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Muros de autoimposición por Marbius

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4.- … y vuelvo porque nunca me marché.

 

If these walls could talk, I'd hope they wouldn't say anything

Because they've seen way too many things

'Cause we'd fall from grace, we're falling

Yeah, we'd fall from grace

If these walls could talk

5 Seconds of Summer - If Walls Could Talk

 

—Es una boda, no un funeral, Sirius —le recordó Andrómeda a su primo Sirius mientras sentados lado a lado observaban a la feliz pareja compuesta por Remus y Tonks bailar su primer baile como pareja de recién casados.

Sirius quiso comentar que para él era un momento de luto antes que celebración, que era su otra mitad la que en esos momentos tenía una sonrisa en labios y cumplía con el protocolo de esposo de la novia para su sobrina segunda, pero en su lugar apuró su copa de champagne (algo así como la séptima copa en apenas dos horas) y desvió la mirada de la pista de baile.

Más espantoso que ver a Remus casado con alguien cuya pertenencia (aunque no directa) a la familia Black no era con él, fue a ver a Tonks con una enorme barriga de ocho meses de embarazo y feliz en su ignorancia. Para él y ella, Remus había sido su primer amor, y en el caso de Tonks, al menos sería el último...

—Quita esa cara —le reprochó Regulus a su otro lado, que a sabiendas de lo difícil que sería para su hermano asistir a la boda de su examante, había ocupado el sitio que en circunstancias normales sería para Potter y no se había movido de ahí.

Sirius chasqueó la lengua, y porque el alcohol era el único lubricante para un hombre en su situación, aprovechó que por su mesa pasaba otro mesero para robarle una flauta más con champagne.

—Eres imposible —masculló Regulus.

—Déjamelo a mí —dijo James, que incluso con Regulus de por medio, no se cortó en retirarle la copa a Sirius entre los dedos.

Sirius por su parte aceptó que no podía darse el lujo de emborracharse y hacer algo tan denigrante como montar un espectáculo de dolor en donde le reclamara a Remus su traición y posterior abandono, por lo que bajó la vista al mantel y ahí la mantuvo hasta que la tradicional danza de los novios llegó a su fin y el momento de bailar con la concurrencia llegó.

Mientras que a Remus le tocaba bailar con cuanta mujer hubiera asistido al privado evento, a Tonks le tocó hacer lo mismo con los hombres, y más pronto de lo que le apeteciera lo hizo Sirius, quien no pudo evitar mirarla unos segundos más de lo apropiado en el voluminoso vientre.

Por descontado, que la causa central de que ese matrimonio se llevara a cabo, porque Remus era un caballero, y como tal le estaba correspondiendo a Tonks incluso si en una muy incómoda charla éste le había confesado a Sirius que sólo la veía como una amiga.

—Y pensar que pasé mi verano previo a Hogwarts molesta porque tendría que asistir a un colegio privado al que antes que yo ya habían acudido todos los miembros de la familia que le dio la espalda a mamá —dijo Tonks bailando con Sirius y los dos haciendo charla ligera—. ¿Cómo está la tía Walburga?

—Loca —dijo Sirius sin cortarse en su descripción—. Por fortuna los medicamentos la tienen controlada, aunque ha sido una decepción comprobar que su terrible carácter era propio y no parte de la enfermedad.

—¿Y qué tal lo llevan Regulus y tú?

—Bien.

—¿Algún prospecto para ustedes dos?

—Oh, las novias y su eterno optimismo de que todos deberían de seguir sus pasos —dijo Regulus, que pidiendo un turno para bailar, vino a suplantar a Sirius, quien pudo con ello encontrar el pretexto perfecto para retirarse de vuelta a la barra de bebidas.

—¿Tiene algo más fuerte que champagne? —Preguntó al bartender, y el hombre le entregó un vaso con whisky que Sirius se vio tentado de beber de golpe de no ser por la mano que se posó en su hombro y lo detuvo.

—¿Planeas emborracharte en mi boda y montar un espectáculo? —Inquirió Remus, que tras una seña al bartender, recibió un vaso con agua mineral, su bebida por elección de esa noche.

—Sólo la primera parte —respondió Sirius, quien ya se sentía listo para hacer una pronta retirada y ahorrarse más tragos amargos por esa velada—. Menos mal que le has pedido a Prongs que sea tu padrino de boda, porque ahora mismo no podría sacarme un discurso de la manga sin que pareciera más bien salido del culo...

—Sirius...

—Ya, lo siento —masculló éste, observando su vaso con whisky antes de rechazarlo—. No es mi noche.

«Ni mi día, ni mi semana, ni mi mes, ni mi año... Tal vez tampoco mi vida a partir de hoy y hasta...”, pero el pensamiento de Sirius quedó cortado cuando ningún final le pareció apropiado. Era tan fácil imaginar a Remus y a Tonks envejeciendo felices con un par de hijos que los visitaran y los nietos que estos engendrarían... Todo un cuadro de armonía familiar donde el tío Padfoot no encajaba en lo absoluto.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti?

