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Muros de autoimposición por Marbius

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2.- Promesas; prometidos.

 

I love your hair and your face

I wouldn't dare let you down

Don't let that glass go to waste

Oh, you're a queen but no crown

Oh, not everything is so primitive

Oh, but I'm giving in.

5 Seconds of Summer - If Walls Could Talk

 

—… igual que Alphard.

—Da lo mismo, no podemos permitirlo.

—Otro más de esos en la familia.

—¡Sobre mi cadáver!

En las vacaciones previas a su sexto curso y a su cumpleaños diecisiete, Sirius captó los cuchicheos entre sus padres, las miradas de reprobación, los silencios que se intensificaban apenas entraba a la misma habitación que ellos. Sin necesidad de más, tuvo claro que algo grande estaba por ocurrir y que quizá era momento de por fin liberarse de su yugo y huir de casa como había fantaseado ya todo el verano, pero...

En otra vida, en una realidad alterna, en un Yo que no era ese Yo precisamente, resultó por una vez que él no era el hijo sobre el cual sus padres centraban su atención, sino Regulus.

Regulus, a quien la empleada doméstica le había encontrado en una tabla suelta de debajo de la cama unas ciertas revistas con contenido suficiente para alarmarla y reportar a Madre de su existencia en casa. Y por supuesto, Madre había tomado cartas en el asunto, despidiendo a la pobre chica con amenazas de guardarse bien lo que ahí había visto y después aliándose con Padre para juntos buscar una solución adecuada.

De más estaba el decir que el tema nunca lo trataron con Sirius, pero no fue necesario. Éste se enteró por cuenta propia al husmear en los cajones del estudio de Padre, y además de la inocua revista homosexual en donde la imagen más provocativa era entre dos varones compartiendo un beso, también encontró folletos de varias instituciones que prometían curar aquella terrible enfermedad por un módico precio que con toda seguridad no lo era.

Entre dejar a Regulus en la estacada o asumir el castigo por él igual que cuando eran críos y su papel de hermano mayor lo obligaba, Sirius desempacó la maleta con la que pensaba fugarse y acudir a los Potter, y en su lugar asumió la culpa.

Con el rostro impávido y sin un movimiento extra que lo traicionara, se presentó ante sus padres a la hora del desayuno antes siquiera de que Regulus bajara de su habitación y les colocó al frente su colección de revistas, todas ellas compradas la tarde anterior en un local de dudosa moral y que sumaban un buen palmo de papeles con fotografías mucho más indecentes de las que estaban en la publicación de Remus.

—Era mía —dijo Sirius—, y Regulus no sabía que estaba ahí.

Su admisión tuvo el efecto prometido, y en lugar de pasar unas semanas con los Potter y en compañía de sus amigos (de Remus en especial), Sirius tuvo la desgracia de ver pasar esas cuatro últimas semanas de agosto en una institución al norte de Inglaterra, recibiendo terapia, sesiones grupales, y dolorosos tratamientos cuya única finalidad era curarlo de su terrible enfermedad.

Y no por primera vez en su vida, Sirius se sintió enfermó de verdad.

A su salida de aquel campamento (esa era la mentira que sus padres habían esparcido entre los restantes miembros familiares), Sirius había perdido casi cinco kilos que no podía permitirse ahora que también había crecido por lo menos un pie de estatura, y con las mejillas hundidas y los ojos apagados, tuvo que contenerse para no rehuir al contacto de la mano de Madre cuando le tocó un largo mechón de cabello y con indiferencia comentó que era momento de un buen corte.

—Espero que esta inversión rinda sus frutos —comentó Padre, por primera vez referenciando el asunto que los había llevado ahí.

En su asiento, Regulus se tensó, y Sirius en cambio alzó el mentón. —Deberás saber, Padre, que he cumplido con el programa completo que asegura mi curación. Si falla, no será culpa mía.

—Ridículo —farfulló Madre, pero al menos el tema no volvió a mencionarse.

De momento...

 

—Gracias —dijo Regulus la noche previa a su regreso a Hogwarts, parado en pijamas a las afueras del dormitorio de Sirius e inseguro de si podía pasar.

Su vínculo de hermanos, que al crecer se había ido adelgazando hasta dar la impresión de estar roto luego de que la rivalidad entre sus respectivas casas se interpuso entre ambos, volvía a tener una posibilidad de enmendarse, y Regulus quería aprovecharla.

Agachado frente a su baúl mientras empacaba sus pertenencias para el largo año escolar que le esperaba, Sirius hizo un gesto con la mano para invitarlo a pasar, y al instante aceptó Regulus al unírsele en el piso.

—Lo siento —fueron sus siguientes palabras—. Por-...

—¿Por dejar que asumiera la culpa? No tienes por qué —dijo Sirius, todavía pálido por su estancia en aquella institución que sólo podía equipararse a un infierno en vida, aunque antes muerto que admitirlo—. Fui yo quien decidió echarse la culpa y el resto no tiene nada que ver contigo.

—Sólo tú podrías decir eso y actuar como si nada —gruñó Regulus—. ¿Crees que no sabía a qué me esperaba cuando Madre y Padre empezaron a hablar tras puertas cerradas de sus planes para mí? Estaba listo para huir de casa, porque mejor era dormir en la calle que enfrentarme a lo que me tenían preparado. Y en cambio como si nada tú te has echado la culpa y has ido en mi lugar, y ahora...

—Ya. —Sirius hizo bola un par de calcetines que lanzó con desgana al baúl—. Diría algo como “tú habrías hecho lo mismo en mi lugar” pero los dos sabemos que es una falacia. Así que deja saco un poco del Slytherin que se supone habita en lo más hondo de mi ser y te digo esto: Me debes una.

