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Magnetismo animal por Marbius

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Notas del capitulo:

Próximo capítulo: CC: 18-mar/SC: 01-abr.

3.- Un perro negro de lo más celoso.

 

Porque la vida como rata en una escuela de magia tenía sus grandes ventajas, mayores que ser un chico regordete que era la pajilla corta de su grupo de cuatro amigos, Peter cogió por costumbre disfrutar las horas de la tarde inspeccionando el castillo a sus anchas como Wormtail, y a su regreso disfrutar con Remus de un biscocho junto al fuego y en general divertirse acicalando su pelaje o durmiendo a rienda suelta en el regazo de éste.

El ver a Remus con su mascota oficial (la no-oficial era Prongs, que como chiste circulaba entre los alumnos de Hogwarts sin importar cuánto había intentado Remus en ponerle fin) leyendo y con una taza de té balanceada en el reposabrazos del sillón pronto contribuyó a crear alrededor de él una nueva capa de misterio entre las alumnas (y algunos alumnos de su mismo sexo) de Gryffindor, quienes se acercaban a charlas unos minutos y eran todo sonrisas y ojos chispeantes.

Remus no pensó gran cosa de aquellas interrupciones porque por lo general era para tratar asuntos de clases, a veces del último partido de Quidditch (aunque de eso sólo repetía como perico lo que escuchaba de James para no parecer tan ignorante del tema), algún elogio por la última broma contra los Slytherin, y en mejores casos, del libro que leía y los intereses compartidos, pero ya después en su forma humana le hizo saber Peter que aquellas personas lo que buscaban no era amistad precisamente…

—Oh, ¿nuestro querido Remus está despertando el interés de las chicas Gryffindor? —Le chanceó James, quien también presente cuando Peter sacó el tema a colación en su dormitorio, no había perdido oportunidad en hacer una broma al respecto.

—Y no sólo chicas —agregó Peter con conocimiento—. Gideon Prewett fue bastante obvio con sus intenciones cuando se acercó a preguntar qué harías el próximo fin de semana. Vaya contigo, Moony, Gideon es de séptimo curso y bastante cotizado…

—¿Y qué le dijiste? —Preguntó Sirius desde su cama, hasta entonces callado y con aspecto aburrido.

Al mismo tiempo exclamó James: —¡Es el mismo fin de semana que tenemos salida a Hogsmeade!

Remus puso los ojos en blanco. —Oh, vamos…

—Al menos Gideon es el gemelo guapo —dijo James con una amplia sonrisa—. Fabian tiene esa cicatriz cerca de la ceja izquierda desde que lo alcanzó una bludger…

—¿Y qué, saldrás con él? —Inquirió Sirius, que como perro con su hueso, no pensaba dejar el tema por la paz.

—No —respondió Remus—. Había hecho planes con ustedes, ¿o no? James quería revisar las últimas novedades en cera para escoba, tú prometiste acompañarme a la librería, y Peter ya había dicho de antemano que le apetecía cenar en Las tres escobas. Si Gideon quiere unírsenos, puede hacerlo, pero no saldré con él de esa manera.

Y la fiereza en sus palabras dejó claro que iba en serio.

 

Porque la suerte era una musa caprichosa a la que le gustaba el drama innecesario, Remus se vio solo la mañana del sábado que tenía proyectado ir a Hogsmeade con sus amigos sin dichos amigos y con Gideon a su lado preguntando qué tan severa había sido McGonagall con el castigo que les había aplicado luego de que los sorprendiera hechizando la entrada de Slytherin para que cada vez que se abriera la puerta cayera sobre la cabeza del alumno una serpiente.

Con el partido de Gryffindor-Slytherin a la vuelta de la esquina, aquella broma era sólo la respuesta a otra similar que habían sufrido, pero McGonagall no quiso escuchar nada acerca de revanchas ni venganzas justas, y había puesto a James y a Sirius en detención inmediata.

Peter no había estado involucrado en ese incidente, pero sí en un desaguisado en pociones donde Jeremías Strickbacker arruinó su preparación lanzando al caldero escarabajos secos, y a cambio él respondió tirando en el caldero de su contrincante el contenido de sus bolsillos. Una pena en verdad que adentro tuviera una bomba fétida y no sólo un par de knuts, y que la explosión tuviera que obligar al profesor a Slughorn a dar por terminada la clase temprano y a poner a ese par en detención de al menos dos semanas.