«Pide la anulación de este matrimonio y vuelve conmigo.» —No, estoy bien. Me la estoy pasando genial —mintió Sirius, y aunque su sonrisa era amplia, fueron sus ojos muertos los que no engañaron a Remus.

—Padfoot...

Sirius vio a Remus acercarse, y la tentatividad de un roce que sólo acarrearía problemas, así que dio un paso atrás y mantuvo la distancia por ambos.

—Te lo dije antes: Sólo te deseo lo mejor. Y serás un buen marido y un excelente padre para ese bebé que viene en camino. Ahora si me disculpas...

Y dando media vuelta, Sirius se alejó sin saber que en ningún momento los ojos de Remus abandonaron su figura poner distancia entre los dos.

 

El bebé de Remus y Tonks fue niño, y fiel a su promesa, Sirius fue el padrino de honor, ocasionando con ello que James bromeara acerca de su papel como ‘padrino de todos, padre de nadie’, que le acarreó un codazo en el costado por parte de Lily y la orden seca de vigilar la barbacoa en torno a la que se habían reunido para celebrar el bautizo.

Aquella era la primera vez que Sirius ponía un pie en la casita a las afueras de Londres que Remus y Tonks habían comprado juntos para vivir, y la perfección de sus dos pisos, tejas nuevas, cerca recién pintada y parrilla en el patio trasero sólo contribuyó a la estampa familiar tras la cual deseaba y a la vez no que el amor de su vida estuviera con alguien que no era él.

Mezquino porque el corazón roto que se negaba a sanar así le obligaba, Sirius se presentó con un enorme regalo para su nuevo ahijado y no dejó de apreciar los pequeños detalles familiares por toda la casa, como los libros de Remus en las estanterías, toques de la feminidad de Tonks aquí y allá, además de innumerables fotografías con el bebé al que habían bautizado como Edward por el padre de Tonks, y a quien para diferenciar de su abuelo llamaban Ted sin parar.

El pequeño Ted que se asemejaba tanto a Remus a pesar de su corta edad, y que al instante hizo desaparecer cualquier rencor que Sirius pudiera sentir por él apenas lo tuvo en brazos y olisqueó de su cabecita repleta de cabello castaño dorado (idéntico al de Remus; no había dudas en su paternidad) la misma fragancia que alguna vez apreciara en Harry cuando todavía era un crío.

—Es... hermoso, Moony —dijo Sirius apenas tuvo la oportunidad, y en lugar de orgullo por ser padre de un crío tan maravilloso, Remus sólo musitó un “sí, claro” por lo bajo y se presionó la nariz entre dos dedos.

Aprovechando que estaban a solas en la cocina y que contaban con relativa privacidad, Sirius no hesitó en preguntar qué pasaba.

—Todo. Nada. Uhm, no me hagas caso —dijo Remus, que con el tazón de ensalada que había ido a buscar ahí adentro, tenía aspecto de no haber disfrutado una noche decente de sueño en meses—. Es el cansancio de los primeros meses de paternidad. La doctora de Dora nos previno que sería normal para nosotros como padres primerizos, pero no recordaba que fuera así de terrible para Lily o James.

Y en efecto, no lo había sido, que por aquel entonces cuando Harry nació, sus dos amigos habían tenido tanto por demostrarle al mundo que no se equivocaban al traer aquella vida, que su atención había estado centrada en hacer lo mejor posible con lo que tenían a su disposición, y el resultado había sido una coordinación equitativa para sobrellevar esos doce meses iniciales de pesadilla.

Un tanto más mayor que sus amigos, casi por una década, Remus habría querido para él y Dora la misma compenetración como pareja para cuidar de Teddy, pero la diferencia no estribaba en el bebé, sino en su relación de pareja, que era si acaso en el mejor de los casos, una de amigos. Padres de un mismo hijo y con planes de velar por su futuro a tiempo completo al menos por los próximos dieciocho años de su vida, pero que estaban descubriendo juntos y a pasos agigantados que su vida en común requería de amor tanto como de buena voluntad para funcionar.

Para entonces Sirius ya estaba al tanto de la insistencia con la que Tonks había conseguido que Remus accediera a salir con ella, así como también de la terquedad para cruzar la delgada línea de amistad que habían trazado por la diferencia de edad y que técnicamente eran colegas (Tonks trabajaba en otro departamento del mismo edificio, así se habían vuelto a reencontrar), y en parte estaba admirado por su tenacidad para quedarse con Remus, aunque no por mucho.

De haber tenido manera de engendrar un hijo con Remus, él habría hecho lo mismo.

—¿Quieres que cuide un rato a Teddy? —Se ofreció Sirius—. Tienes cara de poder utilizar una siesta.

—Yo no... Dora no... ¿Estás seguro? —Preguntó Remus, que a juzgar por las bolsas bajo sus ojos y el parpadeo excesivo, estaba a minutos de quedarse dormido de pie y con el bebé en brazos.