—Sirius...

—Quizá te la cobre enviándote a traerme una bolsa de patatas fritas

—¿Podrías ser serio por una vez en tu vida?

—Yo siempre soy s-...

—¡Basta! —Explotó Regulus, que no había vuelto a llorar después de pasada la infancia, pero en esos momentos tenía los ojos anegados en lágrimas—. ¡Eres...! —Regulus exhaló a través de los dientes—. Eres mi hermano mayor, y esto es justo como debería ser: Tú cuidando de mí, pero... No así, Sirius; jamás así.

—Hey, Reggie —dijo Sirius, utilizando el viejo mote para su hermano que éste no había tolerado que usara con él luego de sus primeras vacaciones en Hogwarts, cuando volver con la insignia de Gryffindor prendida del pecho de su uniforme lo convertía en una vergüenza absoluta para su familia—. Es mi trabajo. Incluso si en los últimos años no hemos sido cercanos, no podía sólo dejar que te hicieran eso a ti.

—¿Y dejar que te lo hicieran a ti es la solución? Porque es una soberana idiotez y lo sabes.

—No tanto si consideras que... Bueno... —Sirius encogió un hombro—. He sido mejor que tú al momento de esconder mis revistas sucias en la casa, pero el resultado habría sido el mismo para mí si Madre o Padre vieran tan sólo las portadas.

—¿Entonces tú también...? —Regulus se limpió con impaciencia el borde de los ojos—. Es decir, yo no... Sólo tenía curiosidad. Alguien me regaló esa revista y después no supe cómo deshacerme de ella. No es como si yo... Yo jamás…

—Claro, Reg —ironizó Sirius—. Lo que tú digas.

Sirius entendía que era una mentira tan grande como una casa; por supuesto que esa revista que la chica del servicio doméstico encontró en su habitación era de él, pero si iba a negarlo como un vil cobarde, entonces no quería tener que escuchar a su hermano contarle mentiras a la cara cuando era más que obvio que la atracción por el mismo sexo corría con fuerza dentro de los genes de su familia.

—Siri —llamó Regulus a Sirius por el mismo mote que habían utilizado cuando él era Reggie, pero éste estaba herido, y se negó a verlo a los ojos.

—Ve a dormir, Reg. Mañana nos espera un largo día.

Y aunque no lo dijo, también concluyó que una vida desdichada por causa de sus inclinaciones.

 

Sirius sólo a Remus le contó la verdad acerca de su ausencia de cuatro semanas y falta en casa de los Potter para su habitual campamento de amigos en agosto. A James y a Peter en cambio les mintió con una excusa plausible acerca de visitar familia Black afincada en Francia y tener que asistir para practicar su uso del francés y modales so pena de tener que enfrentarse a la furia de su queridísima Madre. Una excusa por demás plausible y que consiguió contar con el desdén justo en el rostro para que le creyeran, incluso si cuando lo hizo Remus entre sus amigos frunció el ceño.

—¿En verdad era tan necesario mentir? —Le confrontó Remus más tarde, aprovechando que estaban a solas en el dormitorio aunque no por mucho.

Ahí donde Sirius había tenido planes para besar a Remus hasta que la angustia de no verlo por todas las vacaciones de verano desapareciera, en cambio Remus había puesto un alto a sus avances con una mano sobre el pecho y lo había obligado a sentarse con él a los pies de su cama para hablar.

—¿Qué bien habría habido en decir la verdad? —Refutó Sirius, para quien su estancia por aquella institución había sido uno de los peores momento en su vida—. Con suerte no les importará, pero en caso contrario...

Quizá era cruel expresarlo así, pero Sirius prefería tener a sus amigos cerca de sí incluso si tenía que mentir acerca de quién era en realidad, que contarles la verdad y no tenerlos más. Peter era de entre los tres quien menos le importaba. Era su amigo, por supuesto, de los mejores, pero también podía ser bastante crítico de cualquier señal de mariconería en el aire (así lo definía él, era su palabra favorita para utilizar), y Sirius quería ahorrarse de su boca el insulto directo.

James no era mejor, aunque a su favor se podía decir que no era peor. Para él, la atracción por el mismo sexo era simplemente una locura, pues enamorado hasta el tuétano como estaba de Lily Evans, no podía siquiera imaginar que alguien se tomara en serio la posibilidad de no apreciar a las chicas con la misma devoción que él lo hacía, y ello obligaba a ciertos comentarios de mal gusto a los que Sirius le acompañaba con risotadas de apoyo cuando en realidad cada palabra le sentaba peor que una patada en el estómago.

Sólo con Remus se sentía Sirius dispuesto a ser quien era, y en gran medida se debía a que desde cuarto año estaban juntos. O mejor dicho, juntos. La línea entre lo uno y lo otro era fina, pero no indistinguible. Vale, que no salían a citas ni hablaban de amor a cada oportunidad, tampoco se tomaban de las manos (no en público al menos) ni se adentraban en temas de sentimientos (no del tipo romántico), pero... Se besaban y mucho. También dormían juntos, y aquella frase podía interpretarse en el sentido bíblico, con ellos dos desnudos bajo las sábanas y explorando el cuerpo del otro hasta alcanzar el orgasmo.

Sirius había sido entonces el primero de Remus, y en correspondencia, Remus el primero de Sirius cuando intercambiaron los papeles y se entregaron de todas las maneras en que era posible hacerlo.

En ningún momento habían hablado de formalizar lo suyo o de exclusividad, y bajo ese pacto había salido Sirius en citas con chicas de su curso y cumplido con lo que de él se esperaba en esas salidas incluso si la mayor parte del tiempo sólo podía pensar en Remus y en lo diferente (mejor, el adjetivo era mejor) que era con él.

