tarde, creí que moriría de aburrimiento ―se quejó doblando las piernas bajo su cuerpo. En lugar de ofender, su comentario le sacó una sonrisa a su interlocutor. Este no había pasado por alto ninguno de sus dichos, pero aquella actitud desenfadada no dejaba de causarle gracia. Era muy diferente a cómo lo imaginó al verlo dormir; tal detalle aumentaba la intriga que le generaba.

     ―Está bien. Si eso es lo que quieres, vendrás conmigo a Sindria ―convino y tomó asiento a su lado―. Magi o no, no le negaré el asilo a alguien a quien intentaron asesinar. Del resto ya nos encargaremos luego.

     ―Sigues teniéndome lástima ―suspiró contrariado―, hombre, ¿qué tan benévolo te piensas que puedes ser? Te comportas casi como un idiota. Un rey idiota. ―Se le escapó una carcajada burlona ante su propia ocurrencia. Sinbad le miró levemente agraviado.

     ―¿Pretendes hacer que me arrepienta?

     ―No te creas, pero ya verás que retribuiré ésa caridad tuya. Nada más espera.

     ―Esperaré. ―Y en verdad lo haría para ver qué otras sorpresas le tendría reservadas Judar.

 

     •••••

 

     Emprendieron el viaje a Sindria dos días más tarde, justo como estaba previsto. Dichoso de abandonar por fin aquella localidad en la que había terminado después de ser atrapado por los comerciantes de esclavos, Judar se dedicó en primer lugar a observar a aquel que sería su nuevo rey. Por supuesto, actuó del mismo modo con los sujetos que le servían. Ja´far, el secretario pecoso (olvidó el resto de sus cargos un minuto después de que Sinbad se los mencionara), y Masrur, el guerrero fanalis que no abría la boca más que para decir lo requerido y punto. Ninguno de los dos le despertó ni el más mínimo interés; fue motivo de alegría que no le asaltaran con preguntas tediosas cuando el Rey le presentó de forma oficial con ambos el primer día.

     Rukh blanco, luminoso y límpido, saturaba hasta el rincón más sombrío del barco. Le causaba hastío tanta quietud y amabilidad gratuita. Colmillos ponzoñosos devoraban su corazón en todo momento. En mitad del océano, la única fuente de oscuridad procedía de su interior manchado.

     Sinbad resplandecía en la luz que le era ajena; pero era fuerte y a diferencia de algunas otras personas, no era inmune a ésa oscuridad. Esto era algo que Judar siempre podía sentir. Su faceta compasiva no era la única dentro de su deslumbrante ser. Y por ello era preciso ganarse su favor y hacerlo completamente suyo. Personificaba el contenedor de rey ideal, acorde a sus aspiraciones. No se detendría ante nada para obtenerlo.

     ―Anda, cuéntame cosas sobre ese reino tuyo al que nos dirigimos ―le pidió una mañana mientras se trenzaba el larguísimo cabello con ayuda de la magia, de cara al paisaje vacío excepto por el mar. Las aguas se tornaban diáfanas conforme avanzaban en dirección al sur. Su cuerpo se suspendía unos centímetros en el aire sobre el barandal, y a su lado Sinbad le escrutaba con fascinación―. ¿Es tan extraño como su Rey? ―le sonrió de soslayo, encantado de acaparar su atención.

     El aludido se aclaró la garganta con cierta solemnidad antes de empezar a relatarle.

     ―Me temo que ninguna palabra mía alcanzaría para describir su esplendor, y no es solo porque yo sea su rey ―dijo con denodada convicción―; puedo aventurarme a decirte que nunca habrás visto una fuente de recursos naturales más prodigiosa en medio del océano. Costas de arena blanca como la luna, el clima cálido. ―Se tomó una pausa al notar que Judar había detenido sus acciones. Ahora permanecía quieto en el aire, cautivado por sus palabras y con una peculiar mirada taciturna. ―Y por supuesto, la amabilidad de sus ciudadanos. ―Le devolvió la sonrisa de antes.

     Se produjo un momento de silencio mutuo; hasta que Judar reaccionó ante un movimiento en la periferia y regresó la vista de inmediato hacia la inmensidad azul.

     ―¿Qué demonios es esa cosa? ―Exclamó entre sorprendido y disgustado, pues una extraña criatura que superaba los dos metros acababa de alzarse desde las aguas. Se precipitó hacia la proa, no demasiado lejos del lugar donde se encontraban. Miró a Sinbad exigiendo respuestas.

