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De canto a una moneda por Marbius

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3.- El Incidente sin fin real.

 

Youngblood

Say you want me

Out of your life

And I'm just a dead man walking tonight

Youngblood

Say you want me

Back in your life

So I'm just a dead man crawling tonight

5 Seconds of Summer - Youngblood

 

La penúltima semana de aquel quinto año en Hogwarts Sirius apenas si pegó el ojo. Luego de su casi expulsión y que Remus se negara siquiera a verlo, Sirius soportó un trayecto hasta la torre de Gryffindor donde por una vez James no habló; es más, también se quedó sin palabras.

—Dilo ya —dijo Sirius cuando ya estaban a punto de llegar—, que la he cagado a lo grande y que soy el peor amigo del mundo para Remus.

La falta de rabia en James al contestar fue lo que más lo sorprendió. —Ya lo has dicho tú, ¿qué, sólo quieres mi confirmación?

—Prongs...

—Remus te va a perdonar —dijo James, los dos parados frente al retrato de la Dama Gorda, que desganadamente preguntó por la contraseña.

—Soliloquio —dijo Sirius de pasada y el retrato se abrió.

Adentro de la sala común, el frenesí de los exámenes continuaba en todo su apogeo a pesar de ser un domingo temprano en la mañana. A Sirius incluso le pareció una terrible falta de respeto considerando los acontecimientos de las últimas doce horas, con Snape y James con heridas menores durante su huida desbocada del túnel que conducía a la Casa de los Gritos, y Remus que todavía pagaba cara la rabia del lobo al permitir que sus presas de escabulleran de sus garras... De pronto que el examen del día siguiente fuera precisamente el de Pociones le resultó sumamente prosaico a Sirius, que apretó los labios en una fina línea e hizo todo para no soltarse berreando ahí mismo.

—Ven —le tiró James de la manga de su túnica, la misma de ayer, ahora sucia y manchada con pecados que no iban a salir con simple detergente.

Subiendo con él a su dormitorio, al abrir la puerta encontraron a Peter con aspecto de no haber dormido y al borde de un ataque de nervios.

—¿Qué ha ocurrido? —Preguntó al instante, y James lo puso al tanto después de que éste mandó a Sirius a darse una ducha y lo empujó al pequeño baño con el que ahí contaban.

Dentro se desnudó Sirius con lentitud, y después no se molestó con agua caliente o jabón, sino que se limitó a permanecer bajo el agua y contemplar la caída de miles de gotas por segundo a sus pies.

Fue James quien lo sacó de su estupor, y con ayuda de Peter lo secó y vistió igual que habían hecho docenas de veces antes con Remus después de sus peores transformaciones.

—Moony... —Musitó Sirius, apenas moviendo los labios o emitiendo sonido.

—Te perdonará, Sirius, estoy seguro —murmuró Peter, que al igual que James ponía toda su esperanza en que así sería.

—Si yo fuera él... Yo no lo haría... No podría... —Masculló Sirius, para quien las consecuencias de sus acciones eran ahora una loza que le impedía concebir que el mundo no estuviera ahora arruinado para siempre—. Me odia...

James resopló. —Remus no te odia.

—Eso no lo sabes.

—Ya, puede que esté molesto. Más que eso, furioso y listo para arrancarte la cabeza, pero... —Peter detuvo el movimiento de sus manos, que en esos instantes le secaban el cabello a Sirius con fuerza—. Dilo tú, James.

James, que estaba inclinado sobre el baúl de Sirius y buscando para éste ropa, tensó los hombros. —Ok, uhm... Peter y yo estamos al tanto de la, erm, peculiar relación que tienen tú y Remus recientemente...

—Oh —musitó Sirius.

—Seh...

—No es como si fuera nuestra intención espiar, pero no son tan discretos como creen y...

—Esperábamos que ustedes fueran los primeros en decírnoslo —finalizó James, por fin encontrando una muda de ropa completa y cerrando la tapa del baúl con fuerza—. No era como si...

—Como si importara en realidad —agregó Peter con firmeza—. Seguían siendo nuestros mejores amigos, y por lo tanto hablarlo o no, no cambiaba nada. Ustedes seguían siendo los mismos de siempre, y el resto no era de nuestra incumbencia.

Sirius apretó aún más los labios que antes, y esta vez las lágrimas le rodaron incontenibles una a una por las mejillas. Lloró peor que cuando era un crío pequeño, porque ya desde entonces en Grimmauld Place había aprendido que el llanto no conducía a nada salvo al castigo, y pronto percibió Sirius a cada lado a uno de sus amigos rodearle en un abrazo, y a pesar de sus innumerables fallas, buscar proporcionarle consuelo por la penitencia que él mismo se había infligido en un arrebato de impulsividad.