—Vamos —le instó Sirius, que una vez en la sala le retiró a Teddy y le indicó recostarse en el sofá.

Remus acabó con la cabeza en la pierna de Sirius y éste con Teddy acurrucado contra su pecho, y aunque la siesta duró escasos quince minutos antes de que Tonks entrara a la casa buscando a su esposo para que atendiera a los invitados, no por ello cortó los lazos que desde siempre habían unido a Sirius y a Remus.

Así como tampoco interfirió entre los que se formaron entre Sirius y Teddy.

 

Fue antes del primer cumpleaños de Teddy cuando por primera vez Remus discutió con Tonks y frustrado salió de casa con ropa para una noche y acudió al único refugio que conocía como seguro: No con Sirius, sino con Regulus.

El mismo Regulus que bajó a medianoche al piso de Sirius a comunicárselo y entró con su propia llave.

—Remus está arriba —dijo sin más preámbulos, ignorando la pila de papeles sobre la que su hermano trabajaba a esas horas—. Pensé que debías saberlo.

—¿Está...? Pero... ¿Por qué no...?

—Pensé que debía hacértelo saber. Sé que Remus habría estado mejor aquí contigo, pero sospecho que sus motivos son de peso si antes que reunirse contigo prefirió subir un piso más y pedirme asilo a mí.

—¿Debería...?

Regulus se encogió de hombros. —No sé. Elige tú.

Bajo esa consigna, Sirius subió con Regulus a su piso, una copia idéntica en distribución del suyo apenas una planta abajo, y se dirigió directo a la habitación de invitados, donde tocó a la puerta y un quedo “adelante” le dio el permiso que necesitaba para pasar.

Remus no se sorprendió de verlo ahí, al menos no lo demostró, y en su lugar palmeó al lado libre a los pies de la cama y le indicó a Sirius que le hiciera compañía.

Sirius así lo hizo, y muslo con muslo esperó a que fuera Remus quien hablara primero.

—Dora y yo hemos peleado. De nuevo. Por una tontería acerca de las cortinas de la cocina, y francamente... —Remus suspiró—. Ha sido una estupidez que se salió de control. En realidad peleábamos por algo más, pero el maldito pleito de cortinas versus persianas sirvió como catalizador.

—¿Tan terrible fue?

Remus le dirigió una mirada irritada. —Tanto como para hacerme terminar en el piso del hermano de mi examante. ¿Tú qué crees?

—Moony...

—Este matrimonio fue un error —masculló Remus, presionándose la palma de las manos contra los ojos—. Pensé que estaba haciendo lo correcto al casarme, porque Teddy venía en camino y ¿qué mejor razón había que esa? Por fin iba a tener la familia con la que siempre soñé, y... Me engañé creyendo que mi afecto por Dora era amor. No del tipo que alguna vez sentí por ti, por cierto —agregó Remus con un chasqueo de auto-reproche imposible de subyugar—. Sino algo más... ¿Apaciguado? Tenemos muchos más intereses en común de los que alguna vez tuve contigo, pero al parecer eso y un hijo no es todo lo que basta para que un matrimonio pueda celebrar sus bodas de oro.

—Si así lo fuera, Madre y Padre habrían sido felices, Remus —dijo Sirius con calma—, pero tú ya conoces el final de esa historia...

—Seh —coincidió Remus—. Tan sólo quisiera que esto no fuera tan difícil para Teddy. Mis padres... Ellos pasaron por un bache cuando yo era un crío y me diagnosticaron con vitíligo, así que se separaron por un par de meses para decidir si se rendían o luchaban. Fue mamá quien se fue a vivir una temporada con mi tía abuela Irma, y claro, volvía a casa para limpiar y cocinar, era quien me llevaba a la escuela y esperaba por mí a la salida. En realidad, nuestra rutina no cambió gran cosa, pero... Me entristecía por igual. Verlos apenas dirigirse la palabra, siempre cordiales el uno con el otro, pero no era lo mismo... Y papá solía sentarse a fumar en el salón sin parar hasta la mañana en que mamá volvía... Ese no es el futuro que quiero para Teddy.

«Oh, Moony, ¿pero a qué costo?», pensó Sirius, quien sólo atinó a echarle a su amigo un brazo por encima de los hombros y abrazarlo.

Y Remus se lo permitió, igual que permitió después que Sirius lo besara, y que más tarde empujara sus cuerpos a la cama y comenzara a desnudarlo.

Porque no era empezar nada nuevo, sino reanudar algo que tenía toda su vida ocurriendo.

 

—¡Padfoot! —Teddy tiene cinco años, y al igual que Harry a esa edad, apenas puede contener la emoción cuando su padrino pasa a recogerlo un sábado en la mañana para ir juntos al zoológico.

Al vuelo, Sirius consiguió atrapar a Teddy y darle una pequeña vuelta antes de volver a dejarlo en el piso.