Porque al fin y al cabo la perspectiva de permanecer en el castillo cuando ninguno de sus amigos estaba ahí para hacerle compañía, y de todos modos sus planes en Hogsmeade incluían visitar la librería para surtirse con algo de lectura, Remus acabó por aceptar la proposición de Gideon en salir juntos, decidido a al menos pasarse un buen día.

Charlando primero de la inminencia de sus TIMOS y ÉXTASIS primero (temas recurrentes entre todos aquellos alumnos de quinto y sexto), no tardaron en cambiar su conversación a derroteros menos académicos y centrarse mejor en sus intereses, así que Remus le habló de su pasión por la lectura y Gideon de Quidditch.

En apariencia, dos personas que no tenían nada en común y para quienes aquella cuasi cita romántica no podría ni de chiste tener una continuación, pero resultó que juntos compartían un sentido del humor similar, y un amplio repertorio de historias graciosas que les sirvieron para no hacer la caminata hasta Hogsmeade en silencio.

Por mandato de sus amigos en detención, Remus hizo paradas en todos aquellos establecimientos que estos querían visitar y siguió su lista de instrucciones para realizar la compra y pagar con el dinero que le habían dejado asignado para el caso. De haberle acompañado Sirius, James y Peter, el proceso habría ocupado gran parte de su día y entonces habría sido hora de volver al castillo, pero con sorpresa descubrió Remus que apenas había transcurrido una hora, y entonces fue Gideon quien propuso su siguiente destino: La casa de los gritos.

—Oh, no sé… —Masculló Remus con apuro—. ¿No se supone que está habitada por fantasmas de lo más agresivos? Incluso hay reglas especiales de no acercarse demasiado…

—No cruzaremos la cerca, lo prometo —dijo Gideon con una sonrisa fácil—. Además, las veces que he ido no se escucha nada, ni un solo ruido. Cualquiera diría que esos fantasmas están de vacaciones.

«No, más bien eliges el momento del mes y la hora equivocados para ir», pensó Remus, pero como ni loco iba a entrar con Gideon en esa clase de detalles, optó por la salida fácil de acompañarle.

—¿Te asusta todo este asunto de ir a La casa de los gritos? —Preguntó Gideon mientras él y Remus abandonaban el sendero despejado de nieve y se adentraban a un nuevo camino que iban formando sus pies.

La noche anterior había nevado, y aunque aquella había sido una temporada más bien floja en tormentas, había buenos veinte centímetros de nieve estorbando en su camino y haciendo de aquella marcha un paseo lento y forzado.

—No —respondió Remus con un resoplido por el esfuerzo de ejercitarse que se manifestó como una bocanada de vapor que emanó de su boca. Antes que estar ahí con el corazón agitado por el ejercicio y los dedos congelados porque hacía menos de una semana de la última luna llena y su cuerpo todavía tenía dificultades para producir su propio calor, Remus se encontró deseando no haber asistido a aquella cita. En su lugar bien podría estar en la sala común, sentado al lado del fuego con un libro, y una manta de lana sobre las piernas para aliviarle cualquier dolor remanente de su última transformación. De ser posible, también con una taza de chocolate caliente y alguna galleta de nuez, pero en su lugar…

—Espera —le detuvo Gideon por el codo, y Remus se congeló en su sitio—. ¿Sientes eso?

Sí, Remus lo percibía… Ojos… Un par… Fijos en ellos dos…

En sucesión, dos eventos sucedieron: Una bandada de pájaros que salió volando de un árbol cercano, y una mancha negra que apareció contrastando contra la nieve y que se reveló de sombra a movimiento en un segundo.

—Oh no… —Musitó Remus, y Gideon se pegó más a su lado.

—¿Es un…? —Gideon entrecerró los ojos, pues el resplandor de la nieve hacía difícil apreciar a qué clase de criatura se enfrentaban.

—Es… —Remus rechinó los dientes por lo que estaba a punto de hacer para salvar el día—. Es mi perro.

—¿Tu perro?

—Mi perro —repitió Remus, que al igual que con Wormtail y Prongs, tenía que repetir en reiteradas ocasiones para los recién llegados que sí, esas eran sus mascotas, y que no, a diferencia de cualquier otro animal, ellos no le temían.

—Oh. Pues vaya…

A pesar de haber perdido su actitud de protección, Gideon no soltó su brazo, y Remus no pudo pasar por alto el calor que emanaba de su cuerpo, así como de su loción para después de afeitado que le era grata a la nariz.