—Remus...

—Te perdonará.

—No tirará todo por la borda.

Pero Sirius no podía estar seguro, e inclinándose sobre sí con el rostro escondido entre sus manos, sollozó.

 

Remus no volvió al dormitorio en todo el domingo, y al lunes siguiente su cama continuaba igual que la había dejado antes. Al bajar a desayunar tampoco lo encontraron esperando por ellos en la mesa de Gryffindor, y Sirius ya estaba pensando en cómo escabullirse a la enfermería antes del examen de ese día cuando por fin apareció al lado de McGonagall y pasaron de largo para acercarse a uno de los magos del ministerio que estaba ahí para la aplicación de las pruebas.

La conversación se prolongó incluso después de que la comida desapareció de las mesas, y a Sirius no le quedó de otra que seguir a James y a Peter fuera del Gran Comedor, incluso si su mirada jamás abandonó a Remus, que más pálido que de costumbre, le daba la espalda y lo ignoraba olímpicamente.

Sirius toleró con impaciencia hasta que de vuelta les permitieron volver a entrar al Gran Comedor, y con desesperación buscó un asiento que estuviera cerca del de Remus, pero James le tiró de la túnica y lo hizo sentarse a buena distancia.

—Deja que sea él quien venga primero a ti —le ordenó con voz firma, y a Sirius no le quedó de otra más que acatar esa orden.

Con todo, Sirius consiguió responder el examen en su totalidad, y se pasó el tiempo libre mirando a Remus, quien necesitó de cada minuto disponible para escribir sus respuestas. Una sola vez buscó Sirius a Snape, quien estaba en triangulación con ellos dos en una esquina y fue el primero en terminar el examen y dejar su pluma en el tintero, pero del odio vivo que había sentido menos de cuarenta y ocho horas atrás sólo quedaban las brasas del rencor, y prefirió desviar los ojos para no verlo.

Al finalizar el examen, Sirius se puso en pie cuando Remus lo hizo, y dio el primer paso en su dirección cuando éste se movió, pero entonces Peter le cogió por el codo y lo detuvo.

—Dale espacio, es tiempo lo que necesita...

Sirius asintió, persiguiendo a Remus con la mirada mientras pasaba de largo y salía del Gran Comedor sin levantar la vista del suelo.

 

Sirius sugirió dejar el dormitorio y dormir en la sala común, pero James lo detuvo

Sirius propuso hacer sus comidas en el otro extremo de la gran mesa de Gryffindor, pero Peter lo detuvo.

En ambos casos, sus amigos hicieron hincapié en esperar primero cuál era la decisión de Remus al respecto, pero éste se limitó a mantener el mentón bajo, la vista clavada en su regazo, y un mutismo que se equiparaba al de una roca.

La única ocasión que amagó Sirius de abrir la boca primero y romper ese deprimente silencio que se había instaurado entre ellos con una retahíla de disculpas, Remus se puso en pie y abandonó la habitación, por lo que optó esperar, y tal como había dicho Peter, darle tiempo y espacio.

 

—Deberías de comer algo, Padfoot —dijo James muy temprano la mañana del primer sábado después de El Incidente (así lo llamaba Sirius en su cabeza), cuando al bajar al Gran Comedor para desayunar antes de un partido amistoso con el equipo de Ravenclaw para celebrar que sus exámenes por fin habían finalizado, se topó a su amigo con una simple taza de café negro. Con toda probabilidad, ni siquiera una pizca de azúcar.

—Ya...

Sirius ni se inmutó cuando James se sentó a su lado, y apenas reaccionó cuando éste le sirvió un plato con avena y se lo puso al frente en la mesa.

—Come —ordenó James, y con desgana deglutió Sirius la primera cucharada.

Pese a las buenas intenciones de James por alimentarlo, Sirius encontró la avena tan gruesa como el cemento a punto de fraguar, y cada cucharada le sentó terrible al estómago. Aunque igual podía ser porque en la última semana había comido poco y mal, y una gran parte de él no se sentía merecedor de alimento si antes Remus no lo perdonaba.

—Ya ha pasado una semana, ¿no? —Dijo James de pronto, como si ninguno de los Merodeadores hubiera llevado cuenta de los últimos siete días de porquería que habían vivido juntos—. ¿Él no te ha-...?

—No —le cortó Sirius de tajo, que seguía esperando el primer acercamiento sin éxito.

—Ok.

Al final, la mesa de Gryffindor quedó ocupada por los restantes miembros del equipo, que a las ocho en punto se reunieron con los jugadores de Quidditch de Ravenclaw en las puertas del Gran Comedor.

Antes de marcharse, James le apretó a Sirius el hombro y le recomendó recostarse un rato.