—¡Hey, Teddy! ¿Todo listo para el paseo de hoy?

—Casi —respondió el pequeño niño con una amplia sonrisa en donde uno de sus dientes delanteros ya se encuentra ausente—. Mamá está empacando mi lonchera y... ¡Mamá! ¿No has terminado todavía?

Con su ahijado corriendo a la cocina, Sirius no se cortó en entrar a la casa, y esperar paciente a que Teddy estuviera listo para el día de diversión que le espera.

En sí, un paseo como cualquiera excepto que no lo es, porque sus visitas al zoológico son usualmente en verano, cuando el clima es propicio y hay actividades planeadas para los críos que se encuentran de vacaciones, y en esos momentos están en octubre, con un clima helado que no precisamente invita a actividades al aire libre.

Pero claro, eso fue antes de la primera mancha de vitíligo que Tonks encontró en el cuello de Teddy apenas la semana pasada, y sólo porque un compañero de éste en el kindergarten le hizo burla. Fue Remus quien llevó a su hijo al mismo especialista al que acudía él, y el diagnóstico acabó por ser contundente.

Ahí en donde a Remus y a Tonks la noticia les había sentado mal, Teddy sólo se encogió de hombros sin entender cuál era el problema en parecerse a su papá, que ya a esas alturas de la vida apenas tenía porciones de piel con su pigmento normal, pero la tranquilidad había llegado a su fin apenas unos días después, cuando el mismo crío que descubrió la mancha en Teddy se tomó como propia la labor de molestarlo.

Como hijo único, Teddy toleró las burlas del día y que en la hora del receso se le negara la posibilidad de jugar con sus compañeros bajo el pretexto de ser feo, por lo que esa misma noche anunció ante sus padres que ya no iba a volver al kindergarten, y a trompicones les explicó a estos de su día.

Tonks se horrorizó de la crueldad infantil, en tanto que Remus apretó los dientes y se tomó la mañana libre para acudir a la dirección y hablar de ese asunto con las autoridades escolares.

A sabiendas de que lo único que podía hacer por ellos era cuidar de Teddy, Sirius se había tomado también esa mañana libre, y se había ofrecido a llevarlo a donde éste quisiera, incluso si era el zoológico y con ese clima lo único que en realidad le apetecía era beber café en un sitio cerrado.

—¡Listo! ¡Ya podemos irnos! —Salió Teddy de la cocina con su lonchera al hombro, y detrás de él Tonks, que se acercó a saludar a Sirius y de paso a agradecerle por cuidar de su pequeño.

—Eres un encanto, Sirius —le besó Tonks en la mejilla, y éste experimentó un ramalazo de remordimiento porque apenas la tarde anterior Remus había acudido con él para ventilar sus frustraciones con el asunto de Teddy y habían acabado juntos en la cama—. No sé qué haríamos Rem y yo sin ti.

«Probablemente ser más infelices de lo que ya son...», pensó Sirius, que consciente del papel que jugaba en la vida de Remus para darle la estabilidad que su familia de esposa y un hijo no le podían proveer, sentía culpa, pero no la suficiente... Nunca la suficiente.

—Anda, Padfoot —le tiró Teddy de la mano—. Quiero ver los pingüinos. Y los hipopótamos.

—¿Y sabías que hay una nueva camada de lobos bebés?

—¡No!, ¿en serio?

—Muy en serio —dijo Sirius con una sonrisa grande—. Yo nunca bromearía con algo así.

Y dejándose guiar por la manita de Teddy sujetando la suya, se despidió de Tonks y salió con su ahijado a pasar un día en el zoológico.

 

El mismo día en que Sirius cumplió cuarenta, fue el día en que a eso de las tres de la madrugada Regulus bajó a su piso para anunciarle que habían llamado del sanatorio donde tenían a Madre internada porque agonizaba y era el momento de despedirla.

—No será la primera vez que Madre anuncia que se muere y nos deja en ascuas —gruñó Sirius al darse media vuelta con intenciones de dormir unas horas más, pero Regulus no cejó en su empeño.

—No, esta vez es de verdad. Su médico mencionó que ha tenido un infarto, y se niega a recibir tratamiento.

—¿Y qué? Está en una clínica psiquiátrica, nada de lo que le hagan ahí es por voluntad.

—Sirius... Por favor.

Al final resultó ser cierto que Madre estaba en las últimas, por lo que Sirius y Regulus se presentaron varias horas después en el sanatorio y al instante los guiaron a la habitación privada en donde la tenían, apenas con un suero en la mano y aspecto terrible.

La enfermedad, así como un cáncer años atrás que había dejado en remisión de manera milagrosa, habían acabado con la belleza que Madre alguna vez tuviera en viejas fotografías.

Al verla recostada sobre su lecho, el ralo cabello recogido sobre un hombro, los labios resecos, y cansancio infinito en sus facciones, Sirius casi sintió lástima por ella. Casi. Pues apenas Madre abrió los ojos y reconoció a sus hijos, no se cortó ni un pelo en volver a su viejo papel de tiranía.