Remus hizo lo propio, aunque no exactamente de la misma manera. Si bien nunca llegó a salir con Edgar Bones en cuarto curso, sí lo hizo en quinto con Augustus Smith, con quien se vio durante un par de tensas semanas hasta que Sirius terminó con su chica en turno, aunque esa temporalidad no la apreciaron ni James ni Peter, quien más bien centraron su atención en el hecho indiscutible de que uno de sus mejores amigos no era tan heterosexual como habían creído.

La confrontación, que más bien fue una charla tensa un domingo en la noche en la que todos ellos gritaron y viejas rencillas salieron a flote, dejó bien en claro que Remus se consideraba a sí mismo bisexual, que no le importaba la opinión de nadie al respecto porque no pensaba entregarle a nadie más el control de su vida, y que si tenían un problema con ello, pues genial, ya le pediría a su jefa de casa el cambio de dormitorio y al demonio con su amistad que no había significado nada al final.

Esa determinación en mantenerse en sus trece obligó a Sirius a admitir ante sí mismo que Remus era un héroe, su héroe particular.

El brillo en sus ojos, el mentón alto, la firmeza de su voz al expresar su descontento. Todo ello a la vez. Una fachada que no se vino abajo ante Peter y James, quienes enfrentados cara a cara a elegir entre sus prejuicios o la aceptación en favor de un amigo, tomaron la decisión correcta.

Sirius mismo anheló en aquel momento haberse liberado del mismo yugo que Remus traía consigo y que juntos compartían, pero no era ningún idiota. Para sus amigos restantes, el aceptar a Remus como un enemigo inofensivo en su propio dormitorio traería cambios, y así se manifestaron en las semanas siguientes con actitudes y comportamientos nuevos, como salir de la ducha vestido a pesar de que antes se cambiaba en el dormitorio sin ningún pudor (Peter) o de pronto adquirir un tic nervioso cada vez que el tema de la homosexualidad salía a flote y por inercia desviar la mirada a Remus (James).

Él no quería para sí esa atención, y por lo tanto había callado con la confianza de no tener que exponer al escrutinio público sus preferencias, pero claro, Remus no era de la misma opinión que él.

—No es tan terrible como podrías llegar a creer —dijo Remus en voz baja, su pierna rozando la de Sirius—. Tampoco mentiré diciendo que es lo más sencillo del mundo, pero al menos no tener que cuidar cada una de tus palabras y acciones hace que valga la pena.

—No lo creo, Moony. —Sirius se sorbió la nariz—. ¿Recuerdas cuando les contaste a James y a Peter de lo tuyo? Pasaron semanas antes de que cualquiera de ellos volviera a mirarte a los ojos, tú mismo lo confirmaste así.

—Ya, pero-...

—James es como un hermano para mí. Si él de pronto decidiera que ya no... Que no soy digno... Que soy diferente a lo que él siempre creyó de mí...

—Le costaría aceptarlo, pero Sirius... Si en verdad ese vínculo de hermandad es cierto o no, ésta es la prueba que puede demostrarlo.

—No quiero más pruebas, estoy harto de ellas —gruñó Sirius, que había crecido intentando superar innumerables obstáculos que su familia había dispuesto para él y no se sentía con ánimos de pasar por lo mismo con sus mejores amigos—. ¿Qué sentido hay? Todo estaría arruinado con James, lo mismo con Peter. Estaría solo y en la estacada.

—Me tendrías a mí.

Sirius bufó. —Qué consuelo, Moony, en serio. Genial... —El sarcasmo de su voz puso a Remus en tensión, pero con todo, no se alejó.

—No te lo tomaré a mal porque sé que estás molesto y no eres tú quien habla de verdad, pero...

—¿Olvídalo, sí? No quiero hablar más de esto —gruñó Sirius y hundió con los hombros con pesar, que luego de las semanas que había vivido en la institución en la que sus padres lo habían recluido, todavía se sentía frágil e incapaz de afrontar la verdad incluso si amenazaba con morderle el trasero y prolongaba su salida demasiado tiempo.—. Es una mierda, una soberana mierda...

—Lo sé —musitó Remus, pasándole el brazo por los hombros y apoyando su mentón en el hombro de Sirius.

—No quisiera ser así...

—Lo entiendo.

—Lo cambiaría sin dudarlo.

—Ya.

—No te cambiaría a ti, Moony. Eso tienes que saberlo... —Murmuró Sirius, para quien hablar de sentimientos, incluso si era ante uno de sus mejores amigos y entre ellos dos había menos líneas divisorias que con nadie más en el mundo, todavía era una labor ingrata.

Era amor, por supuesto, el sentimiento que lo unía a Remus y Sirius se sabía correspondido en pensamientos, palabras y acciones, pero... No era suficiente. No todavía. No cuando había tanto en juego y el miedo le atenazaba cada nervio en el cuerpo.

—Lo sé... —Musitó Remus, que con gran pesar lo dejó ir al escuchar pisadas fuera de su dormitorio.

A su entrada, ni James ni Peter sospecharon nada.

 

En séptimo año, Sirius conoció a la competencia más fuerte con la que tendría que luchar hoy y siempre cara a cara por Remus: Su sobrina Nymphadora.

Tonks en breve, como ella prefería ser llamada, o Dora para Remus y sólo Remus, por quien ella profesó una absoluta devoción desde el primer día en que posó sus ojos en él.

Tonks era en realidad sobrina en segundo grado para Sirius, pues hasta donde su enredoso árbol genealógico le dejaba entender, la pequeña hija de su prima Andrómeda (expulsada del tapete familiar por osar casarse con un plebeyo cualquiera que no estaba a la altura del estirpe Black) no era un pariente directo y por lo tanto no contendía contra él por Grimmauld Place y el resto de la herencia.

