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Ley de Malfoy por OneMinuteBack

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Ley II:

Siempre habrá alguien presente cuando cometas un error, y encima se reirá de ti.

La situación era surrealista. O al menos eso era lo que pensaba Draco mientras miraba la fachada de la casa que una vez perteneció a la familia Potter en El Valle de Godric. La pared era blanca con las ventanas del mismo color, y con el tejado de tono granate. No parecía ser muy ostentosa, aunque tampoco se podía decir que fuera pequeña. Había una valla de color claro rodeando el jardín, y en la entrada se podía ver una placa conmemorativa, y un cartel con decenas de comentarios —Draco imaginaba que se habían escrito durante la guerra— de apoyo a Harry Potter.

Siguió al moreno por el camino pedrizo que daba a la puerta de la casa. Lo primero que notó fue que era acogedora y ordenada. Había una pequeña antesala en la entrada con un gran espejo, y un tocador en el cual descansaba un jarrón con orquídeas y una fotografía mágica de una pareja —que Draco supuso que eran los padres de Potter—. Frente a ellos había unas escaleras de mármol blanco que daban a un segundo piso y anexo a la entrada estaba el salón, el cual disponía de una gran chimenea, un sofá, y un par de sillones. Todo era de colores claros y sorprendentemente combinados.

Por un momento había pensado que la casa de Potter estaría llena de estandartes de Gryffindor.

—Esa es la cocina –dijo el moreno, señalando una puerta que había en un pequeño pasillo al lado de las escaleras—. No tengo ningún elfo, y no pienso hacerte la comida, así que espero que fueras bueno en pociones en el colegio porque si quieres comer tendrás que cocinar tú.

—Cuánta hospitalidad —murmuró sarcástico.

—Las otras dos puertas son la del baño y la biblioteca.

Asintió en silencio, siguiendo a Potter cuando éste empezó a subir las escaleras.

—Esta será tu habitación —le dijo, abriendo una de las cuatro puertas que había en el piso superior. Para su sorpresa la estancia era amplia, tenía un gran ventanal en una de las paredes que daban al jardín trasero, una cama de matrimonio, un gran armario y un escritorio con una silla—. Hay un baño ahí. Esa es mi habitación. Las otras están libres —añadió.

—¿Vives solo?

Harry le miró pareciendo descolocado por la pregunta.

—Sí, ¿por qué?

—Curiosidad —murmuró, mirando a través del ventanal cómo empezaba a amanecer—. Es una casa muy bonita.

La desconfianza cubrió el rostro del moreno, tal vez porque no se esperaba tal halago.

—Era la casa de mis padres. La reformé hace poco.

—¿Y acoges aquí a todos tus testigos protegidos? —indagó con malicia.

—Tú eres una excepción.

Hubo algo en esa afirmación que le trastocó interiormente.

—¿Por qué?

—Me voy a dormir —fue la respuesta que obtuvo—. No sé tú, pero yo he tenido un día muy largo.

Abrió la boca para replicar pero supo que no iba a conseguir nada en cuanto Potter se dio la vuelta para marcharse hacia su propia habitación.

Sinceramente, él también estaba muy cansado con otra pensar en el doble sentido de las frases de su antiguo compañero de colegio.

Cerró la puerta del que sería su cuarto hasta que se resolviera todo y se acercó a la cama. Rebuscó en su bolsillo las pocas pertenencias que los Aurores le habían dejado llevarse de su mansión, las devolvió a su forma habitual con un hechizo rápido y rebuscó su ropa de dormir.

Estaba tan cansado que en cuanto se acostó, se quedó dormido. Ni si quiera se preocupo por pensar en que estaba en casa de Potter, conviviendo con él bajo el mismo techo.

Empezó a ser consciente de todo eso a la mañana siguiente, cuando se topó con su primer gran inconveniente:

¿Cómo calentaba un vaso de leche?

Sabía que había un hechizo para eso pero no recordaba cual era. Realmente nunca había tenido que utilizarlo, porque en su casa habían elfos que se ocupaban de todas esas nimiedades.

La cocina era un terreno inhóspito para él.

En ese momento le debía dar las gracias a Blaise, quien había decidido vivir solo y al estilo muggle. Draco nunca entendería el porqué de esa decisión, pero se alegraba de haber pasado veranos enteros en su casa porque al menos sabía qué era una nevera.