—¿Pero qué tenemos aquí? Si son mis dos más grandes errores...

—Madre —avanzó Regulus un paso adelante, todavía con un leve vacilar de su pierna como consecuencia de su accidente de años atrás a pesar de que no usaba bastón por vanidad, pero al intentar cogerle la mano a su progenitora, ésta la retiró con presteza.

—No me toques. Me das asco —siseó Walburga Black, que incluso en los últimos minutos de su vida terrenal, todavía tenía veneno suficiente para escupirle a su prole.

—Igualmente, Madre —dijo Sirius, tocando a Regulus en la espalda para transmitirle el mismo mensaje que tenía aprendido casi desde nacimiento: “Aguanta, porque eres Black.”

—¿Te duele? —Preguntó Regulus por educación.

—Eso quisieras, maldito bastardo ingrato.

—Tranquila, Madre, o tendré que llamar a las enfermeras para una última dosis de morfina, a menos que prefieras la fiel almohada contra el rostro; tu elección —gruñó Sirius, que en presencia de aquella mujer, sólo podía sentir asco y desprecio; por ella, y también un poco por sí mismo al haber vivido bajo sus reglas.

Con todo, él y Regulus estuvieron a su lado hasta el final, y en extraño momento de morbidez, Sirius no parpadeó al verla exhalar su último aliento y con ello experimentar una extraña libertad que era por partes iguales dicha y miseria. La primera porque estaba fuera de su yugo, la segunda porque quizá ya era demasiado tarde para él.

—Madre se ha ido —musitó Regulus, que lloró—. No estoy seguro de qué sentir...

—Piensa en Barty y tu mente se aclarará —dijo Sirius, que presionó el botón para llamar a la enfermera.

—Y tú, ¿pensarás en Remus? —Preguntó Regulus con ojos anegados en llanto.

—Siempre y para siempre —dijo Sirius, antes de dirigirse a la enfermera que acudió a su llamado y darle órdenes precisas acerca de la disposición del cuerpo de Madre.

Por descontado, un cumpleaños para rememorar el resto de sus días.

 

—Canas, Prongs, ¡malditas canas! —Se quejó Sirius con James cuando con cuarenta y cinco años a cuestas encontró el primer cabello blanco en su hasta entonces inmaculada melena negra—. ¿Qué queda para mí, papillas y una silla de ruedas?

—Oh, ¿en serio es eso lo que te preocupa? —Rebatió James, que con su amigo disfrutaba en el jardín trasero de una deliciosa cerveza—. A tu edad y con tu estado marital...

—Tengo a Reg —dijo Sirius con un quiebre de muñeca.

—Y Reg tiene a Barty. Tal vez ya sería hora de que tú mismo tuvieras a alguien.

«Y lo tengo, querido Prongs», pensó Sirius mientras se conseguía tiempo extra para una mejor respuesta bebiendo de su cerveza. «Puede que no en las mejores circunstancias, pero es mío. Remus es mío.»

Y lo era, tanto como cabía dentro de las posibilidades.

Si bien aquel año Remus y Tonks celebraban su décimo tercer aniversario de bodas, no implicaba entre él y Remus nada más que la edad de Teddy y que a veces la felicidad no venía en la forma más tradicional conocida.

El matrimonio entre Remus y Tonks hacía años que era más bien una unión entre dos personas con un punto en común (en su caso particular, Teddy), y a la par que eran buenos amigos y se ayudaban en las buenas y en las malas como sus votos matrimoniales les servían de garantía, también era cierto que tenían casi una década sin compartir cama, y por lo menos desde que Teddy asistiera a Hogwarts que tampoco habitación.

Ninguno de los dos había hablado de divorcio, al menos todavía no, pero daba lo mismo. Remus todavía tenía el piso en el que había vivido de soltero, y sus planes después de un divorcio serían volver ahí y continuar con su vida de la mejor manera posible.

Sirius no entraba en esa ecuación, incluso si era con éste a quien diario veía a la hora del almuerzo y juntos mantenían una relación tan apasionada dentro y fuera del dormitorio como desde que todo empezara tantos años atrás en Hogwarts.

—Me gustaría verte feliz, Padfoot... —Dijo James de pronto, y antes de que Sirius abriera la boca, agregó—: Feliz de verdad. Con alguien más.

—Los tengo a ustedes —dijo Sirius con sencillez—. A ti como un segundo hermano y a Lily como la hermana que nunca creí tener ni necesitar. A Harry como una especie de sobrino, porque admitámoslo, lo consiento como a uno. Remus juega un rol importante también, lo mismo que Tonks, y no se diga de Teddy que es como un hijo para mí. Todos ustedes me hacen feliz, y es lo único que necesito ahora mismo en mi vida.

