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Una noche sin final por mei yuuki

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     Desde que se convirtiera en el magi del Rey Sinbad este no le había encomendado más que tareas sencillas con la excusa de que se familiarizara con los asuntos cotidianos de la vida en la isla y sus ciudadanos; cuestiones para las cuales la mayoría de las veces ni siquiera eran requeridos sus poderes. Presenciar audiencias con comerciantes, ir a recibir al puerto a una que otra visita ilustre en compañía de Ja’far –para su desagrado, lo último que necesitaba era tenerlo a él vigilándolo como si fuese su maldita niñera– o de alguno de los otros sujetos. Incluso tuvo que rescatar una carreta volcada en una zanja usando el poder del rukh. Era todo cuanto había hecho durante las últimas semanas, cuando no retozaba sobre las ramas de los árboles en los jardines del palacio devorando alguna fruta o tan sólo durmiendo.

    ¡¿Pero qué demonios estaba haciendo?! ¡Era un magi, maldita sea! No un peón de cuarta o un esclavo para ocuparse de aquellos estúpidos deberes. Comenzaba a sentirse estafado por ese Rey idiota, nada de esto era para lo que había puesto tantísimo empeño con tal de ganarse su confianza. Se suponía que le utilizara en su calidad de elegido por el rukh y juntos hicieran cosas interesantes; como subyugar alguna nación pequeña mediante el uso de la fuerza o al menos amenazar con hacerlo haciendo alarde de su evidente superioridad en lo que a poder y recursos se refiere. Ese tipo de cosas eran las que solían hacer en el imperio Kou y en todos los otros lugares en donde había estado por mandato de Al thamen.

     ―Judar, este no es un país militarista. Nosotros y La alianza de los siete mares abogamos por la paz y la no invasión ―le dejó en claro Sinbad cuando se presentó en su despacho un día para aventarle sus reclamos e inconformidad. Con las manos llenas de documentos y pergaminos de variada índole a la espera de su aprobación, el monarca le había mirado con desconcierto antes de procesar el calibre de sus palabras y negarse de plano―. Creí que ya lo habías comprendido con sólo recorrer la ciudad; nada de lo que ves se puede construir sobre el derramamiento de sangre.

     ―Y una mierda que no sea posible ―refunfuñó Judar―. Si tú me pidieras que…

     ―¿Qué estás haciendo tú aquí? Ya te he dicho que no molestes a Sin cuando está trabajando. ―El secretario apareció por la puerta cargando más papeleo. El magi rodó los ojos ante su interrupción.

     ―El único que está importunando eres tú, pedazo de-

     ―Judar. ―Esta vez el Rey mismo le frenó antes de que llegase más lejos, pronunciando su nombre de manera enérgica y dándole una mirada de desaprobación. ―Hablaremos de esto más tarde si quieres, pero ahora es mejor que te retires.

     De aquello habían pasado dos días. Luego de que se esfumara de la oficina fastidiado con Sinbad, casi chocando su hombro contra el del entrometido de Ja’far y cabreado en general con el mundo entero por conspirar en su contra, había rememorado la conversación que mantuvo con el estúpido monarca la noche del festival, previo a que le eligiera como su magi. Entonces la perspectiva que tuvo de él incidió en sí mismo como un fulgurante destello de luz; había temido ser cuestionado de manera exhaustiva por el hecho de poseer rukh negro, sin embargo, lejos de emplazarlo debido a ello, el propio Sinbad le dejó ver aunque fuera de forma fugaz lo que otros no podrían advertir por mucho que creyeran conocerle.

     Para un caído del flujo universal como Judar aquello no podía ser más atrayente. Venía a confirmar sus sospechas respecto al Rey, además de infundirle algo similar a la esperanza ya perdida. Todo en él y en esas tierras revolucionaba su distorsionado mundo.

      No obstante, incluso ahora mientras perdía el tiempo vagabundeando entre los huertos de árboles frutales sustrayendo una que otra de esas rarísimas frutas que sólo había encontrado en Sindria, no podía dejar de reparar en que eso no les convertía en iguales. Sinbad no profesaba amor alguno hacia la guerra y el conflicto, a diferencia de él. No dudaba de que pudiese convencerlo de emprender la marcha en esa dirección, pero tampoco podía negar el hecho de que le crispaba los nervios a sobremanera la posibilidad de ver su pasado ligado a Al Thamen saliendo a la luz.

     «Un día no tendrás más remedio que regresar con nosotros». Estrujó el suave fruto que sostenía hasta hacerlo estallar entre sus dedos y empaparse con la pulpa, ni siquiera en esos cálidos parajes tropicales resguardados por una imponente barrera mágica estaba a salvo del recuerdo de esa arpía.

     Voces procedentes del camino que conducía al resto de sectores de los campos de cultivo le distrajeron; y para cuando levantó la vista en esa dirección, sacudiéndose el néctar rojizo y pegajoso de la mano, nada más y nada menos que el eje principal de sus recientes divagaciones aparecía, agachando ligeramente la cabeza para esquivar una rama que le obstruía el paso.

     ―¿Qué se supone que haces aquí? Creía que te pasabas los días entre juntas y firmando pergaminos. ―Judar alzó una ceja, apoyando una mano sobre su cadera. Miraba de arriba abajo al hombre de pie ante él; Sinbad desprendía gallardía aun estando en un lugar como ése.