Igual que él si Sirius hubiera cumplido sus planes de fugarse de casa el verano anterior, Andrómeda había renunciado a su apellido al casarse por amor con Ted Tonks, y ahora vivía con éste en una casa a las afueras de Londres donde se desempeñaba como ilustradora.

Sirius había estado al tanto de sus actividades por manera indirecta, escuchando a las hermanas de Andrómeda cuchichear al respecto con Madre cuando las tres se reunían a beber el té de las cinco, y aunque él apenas tenía recuerdos vagos de su prima porque el suceso de su salida de la más noble y pura casa de los Black había ocurrido muchos años atrás cuando él todavía era demasiado crío para comprender la gravedad de su pecado, no por ello sentía menos envidia por el valor que Andrómeda había tenido y él no.

Al salir de casa, Andrómeda había renunciado no sólo al nombre y al prestigio, sino también al dinero, y de buenas a primeras se extrañó Sirius cuando su sobrina segunda Nymphadora (“¡No me llames así!”, le reclamó ésta sin cortarse un poco por la diferencia de edad o que apenas se conocían, “¡Detesto ese nombre que mamá escogió para mí!”) se acercó a la mesa de Gryffindor al día siguiente del banquete de entrada a Hogwarts y se presentó con él como familia.

A Sirius le resultó agradable la cría, que a pesar de sólo tener once años no se dejó amedrentar por la diferencia de edad entre ambos, y de paso se enteró que el bueno del tío Alphard (hermano de Madre, y en la mayoría de los casos, en términos tensos con ella) había sido quien insistiera en pagar en su totalidad la educación de Nymphadora en Hogwarts, por lo cual ahora estaba ahí como lo habían estado otras generaciones de Blacks.

Pese a terminar sorteada en Hufflepuff, Tonks no perdió oportunidad en pasar a saludar a la mesa de Gryffindor más veces de las que se podían contar como simple casualidad, y pronto descubrió Sirius que a quien su prima acudía a ver no era a él, sino a Remus, a quien observaba con un brillo arrobado en los ojos mientras buscaba cualquier tema de conversación con éste.

—¡Le gustas a una niña de once años, Moony! —Le chanceó James apenas tuvo la primera oportunidad, y Remus se cubrió los ojos con la mano, pues aquello le avergonzaba de sobremanera.

—¿No es ilegal? —Preguntó Peter—. Por la diferencia de edad y todo eso...

—Sólo si Moony hace algo al respecto —dijo Sirius, un tanto más irritado de lo que pretendía—. Lo cual jamás ocurrirá, ¿verdad, Remus?

Remus asomó un ojo a través del espacio entre dos dedos. —¿No mencionaste alguna vez que con toda probabilidad tu tío Alphard le herede su fortuna? Porque me vendría bien una esposa con dinero para mis años luego de Hogwarts.

El ambiente entre los cuatro amigos cambió drásticamente, pues a lo largo del último año, y en ese séptimo sólo habría de empeorar, Remus no había hecho nada más que preocuparse por el futuro que le deparaba. Después de Hogwarts y su beca completa que abarcaba libros, útiles, residencia y uniformes, el prospecto de buscar una universidad le estaba resultado una pesadilla en vida.

En los últimos meses, Remus había desarrollado migrañas debilitantes por el estrés, y en sus sienes había aparecido canas que en un inicio le hicieron temer una vejez prematura hasta que Madame Pomfrey lo examinó en la enfermería y le tranquilizó a medias al anunciar que el vitíligo ahora se había extendido a su cráneo y esos brotes de cabello blanco eran sólo una manifestación más.

Sirius por su parte había hecho hasta lo indecible por tratar que Remus olvidara un poco sus preocupaciones y disfrutara el que sería su último año como Merodeadores, los cuatro viviendo en el mismo dormitorio y divirtiéndose de la libertad que ya no existiría más una vez que los terrenos del colegio no fueran más su refugio, pero Remus lo había ignorado. Por su cuenta llenaba solicitudes a varias universidades, pero también a varios programas de becas porque su situación económica familiar era todo menos holgada, y si quería una educación de calidad, antes tendría que luchar por su derecho a merecerla.

La única intervención que habían hecho Sirius, James y Peter por ofrecerle a Remus dinero para que éste pudiera ver su sueño realizado cayó sobre campo minado, y furioso los acusó éste de verlo como un simple caso de caridad, que a su vez desencadenó en una pelea y la peor semana de la que ninguno de ellos tenía memoria desde su primer año en Hogwarts.

Así que el tema había quedado olvidado, hasta ese momento.

—Por el amor que te profesa, apuesto a que Tonks vendería sus muñecas para ayudarte —bromeó James, y aunque malo su chiste, al menos ayudó a aligerar la atmósfera entre ellos.

—Sería raro —dijo Peter a nadie en particular, sólo acariciándose el mentón—. ¿Significa que tú y Sirius serían familia?

—Según Madre, ni Tonks ni sus padres son familia nuestra —gruñó Sirius—, pero sí, supongo que Remus y yo pasaríamos a estar emparentados.

—Gran cosa —dijo James con sarcasmo—, tú y yo también lo estamos, aunque el parentesco es más distante.

—No olvides enredoso. Debería consultarlo en el tapiz que tiene madre —dijo Sirius, a sabiendas de que no lo haría. Ese tapiz que ocupaba una pared entera del estudio y que estaba diseñado para extenderse, tenía varias quemaduras de cigarro sobre aquellos miembros que de alguna u otra manera habían manchado la decencia del apellido Black. Andrómeda se contaba entre ellos, y a veces cuando recorría con sus dedos el hilado que lo componía, Sirius fantaseaba con que su nombre, la línea que lo unía a Madre y Padre también desapareciera por igual.