—Ya, pero verás... Ahora que lo mencionas... —Se mostró James de pronto un poco taciturno—. Tú y Remus-...

—James —le interrumpió Sirius con una voz fría que éste raras veces le había escuchado—. Si en verdad aprecias nuestra amistad, por favor no sigas.

—Pero... —James suspiró—. Ok.

Y de momento, el tema quedó olvidado.

 

Por supuesto, Lily no era James ni se dejaba amedrentar con tanta facilidad, así que utilizando como pretexto la necesidad de una segunda opinión para elegir el próximo regalo de cumpleaños de su esposo, le pidió a Sirius que se vieran en una tienda departamental y ahí lo abordó entre los maniquís.

—Remus y Tonks se van a divorciar —dijo de la nada, ignorando el par de calcetines con renos que Sirius sostenía como broma para el regalo de James.

—¿Sí? Qué mal. ¿Crees que James aprecie la ropa interior con sus iniciales grabadas? Porque pensaba darle un par de bóxers para su cumpleaños.

—Sirius... —Lily puso los ojos en blanco y lo confrontó—. Lo sé todo, ¿vale?, todo lo que hay entre Remus y tú. ¿Podemos hablar al respecto?

—No —replicó Sirius, escurriéndose entre dos exhibidores con pantalones y buscando la salida más cercana, pero Lily fue detrás de él, y sin importarle que su apostura gritaba ‘déjame en paz, no me sigas’, hizo precisamente eso al sujetarlo por el codo y detener su loca huida—. Evans...

—Hace por lo menos dos décadas que no me apellido así, más de la mitad de mi vida, así que al menos ten la decencia de mirarme a los ojos y decirme que no tienes nada que ver en su decisión de firmar los papeles del divorcio.

Sirius la obedeció, retándola con ojos de pupilas contraídas y un firme no. —En lo absoluto.

—Pero... Después de tantos años...

—No ha sido lo que se dice un matrimonio feliz.

—No, pero lo intentaban por Teddy, y ahora de pronto... —Lily frunció el ceño—. Di por sentado que era por obra tuya, lo siento.

—¿Por qué? —Preguntó Sirius, en verdad confundido.

—¿En verdad me harás decirlo?

—Lily...

—Ok, esto amerita al menos un café —dijo Lily, que tras comprar un par de prendas que ya había elegido de antemano para James, guió a Sirius a una cafetería cercana y la hizo esperarla en una mesa mientras iba por sus bebidas.

A su vuelta traía dos cafés, y también el gesto adusto. —Vamos a sincerarnos el uno con el otro, ¿vale? Yo primero: Sé de lo tuyo con Remus.

—Oh. ¿Puedo al menos saber desde cuándo?

—No lo sé con exactitud, supongo que... ¿Desde siempre? Ok, desde poco antes de graduarnos de Hogwarts. Los vi besarse detrás del invernadero, y supuse que lo mantenían en secreto al menos mientras compartían dormitorio, pero luego... Pasaron demasiados años. Nunca se mudaron juntos. Y después Remus y Tonks...

—Ya, estábamos pasando una mala racha por aquel entonces. Pero en realidad nunca nos separamos, sólo... Nos acostumbramos a una nueva rutina.

—¿En verdad jamás se detuvieron?

—No —dijo Sirius, que bebió de su café antes de continuar—. En todo caso, es Tonks quien se interpuso entre nosotros dos y no al revés. —Una pausa—. Es mi turno para preguntar. ¿Has hablado de esto con James o...?

Lily se mordió el labio inferior. —Sí, lo siento —musitó—. Tenía mis sospechas y quería comprobar si era la única.

—¿Y lo eras?

—No.

—Mierda...

—Está bien, Sirius —dijo Lily, posándole la mano en la rodilla—. Nadie te culpará por su divorcio o ser el tercero en discordia. Puede que tome tiempo, y que haga un par de cabezas girar en su dirección, pero tú y Remus estarán bien.

—Uhm... —Sirius encogió un hombro—. La verdad es que no he hablado de esto con Remus. Él ni siquiera me ha dicho que planea divorciarse, e incluso así, nosotros no... No es así como funcionamos.

—¿De qué hablas?

Sirius exhaló, y el vapor de su café creó una cortina que le ocultó a medias el rictus amargo de los labios. —Piensa: Que Remus y Tonks no estén juntos no hace que lo nuestro sea, bueno, oficial.

—¿No?

—No me lo parece. De hecho, siempre ha sido un acuerdo de... ¿No compromiso? Primero porque en mis veintes todavía no estaba seguro de nada y Madre estaba convencida de casarme con alguna prima lejana; además estaba Reg, y no podía sólo dejar que me desheredaran porque entonces estaría a solas. Luego fueron los treintas de Remus, con Tonks, con Teddy, con... la feliz estampa de la familia perfecta. ¿Quién era yo para decirle que renunciara a su sueño de un hogar?

—Oh, Sirius...