     ―También tengo ratos libres, y como escuché que el nuevo magi ha estado revoloteando entre los huertos, quise venir a ver si lo encontraba ―dijo despreocupado, como si el pequeño altercado en su despacho nunca hubiese tenido lugar.

     ―Mierda, ¿quién te lo dijo? Veo que estoy rodeado de soplones.

     El Rey torció la boca en una sonrisa pícara al tiempo en que ladeaba el rostro.

     ―No te lo tomes así. Además, si mal no recuerdo tenemos una conversación pendiente.

     Por supuesto que no lo había olvidado, aunque Judar no sabía con seguridad si era buena o mala señal que fuera él quien sacara el tema a colación. Al menos esta vez esperaba que no fueran interrumpidos por gente molesta.

    ―Cierto. ¿Ya te decidiste por fin a hacer algo divertido en lugar de jugar a la caridad? ―inquirió el joven, sin medirse, como siempre.

     ―Tu idea de diversión difiere mucho de la mía ―dijo el Rey con reticencia―, y no, mi decisión no ha cambiado ni lo hará. No haré nada que pueda perturbar la paz de mi pueblo.

     ―¿Entonces eso es todo? ―Judar suspiró, encogiéndose de hombros con desgana― Diste un paseo muy largo desde el palacio hasta acá para decirme la misma cosa.

     ―Puedo decir lo mismo de ti sobre estas. ―Le lanzó una baya que acababa de tomar de la rama de uno de los árboles que les rodeaban. El magi la atrapó en el aire. ―Podrías pedirlas en la cocina. ―Le sonrió.

     ―Yo puedo volar ―respondió con superioridad, mordiendo la fruta―, y en cualquier caso era preferible a morir de aburrimiento en tus jardines reales.

     ―En realidad, eso no era lo único que venía a decirte. ―Sinbad retomó el asunto tras una pausa en la que solo le observó a comer. ―Ahora eres mi magi y seguramente en el futuro tengamos que enfrentarles, así que es mejor que estés al tanto de todo cuanto antes.

     ―Debiste empezar por ahí ―se quejó Judar―, ¿contra quienes nos vamos a enfrentar?

     ―Existe cierta organización involucrada en la mayoría de las catástrofes que han estado ocurriendo en el mundo, en los últimos tiempos ―explicó el monarca, con la vista de momento extraviada en el espeso follaje verde―. Les llamamos Al Thamen, aunque no sabemos a ciencia cierta si ellos mismos tomaron ese nombre o cuáles son sus verdaderos objetivos. Pero sin duda son enemigos de los que hay que prevenir.

     ―Al Thamen, eh ―repitió el joven magi, reducido a una expresión mínima. El ambiente se había estancado. Un viento helado sopló a través de él, metiéndose en sus entrañas, pero cuando los ojos dorados de Sinbad le miraron otra vez este no pareció darse cuenta de la trepidante opresión que le atenazaba el cuerpo. Esperaba que fuese así.

     ―Supongo que nunca habrás escuchado sobre ellos ―concluyó, tal vez por su expresión en blanco―. Suelen infiltrarse en diferentes países a través de variadas formas e instalarse en los núcleos de poder. De todos modos, he estado reuniendo la suficiente fuerza desde hace mucho tiempo para proteger Sindria, y contigo ahora aquí no tengo dudas de que podremos hacerles frente cuando el momento llegue.

     Nada podría darle más satisfacción que convertir en polvo el grupo de aquellos viejos, y no obstante, ya no era tan ingenuo como para creer que conseguirlo sería menos que una hazaña. Incluso tratándose de Sinbad, el contenedor de Rey más prodigioso que hubiese conocido, sería una temeridad arrojarse contra ellos sin una estrategia infalible. Era pisar hielo delgado, tal como él mismo hacía en esos instantes entre la espada de su brillante futuro y el pasado imperdonable detrás de su espalda que necesitaba esconder como fuera.

     ―¿Judar?

     Regresó a la realidad presente donde Sinbad le llamaba. Una sombra de interrogación se asomaba a su rostro, estando ahora apenas a un palmo del suyo. Quedando prendado de su mirada penetrante, Judar olvidó contestar dejándole a la espera de cualquier tipo de reacción de su parte. Ignoró el repiqueteo del rukh en sus oídos. Una sugerente sonrisa se levantó en labios del otro hombre. Los ojos del joven se entornaron en muda respuesta.

     ―Justo ahora te ves un poco como aquel día en el mercado.

     ―¿Como un esclavo andrajoso? ―inquirió torciendo la boca con desagrado, pero no elevó la voz ni rompió el contacto visual― Debes estar bromeando.

     ―La mirada que tienes es idéntica. Siento como si fuera a ser tragado por ella, junto a todo lo demás.

     En medio de un parpadeo, el Rey excedió una vez más sus ideas preconcebidas. El tacto de su boca embargó sus labios entreabiertos, a la vez que su mano sostenía su mejilla con la misma delicadeza. Bebió de ellos con naturalidad los dulces restos que los impregnaba, como si fuera cosa que acostumbrara hacer, y Judar le dejó continuar, conmocionado. La fruta mordida resbaló de su mano y cayó sobre el manto de hojas con un ruido ligero.