—Erm… —Ajeno a sus pensamientos, Gideon se giró hacia Remus y sus rostros quedaron a una cercanía tal que poco habría faltado para un beso—. ¿No vas a llamarlo? Creo que no nos ha reconocido todavía.

—Uhm, sí. —Posicionándose al frente, Remus gritó la primera palabra que se le vino a la mente—. ¡Padfoot! Ven aquí, muchacho. Ven con papá —dijo como había escuchado a otras personas llamar a sus perros, y se dio unos golpecitos en el muslo—. Ven de una vez, condenado chucho…

De detrás del árbol del que se escondía salió Sirius, o mejor dicho, Padfoot. Un enorme perro negro que resultaba anodino en aquel paisaje nevado a pesar de traer copos en el pelaje y hasta entonces haberlos seguido por las sombras a desconocimiento de los dos adolescentes.

Cauteloso primero y después con exceso de energía, Remus lo vio acercarse los metros que los separaban hasta que fue demasiado tarde para evitar la colisión cuando Padfoot le saltó encima y lo hizo caer como un fardo con él encima. Al instante perdió el calor que Gideon lo proveía, pero no lo echó de menos por la calidez que Padfoot exudaba de manera natural.

—Wow, es realmente enorme —comentó —Gideon, que acarició el lomo del perro y retiró apresurado la mano cuando el pelaje se le erizó bajo los dedos.

—Quieto, Padfoot —regañó Remus al perro, viéndolo directo a los ojos grises que eran idénticos a los de su dueño—, o me encargaré de que hoy mismo seas castrado.

—¿No es eso excesivo?

—No con un perro como éste. Anda, quítate de encima —le ordenó al animal, y no fue sino hasta que Padfoot le dio un par de lametones en el rostro que por fin accedió a moverse y permitir así a Remus a ponerse en pie con la ayuda de Gideon.

—Tienes nieve en el cabello; a ver, te ayudo —dijo su amigo, pasándole los dedos por la coronilla y luego por los costados, rozándole las orejas con los guantes y sin tomar en cuenta que la distancia entre ambos era apenas mínima.

Si aquello era o no una excusa para propiciar un momento íntimo, Remus no consiguió averiguarlo cuando Padfoot se interpuso entre ambos y se negó a moverse.

—Celoso de su amo, ¿eh? Ya veo —murmuró Gideon por lo bajo, y a Remus las orejas se le pusieron rojas y no precisamente por el frío.

—Es un poco… posesivo. Pero normalmente no es así.

—¿Sólo con los desconocidos?

—Sí. Es decir, no. No eres un desconocido, Gid —dijo Remus tratando de remediarlo, pero en balde.

Aunque después Gideon procuró continuar como si nada, el ambiente en su cita terminó por tornarse incómodo y a ratos gélido mientras volvían a Hogsmeade, ya no lado a lado y compartiendo buena charla, sino separados y con Padfoot de por medio marcando distancia entre ellos dos.

De vez en cuando aprovechó Remus para enviarle miradas de reproche al perro negro, pero era como si su grueso pelaje no lo protegiera sólo del frío, sino también del enojo que irradiaba en su dirección.

Una vez de vuelta en Hogsmeade, Remus amagó el despedirse y volver a Hogwarts solo, pero entonces Gideon fue más valiente que antes y esta vez le sujetó por la mano.

—¿Quieres una cerveza de mantequilla? Tienes aspecto de necesitar beber algo caliente.

—Yo, uhm… —Tras una rápida inspección al local de Las tres escobas y tras corroborar que todavía contaba con un par de meses disponibles, Remus aceptó—. Ok, vamos.

En sí, no porque quisiera pasar más tiempo con Gideon, sino porque en la entrada había un letrero que prohibía la entrada a mascotas o magos a media metamorfosis, por lo que con gran satisfacción se interpuso entre Padfoot y la entrada del lugar, y le señaló el cartón.

—Lo siento, vuelve a la torre de Gryffindor.

Padfoot gimoteó.

—Oh no, en primera nadie te invitó a venir, y en segunda… —Remus se acercó a su oreja—. Ya debes de estar en serios problemas con McGonagall. ¿Qué pasó con tu detención?

El perro ignoró sus palabras, y teniendo a Remus tan de cerca, pegó su fría nariz a su oreja y le dio un lametón en el cuello que hizo a éste retroceder.

—¡Eres imposible! Vete de una vez —dijo, y se dio media vuelta entrando con Gideon a Las tres escobas y eligiendo la mesa más alejada de las ventanas.