Tenía un vaso de leche fría en la mano, y miraba a ese cuadrado de metal oscuro con un montón de botones, números, y símbolos sin entender nada. Los números marcaban la hora, eso lo había descubierto después de estar quince minutos mirando el apartado. Conocía también que servía para calentar comida porque había visto a su mejor amigo utilizarlo —él lo había llamado "microondas"—, el problema era saber usarlo.

Apretó el interruptor más grande que había y la puerta del aparato se abrió con un tintineo agudo que le hizo sobresaltarse en su sitio. Respiró hondo, intentando calmar a su corazón el cual se había acelerado con el susto. Metió el vaso de leche dentro y cerró la puerta. Bien, ahora venía la parte difícil: hacerlo funcionar.

Suspiró.

¿Donde estaba Potter cuando se necesitaba a un elfo doméstico?

El moreno no había dado signos de vida desde la noche anterior —no sabía si porque aún dormía o porque había salido—, pero a la vista estaba que Draco se encontraba solo en la adversidad de hacerse el desayuno.

Resopló frustrado, observando con esmero los símbolos en el microondas. A él siempre se le habían dado bien la runas, pero eso no había quien lo entendiese. ¿Qué significaba el dibujo un copo de nieve?. No tenía sentido.

Pulsó unos de los botones al azar, haciendo que el aparato se encendiese. Miró dentro, dándose cuenta de que su vaso había empezado a dar vueltas sobre un plato de cristal. Se encogió mentalmente de hombros, esperando que ese artilugio realmente funcionase. Apenas unos segundos después el microondas volvió a pitar. Abrió la puerta, notando que el vaso aún estaba frío. Al pulsar otra vez los botones se fijó en el temporizador que aparecía en lugar de la hora. No sabía cuánto tiempo tardaría en calentarse, pero supuso que cinco minutos estaba bien.

Miró a su alrededor, rebuscando por los armarios de la cocina algo que pudiese desayunar, y mientras engullía un paquete de magdalenas de chocolate, se dio cuenta de que cinco minutos tal vez eran demasiados. Lo confirmo al ver la gran humareda que salía del microondas, y el olor a quemado que había en la cocina.

Tiró las magdalenas encima de la mesa, corriendo hacia el aparato para apagarlo. El vaso de leche aún daba vueltas en su interior, y la leche había empezado a hervir. Hizo ademán de abrir la puerta, pero se detuvo al no saber si eso realmente podía hacerse o solo iba a empeorar las cosas.

—Buenos di... ¿qué estás haciendo?

¡Potter! ¡Su salvación! Ahora entendía porqué lo llamaban El Elegido. Siempre sabía cuándo acudir al peligro.

—Yo...

—Quita de ahí.

Ni si quiera le dio tiempo a reaccionar cuando Harry ya se había acercado a él, lo había agarrado de la cintura y lo había apartado del microondas. Draco se dejó guiar dócilmente, con la mente entumecida por el escalofrío que le había recorrido el cuerpo ante la cercanía del otro.

Le vio sacar el vaso de leche con un wingardium leviosa hecho sin varita y en apenas un murmullo y dejarlo sobre el fregadero. Luego le dirigió una mirada divertida, mientras apretaba los labios para no reír, lo que le hizo reaccionar, cruzándose de brazos dignamente.

—¿Quién es capaz de quemar leche en un microondas?

—Lo he hecho a propósito —mintió, alzando la barbilla—. Me gusta la leche muy caliente.

Harry soltó una corta y grave carcajada. Draco tuvo que esforzarse para no volver a estremecerse.

—No te has dado cuenta de lo mal que ha sonado eso, ¿verdad?

Frunció el ceño sin entender. Reflexionó lo que acababa de decir, y sus mejillas se colorearon por la humillación que sentía —no por vergüenza. Él nunca se avergonzaba de nada—.

—No me refería a.. eso. Es decir... —gruñó, exasperado—. Madura de una vez, Potter.

Se dio la vuelta, sintiéndose todo lo orgulloso que podía, y se marchó de la cocina con la cabeza bien alta, mientras Harry se carcajeaba sonoramente a su costa.

¿Qué había hecho él para tener tan mala suerte?

Notas finales:

Espero que os haya gustado

¡Hasta mañana!


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