   Cuando con lentitud comenzaba a corresponder, el canto agudo de uno de los pájaros que habitaban en los bosques de la isla les sobresaltó. Tomaron distancia uno del otro y de inmediato la incomodidad reemplazó el inefable torrente de sensaciones que le había subyugado al ser besado por Sinbad. Este se aclaró la garganta y se masajeó la nuca antes de llenar el vacío con la despedida.

     ―Creo que ya es tiempo de que vuelva, ¿vienes también?

     El magi no encontró la voz para contestar. Le miraba con ojos redondos, la perplejidad entintando su piel de rubor. El palpitar de su corazón no llegaba a sosegarse pese a los segundos.

     ―Me quedo ―dijo inseguro, desviando la vista hacia un lugar menos comprometedor que el semblante de su Rey―. Volveré después ―reafirmó con más convicción.

     ―De acuerdo. ―Luciendo una expresión cohibida que Judar no le había visto antes, quizás temiendo haberlo amedrentado con su actuar, se fue por el mismo sitio por el que llegó; tras despedirse con un ambiguo hasta luego.

     La confusión dio paso a un acceso de ira, ¿por qué demonios había reaccionado de esa forma ante Sinbad? Lo normal en él sería atizar a cualquiera que osara tocarle sin permiso. Y por si fuera poco el rukh no dejaba de dar vueltas a su alrededor, imbuido de una excitación extraña y por demás molesta. Se mordió el labio inferior, elevándose del suelo para después alejarse en dirección contraria a la que había tomado el otro hombre. La impresión del beso apenas consumado persistía sobre su piel, y de eso no tenía forma de huir.

     A pesar de lo que podría haber inferido entonces, la siguiente vez que vio a Sinbad después de aquello este le trató de la misma manera que siempre; como si hace tan solo unas horas no se hubiese lanzado a por un beso suyo. Acorde a ello no mencionó una palabra al respecto, y Judar tampoco lo hizo, si bien en su caso era bastante probable que su bochorno involuntario haya hablado por él. Tensarse de esa forma por nada más que su presencia le irritaba, pero no fue capaz de esconder esta debilidad. Le inducía a pensar en las mujeres que se desvivían por lanzarse a los brazos de ese idiota durante las fiestas.

     Mierda. Era seguro decir que embarcarse en ese tipo de cavilaciones auguraba problemas. Le desconcertó al punto de pintarle en la cara una curiosa mueca entre la perplejidad y el disgusto, las cejas y la boca crispadas por igual.

     ―¿Te encuentras bien, Judar? ―le preguntó Yamuraiha del otro lado de la mesa cuando se atragantó con la sopa a raíz de la impresión derivada de sus propios descubrimientos. Desde la esquina Ja’far le clavaba la mirada en silencio, no se había perdido el desfile de expresiones que pasaron por su rostro mientras rumiaba para sus adentros toda clase de cosas.

     Fingió no darse cuenta de ese detalle al tiempo en que se golpeaba el pecho con el puño y tosía un poco para aclararse la garganta.

     −Has estado callado, eso es raro en ti ―comentó el guerrero de Imuchakk, Hinahoho. Al final había logrado memorizar los nombres de aquellos más cercanos a Sinbad, que en ese momento compartían la mesa con este y el propio Judar.

     El aludido se encogió los hombros, haciéndose el desentendido.

     ―No tengo hambre, he terminado por hoy ―se excusó entonces sin añadir nada más a sus comentarios, antes de levantarse de la mesa.

     ―Tan encantador como siempre, eh ―escuchó decir al espadachín cuando les dio la espalda.

      Agitó la mano en alto una vez antes de dejar el enorme salón correspondiente al comedor, enseñándole el dedo medio.

     ―No lo molestes, bruto. Todavía no se ha de haber acostumbrado a vivir aquí. ―Saltó la maga de agua en defensa del joven. A su lado Pisti reía pícaramente.

     ―¡¿Qué hay con ese favoritismo?! ―se quejó Sharrkan, ofendido―, ¿acaso no viste lo que hizo ese cabrón? Lo consientes nada más porque puede hacer unos cuantos movimientos de magia.

     ―Cállate, que te lo mereces por hablador.

     Mientras esta pequeña disputa entre ellos proseguía un poco más, Sinbad en la cabecera de la larga mesa escondía una sonrisa tras el borde dorado de su copa. Veía entonces a Judar bajo una luz distinta, y es que ¿cómo no hacerlo después de cometer la imprudencia de besarlo?; reconocido ahora, no es como si en realidad se arrepintiese de su atrevimiento. Tampoco era que su irreverente magi lo hubiese rechazado (cosa que por sí sola decía bastante). Había sido un impulso propiciado por la intimidad naciente del momento entre ambos; y con Judar las cosas siempre habían surgido así desde que lo conocía. Sin mediar intrincados pensamientos se veía intercediendo o acercándose a él, porque quería hacerlo, porque algo en él pugnaba y no le permitía abandonarle a su suerte en mitad del camino. A pesar de la amenaza que podría suponer tenerle bajo su amparo, de lo volátil que podía llegar a ser y los problemas que esto causara donde sea que estuviese. Porque aquel chico era frágil en algún lugar que solo él había llegado a percibir; tras una cortina de secretos crueles que un día descubriría. Tan roto y a la vez transparente, dejado al alcance de sus ojos rebosantes de amabilidad. 