—Da lo mismo —dijo Remus con ánimo de zanjar el asunto—. Dora sólo tiene un enamoramiento por mí. Se le pasará cuando menos nos demos cuenta.

Que para efectos prácticos, eso nunca ocurrió.

 

Después del verano que Sirius pasó por Regulus internado en la institución a la que sus padres lo recluyeron para curar sus perversas inclinaciones, los dos hermanos Black lucharon por parchar su relación en la medida de lo posible. Todavía pertenecían a casas enemigas, y en temporada de Quidditch podían volverse agresivos el uno con el otro, pero eso no impedía que al menos una vez a la semana se reunieran en los jardines (cuando el clima lo permitía) o en los invernaderos (cuando no) a charlar.

Tener de vuelta a Regulus en su vida le dio a Sirius un sentido de pertenencia a una familia que creía perdido, y si bien sus primeras conversaciones terminaban en peleas por viejas reclamos o en silencios incómodos en los que les costaba después volverse a mirar a los ojos, no por ello dejaron de esforzarse.

Todavía les costaba ser sinceros el uno con el otro. Tantos años de rivalidad no se iban a evaporar de la noche a la mañana, pero al menos podían ser civilizados, en los últimos meses hasta reír de las bromas del otro y hablar de su día a día sin sentirse cohibidos.

—Hablas bastante de Lupin —comentó Regulus en una de esas ocasiones, él y Sirius sentados a las afueras del castillo en una banca.

El cielo sobre sus cabezas era de un gris plomizo, presagio de lluvia con el frío que hacía y el viento que levantaba hojas secas del piso, pero ambos habían querido estar a fueras aunque eso implicara llevar en alto el cuello de sus abrigos y las manos en los bolsillos.

—Es un amigo —dijo Sirius con simpleza.

—¿Un amigo o... un amigo? —Preguntó Regulus, buscando enfatizar la diferencia.

A pesar de que hacía más de un año que tenían aquellas charlas regulares y hacía tiempo que la incomodidad entre ambos era un asunto del pasado, no por ello pudo relajarse Sirius con la pregunta. Después de todo, aunque ya habían hecho un doloroso recorrido por los recuerdos de la infancia, los maltratos verbales (y en ocasiones físicos) de sus padres, así como viejas cicatrices bajo cuya superficie la herida todavía no estaba sanada del todo, un tema que todavía no habían abordado por tácito acuerdo era su atracción por el mismo sexo.

—Preferiría no hablar de esto —masculló Sirius, quien consideraba sus asuntos con Remus como un secreto absoluto, y si incluía a James que era su hermano por elección, con mayor razón para Regulus, con quien todavía tenía mucho qué parchar en su relación.

—Ya veo —dijo Regulus, asintiendo una vez para sí.

—Odio cuando haces eso.

—¿Qué?

—Has llegado a una conclusión por tu cuenta. ¿O me equivoco?

—No.

—¿Y bien?

—¿Y bien qué?

Sirius resopló. —¿Cuál es esa conclusión?

—Creo que... —Regulus mantuvo la vista al frente y se pasó la punta de la lengua por el labio inferior mientras reorganizaba sus pensamientos—. Al menos te gusta.

«Vaya genio que eres, Reg», pensó Sirius.

—Y por la manera en que lo describes... No es del todo indiferente a los encantos Black.

—A mis encantos. Nuestra familia no tiene nada que ver en esto.

—¡Tatá! —Exclamó Regulus con todo cantarín—. ¿Lo ves?, sabía que ahí había algo.

—Reg...

—Tranquilo. ¿A quién se lo voy a contar? Si acaso deberías estar agradecido de tenerme como confidente, porque puedo apostar diez galeones a que seguro con Potter no puedes conversar de esto.

A regañadientes Sirius así lo confirmó. —Bueno, no... Ciertamente no es la clase de charla que tendría con James. —«No si quiero asegurar que seamos amigos...»

—Si sirve de algo decirlo... Creo que ustedes dos harían buena pareja. Madre los odiaría por seguro, y eso ya es ganancia para llevarla prematuramente a la tumba.

—Madre odiaría a cualquiera que yo llevara a casa a menos que fuera de algún modo una parienta lejana, o no tanto...

—Seh, pero debes admitir que Remus podría ocasionarle un síncope: Varón, pobre pero con una beca que demuestra que no es menos que nadie intelectualmente, y esas manchas...

—Se llama vitíligo, y no es algo de lo que debas burlarte. Hermano menor o no, te romperé los dientes si vuelves a hacerlo.

—Sólo iba a comentar que son parte de su encanto. Caray. Relájate un poco, Siri.

—Fácil decirlo... —Masculló éste, que últimamente tenía los niveles de estrés por encima de las nubes, apenas un par de dedos por debajo de su línea de tope, y todo era debido a la inminencia de una vida fuera de Hogwarts en donde no le quedaría otra opción más que volver a Grimmauld Place y enfrentar a su familia.

—Como sea, ¿son o no novios tú y Lupin? ¿O prefieres llamarlo amante?

—Es... complicado.

—Entonces están juntos pero no lo han hablado —adivinó Regulus sin problemas, que se había ido haciendo una idea aproximada de lo que los unía por la manera afectuosa y cercana con la que se trataban como amigos ante el resto de alumnos y profesores del colegio, pero tenía sospechas a la vez de que sus ocasionales salidas con compañeros revelaban más partes de la verdad que permanecía oculta.

—Algo así —admitió Sirius con un hilo de voz, pensando en que los papeles se habían intercambiado y ahora su hermano menor era la voz de la sabiduría—. No ha habido necesidad de hablarlo.