Dejando a Gideon la tarea de pedir por ambos sus bebidas, Remus llegó al primer sorbo de su botella antes de preguntar: —¿Sigue ahí afuera?

—Sí, poniendo ojos de cachorro apaleado contra el cristal y con las orejas gachas.

—Bien —declaró Remus, bajando la botella y golpeando la mesa con excesiva fuerza—. Se lo tiene merecido.

—Así que… ¿Deduzco que Padfoot no es tu mascota favorita? Porque escuché que además tienes una rata y un ciervo.

—Oh —musitó Remus—. Esos son sólo… amigos.

—¿Y Padfoot no lo es? Porque pensándolo bien, en todos estos años que hemos asistido juntos a Hogwarts, es la primera vez que te veo en compañía de un animal que no ha huido de ti, se ha hecho el muerto, o ha muerto de verdad de la impresión.

—Esos rumores de muertes son exagerados —masculló Remus, aunque la verdad es que sí tenía sospechas de haberle dado un susto de muerte a unos sapos que Slughorn tenía como ingredientes frescos para una sesión de pociones, que al pasar él al lado del acuario había sido como ver en cámara lenta a una docena de batracios caer fulminados con las patas al cielo.

—Te creo —dijo Gideon, mirándolo directo a los ojos, y con su meñique rozando el meñique de Remus por encima de la mesa.

Puede que no intencional, quiso creer Remus, pues la suya era una mesa pequeña para dos, pero el que Gideon hiciera un movimiento de ida y otro de vuelta, y que además lo aderezara con una sonrisa, fue lo que lo hizo dudarlo.

—Eres alguien amable, Remus Lupin —continuó Gideon en voz baja—, y estoy seguro que debe de haber una razón válida que explique porqué una gran mayoría de los animales te teme.

—Excepto mis mascotas —replicó Remus.

—Excepto tus mascotas, correcto —dijo Gideon, ensanchando su sonrisa—. De nuevo, ¿cuáles eran sus nombres?

Un tanto aliviado por poder conversar de un tema neutral para ambos, Remus le habló por turnos de Wormtail, Prongs y Padfoot, inventándose excusas de cómo se había ganado su amistad, y a la vez explicando que no eran en realidad ‘sus’ mascotas, sino amigos. Amigos que daba la casualidad que eran animales, pero amigos inteligentes que no dependían de él para conseguir su comida o mimos.

—Así que básicamente son seres independientes que por casualidad tienen predilección por pasar sus ratos libres contigo, ¿uh? —Resumió Gideon, los dos ya en su segunda botella de cerveza de mantequilla y achispados por la atmósfera cálida dentro del local que les había hecho deshacerse de sus bufandas y subirse las mangas de sus suéteres.

Fue así como Remus se encontró lanzando miradas de interés a los fuertes brazos de Gideon, quien con su gemelo Fabian, eran los golpeadores de su equipo de Quidditch.

Hasta entonces Remus ni siquiera le había prestado atención a aquel dato. Para él, el Quidditch era tan sólo un deporte más, y sin importar cuánto insistiera James en hacerlo aficionado o subiera con Sirius y Peter a las gradas cada vez que hubiera un partido en disputa, la verdad es que no podía importarle menos cuántos puntos hiciera cada equipo y quién finalmente atrapara la snitch.

Excepto que… Cuando Gideon flexionó su brazo y los músculos se contrajeron, Remus tuvo que beber un gran sorbo de cerveza de mantequilla porque la lengua se le había pegado al paladar.

—¿Todo bien? Te has puesto rojo de repente, Remus —señaló Gideon, y captando el ligero tono burlón de su voz, éste optó por inventarse una excusa plausible.

—Tengo calor. Aquí dentro se siente sofocado.

—Entonces salgamos —propuso Gideon, que tras consultar su reloj, asintió para sí—. Justo a tiempo para un último paseo por Hogsmeade antes de volver al castillo.

Tras pagar su consumición (Gideon quiso encargarse, pero Remus insistió en poner su justa mitad incluso si eso lo dejaba quebrado hasta fin de mes), recogieron sus abrigos en la entrada y salieron al exterior, topándose con una corriente de aire helado que presagiaba para esa noche mantas extra y quizá uno o dos hechizos de calor para no perder los dedos de los pies.

—Mira quién sigue esperando por su amo —dijo Gideon apenas salir y ver que Padfoot seguía en el mismo sitio en que lo dejaron, aunque a diferencia de antes cuando su pelaje negro relucía contra la blancura del entorno, ahora en cambio estaba cubierto de nieve y con aspecto compungido.