      

          •••••

 

     Una vuelta y un ataque por la espalda. La magia de hielo de Judar era imparable, como comprobó Sinbad en carne propia al descuidarse apenas un instante mientras invocaba a su primer djinn, Baal, y cubría su cuerpo con su equipamiento mágico. Si no fuese porque en último momento esquivó aquellas lanzas gélidas, gracias a la velocidad de su armamento, con toda probabilidad habría terminado convertido en un extravagante colador con escamas y cola de réptil. Su intención original había sido tomárselo con calma y no ser demasiado rudo con el joven siendo que esta era la primera vez que luchaban; pero estaba claro que él no necesitaba ni quería tales consideraciones durante el combate.

     ―No te distraigas o te mataré. ―Judar reía, luciendo más feliz que en cualquier otro momento. Se suspendía en el aire como era su costumbre; dada la fluidez de sus movimientos parecía como si hubiese nacido en algún sitio en las alturas en vez de sobre la sólida tierra como todo mortal.

     El rey lanzó su contraataque después de suspirar quedamente y guardarse sus palabras para después. Relámpagos capaces de demoler fortalezas de piedra impactaron contra el océano al ser evadidos. Judar por su parte conjuró más hielo que envió en su dirección sin darle tiempo ni para respirar. No mentía cuando dijo que le mataría si se descuidaba; alguien con menos experiencia o magoi que Sinbad estaría en graves aprietos si le enfrentara. Más aun estando en las cercanías del mar, donde el chico de cabellos negros y ojos de sangre fresca contaba con una ventaja apabullante.

     ―Así que esto es lo que puede hacer un magi cuando pelea. No está mal.

     ―¡Y todavía no has visto nada! ―Le señaló con la pequeña vara de plata, iniciando una nueva y despiadada ronda. Los rayos mortecinos de un sol que se ocultaba en la distancia desdibujaban su grácil figura al desplazarse contra los vientos. El estruendo de las olas se mezclaba con el provocado por la refriega.

     Como cabría de esperar, habían llegado a esas instancias por iniciativa y capricho del magi. Tras varios días de insistencia al respecto terminó por convencerle de hacerse un espacio entre sus deberes para practicar juntos un rato. Incluso cuando le dijera que sería más beneficioso para él si entrenaba magia con Yamuraiha, no pudo hacerle desistir de la idea una vez que se le metió en la cabeza.

     ―De eso nada, quiero ver que tan fuerte eres usando tus contenedores de metal. ―Había sido su categórica respuesta. ―Anda, ¿o me vas a decir que tienes miedo, tú, el rey de los siete mares? ―Se reservó el llamarle estúpido o idiota; considerando su tono y semblante burlesco ni falta hacía que lo dijera.

     Pero Sinbad no tenía motivos para negarse, más allá de la falta de tiempo. No estaba demás evaluar sus capacidades de primera mano, ser el objetivo de ese ímpetu que dominaba a Judar cuando le daban la oportunidad de entregarse a sus impulsos violentos, a la corrupción hambrienta e insaciable de aniquilación. Y hacerlo estaba resultando ser bastante divertido y excitante, apenas y debía contenerse. Había pasado mucho tiempo desde que el contrincante de turno supusiera una real amenaza para él.

     Judar irradiaba una fuerza en apariencia inagotable, una estrella oscura que danzaba sin descanso en un cielo eclipsado por su brillo. Hermoso y caótico, como las formas que cristalizaba con el poder del rukh a su plena disposición. Si pudiera controlarlo y confiar en él sin reservas, y forjar así una verdadera alianza, entonces no existiría ningún obstáculo que no pudieran superar en lo que les deparara el futuro.

     No tuvo dudas de que así sería. Podía sentirlo de la misma manera en que anticipaba la trayectoria que tomarían sus ataques después de pasado un tiempo. Judar le sería de suma utilidad para el reino. Para el mundo que pensaba crear. 

     ―¡Hay que repetirlo! ―dijo el magi, tan encendido como al principio una vez que consiguió frenarle después de lanzarlo contra el acantilado de uno de los islotes que rodeaban Sindria. Sinbad se preocupó momentáneamente cuando no lo vio emerger enseguida, creyendo que tal vez se había excedido. No obstante estaba casi ileso, dentro de la protección de su resistente borg mágico, cuando el polvo y el humo producto del derrumbe se dispersaron y volvió a verle― Ni te creas que has ganado con eso. Sólo fue suerte.

     Supuso que diría algo parecido; pero se negó a seguir, en tanto descendía a donde estaba él.

     ―¿Qué? Pero si apenas empezaba a divertirme ―alegó Judar de inmediato.

     ―Ya es de noche, continuaremos otro día.

     ―Todavía es temprano ―señaló con el dedo pulgar el horizonte oscurecido detrás de él―, aunque si apareciera algún monstruo tampoco estaría mal.

     ―La próxima vez ―reiteró Sinbad y le sonrió despacio. Tocó el blanco y liso pómulo del chico, justo debajo de un pequeño corte abierto―. Ten paciencia con los que no tenemos tu cantidad ilimitada de magoi.

     ―Eso quisieras que creyera. ―Ladeó el rostro ligeramente en lugar de apartarse al tiempo en que alzaba la cejas. ―sabes que posees más magoi que casi cualquiera. Eres un tipo muy raro de verdad, mi Rey. Aunque de no ser así no serías tan fuerte. ―Le dio una mirada significativa, en concreto intensa durante unos instantes.