     ―Es una criatura de los mares del sur, ellas atacan a los navíos de vez en cuando en estas zonas ―contestó mientras se ponía en marcha―. Descuida, Ja´far y Masrur se encargarán de ella. ―Ya los había avistado sobre la cubierta dirigiéndose hacia allá, al igual que miembros de la tripulación. Sabían lo que tenían que hacer sin necesidad de que se los ordenara.

     Pero Judar era historia distinta.

     ―Así que estamos cruzando por sobre un nido de monstruos marinos, ¿eh? ―El entusiasmo le embargó de súbito. Echó un vistazo a sus alrededores, buscaba algo que sirviera a sus propósitos. Lo encontró. Junto a la escalera que conducía al interior de la embarcación, el palo de una escoba rota descansaba en el olvido; fue a por él a toda velocidad. Ante la mirada extrañada de Sinbad, que se había detenido al oírle hablar―. Esto debería bastar por ahora.

     Se elevó en el aire hasta alcanzar mayor altura, invocó el rukh procedente del océano a sus pies y enseguida una creciente cantidad de agua comenzó a acumularse. Hacía tiempo que no proyectaba un ataque mágico de esa magnitud, pero estar tan cerca del mar aumentaba de forma exponencial la fuerza de una magia del tipo de la suya.

     ―Judar, ¿qué-

     ―Cállate y no dejes de mirar, Rey idiota ―Le interrumpió desde lo alto. El agua se transformaba en afilados trozos de hielo, y a la orden del joven dejaron de gravitar para salir despedidos a una velocidad asombrosa―: ¡Thal al-salos!

     Regidos por el movimiento de su improvisado bastón, las cuchillas de hielo atravesaron a la entonces casi derrotada criatura. Tanto Masrur como Ja´far que luchaban contra ella tuvieron que apartarse y esquivar la oleada de proyectiles asesinos, desconcertados.

     No conforme con atacar una sola vez, el magi se desplazó a través del aire y conjuró una segunda y tercera lluvia de lanzas glaciares. En instantes, la cubierta se convirtió en un chapucero de sangre y esquirlas de hielo. Los miembros de la tripulación observaban estupefactos el sangriento espectáculo, amedrentados de intervenir o pronunciar palabra.

     ―Esta cosa era ridículamente débil ―decía Judar, levitando por encima de parte de la cabeza cercenada―. Qué aburrido.

     ―Sin, detenlo antes de que haga otra cosa. ―Ja´far le puso un alto a las divagaciones de Sinbad; tal como le dijera el muchacho, no había sido capaz de apartar los ojos de él en ningún momento. En especial de la sonrisa demoniaca de puro placer que exhibía mientras destazaba a la incauta criatura. ―Si continúa terminará dañando el barco ―advirtió, apremiante.

     No se equivocaba en temer aquello. Sinbad dio un paso hacia el enorme cadáver, cuya parte superior yacía desperdigada sobre la cubierta.

      ―Judar, ya les has matado. Es suficiente ―le llamó, inalterable pero firme―, baja de ahí.

     El mencionado se encogió de hombros y sin más remedio, descendió hasta quedar frente a él, sin llegar a tocar el suelo.

     ―Supongo que ya no tendrás dudas sobre mi poder ―dijo, alzando las cejas.

     ―Lo hiciste bien ―concedió Sinbad. El resto de los presentes volvía a ponerse en movimiento, ahora en pos de retirar el gigantesco pez y limpiar aquel desastre. Excepto por sus dos generales que permanecieron a su lado dirigiendo miradas cautelosas a Judar―, pero te excediste. Pudiste herir a alguien o destruir el barco en el proceso, la próxima vez no actúes por tu cuenta y ten más cuidado, ¿de acuerdo?

     El rostro del muchacho se desencajó en una mueca de hastío.

     ―Tan solo deberían hacerse a un lado ―se excusó de forma caprichosa, puso una mano en su cintura e hizo un gesto despectivo con la otra hacia el entorno―. De todas maneras, es mejor que los débiles huyan y se escondan.

     ―Ese no es el punto. Y de todos modos también tendrás que ayudar a limpiar todo esto. ―Suspiró y se frotó el entrecejo mientras cavilaba. Había dado con un magi tan poderoso como problemático; ahora se debatía entre sentirse preocupado o cautivado tras su pequeño despliegue de destrucción.

     Completamente incrédulo, Judar pegó un respingo.

     ―¿Qué mierda has dicho? ―Tomó nota mental de su absoluta falta de modales. Tendría que hacer algo con eso también. La sola sensación de hostilidad procedente de su derecha era bastante elocuente; no le hacía falta mirar a Ja´far para saber qué clase de mirada asesina le estaba dedicando. ― No soy uno de tus perros. Soy un magi, no hago esas estúpidas tareas.