—¿Incluso aunque tienes una fuerte competencia? —Inquirió Regulus con una ceja arqueada.

—¿Lo dices por Vance de Ravenclaw? Oh, ella es sólo una amiga de Remus y-...

—Me refiero a Nymphadora Tonks.

—¿Sabes que es familia nuestra, verdad?

—Sí, igual que sé cuánta devoción le profesa a Lupin.

—Es una cría, apenas tiene once años.

—Y Lupin diecisiete, pero no sería el primer gay que para protegerse a sí mismo y a su amante acepta un matrimonio por conveniencia.

—A veces puedes ser tan... desagradable. Realmente lo eres, Reg —masculló Sirius moviendo la cabeza.

—Bah, sólo era un comentario inofensivo.

Y aunque el resto de su reunión consistió en una charla más neutral acerca de posibles universidades para Sirius y el interés que tenía Regulus por una carrera que sirviera a los propósitos Black, la semilla de la inquietud que de momento sólo había germinado en Sirius, de pronto comenzó a echar raíces.

 

—Estoy pensando en...

—¿Uhm?

Tendidos de espalda sobre las sábanas desordenada de la cama de Remus, éste y Sirius se pasaron el cigarrillo post-coito que se permitían en licencia siempre y cuando tuvieran un par de horas para ellos el dormitorio, como era el caso con James de práctica en el campo de rugby y Peter en la biblioteca estudiando química con la chica que le gustaba.

Todavía desnudos tras las cortinas de dosel, Remus se demoró unos segundos antes de volver a hablar.

—Hablé con la profesora McGonagall.

—Ajá.

—Acerca de mi futuro. Estaba preocupada porque en mi examen vocacional tuvo una nota no concluyente.

—¿Ok?

Remus le apoyó la cabeza en el hombro. —Significa que mis respuestas deshonestas no condujeron a nada, y que mis intentos por descubrir mis intereses y mi futura carrera universitaria no funcionan si voy a mentir.

—Eso te lo podría haber dicho yo con menos palabras.

—Ya, y no es como si la profesora McGonagall hubiera sido tan escueta como yo. De hecho, me obligó a tomar ahí mismo en su oficina el test otra vez, y en esta ocasión...

Sirius apagó el cigarrillo sobre el cenicero que tenía sobre su estómago, y colocándolo después en la mesita de noche, se giró hacia Remus para verlo a los ojos.

—Vale, ¿cuál ha sido el resultado? ¿Enfermero? ¿Abogado? ¿Chamán? Seguro que no es peor que el mío.

Y en verdad que no podía serlo, porque en lugar de una carrera en finanzas o por lo menos administración de empresas, Sirius había obtenido resultados que incluían el uso de las manos y la libertad de horarios, como granjero, plomero o mecánico. En lo personal, a Sirius eso último le parecía un trabajo decente que satisficiera su curiosidad por los vehículos de motor, en especial por las motocicletas, pero ya que Madre antes preferiría perder una mano que permitirle seguir ese camino “porque un Black jamás haría algo indigno como mancharse debajo de las uñas con aceite de motor”, se había tenido que desligar de esos resultados alegando que sus respuestas eran bromas y que en realidad él tenía planes de entrar a la escuela de economía y prepararse así para llevar las empresas y la cartera de clientes que desde tiempos inmemoriales eran parte de ser un Black más de su familia.

—Bueno, por un lado literatura e historia, supongo por lo mucho que me gusta leer. McGonagall incluso sugirió la docencia como una opción, y suena tentador pero... También mencionó que si convierte mi pasatiempo en un trabajo de 9 a 5 puedo acabar asqueado. Me ha dado algunos folletos con universidades orientadas hacia las humanidades, en eso no tengo dudas sobre mis verdaderos intereses, y con mis calificaciones no sería difícil conseguir un sitio incluso si la matrícula es el único impedimento.

—No debes preocuparte por eso, Moony —le aseveró Sirius plantándole un rápido beso en los labios—. Sabes que no me importaría darte el dinero necesario para-...

—¡Sirius!

—Vale, prestarte el dinero —resopló éste sin inmutarse por la interrupción—. Sin intereses y con pagos a largo plazo por el tiempo que lo necesites. La mejor oferta a tu alcance, sólo para ti.

—Pero-...

—Sería una inversión, porque si hay alguien brillante en este mundo que merece ver sus sueños realizados, ese eres tú.

—No podría aceptarlo.

—Puedes y lo harás si lo necesitas. Además, no veo por qué tanto problema. ¿No somos amigos? ¿Y no se ayudan los amigos entre sí?

Remus torció el gesto, y se retiró un poco de Sirius. —Ya, pero hay de amigos a amigos y...

Sirius entendió demasiado tarde su error, pues como venía ocurriendo con mayor frecuencia en el último año, la mención implícita de lo que él y Remus eran provocaba siempre en uno de los dos un cierto dejo de incomodidad imposible de sobrellevar.

Sirius había pensado en hablar con Remus al respecto, tener de una vez por todas esa temible charla en donde seguro tendrían que hablar de sentimientos, aclararse qué eran el uno para el otro, y si querían, establecer reglas y pautas de una posible relación romántica antes que platónica, pero siempre parecía haber toda clase de impedimentos. Cuando no eran sus clases, era el poco tiempo con el que contaban a solas y que invariablemente los obligaba a desnudarse y a pasar tiempo explorando el cuerpo del otro como era el caso...

Eso sin contar con que seguido Remus salía con alguien, o Sirius tenía una chica con la que se veía, de tal manera en que habían postergado aquella temible conversación hasta el punto en que sólo les quedaban un par de meses en el colegio y todavía no había nada claro entre ellos.

—Moony...