     Sinbad no varió su gesto relajado ni borró su afable sonrisa cuando le respondió, si bien con un deje de sarcasmo.

     ―Me halagas, aunque exageras. Mi capacidad no se compara con la de un magi de tu nivel.

     Entonces Judar se echó a reír, quebrando con el incontenible volumen de su voz la ahora calma atmósfera nocturna tras la pelea. Le dio un fuerte codazo al otro hombre.

     ―¡Es que ni en broma te queda bien pretender ser humilde! ―dijo luego― En ti resulta de lo más desagradable, Sinbad. Como si un tigre ocultase sus colmillos para intentar parecer un simple gato.

     ―En verdad disfrutas atacándome, ¿cierto? ―frunció un tanto el entrecejo aunque ya estaba cerca de resignarse. El joven de cabellos negros cesó sus risas y volvió a mirarle, tal como lo había hecho antes―, a todos en realidad.

     ―No necesitas fingir conmigo, que ya sabes bien que no soy como tus otros sirvientes. No me interesan esas tonterías como el honor y el sentido del deber y de la justicia. ¡Todo eso es tan tedioso que podría morir! Si te sirvo es porque tienes lo que busco en un contenedor de Rey ―explicó con vehemencia―. Fuerza, ambición –enumeró y apuntó al pecho de Sinbad con su dedo índice, haciendo una pequeña pausa antes de añadir lo último con una débil y poco perceptible sonrisa―: y oscuridad. Así de simple.

     Su semblante se tornó algo rígido, los ojos de Judar le escrutaban con avasalladora malicia; evocó en su mente el recuerdo de haberle robado las palabras con un beso. Quiso hacerlo otra vez para devolverle la jugada, sin embargo se detuvo al notar en ellos el fugaz reflejo de la expectativa. El ansia persistiendo diminuta en un rincón de su alma, aguardando por ello.

     Lo tenía.

     Se guardó la sonrisa para sí olvidándose de inmediato de toda incomodidad. Apoyó una mano sobre los oscuros cabellos del chico y le dio una rápida caricia antes de dar un paso al costado.

     −Puede que tengas razón en parte, pero no me malentiendas. Eso no significa que vaya a hacer justamente lo que tú quieres o esperas, Judar. Y ahora regresemos antes de que los demás se preocupen.

     El magi se quedó de piedra en su mismo sitio; su expresión un tanto confusa daba a entender que aún no captaba del todo el motivo de su vacilación, más allá de la certeza de que aquel sujeto acababa de burlarse de él en sus narices. Del mismo modo en que solían hacerlo sus estacas de hielo al hundirse en los cuerpos de sus enemigos cuando se prestaba al combate, el doble significado de los dichos del Rey caló profundamente en el ambiente.

     ―¿A quién le importa? Que se vayan a la mierda ―dijo con desdén, tratando de disimular con poco éxito su anterior lapsus.

      Le escrutó la nuca con la mirada durante todo el camino mientras volvían a la isla; Sinbad enfundado en su equipamiento djinn mientras Judar volaba por sus propios medios a poca distancia detrás de él. Haciendo uso de una fuerza de voluntad que ninguno de los dos supo de donde es que sacó, el joven se contuvo de descargar las confusas emociones que le surgían en un ataque sorpresa. Sinbad había estado esperando alguna respuesta explosiva digna del impulsivo magi, pero en realidad era mejor así. Su tenso mutismo era prueba de que no se había equivocado en sus conclusiones.

 

          •••••

 

     Como alguien cuyo devenir de ideas habitual giraba en torno a barajar las mejores formas de divertirse a costa de los otros y a posibilidades lejanas de una futura venganza contra Al thamen, Judar no estaba demasiado interesado en el sexo opuesto y en el amor romántico -ni de clase alguna en realidad-. O eso podría pensar cualquiera que lo conociera por lo menos un poco. Sus contados escarceos dentro del ámbito amoroso, todos previos a su nueva vida en el reino de Sindria, no merecen especial mención. No así el hecho de que la atención entonces dirigida hacia esos temas, atractivos para un adolescente, estaba ahora obstinadamente enfocada sobre Sinbad. Acaparada por el apuesto Rey que servía en la actualidad, y el exacerbado gusto de este por las mujeres que frecuentaban el palacio y las distintas celebraciones a su haber.

     Después de convivir y ser educado de forma personal por alguien de la talla de Gyokuen, Judar sabía bien que buscaban aquellas mujeres al acercarse a Sinbad y que debía esperar de todas ellas. Cada una intentando ser la más bella de entre las flores de su jardín en aras de capturar su interés y así prevalecer por sobre las demás; convertirse en sus concubinas o incluso llegar a ser desposadas por el monarca era lo mejor que les podría pasar a lo largo y ancho de sus insulsas vidas en la corte. Algunas pasarían por encima de quien se les pusiera en frente con tal de lograr su cometido; otras inclusive podrían incluso ser emisarias de grupos como Al thamen, enviadas con el fin de infiltrarse y entablar lazos con el reino sin levantar sospechas hasta que fuera demasiado tarde para extirpar la malsana semilla de la depravación. En el pasado había sido testigo de todos los ejemplos mencionados, pero hasta ahora nunca le atañeron ni mucho menos le llegaron a interesar; eran hechos de naturaleza doméstica y común dentro de los palacios en los que le hicieron vivir mientras todavía era el flamante magi de la organización. Sin embargo, ahora la situación era diferente. No iba a permitir que ninguna de ellas fuera tan lejos como para suponer una amenaza verdadera, ya sea que se tratase de simples mujeres sedientas de poder o por el contrario fuesen esbirros del séquito de Gyokuen. Sinbad y Sindria solamente le pertenecerían a él.