     ―Oye, ya estás pasándote de la línea ―intervino Ja´far.

     ―¿Y quién pidió tu opinión, pecoso? Estoy hablando con Sinbad, no con sus lacayos.

     ―¿Qué has…?

     ―Suficiente ―les detuvo antes de que la situación empeorara. Se volteó primero hacia su subalterno―. Ja´far, yo me encargaré de esto. Tú y Masrur vayan a echar una mano en lo que se necesite. ―Este se mostró renuente, pero al final acató su orden luego de intercambiar una mirada con su compañero.

     ―Como digas.

     El magi les observó irse mientras ponía una expresión que cruzaba entre la burla y la satisfacción más desdeñosa. Esperaba que Sinbad prosiguiera su intento de reprimenda apenas aquellos dos se dieran la vuelta; pero en lugar de eso el Rey se le quedó mirando por bastante tiempo como si buscara la respuesta de algún enigma insospechado para él. Actitud que encendió la mecha de su impaciencia.

     ―Si quieres decir algo, suéltalo de una vez ―espetó sin el menor reparo. Con un gesto, Sinbad le indicó que le siguiera antes de darse media vuelta. Judar estuvo a punto de quejarse, solo en el último instante optó por seguirle debido a su curiosidad.

     Llegaron hasta un rincón alejado y vacío; el monarca retomó la palabra aunque lo que dijo no parecía guardar relación con el incidente previo.

     ―¿Qué es lo que quieres hacer, Judar?

     ―¿A qué viene eso? ―inquirió de vuelta.

     ―Me has dicho lo que piensas hacer, pero no termino de entender tus intenciones. Así que siéntete libre de contestar sinceramente ―repuso, ecuánime.

     No necesitó pensárselo demasiado.

     ―Eso ya lo sabes también: quiero servirte como magi ―contestó cual obviedad―. ¿Es que sigues subestimando mis poderes? Te lo demostraré las veces que haga falta.

     Sacudió la cabeza. Para tratar con aquel chico iba a necesitar más paciencia de la que tal vez poseía; al mirarlo de nuevo, vislumbró un largo y accidentado camino.

     ―Es verdad que tu poder le vendría bastante bien a Sindria, sin embargo eso no lo es todo, Judar. ―El otro abrió la boca dispuesto a interrumpirle, pero se apresuró en continuar antes de que pudiera hacerlo. ―Necesitas ser capaz de escuchar a los demás o al menos escuchar lo que yo te digo. Y moderar tu actitud. ―Hizo caso omiso de la profunda mueca de contrariedad en su rostro y sentenció sin dar más vueltas―: Si no puedes hacerlo, hacer de ti mi magi podría traerme más problemas que beneficios. Piensa en ello hasta que lleguemos a Sindria.

     Y dejándole allí con tamaño dilema, hizo ademán de dirigirse hacia el lugar donde buena parte de la tripulación continuaba removiendo piezas de hielo a medio derretir de entre las tablas. Claro está que Judar no le permitió dar más de dos pasos; tiró de la manga de su manto en un impulso que le valió dos onzas de orgullo.

     ―No necesito pensar nada ―aseguró. Bajo la piel hervía en frustración cuando de manera contradictoria, se irguió arrogante en su sitio. Sinbad aguardaba su siguiente declaración intentando imaginar a qué tipo de ocurrencia tendría que hacer frente ahora―; te escucharé y obedeceré a ti, pero solo a ti, Rey idiota. Es parte de mi deber como magi, no así con tus perros falderos. Si se meten conmigo los mandaré a volar.

     Esperaba no acostumbrarse a ser llamado idiota por el joven; se dijo que no podía ser ningún buen augurio. Le irritaba, pero eso no contuvo la sonrisa que emergió en su boca.

     ―Lo tendré en mente.

     Y a su vez, el magi que vivía y respiraba oscuridad empezaba a habituarse a sus sonrisas ridículas.

     Posterior a esto, se prestó a colaborar con la limpieza de la nave, empleando la magia. Nunca habría imaginado que la primera petición del que se convertiría en su candidato a Rey consistiría en una labor de baja categoría como ésa. Revertir un conjuro de ataque semejante para acelerar todo aquello fue terriblemente sencillo, pero le sacaba de sus casillas.

     Ésa mujer reiría como posesa si le viera enfrascado en ello. La sola idea azuzaba el rukh negro oscilante a su alrededor.

 


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