Igual que si el destino decidiera burlarse de ellos y de su frágil relación, en ese momento la puerta del dormitorio se abrió de golpe, y James entró al dormitorio en un frenesí de alegría.

—¡Padfoot! ¡Padfoot! ¡No vas a creer lo que ha ocurrido y-…! ¿Sirius?

Metiéndose bajo las sábanas porque en cualquier momento James abriría las cortinas de dosel de la cama de Sirius y los encontraría ahí juntos y sin una manera plausible de explicar por qué estaban desnudos y apestaban a sexo, Remus guardó silencio sepulcral a la espera de un veredicto final.

—Erm, ¿Prongs? —Sirius sacó la cabeza por entre las cortinas de su cama, un amasijo de cabello negro que ese año llevaba un poco más largo de lo que el reglamento permitía y que en esos momentos lucía desordenado a morir—. ¿Podrías volver en un par de minutos? Tengo, uhm, compañía aquí.

James se quedó congelado a pasos de su cama, cruzado de brazos y con una ceja arqueada. “¿Quién es?”, preguntó moviendo los labios pero sin emitir ningún sonido.

En respuesta, Sirius sacó una mano y le hizo un movimiento de ‘largo de aquí’ que esperaba funcionara o él y Remus estarían en verdad jodidos, pero que tratándose de James y su innata curiosidad no lo hizo.

—Vamos, Prongs —siseó Sirius—. ¿Podías darnos privacidad? Sólo serán unos minutos.

Una sonrisa ancha hizo aparición en el rostro de James, y sus cejas subieron y bajaron en su rostro de manera sugestiva.

—Oh, ya veo...

—¡James! —Resopló Sirius, quien podía sentir irradiadas las ondas de pánico que emitía Remus a su lado—. En verdad agradecería que salieras y volvieras en, no sé, cinco minutos, cinco horas. Lo que tú prefieras, colega, pero lárgate.

—¿Es que no quieres escuchar mis buenas noticias? —Le chanceó James, avanzando un paso lento en dirección a la cama—. Porque en verdad jamás podrías adivinar lo que me ha ocurrido.

—Ya, seguro que no, y en verdad quiero escucharte, Prongs, pero…

James por fin pareció darse por enterado de los grandes apuros que estaba haciendo pasar a su mejor amigo y a ‘la chica’ que tenía con él ahí detrás de las cortinas de dosel, así que le deseó suerte y le dijo que tenía cinco minutos para terminar lo suyo y ni uno más.

Una vez que salió por la puerta, Sirius brincó de la cama y se encargó de ponerle el pasador y a buen recaudo (aunque tardío) atrancarla con una silla.

Mientras tanto, Remus salió de debajo de las sábanas, y con una palidez mortal que podía fácil competir con sus manchas de vitíligo, movía la cabeza de lado a lado para sí.

—Nunca más —masculló Remus—. Es la última vez que me convences de esto.

—Vamos, Moony. James ni siquiera se enteró de nada. Para él sólo eres una chica cualquiera.

—Ya, qué consuelo —resopló Remus, para quien el cambio de prospecto no mejoraba, sólo era más humillante debido al secretismo de su relación.

Vistiéndose cada uno por su cuenta mientras se daban la espalda, fue Sirius quien salió primero para cerciorarse de que James no estuviera husmeando por ahí a la espera de descubrir quién era la misteriosa compañía con la que había retozado en su cama, pero quiso la fortuna que estuviera en la sala común de Gryffindor, y lo que era más asombroso, con Evans y una de sus manos entrelazadas.

Así que Sirius bajó a reunírsele, y al rato hizo lo mismo sin que nadie de los presentes notara que en todo momento había estado en el dormitorio y que nunca nadie más que él había bajado. No, la atención estaba centrada sobre James y Lily, quienes luego de varios años en términos de perro y gato por fin habían aceptado que había atracción de por medio, y que le iban a dar una oportunidad a la idea de salir juntos en un par de citas y corroborar su sus personalidades eran tan opuestas como para repelerlos o en su lugar aderezar un posible noviazgo.

La gran sonrisa que traía James en el rostro y que expresaba de mil maravillas la emoción que lo embargaba en ese momento al haber conseguido a la chica que en los últimos años no había hecho nada sino robarle el corazón y después acusarlo de ser “un pomposo fanfarrón insufrible” no hizo nada más que provocarle a Sirius un extraño pinchazo en el pecho, justo encima del corazón, y que éste reconoció como envidia porque esas circunstancias particulares no podrían ser suyas.

No la parte de ser conocidos que apenas se toleran a novios, sino... El tener a alguien, y poder tomarle la mano en la sala común sin que nadie se girara en su dirección con gesto de reprobación. En su lugar, James y Lily obtenían atención, sí, pero en el caso de sus respectivos sexos era de deseo por la pareja, pues dicha fuera la verdad, James era todo un galán como capitán de rugby y de los primeros de su clase, y Lily no se quedaba atrás con una belleza única y un cerebro que le iba a la par.

Eran la pareja de ensueño que Gryffindor merecía, y también el punto de comparación para Sirius, quien miró a Remus de reojo y se preguntó no por primera vez si lo que había entre ellos sería alguna vez fácil. O como mínimo, menos complicado.

La respuesta, incluso si él no lo sabía, era no.

 

Sirius llegó al final de su último año en Hogwarts con la acuciante sensación de estar a punto de vivir un momento parteaguas en su vida.

Y así fue, en parte, cuando dispuesto a no prolongar ni un minuto más su charla pendiente con Remus, fue precisamente Tonks quien los interrumpió y pidió hablar a solas un minuto con su amigo.