—Tal vez es demasiado tarde para nosotros. Por descontado que este divorcio no influirá en lo que tenemos; no lo hizo su matrimonio y un hijo, mucho menos esto.

—¿Pero no te gustaría amarlo abiertamente? Sin tener que esconderse.

—Supongo que sí. Es un mundo diferente el de ahora al que vivimos antes; más abierto, más tolerante, pero... Las viejas costumbres son difíciles de desenraizar.

—Cualquiera que sea tu decisión —dijo Lily con los ojos húmedos—, los apoyamos. James y yo. En serio.

—Gracias —masculló Sirius, que en todo caso, creyó conveniente esperar.

 

A sus cincuenta y todavía ‘soltero’, Sirius le preguntó a Remus si alguna vez pensaba en volverse a casar.

—¿Qué? No, claro que no —respondió éste con una sonrisa sardónica—. Qué locura, con una vez basta y sobra para saber que no era lo mío y que Dora y yo nos precipitamos en nuestra decisión. Además, no es como si Teddy necesite de una segunda madre.

«No con dos padres», pensó Sirius, al mismo tiempo que Remus agregó:

—Además, ya tiene dos padres, ¿o no?

—Técnicamente soy sólo su padrino.

—También el de Harry, pero ambos sabemos que es sólo un título más, porque en caso de necesitar de un consejo o una segunda opinión, es a ti a quien acuden. A veces incluso para una primera opinión, por mucho que les pese a James y Lily.

—¿Qué puedo decir? Por fin soy la voz de la razón —bromeó Sirius, aunque la sonrisa jamás alcanzó sus ojos y al instante leyó Remus la tristeza oculta.

—¿Qué pasa, Padfoot? ¿A qué viene tan de pronto esa pregunta? —Remus se acercó a Sirius, y a diferencia de éste, se permitió un gesto melancólico—. ¿Es tu manera de pedir mi mano en matrimonio?

—¿Es necesario? —Rebatió Sirius, que entrelazó sus dedos con los de Remus, y tocó con su pulgar el de éste, donde ambos todavía llevaban los anillos que compartían desde su graduación en Hogwarts.

—Nunca hemos sido formales al respecto...

—¿Pero te gustaría serlo? Es decir...

—¿Sí, Padfoot?

—Vamos, Moony. No me tortures.

—No, sólo quiero de ti una confesión.

—Podría hacer varias de esas...

—Con una me basta.

Sirius abrió la boca para hablar, pero Remus le cortó cualquier palabra que estuviera por decir con un beso, y de momento, el resto pasó a segundo plano.

 

Sirius sintió cada uno de los hijos de Harry como nietos propios, y en consecuencia, actuó con ellos como una especie de abuelo consentidor para el que “no” era una palabra inexistente en su vocabulario cuando se trataba de mimarlos, pero quien en verdad se llevó el premio gordo fue Teddy, cuando después de un largo noviazgo con Victoire Weasley anunció durante un almuerzo de fin de semana con los Potter que ella estaba embarazada y planeaban casarse en la brevedad posible.

—Justo como mis padres —bromeó Teddy, y aunque entre los presentes no se encontraba Tonks (ella había vuelto a casarse, y su relación con Remus y el resto de sus amigos se había enfriado), la tensión podía cortarse con un cuchillo.

—Sólo si es en verdad lo que tú... Lo que ambos desean —dijo Remus con gran tacto, evitando mirar a cualquiera de los presentes.

—Es diferente a tu caso con mamá —respondió Teddy sin perder aplomo—. Y estaremos bien. Por fin serás abuelo, seguro que ya habías perdido la ilusión. Y también tú, Sirius. Abuelo honorario.

—El cuarto —dijo éste, alzando su copa con jugo de arándano, porque con cincuenta y nueve años a cuestas y esperanza de vivir muchos más, se cuidaba ahora más que nunca.

—Mientras no hagan competencias por cuál es el mejor nieto, lo acepto —bromeó Harry, y sus hijos se sumaron a la conversación peleando por el puesto del nieto favorito de Sirius, quien se limitó a reír y mencionar que aquel que no lo enviara al hospicio en su vejez ya lo sería por default.

Remus en cambio se mantuvo un tanto taciturno, y no fue sino hasta el postre que se disculpó para salir a tomar un poco de aire que Sirius decidió tomar cartas en el asunto, y aprovechando que todos estaban distraídos, salió en pos de su Moony.

—Oh, no me digas que no estás contento —dijo como saludo al pararse a un lado de Remus y hacer entrechocar sus hombros—. ¿Y qué si ese bebé ha sido un accidente? Teddy y Victoire se aman. Cualquiera con dos ojos de frente puede verlo.

—Ya, pero el paralelismo... No me hagas caso.

—Imposible, Moony —dijo Sirius, apoyando la cabeza en su hombro unos segundos antes de retirarla—. Todo de ti me interesa.

—Ah, seré bueno... —Murmuró Remus con una sombra de sonrisa.