     Evitó mencionarse a sí mismo que el motivo subyacente por el que estaba a punto de poner en juego su posición era que se sentía atraído hacia él. ¿Para qué pensar en detalles insignificantes, como en las infames ganas que le entraban de aplastar la cabeza del Rey estúpido contra las relucientes baldosas del palacio al verlo ligar de manera descarada con alguna muchacha? O en la forma en que quería estampar su pie en aquel rostro de borracho sonriente cuando le saludaba teniendo a un par de bailarinas sobre el regazo y una copa en la mano. Pensar mucho en ello tan sólo aumentaba su malestar y entorpecía sus acciones.

     ―Pero su majestad me comunicó hace un rato que estaría esperando por ella esta noche ―dijo con evidente extrañeza uno de los guardias encargados de custodiar la entrada hacia el área del palacio que albergaba los aposentos privados de Sinbad, además de los pertenecientes a sus oficiales principales (el llamado Pabellón Leo Púrpura)―. Nos dio órdenes de dejarla pasar en cuanto se presentara y…

     ―Ya sé que es lo que te dijo ―lo cortó Judar―, pero su majestad Sinbad cambió de parecer y me envió a mí a que te lo dijera. ¿Entiendes? Él no quiere que nadie lo moleste esta noche, así que despide a esa mujer apenas se aparezca por aquí.

     El joven guardia vaciló, le veía con ojos empañados por una mezcla de temor y duda. Como magi al servicio del Rey, la autoridad que poseía Judar era equivalente a la de cualquiera de los ocho generales; esto aunado a su ya conocido mal temperamento y al alcance de sus poderes infundía miedo en más de uno de los que tuvieran el placer o la desgracia de tratar con él.

     El mismo era consciente de las reacciones que suscitaba y lo usaba a su favor.

     ―Entiendo lo que dice, aun así temo que-

     Bastó una sola mirada suya para hacerlo atragantarse con sus propias palabras.

     ―¿Qué, dudas de lo que te digo? ―Dio un paso hacia el hombre, e incluso alguien del todo incapaz de percibir el rukh como aquel oficial podría sentir el peso de la amenaza que emanaba de él. ―Mi voluntad es la misma que la de Sinbad, dudar de mí es una ofensa también contra él, ¿sabes? ―El sujeto palideció y se apresuró a aclararle semejante malentendido.

     ―¡P-Por supuesto que no dudo de usted, señor magi! ―Tartamudeó el pobre individuo, nervioso. Empezó a sudar ante los ojos crueles de su temible interlocutor−. No ha sido mi intención ofenderlo, le ruego que me perdone si se lo pareció. ―Postró la vista en el suelo, bajando la cabeza con reverencia en medio de un aspaviento.

     Imbéciles de baja estofa como este eran fáciles de doblegar, pero necesitaba darse prisa en terminar con él antes de que alguien pudiera aparecer y se le fuera todo al carajo. Alguien como Ja’far, cuyo pasatiempo debía ser vigilar cada movimiento que daba dentro o fuera del palacio. De forma sigilosa, siempre llegaba desde cualquier lugar a plantarle su insoportable rostro de desconfianza cuando menos lo necesitaba cerca.

     ―En ese caso harás lo que te ordeno sin excusas, o le diré a Sinbad que algunos de sus guardias se niegan a obedecer sus órdenes ―amenazó―, ¿te quedó claro el mensaje? No la dejarás pasar a los aposentos de mi Rey. Que nadie lo moleste esta noche, díselo también a tu colega.

     ―¡Sí! Será como su majestad lo ordena.

     Satisfecho con esta pequeña victoria, Judar no perdió tiempo para escurrirse de las inmediaciones del lugar. Recién durante la noche vendría el verdadero desafío para él. Por lo pronto no faltaba mucho para la puesta de sol. Los últimos vestigios de luz natural se vertían sobre los interminables pasillos laterales, internándose en ellos a través de arcos que conectaban estos con los jardines interiores. El día que entonces culminaba había sido uno más caluroso de lo usual.

 

          •••••

 

     Todavía persistía en el corredor el efluvio dulce procedente del agua de rosas utilizada por la servidumbre para cubrir los pisos por las mañanas. Ante la puerta entreabierta de los aposentos del Rey Sinbad, oliendo esta suave fragancia, el magi oscuro tuvo un fugaz destello de prudencia. Consideró desistir de su plan y dar media vuelta para regresar a su propia habitación en el siguiente pasillo. Desechó la idea casi al instante en que le nació, y es que no tenía caso haber llegado tan lejos como para acobardarse estando a un paso de la meta. Se avergonzaría de sí mismo más de lo que podría hacerlo en el caso de que descubrieran cómo había saboteado una de las citas nocturnas del Rey a propósito solo para tener oportunidad de colarse en su habitación y agarrarlo con la guardia baja. Tanto tiempo invertido -los últimos tres días- en espiar las estúpidas reuniones sociales del idiota no iban a ser para nada.