—Oh, Padfoot… —Se acercó Remus al perro y le sacudió el lomo—. Debiste de haberte ido como te lo ordené. ¿Para qué te has quedado?

En respuesta, Padfoot le pegó la cabeza a la pierna, y Remus se sintió culpable.

Gideon resopló. —Vale, ya entiendo. Cero paseo por Hogsmeade. Vamos de regreso al castillo…

Igual que antes, Padfoot se interpuso entre Remus y Gideon cuando los tres emprendieron la marcha de vuelta a Hogwarts, y lo mismo hizo frente al retrato de La Dama Gorda cuando Gideon le pidió unos últimos minutos de su tiempo.

—Padfoot, adentro —ordenó Remus con una voz que no aceptaba réplicas, y cabizbajo y con la cola gacha, el perro lo obedeció.

—Debo admitir que lo tienes bien entrenado —se admiró Gideon, dando un paso al frente y posicionándose tan cerca de Remus que éste pudo apreciar las pecas de su nariz.

—No, tan sólo es más listo de lo que la gente le da crédito —dijo Remus, que con cada sílaba encontró más y más próximo a Gideon hasta que se hizo evidente que estaba a punto de besarlo—. Gid…

—Rem —dijo éste, pegando su frente a la de Remus a pesar de que la diferencia de estaturas todavía era de al menos unos quince centímetros—. Perdón, creí que lo habíamos pasado bien…

—Y así fue, es sólo que… —Remus se mordió el labio inferior y hesitó entre revelar que aquel sería su primer beso o explicar que incluso aunque Gideon había sido una grata compañía no albergaba por él ningún otro sentimiento que el de amistad.

«Excepto que no es ni lo uno ni lo otro», razonó Remus consigo mismo, pues adentro en la sala común de Gryffindor había una persona, que incluso bajo su disfraz de perro negro, no salía de su mente.

—¿Crees que podríamos salir en otra ocasión? —Preguntó Gideon.

—Sólo como amigos —fue la respuesta de Remus, que en lugar de un beso en los labios lo recibió en la mejilla y dio así por finalizada su cita.

 

Remus no encontró a Sirius en la sala común como pensaba, sino en su dormitorio, todavía en forma perruna y recostado con la cabeza entre las patas sobre su cama.

—Vas a llenar las sábanas de pelo, ¿sabes? —Le recordó Remus al sentarse a un costado de la cama, y hundir los dedos en su pelaje. Bastó un bufido de Padfoot para que Remus decidiera acariciarlo, y aunque tardó en conseguirlo, pronto alzó Padfoot la cabeza y le dedicó una mirada más propia de un cachorro apaleado que de un perro adulto como él.

Aquella era su mejor expresión de miseria, y Remus lo sacó del hoyo con un par de frases.

—Vale, por si te lo preguntas, no estaba planeado tener a escondidas una cita con Gideon, pero con ustedes tres en detención no me quedó de otra. Y no, no me ha besado frente al retrato de La Dama Gorda. Bueno, sólo en la mejilla, pero hemos quedado claros: No somos nada más que amigos.

—¿De verdad? —Transformándose de vuelta en humano porque su rango de expresiones era limitado como perro, Sirius volvió a su forma original y no se movió ni un centímetro de la mano que Remus todavía tenía sobre su espalda y seguía moviendo en caricias lánguidas.

—De verdad —confirmó Remus—. Gideon es… Ok, es atractivo, y tiene un físico envidiable, pero no es mi tipo.

—¿Demasiadas pecas y cabello rojo?

—Pero brazos increíbles —rebatió Remus con una sonrisa—. Salir con un miembro del equipo de Quidditch podría tener sus ventajas…

Sirius frunció el ceño. —Así que tú… Y James…

—¡Sirius Orion Black! —Paró Remus aquella oración antes de tener que escuchar algo monstruoso—. Ni te atrevas siquiera a sugerirlo. Y más vale que no bromees con eso o podrías hacer las cosas incómodas entre James y yo.

Pero por supuesto, Sirius no desistió en su intento. —¿Porque te gusta James?

—No, precisamente porque James no me gusta de esa manera y odiaría cualquier tipo de sugerencia que sí. Eso puede arruinar una amistad, ¿sabes?

—Oh… —Musitó Sirius, que volvió a esconder el rostro en sus manos igual que había hecho antes—. Ya veo…

 

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Notas finales:

Celos y un final ligeramente triste, pero el que sigue es el último capítulo y promete ponerle solución a todo.


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