—Te ves pálido. Descansa, y cuando vuelva del partido prometo ayudarte a buscar una solución.

Sirius no guardó grandes esperanzas al respecto, pero ya que se había pasado la mayor parte de la noche en vela, y aquel no era el primer día que transcurría así, aceptó por bueno su consejo y se retiró de vuelta al dormitorio, detrás de las cortinas de dosel de su cama y el edredón rojo con dorado que era parte del paquete.

Y en contra de todo pronóstico y a pesar los ronquidos de Peter, Sirius no tardó en caer rendido al sueño por el agotamiento.

 

Fue una leve picazón en la nuca la que alertó a Sirius de no estar a solas dentro del capullo de sus cortinas de dosel. De golpe abrió los ojos, y sus sentidos contabilizaron dos personas; una él, y la otra...

—Te perdono —dijo Remus apenas Sirius abrió los ojos.

Remus, que al igual que él había pasado por una espantosa semana de apenas funcionar. Idéntico que Sirius, su cabello estaba grasoso y desvaído por falta de limpieza, con oscuras bolsas bajo los ojos por el desvelo y el mal dormir, con líneas de tensión alrededor de los labios mordisqueados y un tono ceniciento que hablaba de pésima salud. Pero también... Una cicatriz nueva en su cuello, sin lugar a duda por causa del lobo furioso que había dejado escapar a sus presas... Madame Pomfrey podría hacer algo con ungüento desvanecedor, pero por experiencias pasadas sabían tanto Sirius como Remus que las huellas dejadas por el lobo tenían algo de magia, y que el proceso de sanación no sería rápido, y tampoco absoluto.

—Lo siento tanto, Remus...

—Lo sé.

—Yo no... Nunca fue mi intención hacer lo que hice.

—Lo sé.

—Snape es un bastardo, pero no quería... Yo en verdad no... Sólo pretendía asustarlo.

Remus suspiró. —Lo sé, Sirius. Lo sé.

—¿En verdad me...?

—Te perdono, sí —repitió Remus, que sentado a los pies de su cama en pijama, lucía de pronto tan desvalido como en primer año cuando sus tres mejores amigos se habían reunido a su alrededor para comunicarle que estaban al tanto de su más grande secreto y lo aceptaban—. He pensado con detenimiento y... Antes que perder nuestra amistad, prefiero darte una segunda oportunidad y confiar en que no me defraudarás de vuelta porque has aprendido tu lección.

—No lo haré, jamás volveré a fallarte —respondió Sirius con vehemencia, sentándose en la cama y apartándose el cabello del rostro hacia detrás de las orejas—. No me atrevería.

—Bien —dijo Remus, y asintió una vez para sí—. Respecto al castigo que el profesor Dumbledore y la profesora McGonagall me han pedido elegir para ti...

Sirius contuvo el aliento.

—... todavía no he tomado ninguna decisión, porque no creo que infinitas horas de detención o ayudar a Filch a limpiar el castillo al modo muggle sirva de algo, ¿verdad?

Sirius encogió un hombro, avergonzado de cuán ciertas eran esas palabras.

—Declinaré el dudoso privilegio de elegir tu castigo —dijo Remus por último—, y me aferraré a creer que si esta última semana fue tan terrible para ti como lo fue para mí, entonces ya es penitencia suficiente.

—Moony... —Amagó Sirius tocarlo, pero Remus se retiró.

—No.

—¿Qué-...?

—Nuestra amistad ha quedado intacta por el bien de los dos, pero lo otro... —Remus apretó los labios, y una mueca transformó sus facciones de vuelta a la rabia que no había dejado bullir en su interior hasta entonces—. Este perdón ha venido con un precio. Sé que nunca fue... Nunca hablamos en realidad de qué era, ¿verdad? —Preguntó Remus sin esperar una respuesta—. Supongo que así es más fácil ponerle punto final y cambiar de página.

—No lo dirás en serio.

—Muy en serio —masculló Remus, que desvió la mirada—. En todo caso, será mejor así. Ahora mismo sólo quiero perdonarte, atesorar nuestra amistad, y eso otro... Sólo serviría para confundirme más.

—Moony...

—Quiero ser tu amigo, Sirius —dijo Remus, mirándolo directo a los ojos y sin flaquear; utilizando su nombre y no el mote cariñoso con el que se dirigía normalmente—. Sólo eso.

Con un nudo en la garganta, imposibilitado de negarse porque el poder que le había sido otorgado todavía era demasiado frágil, Sirius asintió.

 

/*/*/*/* Próximo capítulo: Con comentarios (29-abr)/Sin comentarios (13-May).

Notas finales:

Ah, el angst~ ¿Y podrá Remus perdonar a Sirius en todos los aspectos o...? Bueno, eso lo sabrán en el próximo capítulo~


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