     Su más que un poco deficiente sentido común no pudo detenerle de empujar la pesada puerta y enfrascarse en una aventura insólita, como las que tanto le gustaban al monarca que permanecía oculto de sus ojos tras las sedas del dosel; del otro lado de la habitación tenuemente iluminada por un par de lámparas de aceite. De ese modo Judar se adentró en ella sin hacer ruido, imbuido de determinación. Una sonrisa casi tan nerviosa como retorcida se le escapaba por las esquinas de la boca, listo para sorprenderlo. El humo perfumado del incienso consumiéndose en algún lugar de la espaciosa habitación le asestó un golpe a los sentidos; expelía el mismo aroma a sándalo y jazmín que en ocasiones solía desprender Sinbad. Cosa obvia siendo que aquel era su cuarto y todo en él le pertenecía, mientras que Judar tan sólo era un intruso. No obstante el joven pasó por alto este detalle, pues lo anterior bastó para distraerlo y casi hacerlo tropezar con la esquina de una silla.

     Sinbad dormitaba sobre el lecho, vestido aún pero sin los contenedores metálicos encima. Su cabeza reposaba sobre su mano y a su vez el codo se hincaba en el mullido colchón. Era seguro que se habría dormido mientras aguardaba la llegada de ésa mujer, pensó Judar, mirándolo con fijeza. Se lo tenía merecido; incluso después de haberle besado prefería pasar el tiempo revolcándose con todo lo que llevara falda. ¿Qué clase de mierda habría en la cabeza de ese sujeto? La intensidad de los rencorosos pensamientos del magi iba en aumento mientras se inclinaba sobre el hombre, manos sobre las caderas propias y el rostro contraído. No se suponía que fuera así. Quería tomarlo desprevenido, pero de alguna manera encontrarle de esa forma no se lo facilitaba. Si él fuese aquella chica y le hallase así estaba casi seguro de que se marcharía. Aunque no podía negar que su expresión durmiente no era desagradable a la vista. Recordó que tampoco lo era el toque de sus labios y algo le tembló bajo la garganta; el corazón terminó de estremecérsele cuando de improviso los ojos dorados de Sinbad se abrieron delante de su cara.

     El apodado Rey idiota sonrió en medio de la bruma que sigue al despertar. La semipenumbra confabuló a favor de Judar, si se le quiere ver así; puesto que Sinbad no dio luces de darse cuenta de que se trataba de él y no de la chica que visitaría sus aposentos esa noche. Ni siquiera lo notó cuando tiró de la cintura desnuda del magi y envolvió su cuerpo con sus brazos. La situación daba un giro y el intruso pasaba a ser quien recibía la sorpresa. Seguía estando atónito cuando le arrastró con él al lecho.

     Siendo estrechado sin misericordia, Judar percibió un leve olor a vino en su aliento y todo cobró sentido. Le metió un puñetazo en la mandíbula mientras rodaba bajo su cuerpo sobre la cama. Aquello pareció devolverlo a sus cabales, dejó de pretender besarle el cuello y retrocedió, parpadeando. A todas luces confuso, se sobó el lugar agredido.

     ―Ju… ¡¿Judar?! ―exclamó por fin, casi cayéndose de espaldas al suelo.

     ―¿Quién más si no? ―espetó el chico, cabreado. Se incorporó también― ¡Te lanzaste sobre mí antes de decir nada! ―Acusó apuntándole con el dedo― Borracho pervertido.

     Sinbad se masajeaba la sien, asimilando los hechos y lo que le decía.

     ―Fue un accidente, pero, ¿por qué estás aquí para empezar?

     ―Eres propenso a los accidentes de este tipo, ¿eh? ―dijo con malicia en vez de contestar a su pregunta―. Puedo ver de dónde es que vienen todos esos chismes.

     Sinbad guardó silencio por unos momentos, bajó de la cama y echó un vistazo a su alrededor. Judar le imitó. Abriéndose paso ante la minúscula brecha de su incertidumbre, se le aproximó antes de que el Rey pudiera volver a tomar la palabra.

     ―No me digas, ¿esperabas a alguien más? ―inquirió alzándole una ceja con suspicacia fingida, dado que la respuesta la conocía bien.

     ―Ciertamente sí ―contestó campante, sin rastro de duda esta vez―. Por eso me extraña tanto verte, ¿qué has hecho ahora, Judar?

     Su punzante franqueza hizo mella en la fachada burlona del aludido, que luego de cruzar los brazos sobre el pecho le miró con mediano desencanto.

     ―Das por hecho que yo hice algo cuando acabas de saltar sobre mí, eres de lo peor ―se lamentó de forma exagerada―. Hombre, ¿dónde queda la confianza entre nosotros?

     ―Deja de jugar, no me creo que hayas venido en mitad de la noche sólo para burlarte de mí ―dijo, sin perderse detalle de la forma en que los ojos del conflictivo magi de súbito evadían su insistente mirada―. Supongo que estoy en lo correcto. ―Sonrió con autosuficiencia, el chico quiso empezar a refunfuñar pero no se lo permitió. ―Te devuelvo tus palabras de antes, Judar: no necesitas fingir conmigo. Siempre me has arrojado a la cara lo que se te viene a la mente, no intentes actuar diferente ahora. Ese no eres tú.