Ahora que estaban mayores, que el mundo era un lugar más abierto de mente, era cuando por fin se sentían capaces de abrirse un poco en afecto y palabras, y aunque más veces que no pasaban la noche en el piso del otro, no por ello se habían mudado juntos ni formalizado nada. En ese limbo que cada vez les resultaba más intolerable pero en el que seguían por simple y llana costumbre de toda una vida, fue Sirius quien de pronto se sintió contagiado por la felicidad reinante en el ambiente para proponerle a Remus un cambio definitivo.

—¿Te quedarías conmigo esta noche?

—Ok.

—¿Y mañana?

—Mmm, tengo que hacer la colada, pero supongo que después puedo ir, sí.

—¿Y pasado mañana?

—¿Sirius?

—¿Y el resto de los días de esta semana?

Remus se giró para mirarlo. —¿A dónde vas con esas preguntas?

—Tan sólo pensaba en lo poco que me apetece verte marchar en cada ocasión, y nada mejor que... Mudarnos juntos para siempre, ¿no crees? Será como cuando éramos adolescentes y compartíamos dormitorio en Hogwarts.

—Eras tan desordenado —dijo Remus con una media sonrisa a punto de manifestarse en sus labios—. Yo roncaba como tractor, pero tú hablabas dormido...

—¿Y, qué con eso?

—No sé... Mudarnos juntos estaría bien, pero ambos tenemos pisos, y con un nieto o nieta en camino...

—Podríamos comprar una casa. No es como si el dinero fuera un problema —dijo Sirius con naturalidad—. Algo en el campo, y dedicarnos yo a la jardinería y a mi proyecto de reparar una motocicleta desde cero, en tanto que tú podrías leer y por fin escribir ese libro detectivesco del que siempre hablaste... Sería perfecto para nuestros años de retiro.

Remus lo encaró, y mirándolo directo a los ojos por largos segundos, buscó en él cualquier atisbo de duda sin encontrar nada.

—¿Lo dices en serio?

—Tanto como que mi nombre es Sirius...

—Oh, ese chiste tan malo —rezongó Remus, que con todo le echó los brazos a los hombros y lo besó—. Sí.

—¿Sí?

—¡Sí! —Exclamó Remus, que de pronto se separó un poco—. Espera... ¿Cómo le diremos a nuestros amigos? ¿A Teddy? ¿Y Harry?

—Sospecho —dijo Sirius, rememorando fragmentos de conversaciones en los últimos años donde amigos y familia, personas que encajaban en esas dos categorías también, le habían insistido en hacer de Remus un hombre decente— que eso no será un problema.

—¿No?

—No.

—Pues bien.

Y bien fue.

 

—Veo que lo tuyo era un gusto por los Black, pero no todos somos Black como un Black de verdad, ¿uh? —Dijo Dora al visitar a Remus en su nueva casa y traer consigo una botella de vino como regalo por su nuevo hogar.

—Dora...

—Oh, es un chiste. Sabes que estoy feliz por ti como el que más —replicó ella con ligereza, y Remus optó por creerle desde que su matrimonio era historia del pasado y ella tenía a alguien más en su vida.

Con Dora habían llegado Teddy y Victoire a sumarse al resto de los invitados que estaban ahí con ellos de celebración, esta última con una barriga de siete meses y dolor de espalda, pero feliz por su suegra y tres suegros, así que se podía hablar de un final feliz.

Sirius al menos así lo explicaba, pues no hacía más que un par de semanas atrás cuando en Inglaterra se había despenalizado cualquier unión homosexual ante el gobierno, y él y Remus habían sido de los primeros en contraer matrimonio y de paso aparecer en los diarios con la llamada ‘Épica historia de amor’ que habían protagonizado desde su adolescencia y que abarcaba la mayor parte de su vida adulta.

Oficialmente reconocidos como Black-Lupin ante la ley, habían hecho la transición de amigos, en secreto amantes, a marido y marido frente a sus amigos y familia como si tal cosa, y ya que lo suyo era un secreto a voces para el que ninguno se había sorprendido, las reacciones variaron entre el apoyo absoluto a la felicidad más sincera.

Aunque nunca tan sincera como entre Sirius y Remus, que por fin viviendo su más oscura fantasía casi a punto de cruzar a la sexta década de su vida, sentían que los muros tras los que se habían escondido eran sólo escombros que como protección y encierro ya no lo eran más.

En cambio, eran libres, y en sus propios términos, esa libertad al lado uno del otro era lo único que podían pedir para el resto de sus días.

 

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Notas finales:

Y hemos llegado al final, que si no es feliz, no me sabe. Les costó lo suyo, ¿eh?, pero espero que el sufrimiento haya valido la pena.
La canción en la que está basado el fic en verdad fue toda una inspiración, y espero haberle hecho justicia.
Ya tengo para el próximo miércoles un fic listo para publicarse, así que con suerte nos volveremos a ver en otra ocasión.
Graxie por leer hasta el final~! :)


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