Malhumorado porque ya tenía en un discurso en mente y su pequeña (pero muy precoz) sobrina segunda había venido a arruinarlo, Sirius observó a ese par alejarse un poco de la sombra del árbol en la que él y Remus se refugiaban, y tomando la mano de éste, guiarlo a la orilla del lago a unas cuantas docenas de metros para hablar con él unos minutos y entregarle un regalo que desde esa distancia no se apreciaba más que por el moño que lo envolvía.

En ningún momento desvió Tonks la mirada, siempre fija en Remus y en sus ojos, y al final consiguió de éste un corto abrazo y que ambos se dirigieran en direcciones opuestas en la despedida más anticlimática que Sirius hubiera presenciado jamás.

Excepto que... Al acercarse Remus se limpió el borde de los ojos y le costó varios minutos volver a tranquilizarse.

—¿Qué, una cría de primer año te ha hecho llorar? —Le chanceó Sirius.

—Dora se me ha declarado —dijo Remus con la voz gruesa—. Mencionó que me encuentra muy guapo a pesar de mis manchas y que de mayor quisiera casarse conmigo...

—Esa maldita cría desvergonzada.

—Déjala, ha sido bonito. Por supuesto que he tenido que rechazarla, a ella y a su proposición de matrimonio porque seguro sus padres no aprobarían vernos juntos apenas bajar en la estación, pero-...

—Te amo, Moony —le interrumpió Sirius, quien en un infantil ataque de celos porque una cría de primer curso había conseguido declarársele a Remus antes que él, ya no pudo guardar ni un segundo más de silencio.

Si esperaba de Remus una reacción exagerada, no obtuvo ninguna. En su lugar, Remus rió entre dientes.

—Lo sé —dijo—. Es decir, sé que suena terriblemente pagado de mí mismo y debería fingir que me has sorprendido, pero no me apetece mentirte. Y yo también te amo, Padfoot. Por lo menos desde cuarto curso, pero sospecho también que desde antes.

—¿En serio?

—Muy en serio.

—Pensé que... —Sirius se quedó sin palabras, pues luego de los largos años que tenían viéndose a escondidas y fingiendo que sólo eran amigos ante el resto de las personas que los conocían, creía que la reacción de Remus sería más... más... Exactamente lo opuesto al instante que estaban viviendo en el aquí y el ahora.

—No ha habido nadie salvo tú para mí —dijo Remus con sencillez—. Al menos aquí —agregó al posicionar la mano derecho a la altura de su corazón.

—Igual para mí —admitió Sirius.

Y era verdad.

A lo largo de esos años en Hogwarts que habían vivido tras la protección de cuatro paredes para disfrutar de la compañía del otro, tanto Sirius como Remus habían tenido parejas. Chicas para Sirius, chicas también para Remus aderezadas con el ocasional chico... Personas a las que habían besado, y un poco más para ocultarse tras esa pantalla.

Sirius por propia protección, y Remus para aplacar su paranoia de cualquier rumor que los conectara dentro de las habladurías en Hogwarts.

—¿Qué te ha regalado Tonks? —Preguntó Sirius de improviso, limpiándose a su vez los ojos con disimulo.

—Oh —exclamó Remus cuando al retirar el moño y romper el papel encontró dentro del estuche una pluma fuente roja con su nombre grabado en letras doradas. Eso y una nota que Remus leyó—: “Querido Remus, si por casualidad cuando tú seas mayor pero yo también lo sea y nos encontramos de nuevo, prométeme que al menos me darás una oportunidad. Con amor, Dora. P.D. Tuve un sueño donde nos casábamos, así que conserva esta pluma hasta que el día llegue.” Oh, wow...

—Tiene la fuerza de una Black, incluso aunque Madre reniegue de su pertenencia a la familia —masculló Sirius—. Erm, yo también tengo un regalo, ¿sabes? Aunque en comparación...

Sin envoltorios ni más dramatismo que meterse la mano al bolsillo, Sirius sacó dos anillos y abrió la palma para que Remus los examinara.

—Uhm, cometí un error terrible al pedirlos por catálogo sin revisar las medidas. James le regaló un par similar a Lily, es una especie de anillo de promesa para, erm, prometerse cosas, y pensé que nosotros podríamos... Uhm... Si te parece idiota podemos sólo-...

—No —dijo Remus, que cogió uno de los anillos y le examinó a detalle.

Eran de plata, y no habían costado gran cosa, pero Sirius quería tener uno y regalarle otro a Remus como... Una especie de compromiso entre los dos. ¿De qué? Él todavía no lo tenía claro. Por seguro que no salir al público anunciando que durante los últimos años habían tenido sexo como conejos y actuado como novios a espaldas del resto de sus amigos, pero Sirius quería darle a Remus (y darse a sí mismo) una certeza: Que lo amaba, y que eso era lo único inamovible en su vida.

—Están grabados —comentó Remus, que tenía en sus manos aquel en cuyo interior se leían tres iniciales: S.O.B.

—Ya, venía con el paquete y no costaba ningún extra así que...

—Entonces éste es el mío —dijo Remus, colocándose el anillo en su dedo medio y con desilusión viendo que le iba grande.

—Tal vez... —Se lo sacó Sirius y se lo puso en el pulgar, donde el menos dejó de quedarle flojo.

—Es un dedo atípico para llevar joyería —dijo Remus.

—Justo como nosotros, y tendrá que bastar —respondió Sirius al ponerse el anillo que dentro tenía inscrito R.J.L. en su propio pulgar.

Y al menos por una temporada, lo haría.

 

/*/*/*/* Próximo capítulo: Con comentarios (17-abr)/Sin comentarios (01-May).

Notas finales:

Y si creen que Sirius y Remus tienen por delante un final de cuento de hadas, erm, tendrán que esperar años. Esta historia abarca una vida de separación. Vengan a sufrir conmigo~


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