     ―¡Agh! Cállate. ―No le estaba dejando pensar, aunque en realidad no era necesario. Sinbad tenía razón, estaba comportándose como un imbécil (aunque él no había dicho tal cosa). Fue hasta allá por una razón, y por muy irracional que esta fuera estaba decidido a ir en pos de ella hasta el final. ―Sólo cállate, Rey estúpido. Ya lo entendí.

     Levantó la vista del suelo y otra vez le enfrentó. Reparó en el rukh que le acompañaba, aleteando de modo incansable en torno a su figura imponente como meras polillas hechizadas por una fuente de luz. De alguna manera notarlo le tranquilizó. El mundo entero podría sucumbir e irse al infierno, pero el rukh nunca le mentiría o daría señales erradas. Y en ese momento estaba comunicándole una respuesta afirmativa a su pregunta tácita. Dio un paso hacia delante y con lentitud apoyó la mano sobre su hombro, observándolo de tan cerca como era capaz sin traspasar el último límite. Sinbad se limitaba a seguir y calibrar sus acciones en silencio.

     Inspiró una sola vez y presionó sus labios contra los de él durante unos segundos. Luego terminó por retroceder y quedarse quieto como estatua.

     ―¿Eso es todo? ―le preguntó el Rey en voz baja, risueño. Judar encorvaba su postura mientras su semblante enrojecía furiosamente. Torció la boca y después contrajo el ceño.

     ―Si quieres más ve con alguna de tus mujeres ―contestó a la defensiva pero se detestó un poco por recurrir a eso. La situación aunada a sus propias emociones se le iba de las manos, no sabía cómo lidiar con los sentimientos que ese hombre le arrancaba de las entrañas. Acababa dando vueltas en círculos y humillándose como un idiota, algo irónico siendo que siempre pensaba en él de esa manera.

     ―Tranquilízate ―dijo Sinbad, percibiendo sus derroteros mentales nada más con verle. Le sostuvo la barbilla y le atrajo por la espalda con su otra mano, forzándole con ello a regresar del valle de las divagaciones―, así que viniste a por mí después de todo, eso es bastante lindo. Aunque no lo es tanto el que te aparecieras mientras duermo. ―Le sonreía complacido, sabiéndose dueño de la situación así como también de su bochorno.

     Judar, trémulo, se retrajo entre aquellos brazos que le acorralaban. Como tantas otras veces quiso golpearlo, pero antes de que pudiera propinarle el primer empujón para zafarse el Rey destruyó sus renuencias con un cálido beso. No se comparaba con su patético intento perjudicado por el nerviosismo; con denodada habilidad Sinbad tomó su boca como si no fuera nada, despojándole así de cualquier alternativa exceptuando la rendición total. Su lengua le sustrajo las ideas y las palabras que se negaba a concebir. Las piernas le temblaron, sus dedos buscaron aferrársele al cuello para no ceder ni desprenderse. Detrás de sus párpados la realidad desaparecía vuelta ilusión absurda; dejarse llevar por él era más sencillo que respirar. Y cuando momentos después pareció que el corazón iba a estallarle, el hombre se detuvo, alejándole lo suficiente para permitirle tomar un respiro y regresarle el alma al cuerpo.

     ―Judar, eres el magi, ¿pero sabes cómo se interpreta en realidad que hayas venido aquí esta noche? ―Abrazando al chico de forma íntima como haría un amante, le dijo en voz baja y confidencial, directa contra su oído― Implica que estás dispuesto a tomar su lugar y entregarte a mí en un sentido distinto al que te hayas imaginado.

     Sabía para donde es que desencadenaría aquello y no le importaba, pero ser tratado como un burdo reemplazo imperó por sobre todo lo demás dentro de su mente y ego. Tal vez el joven tuviera la cabeza repleta de nubes de algodón perfumadas con sándalo y jazmín mientras se derretía a merced de los encantos del habilidoso Rey, no obstante, nunca pasaría por alto una degradación como ésa. Como resultado su incipiente libido se enfrió en un santiamén. Se apartó de Sinbad como si su tacto le hiriera.

     ―Cambié de idea, me marcho ―repuso con frialdad. Se dio la vuelta en un estado de falsa calma que no pasó desapercibido.

     ―Espera, no quise hacerlo sonar así. ―El monarca pretendió arrepentirse en tanto hacía ademán de detenerle. Y así habría sido si Judar no se hubiese adelantado a sus movimientos y sacado su varita de algún lugar desconocido para él, acción que le hizo retroceder por simple instinto y reflejo. Le apuntó de frente con el haz frío de la energía concentrada que precedía la invocación.

    ―Me hiciste entrar en razón, Sinbad ―dijo Judar dándole una mirada extraña. Incluso sonreía de igual forma―. ¿Yo, el sustituto de una puta? Ni en tus sueños. Así que has de cuentas que nada de esto pasó.

    No le dio tiempo para réplicas, después de soltarle estas bruscas palabras dejó de amenazarle con convertirlo en un tempano viviente y se encaminó a la puerta con premura. Sin moverse de su sitio, el Rey reflexionó en voz alta a sabiendas de que aún le escucharía.

     ―Tal vez no me equivoque en pensar que sería diferente si te pido que te quedes, ¿no?

     ―Quizá. Inténtalo a ver qué ocurre ―le incitó el joven, sarcástico.

     ―No por esta noche ―suspiró con un amago de sonrisa que el otro sólo pudo imaginar desde el otro lado de la puerta medio cerrada―. Creo que ya he tenido suficiente.


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